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Tedio, caos y dispositivo femenino en La Regenta

Nome do Autor: Sonia Núñez Puente

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snpuente@email.bierzonet.es

Palavras-chave: Dispositivo de sexualidade - Figura feminina - Tédio.

Minicurrículo: Licenciada em Filologia Inglesa (Universidad de Salamanca);  Licenciada em Filologia Hispânica (Universidad de Salamanca); Doutora em Literatura espanhola. BOLSAS: (Research Fellows) - Beca de Intercambio (Universidad de Salamanca-State University of New York); Beca de Colaboración en la Investigación (Departamento de Filología, Universidad de Salamanca); Pesquisadora individual - Junta Castilla y León y Comunidad Económica Europea - Projeto individual: "La Regenta y el tedio"

Resumo: O século XIX colocou no centro da preocupação do imginário coletivo o dispositivo de sexualidade que como bem aponta Michel  Foucault serviu de sustentação a nossa moderna consideração da sexualidade. No tempo em que o sexo se colocava como uma das principais preocupações do XIX outro dispositivo, o da feminização, nacia nas páginas dos mais importantes romances europeus. Clarín não é no texto uma exceção e La Regenta  se constitui como uma boa mostra da interrelação que se estabeleceu, no grande século burguês, entre sexualidade, figura feminina e tédio, ou melhor, o ennui de raiz filosófica.

Resumen: El siglo XIX colocó en el centro de la preocupación del imaginario colectivo el dispositivo de sexualidad que como bien apunta Michel Foucault ha servido de sustento a nuestra moderna consideración de la sexualidad. Al tiempo que el sexo se alzaba como una de las principales preocupaciones del XIX otro dispositivo, el de feminización, nacía en las páginas de las más importantes novelas europeas. Clarín no es en texto una excepción y La Regenta constituye buena muestra de la interrelación que en el gran siglo burgués se estableció entre sexualidad, figura femenina y tedio, o más bien el ennui de raíz filosófica.

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El siglo XIX colocó, al contrario de lo que en un principio pudiera parecer1, la petición de saber acerca del sexo en el corazón del imaginario burgués:

Entre cada uno de nosotros y nuestro sexo, el Occidente tendió una incesante exigencia de verdad: a nosotros nos toca arrancarle la suya, puesto que la ignora; a él, decirnos la nuestra, puesto que la posee en la sombra. ¿Oculto el sexo? ¿Escondido por nuevos pudores, metido en la chimenea por las tristes exigencias de la sociedad burguesa? Al contrario: incandescente. Hace ya varios cientos de años, fue colocado en el centro de una formidable petición de saber (FOUCAULT, 1997, p.p. 96-97).

El discurso de la literatura en occidente, del que Clarín es heredero, ha conseguido unir el sexo a la racionalidad del texto burgués, pergueñado con imágenes de su estructura que recurren a la ficcionalización de la misma para convertirse en auténtico discurso del sexo2. Se podría decir que el texto se ve conquistado, invadido en su propia delimitación por la lógica del dominio integrador3, si bien la disolución constituye también un principio esencial de la verbalización de la sexualidad:

Determinada pendiente nos ha conducido, en unos siglos, a formular al sexo la pregunta acerca de lo que somos. Y no tanto al sexo-naturaleza (elemento del sistema de lo viviente, objeto para una biología), sino al sexo-historia, o sexo-significación; al sexo-discurso. Nos colocamos nosotros mismos bajo el signo del sexo, pero más bien de una Lógica del sexo que de un Física. No hay que engañarse: bajo la gran serie de las oposiciones binarias (cuerpo-alma, carne-espíritu, instinto-razón, pulsiones-consciencia) que parecían reducir y remitir el sexo a una pura mecánica sin razón, Occidente ha logrado no sólo -no tanto- anexar el sexo a un campo de racionalidad (lo que no sería nada notable, habituados como estamos, desde los griegos, a tales "conquistas"), sino hacernos pasar casi por entero -nosotros, nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra individualidad, nuestra historia- bajo el signo de una lógica de la concupiscencia y el deseo (FOUCAULT, 1997, p. 97).

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Conviene, sin embargo, reflexionar acerca del particular secretismo4 que le es propio a aquello que rodea la verdad ontológica del sexo5. La avidez de construir una esfera de la sexualidad conduce en el seno de la sociedad decimonónica a un proceso de indagación, de profundización sintomática en la raíz de tal construcción que se traduce en un incremento de la teorización discursiva en el texto literario6. Michel Foucault en La voluntad de saber insiste en la negación de toda explicación simplista del fenómeno de la sexualidad como una represión de la energía sexual, natural y ascendente por parte de una fuerza descendente que desde el poder social la obstaculiza. Será, por tanto, estéril el buscar la genealogía de un espacio de la sexualidad a partir de unas normas represivas instauradas con posterioridad a la emergencia consciente en la forma social, esto es, en la escritura del sexo.

Estéril también sería, no obstante, ignorar las técnicas del poder que constituyen la imbricación necesaria para desarrollar discursivamente el principio sexo-poder. La dificultad del acceso al campo de la inmanencia de la sexualidad surge en el constructo burgués que la consolidó como dominio por conocer7. El discurso literario, así pues, acondicionó el campo del sexo como objeto destinado a la exploración:

Si la sexualidad se constituyó como dominio por conocer, tal cosa sucedió a partir de relaciones de poder que la instituyeron como objeto posible; y si el poder pudo considerarla un blanco, eso ocurrió porque técnicas de saber y procedimientos discursivos fueron capaces de situarla e inmovilizarla. Entre técnicas de saber y estrategias de poder no existe exterioridad alguna, incluso si poseen su propio papel específico y se articulan una con otra, a partir de su diferencia (FOUCAULT, 1997, p.p. 119-120).

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La sujeción total coordinó una tecnología del poder del sexo. La novela del XIX descubre el factor velado de las estrategias sexuales a través del dispositivo de feminización que se dibujó con trazo firme en la invención de las técnicas de escamoteo de la inflexión de la sexualidad. En la mujer se estableció, en primera instancia, el dispositivo de la pulsión sexual en tanto que distribución nueva de los poderes del sexo, de la palabra autoexplorada de lo no verbalizado8 cuanto conexión primordial de la forma más compleja y más recurrente del control del placer. Describe Michel Foucault el sinuoso ciclo de inauguración de un lugar destinado a la afirmación de la sexualidad. Concibe, también, Foucault la creación de un dominio específico del sexo no mediante una descalificación de la carne, sino, más bien al contrario, gracias a una intensificación del cuerpo; de unos nuevos medios de extremar la conciencia de la descendencia higienizada de la clase dominante:

¿Nuevo avatar de ese ascetismo burgués tantas veces descrito a propósito de la Reforma, de la nueva ética del trabajo y de la expansión del capitalismo? Precisamente, pareciera no tratarse de un ascetismo o, en todo caso, de una renuncia al placer, de una descalificación de la carne, sino, por el contrario, de una intensificación del cuerpo, una problematización de la salud y sus condiciones de funcionamiento; de nuevas técnicas para "maximizar" la vida (FOUCAULT, 1997, p. 149).

Esto es, la mujer, como núcleo esencial de la regeneración procreadora, se torna instrumento de análisis y, a su vez, objeto de contemplación mórbida y secreta del refuerzo de una sexualidad recién inventada9. Al sexo la burguesía le concendió una importancia relevante, inusitada hasta el momento tanto por lo virulento de su profusión científica (estudios médicos y, también, estudios pseudopsicológicos) como por la peculiaridad de transformar el dispositivo femenino en el elemento determinante, en el código que descifrase el enigma10 de la potencia de la sexualidad en una sociedad fuertemente autosexualizada11. Con Foucault podemos decir que "el sexo no fue una parte del cuerpo que la burguesía tuvo que descalificar o anular para inducir al trabajo a los que dominaba"12. Fue la parte de su condición que más la sedujo, y a la que el imaginario literario dedicó gran parte de los esfuerzos deductivos. A ella se refiere la necesidad de conservar la homogeneidad social relacionada con la constante burguesa del matrimonio; afirmado éste en el terreno sexual no liberado, sino engullido en la constitución representativa de la propia burguesía:

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Surge de este modo la sexualidad como conjunto de conductas, actitudes y deseos relegados al ámbito privado, sometidos a un régimen de autocoacciones que, al ser interiorizadas por el sujeto, se tranforman en componentes inscritos en su personalidad, definiendo precisamente la zona más secreta y más latente de la vida privada (VÁZQUEZ Y MORENO, 1999, p. 23).

El propio Kant, en la Antropología13, define a la mujer en función de su tarea reproductora y, de este modo, la conciencia de la sociedad del siglo XIX se alimenta de los conceptos de reproducción, y retroalimentación impresos en la condición femenina, en la existencia de un espacio reconocido y elaborado en torno a la mirada de la universalidad sexual:

Un ser libre es necesariamente un ser de razón. En otra parte de la Antropología, dice que, en la mujer, el ser de razón es el que la destina a su única tarea de reproductora de la especie. Así, pues, la dependencia conyugal, así como la sumisión a la vida de la especie, no son en absoluto incompatibles con la libertad y la razón de una mujer, y, por tanto, son compatibles con la igualdad de todos los seres humanos, precisamente con la igualdad entre el hombre y la mujer (DUBY Y PERROT, 1993, p. 60)

Iris M. Zavala nos recuerda el interés que, a este respecto de la mujer reproductora, muestra la ciencia decimonónica. Ésta analiza el resorte de la sexualidad provocado por un movimiento pendular hacia lo prohibido y, también, de transgresión de lo prohibido que configuran el discurso sexual de la modernidad:

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Esta se inicia en el siglo racionalista, puesto hoy en tela de juicio desde las nuevas teorías sobre el sujeto, lo sublime, lo a-lógico y el rechazo del progreso lineal, continuo, irreversible, según un mismo modelo de desarrollo tecnológico. Es posible afirmar que los discursos sobre la sexualidad y la pornografía adquieran vigor entonces y, simultáneamente, se modifican los estatutos que pretenden igualar a la mujer, al menos en lo que toca a las clases dirigentes. Emerge una reflexión científica y filosófica sobre lo "femenino", un discurso logocéntrico "racional" sobre el cuerpo, casi una lógica de lo corpóreo. La ciencia no esconde el interés por el resorte del erotismo (tampoco la teología) y se percibe un movimiento pendular hacia lo prohibido y la trangresión, que ordena la posibilidad de uno y otro. A partir de entonces, lo prohibido no se justifica como discurso científico, pertenece a los géneros discursivos de la heterodoxia y la blasfemia (ZAVALA, 1992, p. 157).

Es aquí entonces, en este discurso de la heterodoxia, cuando podemos comenzar a situar ese texto de lo prohibido, en cuanto verbalización de la reflexión pulsional, que es La Regenta. En efecto, Ana Ozores, su presencia inacabada14 a medio camino entre los márgenes de la lógica burguesa operativa en Vetusta, y el desorden del campo pulsional, es llevada por Clarín al terreno de lo propiamente indefinible, asegurándose con ello un espacio fuera de toda regulación en la figuración fantasmática de lo femenino:

Se abrió la puerta y entró la Regenta.

Venía pálida, vestía un peinador blanco, y no hacía ruido al andar. Sus ojos parecían más grandes que nunca, y miraban con una fijeza que daba escalofríos. A lo menos los sintió don Víctor, que dio un paso atrás, y tuvo temor, como en presencia de un fantasma. Antes que en la traición de aquella mujer pensó en el gran peligro que corría la vida de Ana, si una emoción fuerte la espantaba. No le pareció su mujer a don Víctor, le pareció la Traviata en la escena en la que muere cantando. Sintió el pobre viejo una compasión supersticiosa; aquel ser vaporoso que se le aparecía de repente en silencio, sisando como un fantasma, lo quería él en aquel instante con amor de padre que teme por la vida de su hija, y lo temía al mismo tiempo como una cosa del otro mundo...(CLARIN, 1981, p.p. 567-568).

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Ciertamente, los enunciados de la literatura de ficción relacionan en la época burguesa los límites de lo dicho, de lo expresado en el corpus textual y de lo callado, de lo no dicho observado como matiz sintomático de una realidad tan fascinadora como desconocida15. Es entonces cuando se hace necesario inquirir en el régimen sexual inducido por las extensiones que tienen como función ser operadores que permitían introducir el elemento femenino en los detalles reveladores de la fórmula de la sexualidad. La pedagogía científica del sexo16 llevó en el siglo XIX a fortalecer los vínculos de la identificación del dispositivo de feminización con el repliegue autoconsciente del individualismo antiburgués en el imaginado espacio de la realidad sexual.

Esta condición de recuperación de las formas de experiencia de la sexualidad efectuada en la regulación de la feminidad no es, hoy, extraña a las recomendaciones técnicas del saber acerca del placer sexual, testimoniadas en la omnipresencia femenina en el texto literario. Tal como advierten Francisco Vázquez García y Andrés Moreno Mengíbar en Sexo y razón, esta condición colonizadora del dominio sexual por una racionalización científica se ajusta de manera precisa al enfoque crítico, que sociólogos como Weber17 han prescrito como el discurso facultativo de la sexualidad de la burguesía:

En el campo de la cultura, lo característico de este proceso es la autonomización de las distintas esferas de valor: las ciencias, el derecho, el arte, la religión, se constituyen respectivamente como ámbitos separados, con una lógica interna diferente en cada caso. A través del "desencantamiento" de las imágenes religioso-metafísicas del mundo, las distintas vertientes de la cultura se han escindido de la unidad que las dotaba de sentido y cohesión. Se produce una fragmentación de las cuestiones cognitivas, normativas y expresivas entre sí, de manera que el conocimiento científico se independiza de cosmovisiones teológicas (...)

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En este proceso de racionalización cultural entendido como autonomización de las distintas esferas de valor, se sitúa también la formación de un campo de experiencia sexual que se separa como dominio valorativo obedeciendo a reglas específicas, independientes de las consideraciones morales y religiosas (VÁZQUEZ Y MORENO, 1997, p. 20).

La penetración en el discurso sexual moderno de la línea de racionalización18 de pensamiento crítico, definidora de un proceso de mecanización de las instancias sociales y económicas, incorpora a la creación de una esfera de la sexualidad, una esfera propia de la sexualidad femenina19. Según los autores arriba mencionados, la desvinculación del sistema religioso-metafísico del mundo provocó las escisiones de las esferas del valor social, científico y, como no también, religioso. Se produce de esta manera una fragmentación de las cuestiones cognitivas, normativas y expresivas entre sí de modo que la ciencia se independiza definitivamente de la visión religiosa. Este proceso no se detiene en las esferas de valor de carácter socioeconómico o científico, sino que se cumplió también en el campo de la sexualidad que desatiende, a partir de entonces, las reglas específicas de la moral:

El siguiente paso, que caracteriza a la racionalización moderna de la esfera erótica, consistió precisamente en la configuración de un espacio reservado a las relaciones sexuales, convertido en lugar de sensaciones peculiares, con un valor propio y claramente diferenciado respecto a la conducta cotidiana (VÁZQUEZ Y MORENO, 1997, p. 21).

La sexualidad se convierte en un territorio extraordinario, rompiendo así con el naturalismo sencillo de la vida campesina, una materia susceptible de cultivo, estilización y modelado individual independiente de cualquier contenido económico, jurídico, moral o religioso Al carácter de excepción social de la sexualidad le acompaña, así pues, la noción sexuada del individuo moderno generado esencialmente mediante la disposición de lo femenino hacia el misterio ontológico del sexo.

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Concebida fuera del mecanismo social, la mujer en el siglo XIX se instala definitivamente en la esfera de la sexualidad explorada, analizada y definida en términos del entramado del discurso literario moderno. Weber y Durkheim confirman la aparición de la sexualidad como instancia "revestida por un saber experto" y asentada, como ya hemos apuntado con anterioridad, en la escisión de lo normal y lo patológico. Los estudios de R. Senner y la escuela de Chicago nos adentran en el universo ontológico que la modernidad ha atribuido al sexo, que encarnado en la gran metáfora de la sexualidad femenina, abomina de la identificación con un universal antropológico, y se acerca al rango de enunciado no institucionalizado. Un proceso "civilizatorio" de manipulación acentuó la norma general de la intimidad y singularidad del sexo que define la sustancia del sujeto; del sujeto femenino, en este caso, localizado en la médula del sistema burgués. Celebra, de este modo, la mujer en la pasividad de su interioridad la afirmación plenamente moderna de la pulsión sexual, que transforma en objeto de análisis la configuración específica de su propia estructura.

Es, en efecto, a ella, a la que recurren el texto científico o pseudocientífico y el literario, sobre todo, con gran insistencia en la configuración del recorrido de la transformación de la sexualidad en credo de codificación personal. Lo femenino afirma, pues, la tendencia del texto científico y literario del XIX hacia la regularización de los mecanismos de formación y desarrollo de la instancia sexual independiente y liberada de los procesos de control. Unos procesos, naturalmente, configurados en la apariencia totalizadora de la sexualidad masculina y que son percibidos en la negación de una sexualidad en el seno de la familia burguesa. Es ésta una sexualidad que abarca la disposición de la célula familiar a la negación o, en su caso, a la exposición de la saturación del sexo, que se ve invadida por el principio de la sexualidad. Y es esto, precisamente, lo que se filtra exclusivamente a través de la imagen femenina de la condición sexuada. Así tomando como referente explícito el Panegírico de Heine nos describe del siguiente modo Fuchs la sexualidad desbordante de la figuración femenina de la burguesía:

En esta descripción la mujer, según se ve, es sólo la suprema golosina sensual, la portadora personificada del placer; nada más que una carne hermosa. Mente y alma no aparecen en el banquete opíparo que el hombre busca y halla en ella.

Esta dirección específicamente erótica en el nuevo ideal femenino de belleza se impuso y triunfó por primera vez bajo el Directorio, es decir, en el paso del siglo XVIII al XIX. Las diosas del clasicismo fueron dotadas en este periodo de los matices procaces y llamativos de las antiguas sacerdotisas del amor (FUCHS, 1996, p. 126).

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Surge de este modo, la relación ambigua y, no siempre bien entendida, entre el estatismo de los modos sociales librados, sin duda, de los mecanismos infringidores del aparato de la sexualidad. Es más, se diría, incluso que la reconciliciación burguesa del ennui y de la experiencia de la feminidad descubre, precisamente, enterrado en el seno de la emergencia de la sexualidad femenina el criptograma del tedio decimonónico. Hurgando en el ámbito clausurado para la mirada exterior del sexo burgués, el texto literario del XIX manifiesta el testimonio de toda una época que considera el carácter omnipresente y, esencialmente, turbador de la instancia sexual: un referente de la figura femenina esbozada en la contingencia insidiosa de tal relación.

La vigencia de uso de la disposición encontrada estatismo-movimiento entrópico encuentra en la figura femenina una especie de parámetro o forma homóloga a la del ennui, que, no obstante, no se agota en esta dimensión, sino que la transciende incurriendo alternativamente, e incluso simultáneamente, en el dispositivo de la pulsión sexual femenina.

Engastadas en el seno de estos dispositivos de la pasión entrópica que son los discursos de la sexualidad burguesa, las representaciones de la feminidad se convierten para el imaginario literario en la posición o postura paradigmática que el ennui ensaya, fundamentalmente, en la mujer -real o no- de la segunda mitad del siglo XIX. Ya hemos apuntado en otro lugar de nuestro estudio la importancia de la transmisión en el tiempo que tiene la iconografía medieval del acidioso, es decir, del ennui. Lo que la intención nemotécnica de la Edad Media ofrecía era no sólo una consideración naturalista "del sueño culpable del perezoso", sino también el gesto volitivo del espíritu arrasado por la acidia.

Podemos considerar, pues, con Agamben que tanto la acidia como su redescubrimiento en el imaginario decimonónico, no sólo se caracterizan por el tono negativo del estatismo sin salida, sino que acude, también, a la imagen del tedio burgués la capacidad referencial que, para enfrentarse dialécticamente, mantienen entre sí la inmovilidad propia del tedio y la movilidad consustancial a la esfera de la sexualidad que, ya estamos en condiciones de afirmar, es un terreno decididamente femenino.

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De este modo, se podría relacionar también, refiriéndonos a La Regenta la división inexorable de la unidad a lo que se considera el primer estadio de la mitosis. La vinculación existente entre este proceso de fragmentación de la sexualidad femenina, evidente en la constatación de la ausencia de una figura femenina sexualmente consciente, es una constante en la construcción del binario estatismo-movilidad y su consecuente representación en la mujer burguesa. Éste constituye, a nuestro juicio, un jeroglífico ensayado en el discurso literario del tedio, es decir, de la incapacidad voluntaria para ejercer una acción de la voluntad individual.

En el capítulo XXV de la segunda parte de La Regenta podemos comprobar cómo los vaivenes que la actividad y el tedio, y la distribución correlativa de ambos, ejercen una función primordial en el discurso: modulan, perfilan y anticipan los momentos de crisis pulsional que se suceden entre los periodos reservados al ennui. Ana Ozores se empeña en buscar la poesía frente a la prosa -como ya hemos comprobado ésto es una constante en la relaciones de la Regenta con su entorno pulsional-; esto es, trata de buscar el encuentro climático de los impulsos pasionales en medio de una frenética y caótica actividad: la de la rutina doméstica que la llevará de nuevo al punto más bajo de la morfología del binomio pasión-ennui:

"Pero la casa tenía también su poesía". Ana se esforzó en encontrársela. ¡Si tuviera hijos le darían tanto que hacer! ¡Qué delicia! Pero no los había. No era cosa de adoptar a un hospiciano. De todas suertes Ana comenzó a trabajar en casa con afán...a cuidar a don Víctor con esfuerzo...A los ocho días comprendió que aquello era una hipocresía mayor que todas. Las labores de su casa estaban hechas en poco tiempo. ¿Por qué fingirse a sí misma satisfecha con una actividad insuficiente, insignificante, que no distraía el pensamiento ni media hora? (CLARÍN, 1981, p.p. 396-397).

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Ficcionalizada la tensión de la depresión y aumento respectivo de la energía pulsional, la figura femenina restablece la pauta asignada al nivel de la estructura laberíntica de la identidad criptográfica femenina. De un lado, este criptograma asentado en la función representativa de la mujer (de la Regenta) en el imaginario burgués, afirma el carácter entrópico y desordenado del ámbito de la sexualidad y, de otro, insiste en la paralización esencial proveniente de la instalación del tedio en la sociedad del XIX. Walter Benjamin recoge las principales características del criptograma femenino, y opta por convertirlo en la alegoría misma de la modernidad porque:

From now on, what "body" could give a "body" to the destructive impulse of an increasingly "feminized" poet, expelled from the great models of paternal filiation and mimicked by his own "depths"? The femenine body, which polarizes the sadistic and perversive impulse of the allegoric look: "For it (allegory) to touch things means to violate them, to know them means to unmask them" (GALLAGHER, 1987, p. 228).

Digamos, pues, que en una primera instancia el criptograma del tedio se resuelve en la imagen alegórica del dispositivo de feminización que, en La Regenta, traslada su función operativa a la descripción detallada, a la morfología precisa de los límites establecidos entre el tedio y la pasión entrópica. Éstos se disponen en el discurso mediante la figura emblemática del espejo en la que la mujer contempla, no sin horror, la prostitución ejercida sobre su cuerpo, ensayada en los extremos de la angustia petrificada del ennui. Ana Ozores contempla reflejado en el espejo el jeroglífico profanado de su cuerpo -que le resulta extraño, ajeno en su propia corporalidad-, en una imagen recurrente: la del fantasma, la del cuerpo femenino (del cuerpo de Ana Ozores) privado de otra realidad que la de la propia ausencia del tedio que actúa en ella como el vacío que la sustrae de su condición sexualizada:

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Una campanada del reloj del comedor la despertó de aquella somnolencia de fiebre; tembló de frío y a tientas otra vez, el cabello por la espalda, la bata desceñida y abierta por el pecho, llegó Ana a su tocador; la luz de esperma que se reflejaba en el espejo estaba próxima a extinguirse, se acababa...y Ana se vio como un hermoso fantasma flotante en el fondo oscuro de la alcoba que tenía enfrente, en el cristal límpido. Sonrió a su imagen con una amargura que le pareció diabólica...tuvo miedo de sí misma…(CLARÍN, 1981, p.p. 353-354).

Hay, pues una voluntad de exhibición del cuerpo femenino transformado en enigma de la relación tedio-pasión. Cuando la existencia prolongada de esta tensión provoca un desajuste en la formación de imágenes de la mujer, queda el dispositivo femenino solamente figurado en el ámbito de lo emblemático, del jeroglífico del tedio, de la vegetación continua experimentada en la precisión simbólica de la muerte en vida; en suma, de la muerte objeto de la meditación del ennui y la vida pulsional -teñida también del abismo de lo incognoscible- objeto de la sexualidad. Esta actitud de concentración vinculante entre muerte y vida, ennui y sexualidad se evidencia, por último, en el dispositivo de feminización que en La Regenta, a la postre, resulta un criptograma indescifrable, un signo textual en constante cambio, una alternativa exiliada en la forma inextricable de la polaridad estatismo-movimiento.

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NOTAS

1. La genealogía de la moral sexual -como instrumento de exploración de la sexualidad- instaurada a raíz del método de análisis foucaltiano insiste en la diferencia que la modernidad establece en el campo nocional al desterrar la sexualidad como verdad ontológica y al incluirla en la categoría de los acontecimientos 'epocales' alejada de la concepción burguesa de la misma, que hizo de ella sustancia, verdad óntica por excelencia: "¿Qué significa esto? Sencillamente que la sexualidad al exponerse como episodio de época y no como universal, deja ya de servir para ocultar la diferencia ontológica y para representarse como equivalente del Ser. La sexualidad deja de revelarse como pura presencia, fondo permanente de nuestros comportamientos y deseos. No es el origen del que se derivarían, como accidentes, como puros suplementos o expresiones, las distintas conductas y representaciones mostradas por el hombre en la diseminación de las culturas y la mudanza de la historia" (Francisco Vázquez García y Andrés Moreno Mengíbar, Sexo y razón (Madrid: Akal, 1997) 29.

2. El desarrollo de los discursos de la sexualidad en el ámbito de la medicina, de la especulación fisiológica encuentra su extensión de los recursos de la verbalización del sexo en la novela -y también de la pseudonovela que pretende ser científica- que, a partir de la segunda mitad de siglo, recoge el auge que en este momento experimentaban las ciencias sociales del comportamiento de la patalogía humana -lo que luego será la moderna antropología- y convierte en especificidad de la sexualidad el texto a través de los detalles más nimios con un protagonismo de lo femenino como objeto de análisis: "Bueno es referirse y recordar, siquiera brevemente, la asociación aún vigente en la época entre lectura de novela y excitación vana de los sentidos, discurso moral (la Iglesia) y médico. (Jean-Françoise Botrél, "Alquimia y saturación del erotismo en La Regenta", en Discurso Erótico y discurso trangresor en la cultura peninsular, op. cit. 110) y más adelante: "Predomina el protagonismo femenino con frecuentes referencias al amor venal y a la alcoba y el naturalismo 'radical' deriva a menudo hacia una dimensión recreativa 'pornográfica'..." (112). La ratificación de la sexualidad como el principal tema de exploración de la novela del XIX nos viene dada por los propios novelistas de la época victoriana -que bien se podría aplicar a la época isabelina y al periodo de Flaubert- que como afirma Susan Ostrov Weisser se encuentran al borde de la obsesión: "The struggle to come to terms with the paradoxical implications of sexual love was particularly pervasive in Victorian culture and literature, as was the question which obsessed nineteenth-century writers, the ways by which women were or were not sexual by 'nature'" (op. cit. 12). Cf. Martha Vicinus, "Sexuality and Power: A Review of Current Work in the History of Sexuality", Feminist Studies, 8 (1982): 133-156; Barbara Harlow, Resistance Literature (Nueva York: Methuen, 1987). De este modo cuenta la burguesía con un cuerpo sexualizado que, naturalmente, se expresa en el discurso literario como foco preeminente de atención: "El sexo no fue una parte del cuerpo que la burguesía tuvo que descalificar o anular para inducir al trabajo a los que dominaba. Fue el elemento de sí misma que la inquietó más que cualquier otro, que la preocupó, exigió y obtuvo sus cuidados, y que ella cultivó con una mezcla de espanto, curiosidad, delectación y fiebre" (Michel Foucault, Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, op. cit. 150). Cf. Rosalind Coward, Female Desires (Nueva York: Grove Press, 1985).

3. La sociedad burguesa funda pues, su conocimiento de la sexualidad en la construcción de una estructura de análisis, en un dominio por conocer que, en definitiva, sostuvo dicho constructo. Cf. Ellen Ross y Rayna Rapp, "Sex and Society: A Research Note from Social History and Anthropology", en Ann Snitow, Christine Stansell y Sharon Thompson, eds., The Powers of Desire: The Politics of Sexuality, Nueva York, Monthly Review, 1983; Don Milligan, Sex-life: A Critical Commentary on the History of Sexuality (Londres: Pluto Press, 1993).

4. Iris M. Zavala ("Arqueología de la imaginación, erotismo, transgresión y pornografía", op. cit.) reconoce la presencia no verbalizada que, a partir de la modernidad, mantiene como una característica propia el discurso sobre la sexualidad -sobre todo la femenina: "Todas estas modalidades diversas pueden localizarse sobre el fondo del campo enunciativo represor del siglo XIX. Si unos enunciados designan los límites (lo que no se debe decir o hacer), otros se pueblan con lo otro, lo no dicho , lo reprimido" (158), y sigue más adelante: "A menudo, y sobre todo en la prosa moderna (desde el siglo XVIII), el erotismo proyecta versiones fantasmáticas de dominio sexual. El cuerpo de la mujer silenciada es el objeto y centro de significados, con frecuencia incluso de agresiones ópticas mediante lentes acromáticas, convergentes, divergentes, de aumento o reducción. O sea, de agresiones escópicas" (157). Cf. Sherry Ortner y H. Whitehead, eds., Sexual Meanings: The Cultural Construction of Gender and Sexuality (Cambridge: Cambridge University Press, 1981).

5. A la mujer se le concede en el siglo XIX el privilegio de la reproducción de la clase social, lo que la priva en primer lugar de una sexualidad alejada del placer excluido de toda funcionalidad, y la acerca a la transgresión de dicha sexualidad meramente reproductora que encuentra sus antecedentes en la Francia del periodo entre las revoluciones de 1789 y 1848: "By the first decades of the 1800s family limitation was already widely practiced. The result was to split sexuality from reproduction and to transform the meaning of motherhood which opened up a far-ranging debate on sexual behaviour, family structure, and the nature of mothering", Claire Goldberg Moses, French Feminism in the Nineteenth Century (Albany: State University of New York Press, 1984) xi.

6. La sexualidad considerada como enigma, como construcción laberíntica nace precisamente en esta época potenciada por la disponibilidad del imaginario burgués en el ámbito de la recurrencia de la instancia sexual. Véanse Sue Cartledge y Joanna Ryan, eds., Sex and Love: New Thoughts on Old Contradictions (Londres: The Woman's Press, 1983); Martha Vicinus, "Sexuality and Power: A Review of Current Work in the History of Sexuality", Feminist Studies, 8 (1982): 133-156.

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7. El ejemplo más claro de este proceso de autosexualización que la sociedad burguesa experimenta es la constante presencia de una seuxalidad desviada, de una lujuria pervertida que impregna cada una de las escenas de La Regenta. Vetusta se convierte, de este modo, en el exponente de una realidad inmersa en una sexualidad desbordada y desbordante, que penetra tanto en los personajes como en los objetos que la plueban. Así lo confirman las palabras de Juan Oleza en su introducción a la edición de La Regenta (Leopoldo Alas, La Regenta, I, op. cit. 60-61): "En gran parte este mundo vetustense está atiborrado de lujuria: la procesión en que desfila la Regenta de nazarena es motivo de una tremenda erotización pública; la escena en que el Magistral asiste a las conferencias de la Santa Obra del Catecismo de los Niños, donde adolescentes e impúberes recitan las lecciones de fanatismo inculcadas a presión en sus mentes, es de una sofisticación morbosa que no encuentra parangón en toda nuestra literatura moderna. Las fiestas religiosas con la consiguiente acumulación de gente en las iglesias, son el punto elegido por toda Vetusta para rozarse, empujarse, entrechocar, mezclarse con una promiscuidad de rebaño enloquecidao por la lujuria". Para una revisión de la sexualidad decadente en La Regenta cf. Noël M. Valis, The Decadent Vision in Leopoldo Alas (Baton Rouge: Louisiana University Press, 1981) 68 y ss.

8. Michel Foucault, Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, op. cit. 150.

9. En Antroplogía desde el punto de vista pragmático de 1798, y véase también del mismo autor la Metafísica de las costumbres de 1796. Cf. a este respecto, Celia Amorós, Hacia una crítica de la razón patriarcal (Madrid: Antropos, 1985); Herta Nagl, ed., Femminismus und Philosophie (Munich: Oldenburg Verlag, 1990).

10. Noël M. Valis (The Decadent Vision in Leopoldo Alas, op. cit. 84) llega incluso afirmar que Ana abusca en sus relaciones con Víctor, Mesía y Fermín de Pas la seguridad de un principio regulador que le permita aunar su fragmentada personalidad: "In all three cases -Víctor, Álvaro, de Pas- Ana attempts to find in a source outside her own inner reserves the sense of security and stability which an unhappy childhood stripped from her. What Ana seeks is a governing principle which will calm and direct the chaos of her soul". Cf. Stephanie A. Sieburth, Reading La Regenta (Philadelphia: Johns Benjamins, 1990) 107; este principio de lo inacabado lo relaciona Jurij Lotman, The Structure of the Artistic Text (Ann Arbor: University of Michigan Press, 1977) con los caracteres móviles que se mantienen siempre en el límite de las fronteras prohibidas, al borde mismo de la fragmentariedad.

11. "The very qualities that make sexuality fascinating in literature also make it ambiguous and unintelligible, however, for it is altogether too obviously a symbol, too psychically individualistic, and yet again, too conventional. A common assumption, in the modern age as well as in the nineteenth century, is that sexuality is 'irrational', and yet we frequently use the language of rationality to discuss and analyse it. Though sex is everywhere, the meaning of sexuality is no easier to locate: indeed, the particularities of its meaning seem to disappear into its very ubiquity" (Susan Ostrov Weisser, op. cit. 2). Cf. Kathy Peiss y Christina Simmons, eds., Passion and Power: Sexuality in History (Philadelphia: Temple University Press, 1988); Nancy Armstrong, Desire and Domestic Fiction: A Political History of the Novel (Nueva York: Oxford University Press, 1987).

12. Véase M. Jeanne Peterson, The Medical Profession in Mid-Victorian London (Berkeley: University of California Press, 1978); Paul Atkinson, en Sara Delamont y Lorna Duffin, eds., The Nineteenth Century Woman: Her Cultural and Physical World (Londres: Croom Helm, 1978); Susan Suleiman, ed., The Female Body in Western Culture (Cambridge: Harvard University Press, 1986); Eve Kosofsky Sedgwick, The Epistemology of the Closet (Berkeley: University of California Press, 1990). Para una revisión de las fuentes primarias de la nueva psicopedagogía del siglo XIX acerca del sexo véase Jean-Jacques Virey, De la femme sous ses rapports physiologique, moral et littéraire, Brussels, Louis Hauman, 1834 y del mismo autor Histoire naturelle du genre humain (Paris: Crochard, 1824); Sir James Y. Simpson, Clinical Lectures on the Diseases of Women (Edinburgo: Adam and Charles Black, 1872); Edward John Tilt, The Elements of Health, and Principles of Female Hygiene (Londres: Henry G. Bohn, 1852).

13. Cf. M. Weber, Economía y sociedad, op. cit. 473-475; A. Mitzman, La jaula de hierro. Una interpretación histórica de M. Weber (Madrid: Alianza Universidad, 1976).

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14. Los discursos que se articulan entorno al sexo están vertebrados por las prácticas clínicas y por un mecanismo científico de racionalización que los convirtió en discursos de la razón -y por tanto, susceptibles de ser analizados científicamente- que transformaron el sexo en sexualidad: "En todo caso, desde hace casi ciento cincuenta años, está montado un dispositivo complejo para producir sobre el sexo discursos verdaderos: un dispositivo que atraviesa ampliamente la historia puesto que conecta la vieja orden de confesar con los métodos de la escucha clínica. Y fue a través de ese dispositivo como, a modo de verdad del sexo y sus placeres, pudo aparcer algo como la 'sexualidad'" (Michel Foucault, Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, op. cit. 85-86).

15. La creación de una esfera de la sexualidad supuso, también, el nacimiento de una esfera de la sexualidad femenina que suscitó el surgimiento de un gran número de obras científicas y, también, pseudoliterarias destinadas a su análisis. Esta esfera propia de la mujer surge en una relación dialéctica con los mecanismos de poder que regulan tanto su aparición como su desarrollo posterior. Sobre este tema, cf. Biddy Martin, "Feminism, Criticism and Foucault", New German Critique, 27 (1982): 3-30; Jana Sawicki, Disciplining Foucault: Feminism, Power and the Body (Londres: Routledge, 1991); Isaac Balbus y Jana Sawicki, en Jonathan Arac, ed., After Foucault: Humanist Knowledge, Postmodern Challenges (New Brunswick: Rutgers University Press, 1988); Nancy Hartsock, "Foucault on Power: A Theory for Women?", en Linda Nicholson, ed., Feminism/Postmodernism (Londres: Routledge, 1990).

16. F. Moreno y A. Mengíbar, op. cit. 20.

17. No sucede de este modo en la novela de la época burguesa que admite la confusión de las esferas religiosas y de la sexualidad que se hace extremadamente significativa en los casos de La Regenta y Madame Bovary. Así nos lo indica el estudio de Francisco García Sarriá (Clarín o la herejía amorosa, op. cit.37) que considera la dualidad entre amor-carnal pagano y amor religioso como el conflicto principal de la novela: "en la medida en que el pesismismo en lo humano se hace más intenso, Clarín se ve llevado, velis nolis, al abandono, o al menos a su remisión a las calendas griegas, de ese sueño de amor pagano que en el fondo constituía, desde el punto de vista cristiano, verdadera herejía, ya que implicaba la superación de la situación surgida del pecado original"; cf. también los comentarios, al respecto de Albert Brent (Leopoldo Alas and La Regenta Columbia: The University of Missouri Studies, 1951 65-68) acerca de una posible frustración sexual del propio Clarín, de Juan Oleza (Leopoldo Alas, La Regenta, I, op. cit. 62, n. 22): "Mucho más correcto nos parece pensar que en la ideología y en la ética de Alas hombre hubo siempre un intento de armonizar sensualidad pagana y ascetismo cristiano".

18. Así localiza R. Sennet (The Fall of Public Man Londres, 1977, cit. en Sexo y razón, op. cit. 27) el nacimiento de una nueva individualidad caracterizada por la "autoabsorción narcisista" y por "un conjunto de prácticas que campea en las sociedades occidentales contemporáneas, obsesión por interrogarse sobre la verdad del propio deseo, de los propios sentimientos, voluntad de escudriñar el propio psiquismo". Cf. A. Rousselle, Porneia. Del dominio del cuerpo a la privación sexual (Barcelona: Península, 1989).

19. "Nunca se habló tanto de las mujeres como en el siglo XIX. Para desconcierto de los más lúcidos, el tema aparece por doquier: en catecismos, en códigos, en libros de buena conducta, en obras de filosofía, en la medicina, en la teología, y, naturalmente, en la literatura: "¿Cuándo se ha legislado más, se ha dogmatizado más, se ha soñado más sobre las mujeres?" Geneviéve Fraisse y Michelle Perrot, eds., Historia de las mujeres (Madrid: Taurus, 1992) 135. Sobre la irrupción del paradigma de lo femenino en los campos de análisis del siglo XIX, cf. Jean Elshtain, Public Man, Private Woman. Woman in Social and Political Thought (Princeton: Princeton University Press, 1981); Joan Scott, Gender and the Politics of History (Nueva York: Columbia University Press, 1988).

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