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ARTÍCULO ON LINE
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Hospital de Inocentes (II) |
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Nombre del Autor: Santiago Montobbio | ||
montobbio@retemail.es |
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Palabras clave: poesía - muy personal - fuerza |
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Minicurrículo: Licenciado en Derecho y Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Profesor de Teoría de la Literatura y Crítica literaria de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED. Publicó por primera vez como escritor en la REVISTA DE OCCIDENTE en mayo de 1988 (Madrid, Nº 84). Estos poemas se incluyeron en "Hospital de Inocentes", al que siguieron "Ética confirmada" y "Tierras" (Francia, 1996). Sus obras en prosa se han editado con frecuencia en EL NORTE DE CASTILLA (Valladolid) por decisión de Miguel Delibes. Ha publicado en numerosas revistas de España, Europa y América, y ha sido traducido a varios idiomas. , |
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Resumo: Estes poemas de Santiago Montobbio fazem parte de seu livro "Hospital de Inocentes", livro que mereceu o reconhecimento de ilustres autores, entre eles Juan Carlos Onetti ("Su libro HOSPITAL DE INOCENTES es muy bueno y de manera misteriosa siento que coincide con mi estado de ser cuando estoy escribiendo") e o de Ernesto Sabato (" Son magníficos"). |
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Resumen: Estos poemas de Santiago Montobbio forman parte de "Hospital de Inocentes", libro que mereció el reconocimiento de ilustres autores, entre ellos el de Juan Carlos Onetti ("su libro HOSPITAL DE INOCENTES es muy bueno y de manera misteriosa siento que coincide con mi estado de ser cuando estoy escribiendo") y Ernesto Sabato ("Son magníficos"). |
SÓLO UN NOMBRE PODRÍA LLEVAR LA DEDICATORIA
Supongo que por ser casi lo
único que estaba abierto los domingos
en el acuario municipal que
están estos días derribando
habíamos pasado no sé qué
desmesurado número de tardes,
y recuerdo cómo sólo llegar
nos dirigíamos
a saludar a tío Alfonso
convertido en un besugo,
aquel besugo afable, exacto a
él y que creíamos
que a la fuerza tenía ya que
conocernos.
EL tiempo del que hablo era
entonces tan extraño
que aún no se habían
inventado
esas modernas variantes de
los parkings
que creo que se llaman
guarderías, y si me esforzara
podría de mañanas y tardes
trazar una prolija geografía
-la catedral y los paseos, la
feria de belenes y de libros,
jardines cerca de las
autopistas o autos de choque
o museos infinitos: calles,
rosas y cuadros
probablemente más hermosos
pero también
un poquitín más aburridos
que el besugo-.
Pero no me interesa y
entonces no me esfuerzo.
Porque más que eso son los pequeños
y diarios infiernos
que salpican lo que se dice
una vida de familia,
ese modo de estar siempre un
cazador oculto y fiero en casa
y los insoportables ritos de
la estupidez y de la histeria
de los que muy pronto tuve
que aprender
a huir íntimamente, para
seguir viviendo,
lo que siempre recuerdo y lo
que me hace pensar siempre
que puede no haber modo más
titánico de ganarse a pulso el cielo
ni oficio más gravoso que el buen
oficio de ser madre
y pensar también que cuando
pienso eso mejor es que me calle
sino quiero acabar enhebrando
una con otra las cursilerías
y más que nada estar
convencido de que si algún día consiguiera
cifrar en un cuadro, en media
página o en cualquier otra
imposible forma del tiempo o
de la música
alguna sombra de mi despedazada
vida
sólo un nombre podría
llevar la dedicatoria.
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EN EL ORDEN QUE PREFIERA
A veces empiezan bien mis sueños,
y entonces
pueden llegar a ser playas de África
o improbables pasajes de avíón
hacia el deseo.
A veces empiezan bien mis sueños,
a veces me recuerdan
lugares que no he visto y en
los que fuimos tan felices,
lugares anónimos, antiguas
cartas, aventuradas huidas
y si hay suerte pueden llegar
a ser incluso
unas cuerdas vocales que
afinan su voz
entre unas piernas.
Porque a veces empiezan bien mis sueños.
Pero otras se despistan, por
lo común se cansan y así
suelen acabar teniendo el
mismo rostro
que la casa Batlló, pues
ociosos y torpes se recuestan
en demasiados bares, en
demasiadas tarde,
estúpidamente llenos de
Rambla Cataluña y Paseo de Gracia,
hasta batiendo palmas los
benditos
mientras ni pueden evitar que
de las gabardinas
del fracaso y del alcohol les
crezcan
abatidos pájaros
que vagamente me recuerdan
a la hirsuta soledad
de la que no he conseguido
salir nunca.
Quizá en esta tierra el
hombre sólo puede amarse y detestarse,
amarse y detestarse,
sucesivamente, en el orden que prefiera.
Pero esta materia da apenas para un cuento,
y además creo que ya Borges
-un fastidio-
escribió mejor de todo esto.
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CATÁLOGO DE ANTIGUEDADES
Besitos y mordisquitos en las
orejitas era lo que escribíamos
al final de unas postales no
tan obscenas como horteras,
también en los hociquitos y
Viva el Mejillón Peludo
cuando las enviábamos a niñas
adorablemente estúpidas
y Gola Pola Amapola qué tal
las misiones en Angola
o de mayor yo también quiero
ser cura
si iban dirigidas al gris
colegio horrible,
besitos y mordisquitos o
cabramozabigote!
en la época de la
continuada borrachera
que un estómago medio buzón
medio prodigio
aún digería, besitos,
mordisquitos y no sé por qué
ahora también recuerdo
ininterrumpidos veranos
y sobre todo a Javier
borracho, cayéndose y cantando
a las seis de la madrugada en
la Plaza Artós,
Javier parando a un
repartidor para enseñarle
cómo en el infantil cuaderno
de dibujo
que alguien había ideado
regalarle a Ana
el elefante coloreado de
amarillo
quedaba superlativamente
cojonudo y fíjese usted,
no me he salido para nada
de los borde, ¿verdad
que a la señorita ha de
encantarle?: besitos, cervezas,
mordisquitos, noches,
desiertos o Javier o la Plaza Artós
en la cara del pobre hombre:
inconcebibles cosas así
son las que me vuelven y las
que tengo que anotar
para cuando tenga tiempo o
ganas de escribir
en falso verso un inservible
catálogo
de antigüedades. Y en los márgenes
del papel
no puedo olvidarme de apuntar
que ya muy al principìo
de una adolescencia extremada
me acostumbré
a coleccionar en los
descosidos bolsillos de mis ojos
huidizas madrugadas, a
coleccionar o robar al tiempo
pequeñas muertes, azúcar de
piernas, adioses,
pañuelos y lunas, pozos,
cuchillos, ternuras
y que esa temprana afición
por las cosas que no sirven para nada
sin duda tuvo la primera y
quizá más grave culpa
de que acabara aceptando
complacido, y sin más,
el convertir en una complet
inutilidad mi propia vida,
muy irresponsablemente
sonriendo ante los infinitos
lo que hay que ver, un chico
de sus posibilidades,
mira que dejar el Derecho
para perder el tiempo
escribiendo versitos, lo peor
es que así
es como acaban comunistas y
ya es lástima
que mi particular ejército
de abuelas
resignadamente recitaba.
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JORGE FOLCH
(1926-1948)
Había suficientes parras en
tus párpados
para dormir al sol, si así
te parecía:
yo sé que sabías eso y
también que yo recorro
las mismas calles que
cruzaste intentando
convertirlas en múltiple
escenario de ti mismo,
las noches que volviste
mosaico de ocios o de sueños,
antiguas piezas únicas
hechas de alcantarillas dominadas,
de cementerios asaltados, un
solo desierto o arco
tensado para extremar, para
extremar en lo posible
y hasta el fin la vida. Y yo
sé, yo te acompaño
o te conozco sabien sobre
todo que quisiste
ser hijo de un pretor de
Tarragona,
llamarte Creso Livio, nacer
de una uva azul
y ser el sátiro y el mago y
varios faunos
y que a través de extraños
poemas sólo tuyos
conseguiste serlo antes que
el agua
a los veintiún años te
negara
la vida y las palabras. (No
sabes cuántas veces
he repasado tus ojos y tus
manos mientras
inútilmente buscaban salir
de la cisterna
ni cómo he maldecido el por
qué no pensaste
que había llovido quizá
demasiado).
Y aunque cuarenta años pasan
como nada
cuarenta forman el estúpido
espacio
que nos separa -cuarenta de
tu alumbramiento
al mío, casi cuarenta de tu
muerte a ahora.
Pero mentirá quien diga
que no nos hemos conocido.
Porque más allá de las ciudades y la sangre,
de verso en verso alguna
vez
se anula el tiempo -o quizá
soy yo, que te recuerdo.
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ESE TÁCITO RITO QUE ME HE
IMPUESTO
Si el hombre tuviera tiempo
de sobras
es posible que hiciera
grandes cosas.
Pero tras su espesa piel el
tiempo alienta
una sutil maraña de trampas
y estrategias;
tras su espesa piel o en su
disperzo puzzle
ocasionalmente brinda adoquín
de besos
para que torpes como
somos
nos demos menos cuenta
de que a través de
ajedreces, adioses,
inutilidades, espera y otros
juego
poco a poco y sin saber
se vaya haciendo teoría
confirmada
el que la vida nos aplasta
(y esto me gusta decirlo con
un verbo que sueña
como un saco de
patatas).
En el momento en que subo en
el ascensor
es una nocturna hora
intermedia.
El espejo adivina el alcohol
y parece decir que tengo aire
de guardar alguna historia
perdida por algún lado del
abrigo
y también varias posguerras.
(Quizá
porque a veces pienso que es
probable
que yo hubiera sido más leve
o más feliz
en la polvorienta Barcelona
de los años cincuenta,
y aunque haya procurado no
abusar nunca
mucho de ellas, este tipo de
imágenes
siempre me atrayeron con
firmeza).
La nostalgia realquilada de
mi cara
va a proyectarse ahora en
otro espejo,
fiel en cumplir ese tácito
rito que me he impuesto
y que consiste en observarme
como un actor retirado
mientras fumo y bebo a solas
frente a la pica del lavabo.
Y para poblar esta habitual
circunstancia
van a cruzarme desamparadas
imágenes
hechas con recalentadas
infancias,
recuerdos o posturas que me
cansaría escribir
pero que si lo hiciera acabarían
entercándose
en intentar explicar por qué
nuestro amor merece
un lugar señero en la anónima
enciclopedia
de las historias ridículas.
Historias que me cansaría
escribir,
con las que perdería el
tiempo.
Porque todo es pasado -no sé
si cierto-,
todo es presente -esta tonta
mancha de polvo-
y además aquí, en el lavabo
de mi cuarto,
sobre este ya como ajeno
rostro ajado
y con tonadilla de tango
sospecho o sé que no he
perdido la vida
(que eso ya sería algo); que
no la he perdido, no,
que estúpidamente sólo la
voy perdiendo
y que tampoco me produce un
especial descanso
el saber que voy a poder
dejar por unas horas
mis canosas miserias en
suspenso.
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VIDA SENTIMENTAL
Demasiados modos de
interpretar la lluvia
ofrecen las películas;
demasiados modos, demasiados ojos
y del todo excesiva esa
facilidad como de postal ridícula
con que a medias entre copa y
cigarrillo
los maquillados gestos de una
imagen
sopesan, tritura, absorben y
administran
distancia de muchacha;
excesiva y también ridícula, eso,
más o menos eso es lo que me
digo
cuando repaso el manual de
adioses de mi vida
y desde él comprendo que es
del todo cierto aquello
de que no suicidarme es algo
que siempre me dio mucho trabajo,
que no suicidarme -ausencia,
clínica y demás patéticos
retratos descobados- en
verdad ha sido para mí
la diaria gran tarea
y que por causa del afónico
equipaje
que ha tenido a bien irme
imponiendo el tiempo
a estas alturas ya sólo podría
doctorarme
con una absurda colección de
vaguedades que intentara hacer ver
a qué ruinosos extremos
puede llevarnos la torpeza
si desde siempre ha dominado
la expresión de los afectos.
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Sobre el autor: |
nombre: Santiago Montobbio |
E-mail: montobbio@retemail.es |
Home-page: [no disponible] |
Sobre el texto: Texto insertado en la revista Hispanista no 14 |
Informações
bibliográficas: MONTOBBIO, Santiago. Sólo un nombre podría llevar la dedicatoria - En el orden que prefiera - Catálogo de anteguedades - Jorge Folch - Ese tácito rito que me he impuesto - Vida sentimental. In: Hispanista, n. 14. [Internet] http://www.hispanista.com.br/revista/artigo101esp.htm |