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Martín Fierro: Icono de la nostálgica nación Gaucha |
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Nombre del Autor: Juan Enrique Dopico Ullivarri | ||
jugair@bol.com.br |
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Palabras clave: José Hernández - Icono Martín Fierro - Nación Gaucha |
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Minicurrículo: Profesor, investigador y cronista. Licenciado en Letras por la Universidade Federal Fluminense - UFF (Portugués/Español y sus literaturas). Pos graduación en Letras: Lecturas de Arte. Máster en Literaturas Hispánicas en 2002. Curso de Iniciacion de Lingua Galega - Xunta de Galícia, Consellería de Educación e Ordenación Universitaria. |
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Resumo: Faz cento e trinta anos que José Hernández trouxe a público El gaucho Martín Fierro e muitos são os críticos literários que o têm analisado: Leopoldo Lugones, Unamuno, Tiscornia, Lyon, Borges, Martínez Estrada, Hughes e muitos outros. Através de fatos históricos e novos conceitos sobre nação e nacionalidade aparece a possibilidade de dar outra interpretação ao poema, uma nova dimensão literária, trazendo-nos a possibilidade de novas perspectivas de análises sem deixar de lado a história – principalmente a do gaúcho – e a intenção da obra: ter presente um ícone, que hoje pertence a três nações. |
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Resumen: Hace ciento treinta años que José Hernández trajo a público El gaucho Martín Fierro y muchos fueron los críticos literarios que lo han analizado: Leopoldo Lugones, Unamuno, Tiscornia, Lyon, Borges, Martínez Estrada, Hughes y muchos otros. A través de hechos históricos y nuevos conceptos sobre nación y nacionalidad aparece la posibilidad de dar otra interpretación al poema, una nueva dimensión literaria, trayéndonos así nuevas perspectivas de análisis sin dejar de lado la historia – principalmente la del gaucho – y la intención de la obra: tener presente un icono, que hoy pertenece a tres naciones. |
Mi contacto con el gaucho de forma bien directa ocurrió, en unas vacaciones, cuando aún tenía 7 u 8 años. Fue en el departamento oriental Canelones. Fueron tres meses inolvidables pasados en la casa de la amiga de los viejos, que se llamaba María. El padre de ésta – d. Varela – era viudo y tenía más dos hijos, todos menores que María. Era la primera vez que trataba con el gaucho, que en realidad ya no era aquel que había existido hasta los fines del siglo XIX, pero esto, en aquella época, no lo sabía. D. Varela estaba de alpargatas, bombacha, camisa de mangas cortas, mostrando fuertes brazos para su edad, piel morocha, pelo lacio, bastante canoso, llevando un pañuelo al pescuezo. Con su hijo Francisco, que tenía 17 años y hacía el último año de bachiller en la ciudad, y que planeaba hacer veterinaria en la capital de la República, aprendí como el gaucho hablaba, ya que él conocía las dos formas: la montevideana y la del gaucho. Aprendí que se decía: “cáir”, “réir”, “óido”, en lugar de caer, reír, oído. En verbos con pronombres, la fonética cambiaba: “empriéstemé”, “hacér-selé”, “dejándo-nós”. Palabras tales como “mamajuana” (damajuana), “escuro” (oscuro), “cuasi” (casi), “mesmo” (mismo), “naide” (nadie). Hay dos palabras que – sin querer – ¡todavía las uso!: “mamajuana” y “haiga” (haya). Por mi papá dedicarse a los caballos de carrera, el intercambio con Francisco – un muchacho gaucho pero letrado en función de su estudio - fue facilitado, pues mi nuevo amigo quería especializarse en estos caballos al llegar a la universidad. Yo tenía al abuelo Nicolita – gaucho del siglo XIX – como confidente, amigo y orientador, el cual me hablaba mucho sobre las cosas del campo, del pasado, de aquellas cosas que para mi eran difíciles entenderlas. Ahora, con Francisco, tenía otro amigo, un gaucho en su propio hábitat. Francisco me llevó a ver mi primera penca, carrera totalmente diferente de las que yo conocía. Fue un tiempo inolvidable, que pasó a hacer parte de mi propio yo. Pasados unos seis meses de esta aventura, el viejo me convida a ir a Buenos Aires, pues íbamos a llevar a Borbollón a correr el Gran Premio Pellegrini. Esta ida a tierras extranjeras me dejó feliz por un lado, al final de cuentas iba a conocer un país diferente, otra habla; por otro lado la impaciencia de conocer lo desconocido me consumía. Al contarle a mi abuelo Nicolita la gran noticia, él tentó tranquilizarme diciéndome que había mucho de parecido entre estos dos países. Después de haber pasado una eternidad de siete días, embarcamos. No hubo ningún problema en el vuelo. El caballerizo y yo fuimos junto con Borbollón. Al salir el caballo del avión para el camión, que iría llevarlo al “stud” donde se quedaría, comencé a darme cuenta que entendía todo: ¡Che, pibe!, ¡Qué hacés vos!, etc. No solamente les entendía, como también hablaban igualito a nosotros. En aquel exacto momento, con mis 7 u 8 años, musité: ¡Me hicieron tomar un avión para cruzar la calle! Pasados unos días, fuimos al interior, o sea, salimos de Buenos Aires. ¡Qué bruta sorpresa tuve: encontré aquí también nuestro gaucho! Lo encontré completo: con sus pilchas, sus costumbres, su habla, su comida y su personalidad. Al volver a Montevideo, fui directo al abuelo Nicola. Entonces él con su infinita paciencia y gran sabiduría, me fue enseñando historia, me fue hablando de gauchos, pero, en realidad, ni todo yo entendía. Al día siguiente, él me regaló un libro – con capa de cuero: El gaucho Martín Fierro, de José Hernández. ¡Lo desayuné, lo comí, lo cené, y cómo lo soñé! Alrededor del inicio del 50, el viejo convida al suegro – el abuelo Nicolita – y a mí para ir a unas cabañas de Brasil para comprar un caballo o una yegua. La visita sería a Río Grande del Sur. Fuimos en coche. Almorzamos en el Chuí del lado Brasileño. El asado – sin lugar a duda – era lo que yo en aquella época llamaba “nuestro asado”. Era exactamente el mismo. El personaje que aquí se llamaba“gaúcho” andaba de bombachas y con todas las pilchas del gaucho oriental o argentino. Seguimos hasta la ciudad de Río Grande, a unos 25 km antes de Pelotas. Ahí, estuve con los gauchos, andando por la campaña, haciéndome amigo de un muchacho macanudo, que me recordó a Francisco. Visitamos a unas tres o cuatro cabañas en lugares diferentes y el gaucho siempre presente con todo lo suyo. A la noche el cantar al compás de la guitarra. En aquel entonces, yo no sabía el portugués, pero les entendía todo. Yo no conseguía entender que un pueblo tan idéntico, con un imaginario tan igual, hiciera parte de tres naciones distintas.
En 52, llego a Río
de Janeiro. ¡Qué lucha fue aprender el portugués! Pero, lo aprendí. En
el liceo me entretenía con los libros de historia -
de Rocha Pombo y Varnhagen. Terminado el preparatorio rumbé
para otros caminos. Pero, nunca me alejé ni de la literatura ni de la
historia.
Cuando en 79, me
encontraba en Inglaterra, haciendo curso de extensión en Química, en la
ciudad de Newcastle, bien hacia el norte, sin querer, por un acaso de la
vida, me encontré con lo que desde niño tanto me gusta. Entré en una
tintorería y una gentil y educada señora me atendió. Después de hablar
con ella me preguntó, en tono de curiosidad, de dónde yo era. Le dije que
de Brasil. ¿Qué idioma hablan?, volvió a preguntar. Le respondí que era
el portugués, pues pensé que su pregunta era solamente por curiosidad de
ver alguien que como yo maltrataba tanto el inglés. Para mi sorpresa, ella
triste me dijo que era una pena. Le pregunté el por qué. Porque – me
dijo – mi hija hace en la Universidad de Newcastle castellano, y está
haciendo un trabajo con el poema Martín Fierro. Mi sorpresa fue tamaña que
la quedé mirando mudo de estupefacción. Pasado el asombro del momento, le
expliqué mi situación: un oriental viviendo en un país hermano – Brasil
- , trabajando en empresa inglesa, la cual me había enviado a su país y a
Newcastle por estar en esta ciudad su sede, y tener convenio con la
Universidad local. Buenos momentos tuvimos nosotros juntos: Martín,
Margareth – hija de la señora – y yo. |
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A partir de 1995,
me dediqué en tiempo integral a Letras. Adquirí conocimiento que no los
tenía. Conocí muchos autores que sufrían de “gauchifobia”, destacándose
Sarmiento. En contrapunto tomé contacto con muchos “gauchifílicos”:
Darwin, Haigh, Francis B. Head, Cunninghame, Arséne Isabelle, Dreys,
Fernando Assunção y muchos, muchos otros. Pero el paradigma del gauchifílico
es José Hernández, que hizo – a través del Martín Fierro – el cuadro
del gaucho tomando las propias imágenes de éste, sin ninguna exageración.
Fue “poeta-pintor”. Sus versos son la pintura, su voz el pincel, su
poema el cuadro, y su cuadro, el gaucho.
Como bien lo ha
dicho Raymond Aron, en su libro Introducción a la filosofía de la
historia: “La historia, en sentido estricto, es la ciencia del pasado
humano. En sentido lato, estudia el devenir de la tierra, del cielo y de las
especies tanto como el de la civilización”. Más adelante, afirma: “Por
definición, toda investigación histórica es retrospectiva”. El presente
artículo está involucrado en lo que Aron llama de “investigación histórica”,
por lo tanto, retrospectiva. En
un viernes – 12 de octubre de 1492 – Colón llega a unas de las islas
Lucayas (o Bahamas). Colón la Bautizó de San Salvador. Él creyó haber
alcanzado las Indias, y como las hallara por el occidente, se llamó
impropiamente al Nuevo Mundo, Indias Occidentales, e indios a sus
habitantes. Para lo que deseo exponer, es necesario un examen de los
tratados entre España y Portugal sobre la división de este Nuevo Mundo, y
las consecuentes dificultades que surgen, muchas de las cuales, terminan en
el siglo XX, como sean los límites entre Uruguay y Brasil, que sólo en
mayo de 1915 fue inaugurado el marco divisorio – con gran solemnidad –
fijando una vez por todas las fronteras. Haciendo una mesa redonda, entre
los historiadores que lanzamos mano para nuestra investigación, encontramos
como punto convergente, sin ninguna contradicción entre unos y otros, el
que trata de los tratados firmados entre estos dos países de la Península
Ibérica: España y Portugal. Historiadores argentinos, brasileros,
orientales y españoles son unánimes en
los contenidos de los tratados entre ambos países. Así, hemos consultado
por: a)
España – Antonio Ubieto (Introducción a la Historia de España) b) Brasil – Rocha Pombo (História do Brasil) Hélio Vianna (História do Brasil) F. A. Varnhagen (História do Brasil) A. Ferreira Filho (História Geral do Rio Grande do Sul) c)
Argentina – Carlos Alberto Floria (Historia de los argentinos) d)
Uruguay – H. D. (Ensayo de Historia Patria)
Pacheco M.
Schurmann (Historia del Uruguay) El primer tratado fue: “La bula Inter Caetera del Papa Alejandro VI otorgó a los españoles la posesión de las tierras situadas a cien leguas al Oeste de los Azores o de Cabo Verde (1493)” (Ubieto).
Al otro año
firmase: “El subsiguiente tratado de Tordesillas (7 de junio de 1494)
ratificó la división del mundo en dos hemisferios: el oriental, portugués,
y el occidental, español. La línea de demarcación entre ambos quedó
fijada a 370 leguas al Oeste del Archipiélago de Cabo Verde”. (Ubieto) En este tratado aparece un
punto dubio, y citaremos la observación de Hélio Vianna: “Também
no tratado de Tordesilhas infiltrou-se um defeito substancial que motivou
futuras complicações: não ficou determinada qual das ilhas do Arquipélago
de Cabo Verde serviria de ponto de partida para a contagem das 370 léguas
que prevaleceram”. Recordemos por otra parte, que al morir el rey Sebastián en la batalla del Alcazarquibir, en África, en 1580, Portugal pasó hacia el dominio español. Este período duró de 1580 hasta 1640. En 13 de enero de 1750, es firmado el tratado de Madrid: “España cedía a Portugal Misiones Orientales, Río Grande y gran parte de la banda oriental a cambio de Colonia do Sacramento” (H.D.). Y, el postrero de los tratados fue el de San Ildefonso, firmado en 1º de octubre de 1777. El historiador brasileño Rocha Pombo comenta: “Por
esse tratado, perdeu a coroa portuguesa, não só a Colônia, como as Missões
Orientais do Uruguai, o território ao norte de Castillos Grandes até a
lagoa Mirim e as vertentes desta, recuando-se a fronteira para o rio
Piratinim, alcançando-se o rio Uruguai somente junto à foz Pepiri-Guaçu,
assim mantendo os espanhóis, como seu exclusivo, o tráfego fluvial do
Prata e Uruguai”. Cada pueblo, tanto el portugués
como el español, tiraba por una punta de la gran sábana, que era América
del Sur, cada uno luchando por intereses propios, donde los tratados entre
ambos o eran desconocidos o ignorados. Y el historiador brasileño Vianna
nos hace esta observación: “(...)
no penúltimo decenio do século XVII, dois pontos bem distantes um do
outro, Santo Antônio dos Anjos da Laguna, S.C., e Colônia do Sacramento do
Rio da Prata, em frente à então Buenos Aires. Toda região intermediária,
inclusive as costas hoje uruguaia e gaúcha permanecia abandonada”. Calculo
yo, que entre un punto y otro – Santa Catalina y Colonia del Sacramento
– están a una distancia de más de 1000 km. Y esa gran área formaba un
gran corredor utilizado por el comercio contrabandista de portugueses, españoles
y criollos. También la margen izquierda del Río Uruguay, en Argentina, hacía
parte de este corredor. En esta área, casi de un millón de kilómetros
cuadrados no hay como separar los influjos “luso-españoles”.
El historiador oriental Fernando O. Assunção en su libro Historia del
gaucho, hace este reconocimiento: “La influencia portuguesa puede
considerarse decisiva, en la formación social, económica y política de
los estados platenses y tiene sus orígenes confundidos con las primeras
etapas de descubrimiento en nuestra América del Sur”. Para hacerle
contrapunto a Assunção, llamo a Rocha Pombo: “A vizinhança das Repúblicas
Platinas determinou que se formasse na nossa província do Rio Grande do Sul
uma população que, pelos costumes e pelo modo de vida não pode dissimular
a influência nela exercida por essa circunstância”.
Nación y nacionalidad
son como si fueran una gran olla de puchero, que muchos ponen su cuchara,
pero pocos, muy pocos, conocen su verdadero condimento. Y, por eso, en su
libro Literatura e identidades
el profesor José L. Jobim observa: “É
importante observar que a própria questão do nacionalismo é complexa,
embora o senso comum busque reduzi-la sempre a uma meia dúzia de slogans.
Quando se fala em nacionalismo, pode-se estar empregando condições
conflitantes e até mutuamente exclusivas”. Por
eso, opiniones como las del escritor, poeta y pensador, Voltaire
(1694-1788), habiendo dejado un legado alrededor de treinta mil páginas
escritas que componen su obra, no consiguió lograr éxito en la tarea. Karl
Marx, que se dotoró en filosofía, afirmó que el nacionalismo es en resumo
una expresión de intereses
burgueses. Hobsbawm en su libro Nações e Nacionalismo observa:
“O dicionário da Real Academia Española, cujas várias edições foram
pesquisadas, com esse objetivo, não usa terminologia de Estado, nação e língua
no seu sentido antes de sua edição de 1884”. Fueron
muchos los que escribieron y tentaron definir nación y nacionalidad. De la
inmensa lista seleccionamos los más retumbantes, que hasta los días de hoy,
son citados como marcos en el desarrollo de estos conceptos: a)
Johann Gottfried von Herder (1744-1803) – El profesor Jobim
nos muestra que Herder defendía el llamado nacionalismo innato.
Herder da énfasis a las características étnicas de un pueblo. Defendía
que la nación es la extensión de una familia, con una sola lengua
compartida, cuya comprensión por un cierto grupo constituía el principio
de nación. Así fue que él afirmó en los fines del siglo XVIII: “Así
como todo pueblo es pueblo, el posee su formación nacional como posee su
lengua”. Sintetizando su idea sobre nación y nacionalidad: una identidad
innata; nacionalidad es una
herencia, que al nacer adquiere el alma del pueblo a que pertenece; es una
familia extendida con un carácter nacional y una etnia propia, o sea, una
comunidad humana definida por afinidades raciales, lingüísticas y
culturales. Aun hoy, sin duda,
vemos huellas de este concepto herderiano: la segunda guerra mundial, el
problema pasado en Yugoslavia y talvez algo más. |
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b)
Ernest Renan – En el día 11 de marzo de 1882, Renan – francés –
presenta en la Sorbonne la conferencia: ¿Lo que es una nación? Esta
conferencia es el contrapunto filosófico a las afirmativas de Herder. Él
llama el auditorio para juntos hacer una análisis, tal vez de una idea
clara, pero traicionera. Explana sobre diferentes sociedades a través de
los tiempos: las grandes aglomeraciones a la manera de China, de Egipto, a
las de los hebreos, de los árabes, los imperios, las comunidades sin
patrias – mantenidas por lazos religiosos, etc. En el día de la
conferencia, Renan afirma: “se confunde raza con nación”. Y cuando eso
se confunde sus corolarios – en efecto dominó – también son
confundidos. Renan sugiere hacer una vivisección, tratar de los seres
vivos, como se trata a los muertos. Muestra que Francia se tornó legítimamente
“el nombre de un país en cuya composición entró apenas una
imperceptible minoría de francos”. Dice
que “el olvido es un factor importante en la creación de una nación”,
¡hay que tomar cuidado con los estudios históricos!, - son un peligro para
la nacionalidad. Es esencial a una nación que todos sus partícipes tengan
algo en común, ¡y mucho olvido!. Francia tiene la gloria de haber
proclamado a través de da Revolución Francesa que una nación existe por
si misma. Renan hace, aquí, esta observación: “No debemos importarnos
que nos imiten. El principio de las naciones es el nuestro”. Él muestra
que la consideración etnográfica no tuvo cualquier participación en las
naciones modernas. Francia es céltica, ibérica, germánica. Alemania es
germánica, céltica y eslava. Italia un popurrí de razas.
Al referirse a la lengua afirma: “La lengua convida al convivo; no
fuerza a esto”. Muestra que los Estados Unidos e Inglaterra, la América Española y España
hablan la misma lengua y no forman una nación. Por otro lado, “Suiza,
también hecha, ya que lo fue por ganas de todas sus partes, posee tres o
cuatro lenguas”. Según Renan, las ganas son una estancia superior. La religión, la parte geográfica, la lengua ayudan pero no
son la esencia. Nación – dice Renan – “es un principio espiritual”,
- que tiene sus raíces en las profundas complicaciones de la historia, una
familia espiritual, no un grupo determinado con los contornos del suelo.
Continúa afirmando que la existencia de una nación es un plebiscito diario.
Para el tiempo presente, siglo XXI, muchas de las ideas de Renan han
caducado. Pero, ni por eso, podemos dejar de reconocerle su maravilloso
trabajo, ni dejar de darnos cuenta de su contribución en este asunto tan
complejo. c)
Benedict Anderson y Eric Hobsbawm – estos dos teóricos son los actuales
pilares del convertido tema: “nación – nacionalidad”. Hobsbawm nació
en Alejandría, en 1917. Su educación se dió en Birbeck College, en la
Universidad de Londres. Anderson nació en China, en 1936. Cursó la
Universidad de Cambridge, estudiando Letras Clásicas.
El libro de Anderson Imagined Comunities. Reflection on the Origen
and Spreed of Nationalism sale en 1ª ed., en Londres en 1983.
En 1989, sale una 2ª ed. ampliada. El libro de Hobsbawm Nation
and Nationalism since 1780 – Programme, myth, reality aparece con su 1ª
ed., en Londres, en 1990. Anderson y Hobsbawm recapitulan sus
principales antecesores. Hacen una análisis – cada uno bajo el enfoque
personal – pero el resultado final es coincidente. Uno y el otro nos
muestran, siendo ellos los primeros a admirarse de que fueron las
comunidades criollas – mucho antes que las de Europa – que desarrollaran
el concepto, que Anderson llama: “nation-ness”, palabra esta que no ha
sido traducida, ni al castellano, ni al portugués. La entiendo como siendo
un sentimiento, que parte de las entrañas, aflorando en todo el ser,
llegando al consciente. Anderson reúne pruebas del fenómeno del nacimiento
del sentimiento de nacionalidad / nación en el criollo. Hago un paréntesis
para decir que en 1939 Carl Yung en el libro Os arquetipos e o
inconsciente coletivo dice, textualmente: “nación se encuentra aun en
la etapa de la identificación inconsciente de la pluralidad del grupo”.
Cuando Anderson expone lo que es nación, en un concepto moderno,
Hobsbawm lo apoya, llamándola de “una útil frase”. Anderson expone que
dentro de un espíritu antropológico, la definición para nación es “una
comunidad política imaginaria”. Ella es imaginaria porque ni mismo los
miembros de las menores naciones conocieron la mayoría de sus compatriotas,
ni los encontraron ni siquiera oyeron hablar de ellos, a pesar que en la
mente de cada uno esté viva la imagen de su comunión.
La definición es antropológica, porque trata del comportamiento del
hombre como miembro de la sociedad, al cual él pertenece, siendo esta
ciencia la que mejor explicaría el fenómeno en discusión: hombre/nación-nacionalidad.
Sintetizando “ella es una comunidad política imaginaria”, porque es la
imaginación que rellena todos los espacios vacíos que ignoramos. Anderson
muéstranos que la “comunidad imaginaria”, nación, posee una fuerza de
cohesión-agregación, más fuerte que otras desigualdades, menos una: la
esclavitud. El
tema Nación/Nacionalidad nos es un tema antiguo. Toma realce al fin de
siglo XVIII e inicio del siglo XIX. Además de ser un concepto nuevo, fue
gestado en el vientre del Nuevo Mundo. Lo difícil es saber cuándo el
criollo tomó conocimiento de este sentimiento nuevo. Anderson ya observara
que es difícil recrear hoy, en imaginación, una condición de vida en la
cual la nación fuese sentida como algo enteramente nuevo. Pero, fue así en
aquella época.
En
1527 Gaboto, a las márgenes del Paraná, obtuvo algunos gramos de plata,
posiblemente provenientes del Perú. Desde aquella época hasta hoy, el Río
Solís pasó a llamarse “Río de la Plata”, a pesar de jamás
encontrarse allí tal metal. Durante todo el siglo XVI las tierras que van
desde el territorio de Río Grande, el Uruguay, Entre Ríos, parte sur de:
Corrientes, Córdoba, Santa Fe; y buena parte de la Provincia de Buenos
Aires no hacían el interés del peninsular, español o portugués. En fin
eran “tierras de ningún provecho”, como ellos decían. Se buscaba ricos
yacimientos minerales, que no existían. Querían indígenas con hábitos
agrícolas, regiones tropicales donde prosperaran cultivos de alto valor en
el mercado europeo, para explotarlos con mano de obra esclava. Nada favorecía
al peninsular: ni la geología, ni el nivel cultural de los aborígenes, ni
el clima del Río de la Plata. Al tanteo, los pocos colonos que se fueron
quedando, poco a poco, fueron encontrando la respuesta a este desafío. De
1576 a 1580 se funda – con dificultad – Buenos Aires, Santa Fe lo fuera
en 1578. Estas regiones por características del relieve, suelos y vegetación
– además del clima – se identifican y son: la Mesopotámia Argentina,
la porción austral del departamento brasileño del Río Grande del Sur y la
tierra oriental. Cuando en 1er de enero de 1680 los portugueses,
en el lado oriental fundan la Colonia del Sacramento, en pleno estuario del
Río de la Plata, incrementan de gran forma el ir y venir de San Pablo (de
San Vicente) hasta las ciudades rioplatenses. En este teatro hombre/naturaleza,
se va tejiendo una trama social, en torno a la explotación de la ganadería.
Probablemente, en el globo, ninguna de las grandes regiones pastoriles, sea
de las sabanas africanas, sea de las planicies de Rusia Occidental, sea los
campos australianos, sea regiones de América del Norte, pueda ofrecer hábitat
tan excepcional para el desarrollo del ganado mayor (vacuno y caballar) que
ofrecía – y aun ofrece – la Pampa verde que a la mirada nos parece
infinita. Son alrededor de un millón de kilómetros cuadrados. Súmese a
ese milagro geográfico, a las condiciones que se superpondrán en el
momento de la conquista, a saber: indígenas locales poco numerosos,
cazadores, seminómadas, muy buenos guerreros, y una muy simple organización
tribal; fauna consumidora de yerbas relativamente poco importantes y sin
ejemplares de gran talla, venados, gamas y ciervos – de los pantanos – y
el avestruz americano, añadiendo el capivara – chancho de agua - , y
algunas especies carniceras que, precisamente, de la escasez de grandes herbívoros
y su natural reserva de alimento, que tenían que disputar con el indio,
representados por el tigre y el puma. Total ausencia de selvas de
significante espesura. El teatro había sido creado para recibir de modo
especial - ¡a la grande! - , al desarrollo de los ganados de talla que habían
traído a nuestra América los conquistadores y colonizadores peninsulares.
Lo que ocurrió, con fantásticas consecuencias, fue una transformación muy
grande del propio hábitat, desde el punto de la flora y, es obvio, de la
fauna. La flora en forma de arbustos, llena de espinos y recia, que eran
mayoría, a los enormes – por su tamaño y dureza – pastizales, fue
depredada y literalmente arrasada por el ganado mayor de peso y volumen, de
pesuñas y vasos fuertes y fue, poco a poco sustituida por un desarrollo
espectacular de las gramíneas, las autóctonas “afinadas” por el
consumo y raleo de los ganados y muchas “importadas” y sembradas con las
deyecciones de los propios animales – en 1627 ya existían solo en Santa
Fe unas 100.000 cabezas de ganado vacuno (1)
-, teniendo a los pájaros como auxiliares en este fenómeno de la
naturaleza, cuyos propios partícipes ayudaron a hacerla más rica. Hubo
mudanzas en la fauna: el ganado mayor desalojó el menor (en tamaño). Los
vacunos trajeron a América una enfermedad desconocida para los herbívoros
autóctonos: la aftosa, la cual diezmó muchos animales, hasta que algunos
comenzaron a desarrollar anticuerpos. Y de esta forma, estaba la gran cuna
formada, con todas las condiciones para que se desarrollase, esta figura que
vendría a ser parte intrínseca pues,
- plagiando a Yung - en los procesos evolutivos, las condiciones de la
tierra, de clima, de los hábitos y de la convivencia accionan sobre el alma
humano y así nace: El gaucho. |
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A
partir de 1555, los vacunos que llegan al área de la gran “Pampa”,
teniendo a Santa Fe como principal “corral” natural son provenientes de
los hermanos Gois, “principales ganaderos de la región de San Vicente (2)..
Los ganados llegados a San Vicente provenían de Cabo Verde, y estos a su
vez, de la Provincia Tras-os-Montes. Eran animales de gran porte, de doble
propósito – carne y leche – fuertes y rústicos. Juntos con los vacunos,
desde el siglo XVI en adelante, el lusitano – o ya, su hijo criollo –
pasó, también a ser parte de esta inmensa área. En el siglo XVII,
encontramos al portugués anclado en pleno estuario del Río de la Plata,
con su “Colonia del Sacramento”. Recibiendo por tierra y agua todo lo
que necesitaba. Y, perdiendo por el camino, ¡muchas semillas!, que los
portugueses calificaban a esta maniobra como contrabando. Pero no había
como cohibirla. En la fragua de la Pampa, portugués y español construyen
con ayuda india un nuevo tipo, un ser híbrido, diferente a su ascendencia.
Crea su propio tipo, su propio vestir, su comportamiento. El indio con muy
escaso aporte sanguíneo, tubo fuerte influencia en usos y costumbres. Las
boleadoras, herramienta del gaucho, tienen su tecnología, su invención en
el indio: el charrúa, el chaná y el pampa, todos las usaban. En el período
del siglo XVI al inicio del siglo XVII, en la Pampa – de las tres repúblicas
actuales – está, ya, presente, el gaucho, que de inicio se denominó
“vagabundo”, en tono peyorativo. Pero, así como tenemos el perro
cimarrón,
ganado cimarrón, diría yo que el gaucho llamado por un grito salvaje de la
naturaleza, a la cual él estaba integrado, haciendo parte de ella, teniendo
un amplio concepto de libertad, fue el más puro de los cimarrones. La
Pampa, los ríos, los pájaros, el viento pampero, los olores, todo –
absolutamente todo – hacía parte intrínseca de este personaje, el gaucho.
Por la mitad del siglo XVII el
gaucho, - que aun no era llamado por este nombre – estaba completo, ya había
pasado de su infancia. Con sus botas de dedo, fabricadas con piel de potro,
sus nazarenas o lloronas, el poncho, el chambergo, el chiripá, el cuchillo
o facón, las boleadoras; además del uso del mate, el recado, la brida y
las sogas; de su fiel compañero amigo, el pingo; el gaucho se encuentra y
se integra en esta inmensidad de la región verde de nuestra América. Por
la calidad de sus tierras, su topografía, de suaves ondulaciones, valles,
cuchillas y quebradas que forman – hechas por la mano de la naturaleza –
“invernadas” y refugios naturales; florestas de tipo achaparrado, de
buena sombra, pero que no ocupa grandes superficies; riqueza hidrográfica,
que salva en cualquier estío. En este privilegiado suelo y su atmósfera,
en este casi millón de kilómetros cuadrados, el personaje – el gaucho
– siente lo que Anderson llama de “nation-ness”. El conjunto hábitat/gaucho
– en sentido tridimensional - , cielo, tierra, la atmósfera, olor, era un
sentido amplio: era el “sentir organoléptico”. El catalizador
era el imaginario integrado a la propia naturaleza. La nación Gaucha
– era más que una comunidad imaginaria – lo era, también integrada “hombre-espacio”.
Varios fueron los factores históricos – y muchas coincidencias – que
tuvieron influencias fundamentales, para que fuese posible el nacimiento de
este pueblo y su nación: a – el casi total desinterés por el epicentro
que constituye este territorio; b- el pobre desarrollo durante el 1º siglo
de su existencia (hasta los fines del siglo XVII) de un puerto y ciudad –
Buenos Aires – que de otro modo debió tener primordial importancia, y,
como consecuencia, de las otras poblaciones del litoral: Santa Fe,
Corrientes; c- la ausencia de poblaciones españolas en territorios que hoy
son Entre-Ríos y la República Oriental del Uruguay, durante ese mismo
siglo XVII; d- la ausencia de poblaciones portuguesas en extremo sur se
explica por las mismas causas (en particular los 60 años de anexión a la
corona de España y los 28 de guerra para completar la independencia). El
gaucho y su nación formaron una amalgama, de fondo patriótico, que era difícil
saber hasta dónde iba uno y comenzaba el otro. Cuando leemos a Ársene
Izabele, Dreys, Darwin, Haigh, Head, Cunninghame tenemos la personalidad, la
cultura y lo social del gaucho dibujado en colores claros. Si nación es una
“comunidad imaginaria” la nación Gaucha lo fue habiéndole que añadir
la total integración hombre-espacio. Mirando el inicio de las
independencias de las naciones en América del Sur que comienza en 1810 por
Argentina, después de varios líos, nuestro personaje comienza a perder su
total libertad. En los postreros 25 años del siglo XIX con el alambrado
masivo, la llegada de los “gringos” trabajadores, y con la nueva era del
“orden a la fuerza” impuesto por los militares, empezara el nuevo período
– cuando aparece el “posgaucho” – y el gaucho, ahora, usa bombacha,
alpargata y la bota fuerte. En realidad, el gaucho se diluye, pierde la
nitidez y van desapareciendo caracteres esenciales del gaucho cimarrón. Es
peón o capataz o domador, - o talvez – un linyera.
En
1871, Hernández llega al Río Grande, más precisamente en Santa Ana do
Livramento. Participó en payadas con gauchos del local (3)
, y según Noé
Jitrik (4),
fue allí que empezó a componer el poema. Después de su estada en Río
Grande, pasa por Paysandú – R.O.U. – y por toda la pampa riograndense y
uruguaya hasta llegar a Montevideo, de donde vuelve a Buenos Aires. La
imprenta “La pampa” publica El gaucho Martín Fierro (2316 versos
octosílabos divididos en trece cantos) en fines de 1872. Y, a la venta
aparece en inicio de 1873. Hoy, analizando la historia de los tres países
involucrados con el gaucho, tengo una visión más amplia del poema de Hernández.
Su significación y lo que representa, entre otras cosas, su realismo estético
que atraviesa los siglos sin perder lozanía; copia perfecta de la realidad
histórica y sensible; una copia exacta, sin deformación voluntaria, sin
ilusión óptica. Porque deformación involuntaria, subjetiva, siempre hay.
Un mismo lugar pintado por diez pintores dará diez versiones con variantes,
aun que todos ellos se hayan propuesto a reproducirlo fielmente. Hernández,
en su poema, pinta el gaucho y su historia, nacimiento, muerte y
transfiguración, con todos los colores del realismo literario. Aprisionó
en su poema toda una época de la nación gaucha y dio estética a un tipo
humano destinado a desaparecer: el gaucho. Lo mostró como era, con sus
virtudes y sus defectos. No lo idealiza, como tantos hicieron. No lo
idealiza, pero es manifiesta su simpatía por la forma que lo trata y en
cada pincelada, con gran admiración, Hernández pone lo mejor de si,
preguntándose siempre si podría hacer mejor. Martín Fierro no solo
encapsuló un momento histórico de una nación, como las obras de auténtico
realismo, como también es documento lingüístico y social de valor
inapreciable. Nadie como Hernández ha empleado con mayores fidelidad,
felicidad y maestría, el habla de esta nación, sus costumbres y su filosofía
de vida. Pintó y perpetuó contra cualquier olvido un fiel retrato. Que
tiene mucho de vida, como de nostalgia de un momento que nunca más volverá
de este hombre gaucho-cimarrón y su espacio. Al aparecer el poema, impreso
en 1872 y puesto a la venta en enero de 1873, el Poeta ya no se llama José
Hernández. Ahora es, por simbiosis, Martín Fierro. Él recoge del campo
– con todos sus componentes – los materiales que organiza en orden
harmoniosa, para que en forma definitiva, en un momento histórico perenne,
pinte a ese que lo llamamos: el gaucho. Hay varias novedades en el Poema.
Por primera vez el autor sede su papel de narrador al protagonista. En la
poesía gauchesca esto no había ocurrido nunca. El autor se identificó con
el propio protagonista. No era preciso que Hernández pusiera cosas de su
vida en el poema, él había dado vida al gaucho Martín Fierro, que habría
de crear el poema. La transmisión es directa de Hernández a Martín Fierro,
porque no tiene si no la vida que se le dio, tiene que verter, mediante los
recursos del arte, vivencias ciertas y no imaginadas. En su carta a los
lectores, José Hernández puso lo que él llamó “cuatro palabras de
conversación”, en la 1ª ed. de La Vuelta de Martín Fierro: “El
gaucho no aprende a cantar. Su único maestro es la espléndida naturaleza
que en variados y majestuosos panoramas se extiende delante de sus ojos.
Canta porque hay en él impulso moral, algo de métrico, de rítmico que
domina en su organización, y que lo lleva
hasta el extraordinario extremo de que todos sus refranes, sus dichos
agudos, sus proverbios comunes son expresos en dos verbos octosílabos
perfectamente medidos, acentuados con inflexible regularidad, llenos de
armonía y de profunda intención”. Por estas pocas líneas de su
carta, veo lo difícil – mejor dicho, lo imposible – que es distinguir y
separar cuáles son los pensamientos originales del Poeta y cuáles fueron
encontrados en las fuentes populares. Hernández hace modificaciones
radicales, en comparación a la llamada poesía gauchesca: no se habla de
patria, como en sus antecesores, ni de libertad. Él pinta y pone moldura un
cuadro nostálgico, de algo que su inconsciente capta y que su consciente no
quiere aceptar: el gaucho es un recuerdo. Es triste, muy triste cuando un
ente querido es consumido de forma irreversible por alguna circunstancia
corrosiva y que lo perdiéramos para siempre. Hay vida aun, pero no hay
esperanza. ¡Es difícil para el consciente aceptar! Mucho más difícil
todavía aceptar, que aquel pueblo gaucho, - en total libertad de acción,
haciendo parte intrínseca de su propio territorio – el que Hernández
aprendió a admirar, amar y hacer parte de él esté a un paso de
desaparecer. |
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Martín Fierro
encarna el gaucho, a su pueblo, a su nostálgica nación en un presente,
invocando al nostálgico pasado, perpetuando su ser y su espacio. “¡Ah
tiempos! ... ¡si era orgullo Ver
ginetiar un paisano!” (Ida, 181-182) “¡Ricuerdo!
... ¡Que maravilla! Cómo
andaba la gauchada” (Ida, 205-206) “¡Y
qué jugadas se armaban Cuando
estábamos riunidos” (Ida,
235-236) “Venía
la carne con cuero, La
sabrosa carbonada” (Ida, 247-248) Un
artista puede ser definido por los medios expresivos elegidos, sean palabras,
sones o imágenes, de tal forma, con tal potencia cognoscitiva, de modo a
decir con exactitud lo que decir. Él es sentimiento. Un gran artista, además
de eso, tiene el don – como una pitonisa – de captar en el aire del cual
nadie todavía no tiene o del cual jamás tendrá conciencia. O sea, “El
Artista” – con mayúscula – es también presentir, intuir. Cuando José
Hernández pinta su cuadro, podemos – a la gaucha – clasificarlo: Un
Artista. El Artista lanzó mano de dos tipos de imágenes literarias: la
representativa y la de relación. La representativa es la que hace aflorar
los sentidos sensoriales. En otras palabras, describen los objetos refiriéndose
directa o indirectamente a sus cualidades. La de relación es aquel recurso
literario por el cual aludimos o definimos un objeto, sustituyendo la
expresión directa de sus cualidades por la expresión de sus relaciones con
otros elementos de igual o diferente especie. Ambas imágenes,
representativa y de relación, pueden o no, contenerlas juntas. Y, así, por
ejemplo: “Pero
no aguardaron más, y
se apiaron en montón. como
a perro cimarrón me
rodiaron entre tantos; (Ida,
1337-40) La expresión “perro cimarrón”
constituye una imagen de relación-metáfora. El gaucho crea imágenes de su
ámbito natural. En su mundo íntimo, olfatea su pampa, conversa con las
estrellas cuando la noche se acerca y su negro poncho del cielo tiende con
una riqueza imaginativa y de resonancias profundas, dignas de los mejores
literatos de todos los tiempos. Hernández merece ser llamado de Artista,
siendo su cuadro la demostración inequívoca de su potencia cognoscitiva.
¿Por qué un
icono? El gaucho al inicio del siglo XVII, ya posee casi todas sus formas,
llegando a su resplandor a mediados del siglo XVII hasta la primera veintena
del siglo XIX. Y, como gaucho cimarrón, desvanece lentamente a partir de
1820 y al llegar en el 1875 (año del impulso del alambramiento en la pampa)
fenece casi que por completo. Cuando el gaucho se está retirando de la
historia, en 1872, Martín Fierro ocupa el territorio de éste – con sus
casi un millón de kilómetros cuadrados – y canta por toda la nostálgica
nación Gaucha. Martínez Estrada en su libro Muerte y transfiguración
de Martín Fierro comenta: “Ni historia, ni leyenda, ni tradición, ni
forma alguna de la literatura popular subsisten una vez que se ha difundido
el poema. Todo se olvida, recordándoselo”. ¿Lo que nos dice este
“poema plus ultra novelado”? ¿Cuáles son sus imágenes? El gaucho a
caballo que goza de una libertad inimaginable, su vestimenta holgada de
simple chiripá, calzoncillos y poncho, la bota de potro, y las espuelas
nazarenas o lloronas; armado de facón, lazo y boleadoras, que son su
capital activo; el pingo y sus arreos. Teniendo en seguida que añadir: la
forma sintética de hablar, su idioma recio y sonoro, sus dichos, sus
refranes. Pero aun me veo lejos de la realidad trasmitida por la obra de
Hernández. Martín Fierro sale del pueblo gaucho hacia la celulosa, y de
esta – en rebote literario – es devuelto a su pueblo: nace su icono.
Pocas, muy pocas obras han conseguido tal hazaña. Hernández ha estampado
la frase hecha, la sensibilidad del gaucho, sin exagero.
Se puede decir que Hernández bebió, como nadie, en las fuentes riquísimas
del gaucho, principalmente por serlo, secundariamente por conocerlo y tener
orgullo de eso. Martín Fierro no es icono de esa nostálgica nación por
tener record en ventas, en 1874, en toda la pampa; tampoco lo es por su
Obra ser comentada por la crítica mundial: desde de Hughes, Unamuno,
Holmes (Herwy), Borges, Eneida Sansone, Martínez Estrada, hasta los nuevos
aficionados, como es mi caso; Martín Fierro es un icono, porque representa
en su todo al gaucho cimarrón y su espacio. En el cuadro no hay exagero,
hay realidad. Para el pueblo de las partes que formaban la nostálgica nación
Gaucha, estas ahora pertenecientes a Argentina, Brasil y Uruguay, el hecho
de transmitir el Martín Fierro a sus hijos “es como poner la mano
sobre el pecho abierto de la patria, sentir en vivo y en caliente el latido
de su corazón” (5).
Creo que he
reunido pruebas para afirmar: Martín Fierro: Icono de la nostálgica
nación Gaucha. |
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Notas: (1) ASSUNÇÃO, Fernando O. Historia
del gaucho. Buenos Aires: Editorial Claridad,
1999. 338 p. (2) ibid. (3) LUDMER, Josefina. O gênero gauchesco: um tratado sobre a pátria. Trad.: Antônio Carlos Santos. Chapecó – SC: Editora Argos, 2002. 309 p. Tradução de El género
gauchesco: un tratado sobre la patria. (4) JITRIK, Noé. José Hernández. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1971.
114 p. (5)
ASSUNÇÃO, Fernando O. Historia del gaucho. Buenos
Aires: Editorial Claridad,
1999. 338 p. |
Sobre el autor: |
nombre: Juan Enrique Dopico Ullivarri |
E-mail: jugair@bol.com.br |
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Sobre o texto: Texto insertado en la revista Hispanista no 13 |
Informaciones
bibliográficas: DOPICO ULLIVARRI, Juan Enrique. Martín Fierro: Icono de la nostálgica nación Gaucha. In: Hispanista, n. 13. [Internet] http://www.hispanista.com.br/revista/artigo110esp.htm |