HISPANISTA - Vol XIV - 54 - Julio - Agosto - Septiembre de 2013
Revista electrónica de los Hispanistas de Brasil - Fundada en abril de 2000
ISSN 1676-9058 ( español) ISSN 1676-904X (portugués)

Editora general: Suely Reis Pinheiro

Alexis Márquez Rodríguez

FIGURAS RETÓRICAS
 


El dinamismo
de nuestro idioma se muestra, entre otras cosas, en las llamadas figuras retóricas. El nombre de estas sugiere que son recursos propios del lenguaje poético, pero, si bien lo son, también dichas figuras son empleadas habitualmente por todos los hablantes, aunque casi siempre sin advertirlo. Aún los poetas y demás escritores la mayoría de las veces emplean figuras de este tipo de modo espontáneo, y sólo después, al leer lo escrito, se dan cuenta de que han utilizado algunas de ellas, de las cuales incluso es posible que no conozcan el nombre.
                                                             

LA ELIPSIS


Consiste en suprimir en la frase una o más palabras que, aunque necesarias para que la estructura gramatical esté completa, no lo son para que se entienda lo que se dice. Si digo, por ejemplo, ³Yo tengo la misma edad que tú², se trata de dos frases, pero en la segunda he suprimido el verbo: ³Yo tengo la misma edad que tú (tienes)². Este no es necesario para entender lo que digo, y por eso puedo suprimirlo sin que se afecte el sentido, aunque de hecho la segunda frase esté gramaticalmente incompleta.

Para que la elipsis funcione se necesita que el lector o el oyente sobreentienda lo que se suprime, porque si no fuese así no comprendería lo que se le dice. Si alguien, por ejemplo, pregunta a otra persona ³­¿Vas mañana al concierto?², y esta responde ³­Sí², lo que realmente se ha dicho es lo siguiente: ³­¿Tú vas mañana al concierto de la Orquesta Sinfónica de Venezuela en el Teatro Teresa Carreño? ­Sí, yo voy mañana al concierto de la Orquesta Sinfónica de Venezuela en el Teatro Teresa Carreño². Todo lo que se suprime en la primera y en la segunda frases es gramaticalmente necesario para que dichas frases estén completas, pero no hace falta porque todo ello está sobreentendido, y el lector u oyente lo entiende perfectamente. Desde luego, se supone que quien recibe la pregunta sabe de antemano que habrá un concierto de la Sinfónica en el Teresa Carreño.

La supresión elíptica no es caprichosa, y obedece a varios criterios. Uno es que si construimos el lenguaje con todos sus elementos gramaticales, las frases pueden resultar recargadas, monótonas y antiestéticas. Otro es que la elipsis, al agilizar la construcción del lenguaje, la facilita mucho, así como ayuda a la comprensión. En el lenguaje rige la ley del menor esfuerzo, y es natural que cada quien quiera hablar de la manera más fácil posible. Este principio es negativo en muchos otros casos, y el facilismo debe ser execrado sin piedad. Pero en el área a la expresión es una ayuda muy eficaz.

En Castellano es habitual la elipsis en la conjugación de los verbos, cuando se suprime el pronombre como sujeto: ³­¿Cómo se siente usted? ­Me siento muy bien². En la respuesta se ha suprimido el sujeto ³Yo². En este tipo de respuesta es común que la elipsis se extienda al verbo: ³­¿Cómo se siente usted? ­Muy bien², sobreentendido ³yo me siento². Pero obsérvese que si la respuesta fuese solamente ³­Bien², no se trataría de una elipsis, pues el adverbio ³bien² ahí no es gramaticalmente necesario, sino que corresponde a un sentimiento de la persona que contesta: no es lo mismo sentirse bien, que sentirse muy bien. De modo que allí el adverbio cumple una función más semántica que sintáctica.

Llamamos elipsis narrativa o fusión elíptica a una técnica del cuento, la novela, el teatro, el cine y el relato televisivo, consistente en suprimir en una secuencia escenas no necesarias para que lo narrado tenga sentido. Se narra una escena, y luego se da un salto en el tiempo, a una escena muy posterior. Entre la primera y la segunda han ocurrido otras que se callan, pero el lector o espectador las sobreentiende, hasta el punto de que si cuenta a otra persona lo leído o visto, incluye aquellas escenas suprimidas en el texto como si hubiesen sido narradas.

 

                                              EL HIPÉRBATON

Entre las llamadas
figuras de construcción tiene gran importancia el hipérbaton. Es de uso cotidiano, aunque tiene también gran valor como recurso poético. Tal como ocurre con la elipsis, y en general con todas las llamadas figuras retóricas, casi siempre empleamos el hipérbaton sin darnos cuenta, y hasta sin saber de qué se trata. Por supuesto, quienes conocen estos recursos los perciben a posteriori, pero es posible que muchas personas empleen esas figuras sin descubrirlas nunca. Son mecanismos lingüísticos que se dan generalmente de manera espontánea, independientemente de que después de utilizados los percibamos o no.

El hipérbaton consiste en alterar el orden lógico de los elementos sintácticos en la frase u oración, entendiendo por elementos sintácticos los que surgen de las funciones que en la frase u oración desempeñan las palabras. En la oración simple los elementos sintácticos posibles son: 1) núcleo del sujeto, 2) modificadores o complementos del núcleo del sujeto, 3) verbo, 4) modificadores adverbiales y complementos del verbo (complementos directo, indirecto y circunstanciales). Tanto los complementos del núcleo del sujeto, como los del verbo, pueden tener, además, sus propios complementos.

El orden lógico de estos elementos es el mismo de la anterior enumeración: núcleo del sujeto + complementos del núcleo + verbo + complementos del verbo. Estos últimos tienen también su orden lógico: complemento directo + complemento indirecto + complementos circunstanciales. Muchas veces algunos modificadores del núcleo del sujeto, como los artículos y los adjetivos determinativos (demostrativos, posesivos, etc.) pueden o deben ir antepuestos al núcleo, y no después.

Este orden lógico se emplea a menudo, sobre todo en frases u oraciones de poca extensión: ³Yo como carne todos los días²; ³Ustedes saben que eso no es así²; ³Él escribió un artículo muy bueno en el periódico². Pero también a menudo, aunque se trate de frases u oraciones cortas, empleamos el hipérbaton: ³Casi todos los días vamos al cine²; ³Apareció un cadáver en la Cota Mil²; ³Este mes bajó la inflación².


Cuando se trata de frases u oraciones más o menos largas y complejas, el uso del hipérbaton es inevitable y necesario, porque si en esos casos se respeta el orden lógico lo dicho o escrito puede resultar enrevesado, de difícil comprensión y estéticamente pesado. Veamos un ejemplo. En un pasaje de Canaima Rómulo Gallegos escribe: ³A trechos, apenas adivinábase alguna solitaria garza inmóvil, como en espera de que acabase de surgir aquel mundo retardadoŠ². Si aquí empleásemos el orden lógico, tendríamos: ³Alguna garza solitaria inmóvil se divisaba apenas, a trechos, como en espera de que aquel mundo retardado acabase de surgirŠ². La comparación de los dos textos ahorra todo comentario. La diferencia salta a la vista, en favor del primero.

El hipérbaton nos ayuda a expresarnos y a entender lo que otros expresan. Además, le da al lenguaje fluidez y elegancia, aun sin que necesariamente entorpezca la sencillez. Pero en algunos casos se hace del hipérbaton un uso más allá de lo normal y espontáneo. La prosa y la poesía barrocas, por ejemplo, tienen en el hipérbaton un recurso de gran eficacia, que muchas veces favorece artísticamente al lenguaje, pero otras puede incurrir en excesos, no sólo condenables estéticamente, sino también desde el punto de vista de la comprensión. Góngora fue uno de los poetas barrocos españoles más aficionados al hipérbaton. Muchas veces lo empleó dentro de los límites tolerables, como en estos versos: ³El fresco de los céfiros ruidoŠ² (El ruido fresco de los céfirosŠ), ³El denso de los árboles follajeŠ² (El follaje denso de los árbolesŠ). El exceso en el hipérbaton ha sido muchas veces caricaturizado, como en el verso ³En una de freír cayó calderaŠ² (Cayó en una caldera de freír), en que se juega con el hipérbaton para burlarse satíricamente de su abuso en nombre de un barroquismo lindante con el absurdo.

 

EL OXÍMORON
 

Entre las figuras retóricas del tipo de las figuras de construcción también destaca el oxímoron, menos frecuente en el habla común, pero igualmente importante. A veces lo empleamos sin saberlo, como en los demás casos, aunque es más elaborado, pero de todos modos suele usarse de manera inconsciente. Consiste en una antítesis en que se emplean dos palabras o frases de significados opuestos, dando vida así a una nueva expresión, que de hecho integra las otras dos, pero tiene un significado diferente. Como cuando decimos, por ejemplo, agridulce, claroscuro, música callada, soledad sonora, estruendoso silencio, difícil facilidad... En el trasfondo de estas expresiones hay, sin duda, un valor metafórico.

Son expresiones que se emplean en el lenguaje común, aunque dentro de un contexto de cierto nivel culto; pero el oxímoron se usa más frecuentemente en el lenguaje literario. La ardiente paciencia es el título de una novela del chileno Antonio Skármeta, en el que se contrapone la sensación de ardor, a la idea sosegada de la paciencia. Don Pedro Calderón de la Barca, uno de los más eminentes poetas y dramaturgos españoles, de la época barroca, en su obra de teatro más importante, La vida es sueño, emplea varias veces el oxímoron. Por ejemplo, en el monólogo de Segismundo, al comienzo de la obra, dice el prisionero: ³Inmóvil bulto soy de fuego y hielo². Y también: ³Una prisión oscura / que es de un vivo cadáver sepultura². En el primer ejemplo se emplean los términos contrapuestos fuego y hielo, y en el otro los vocablos vivo y cadáver. En ambos casos la contraposición semántica da origen a una tercera idea, muy bien definida: la imagen de un prisionero que se queja de su desgracia, y que oscila entre la indignación (fuego) y la frialdad de la impotencia (hielo), y siente que es un cadáver, pero sigue vivo.

También Garcilaso de la Vega, en la Égloga Primera, utiliza un oxímoron para describir el desdén de su amada, doña Isabel de Freire, trasmutada en Galatea, a la cual se queja el pastor Salicio: ³¡Oh más dura que mármol a mis quejas, / y al encendido fuego en que me quemo / más helada que nieve, Galatea, / estoy muriendo y aun la vida temo, / témola con razón, pues tú me dejas, / que no hay sin ti el vivir para qué sea². Aquí se emplea dos veces el oxímoron: al contraponer el ³encendido fuego² a la frialdad de la nieve, y cuando se contraponen la vida y la muerte.

Un venezolano que usó mucho el oxímoron, a veces combinado con otras figuras retóricas, fue Alfredo Arvelo Larriva, el mayor de nuestros poetas modernistas. Veamos una muestra: ³Con el herido corazón vendado / por ti, me desespero de esperanza². ³Y tras los lentes claros, las pupilas oscurasŠ². ³¹¡Canta! Sobre la lira es impotente / la injusticia brutal de la justicia². ³Noche de carnaval. Cuerda locura / se desbordaba en olas de alegría². ³¡Oh ruso rudo y fuerte, suerte de anciana encina / que aun reverdece bajo los copos del invierno². ³Y bajé la calle por tornar a verlos, / y torné a subirla por afán de ver².

También en la prosa literaria se usa el oxímoron. Alejo Carpentier, en un pasaje de su novela El siglo de las Luces dice: ³Šel adolescente miraba la ciudad, extrañamente parecida, a esta hora de reverberaciones y sombras largas, a un gigantesco lampadario barrocoŠ²; aquí se contraponen reverberaciones y sombras largas. También: ³Šun crepúsculo que pronto incendiaría el cielo durante unos minutos, antes de disolverse en una noche repentinaŠ², donde contrastan la idea de incendiar el cielo y la imagen de la noche repentina. Más adelante describe un personaje agobiado por un ataque de asma, y dice que ³exhalaba un silbido sordo², contraponiendo el sonido agudo de un silbido a un sonido bajo. A renglón seguido habla de sus ojos, ³ausentes a pesar de su fijeza², enlazando dos ideas igualmente contrapuestas: la ausencia metafórica de los ojos y la fijeza de su mirada.

Como se ve, el oxímoron es una figura retórica de gran fuerza expresiva.