Es un hecho evidente, y muy
positivo, que hoy la gente se preocupa más por el lenguaje que antes.
Con frecuencia recibo preguntas y comentarios que así lo demuestran.
Cada quien quiere hablar y escribir lo mejor posible, y plantear
estas cosas a través de los medios de comunicación despierta en
lectores y oyentes un animado interés.
Muchos de los mensajes recibidos
reflejan dudas, cuando no el señalamiento preciso de supuestos errores
cometidos por quienes se expresan a través de los medios,
y en general por las demás personas. Lo curioso es que muchas
veces esos “errores” señalados no son tales.
La lengua, como lo decía nuestro
Andrés Bello hace más de cien años, es como un ser vivo en permanente
movimiento. Ello trae aparejados numerosos cambios, que suponen
un desarrollo evolutivo del idioma al mismo ritmo de la actividad
de las personas. Esta actividad cotidiana plantea nuevas necesidades
expresivas, que deben ser satisfechas por el lenguaje, para
lo cual este tiene que renovarse incesantemente, adaptándose a tales
necesidades expresivas. Es esencial que esos cambios lingüísticos
se produzcan de manera natural, conservando siempre lo que
el mismo Andrés Bello llamó la índole de la lengua, que no es otra
que la índole de las personas que la hablan, definida en el DRAE
como la “Condición
e inclinación natural propia de cada persona”.
El
problema es que los cambios necesarios en la lengua que hablamos
muchas veces producen errores, casi siempre porque las personas
que actúan como agentes del cambio, es decir, las personas que generan
esos cambios, no tienen un verdadero conocimiento de su propio idioma,
por lo cual incurren a menudo en tales errores. Un ejemplo palpable
de esto lo tenemos en el uso indiscriminado de expresiones –vocablos
o frases– de idiomas extranjeros, usadas en reemplazo de vocablos
y frases equivalentes propios del Castellano.
No podemos estar radicalmente contra el uso de expresiones extranjeras.
A veces son necesarias, por no disponer en nuestro idioma de sus
equivalentes. Lo condenable es el empleo indiscriminado de esos
extranjerismos, muchas veces no sólo por ignorancia del idioma nativo,
sino incluso por desprecio de este, por considerar que la
expresión extranjera es más chévere.
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ERRORES (2)
El uso innecesario
de vocablos extranjeros es uno de los mayores vicios en la lengua actual
del venezolano. La mayoría de estos extranjerismos indeseables son del
Inglés, y más concretamente, del estadounidense, porque la influencia
en el habla nacional de lenguas extranjeras se vincula con las relaciones
económicas. El uso indiscriminado de vocablos extranjeros es una consecuencia
de nuestra dependencia, que mayoritariamente se da de los Estados Unidos.
Es un fenómeno no sólo de la lengua, pues lo vemos en todos los órdenes
de la cultura. Lo percibimos, por ejemplo, en la importación irracional
de costumbres extranjeras, casi todas de origen yanqui,
válidas en su país de origen, pero carentes de sentido entre nosotros,
donde incluso se ignora la mayoría de las veces el significado de tales
usos y costumbres.
No podemos estar de manera radical
contra el uso de extranjerismos. Hay casos en que es necesario
o conveniente recurrir al vocablo extranjero, porque no disponemos
en nuestro idioma de uno adecuado a lo que se quiere decir. Esto se
ve claramente en sectores como el deporte, la ciencia y la tecnología,
en los que es inevitable, y a veces necesario, el uso de expresiones
que nos vienen de afuera, generalmente como acompañantes de usos,
inventos o descubrimientos que importamos porque no se dan en nuestro
país. Últimamente lo hallamos con abundante frecuencia en el mundo de
las comunicaciones y en la computación, en las cuales no siempre
es posible traducir términos técnicos, e incluso a veces, aunque se
pueda, no es conveniente.
Pero carece totalmente de
sentido utilizar expresiones como “okey” (ok), que oímos a cada
rato en todas partes, cuando fácilmente podemos decir ”está bien”, “de
acuerdo” o cualquier otra expresión equivalente. O por qué llamar “mall”
a lo que en nuestro idioma siempre se ha conocido como “almacén”, “tienda
por departamentos”, etc. Tampoco hace falta decir “chao” al despedirnos,
ni llamar “boutique” a lo que se puede llamar de diversas maneras en
Castellano. Igualmente absurdo es utilizar, en una trasmisión de radio
o de TV, “replay” en vez de lo que todos conocemos como “repetición”.
O “cidi” (CD) por “disco compacto”, o simplemente “disco”, si es que
queremos ahorrar palabras.
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ERRORES (3)
A
propósito de mis artículos sobre el abuso de los extranjerismos
en el habla común, una querida amiga y ex–alumna me envió el siguiente
mensaje: “¡Ay profesor! en un tiempo donde (sic) la gente quiere
ahorrar hasta en las palabras, es mas facil decir ok o en español oka
que decir esta bien o de acuerdo, es una cuestion de practicidad. Igual
sucede con chao, porque si uno dice adios le salen con aquello de no
digas asi di hasta luego porque ni que te fueras a morir... y creo que
con eso no se le hace daño a nadie... muchos besos para usted y chaoooo,
ok?”.
Es verdad, el abuso de extranjerismos no le hace mal a nadie, pero sí
al idioma, la más importante expresión cultural de un pueblo. Por otra
parte, este mensaje tiene una gran significación, como índice de algo
muy grave que está ocurriendo en nuestro país. La remitente es persona
muy inteligente, culta, de alto nivel de escolaridad, profesional universitaria
y fue una excelente alumna. Si con todos esos atributos piensa así,
¿qué podemos esperar de quienes no los tengan?
Esto es una muestra de cómo la educación venezolana está fallando
en la formación de una conciencia nacional bien definida, que, entre
otras cosas, exhiba un vigoroso sentido de la cultura propia. Y conste
que no me refiero a ese trasnochado concepto nacionalista que algunos
cultivan, que empieza por creer que el nuestro es el mejor país del
mundo, y nuestra lengua la más bella y admirable, capaz de dar
escritores de la talla de Cervantes, Lope de Vega, Calderón, García
Lorca, Neruda, Vallejo, Rubén Darío, García Márquez, Fuentes y nuestros
Gallegos, Úslar Pietri, Julio y Salvador Garmendia, Gerbasi, Eugenio
Montejo, Rafael Cadenas y tantos más. Se olvidan, quienes así piensan,
de Goethe, Proust, Dante, Petrarca, Dostoievsky, Tolstoy, Joyce, Hemingway,
Faulkner…, que no escribieron en Castellano.
Insisto en que no se trata de condenar todo uso de voces extranjeras.
A veces son necesarias, y aun convenientes. Un buen dominio
de nuestro idioma, más una auténtica conciencia de su valor como
la más importante expresión cultural, nos permitirá saber cuándo es
procedente el uso de extranjerismos, y cuándo no es sino
una burda imitación de otras lenguas, casi siempre por ignorancia o
desprecio de la propia.
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