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ARTÍCULO ON LINE
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COMUNIDAD AFROECUATORIANA DE CONCEPCIÓN - Un proceso de Cambio Cultural –[i] |
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Nombre del Autor: Henry Medina Vallejo | ||
henrymedina@andinanet.net |
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Palabras
clave: Afrolatinos
- Cambio Cultural - Ecuador |
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Minicurrículo: Estudió arquitectura y urbanismo en la Universidad Central del Ecuador. Es Licenciado en Antropología Aplicada y Diplomado Internacional en Ecología Social. Ha publicado “Los Chachis: supervivencia y ley tradicional”(1992), “Comunidad Negra y Cambio Cultural”(1996), y es coautor de los libros “Etnografías Mínimas del Ecuador”, “Manejo de Recursos en el Bosque Tropical: lecciones aprendidas”, “Humedales de Esmeraldas y Manabí” y “El Negro en la Historia del Ecuador: esclavitud en las regiones andina y amazónica” (1996-1999). Actualmente apoya una tesis de licenciatura en sociología denominada “El Movimiento Negro en Quito y su lucha contra la discriminación”. Trabaja como consultor social independiente para agencias de cooperación internacional y ONGs. |
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Resumo: O vale interandino do Río Chota-Mira, no Equador, constitui o lugar de assentamento de um importante povoado afrodescendente, dono de uma singular história e de tradições que enriquecem a grande diversidade cultural equatoriana. As transformações sociais e culturais experimentadas pelas comunidades da paróquia Concepción, neste vale, particularmente a partir da implementação do processo de Reforma Agrária (1964, 1972), constituem o tema central do presente estudo, que não descuida de um enfoque histórico, um proceso que se iniciou com a chegada dos primeiros escravos negros à zona no século XVII. |
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Resumen: El valle interandino del Río Chota-Mira, en Ecuador, constituye el lugar de asentamiento de una importante población afrodescendiente dueña de una singular historia y de tradiciones que enriquecen la gran diversidad cultural ecuatoriana. Las transformaciones sociales y culturales experimentadas por las comunidades de la parroquia Concepción, en este valle, particularmente a partir de la implementación del proceso de Reforma Agraria (1964, 1972), constituyen el tema central del presente estudio, que no descuida un enfoque histórico a un proceso que se inició con el arribo de los primeros esclavos negros a la zona en el siglo XVII. |
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1.
UNA HISTORIA DE HACIENDAS Y ESCLAVOS
La
presencia negra en la actual jurisdicción de la parroquia Concepción se
remonta al siglo XVII, época en que los jesuitas –propietarios
de 8 haciendas cañeras en el valle del Chota–Mira- y estancieros y
hacendados particulares deciden buscar alternativas para activar su
producción ante la progresiva disminución de la población indígena. Los
rigores del trabajo en las plantaciones de vid, olivos, algodón y caña
de azúcar, los malos tratos, la resistencia india,
presiones por la tierra y el agua, y el clima malsano del Valle del
Coangue (“el Valle de Sangre”) determinaron una fuerte caída de la
población local que llevó a estancieros y hacendados (laicos y jesuitas)
a decidirse por la introducción de esclavos negros de origen africano.
En
el Ecuador, la esclavitud como institución legal fue abolida por la
Quinta Constitución, promulgada en 1854 durante la presidencia del
General José María Urbina. Sin embargo, sólo unos 10 años más tarde
todos los esclavos habían accedido a la libertad y sus amos a la
consiguiente compensación.[ii] Abolida la esclavitud, los negros de la Cuenca del Mira cayeron víctimas de nuevas formas de servidumbre, similares a las que se implementaron para someter a la población india: después de recibir su compensación, los patronos emplearon a sus antiguos esclavos por salarios de miseria, y así, estos últimos, se vieron lentamente envueltos en deudas impagables que inclusive se transmitían de generación a generación.[iii]. Los peones negros vivieron en las haciendas como huasipungueros[iv] hasta la puesta en práctica del proceso de Reforma Agraria, ley promulgada, en su primera versión, en 1964. La desaparición de la esclavitud como institución significó el inicio de un proceso de campesinización que marcaría definitivamente otros derroteros en la vida social, económica y cultural de la población negra. |
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2. CONCEPCIÓN: Siglo XX 2.1. La disolución de la Hacienda Tradicional Controvertidas
en sus contenidos y alcances, las Leyes de Reforma Agraria (1964, 1972)
tuvieron como objetivo central posibilitar una modernización de la
agricultura, eliminando las formas precarias de trabajo y permitiendo un
mayor desarrollo del capitalismo en el país a partir de la producción de
insumos industriales y la ampliación del mercado interno. Éstos tenían
que pasar por la desaparición de la hacienda tradicional, el
fortalecimiento de las empresas agrarias y la ampliación del trabajo
asalariado.[v] De
acuerdo a datos del Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización
–IERAC-, por concepto de Liquidación de Huasipungos se entregaron en la
parroquia Concepción, desde 1965 hasta 1968, 191.9 hectáreas a un total
de 158 beneficiarios. El promedio general de superficie de las tierras
adjudicadas a los ex-huasipungueros de las haciendas La Concepción, Santa
Ana, La Loma y Chamanal no alcanza a las 2 hectáreas, extensión muy reducida para satisfacer las necesidades de supervivencia
de las unidades familiares. El
valor de la tierra, especialmente en zonas de pie de monte, se multiplicó
enormemente, y a pesar de que la dotación de una parcela significó un
alivio para la precaria economía de las familias de ex -huasipungueros,
ésta resultó insuficiente para la subsistencia familiar y para dar
empleo a todos sus miembros. En treinta y cuatro años ya prácticamente
no hay tierra que repartir y las fincas no tienen capacidad para absorber
la mano de obra. La
Concepción, parroquia del cantón Mira (provincia del Carchi), se
encuentra ubicada en la cuenca del río del mismo nombre, a una altitud de
1.475 m.sn.m. En esta parroquia, habitada en su gran mayoría por población
negra, viven alrededor de 4.285 habitantes, de los cuales 2.231 (52.1%)
son hombres y 2.054 son mujeres (47.9%)[vi],. Actualmente, la mayoría de la población se dedica a actividades agrícolas en parcelas cuya extensión es reducida. La ganadería no existe como actividad económico–productiva de subsistencia: algunas familias poseen bueyes para arar las tierras de cultivo y unas cuantas vacas para cría, así como también caballos, mulares, o asnos para la movilización y apoyo de las faenas agrícolas. Varias personas tienen cabras, cerdos y aves de corral, animales dedicados al consumo doméstico y ,eventualmente, a la comercialización en el lugar. |
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2.2. Tradición y Modernidad en Concepción En
gran medida, en la zona de Concepción, como en el resto de la Cuenca del
Mira, la forma y condiciones de existencia de la población negra
estuvieron determinadas en su desarrollo – o al menos, fuertemente
condicionadas- por la existencia de la estructura piramidal de poder
característica de la hacienda, lo cual no posibilitaba autonomía en múltiples
aspectos de orden económico, político, social y limitaba
considerablemente las posibilidades de cambio. A esto se podía agregar la
escasa vinculación e interrelación poblacional existente con respecto a
los centros urbanos más próximos y el desinterés estatal por apoyar
efectivamente a estos grupos campesinos en sus reivindicaciones y
necesidades sociales básicas. La
precaria economía de la población, consecuencia directa de su condición
de fuerza de trabajo explotada y sometida al poder hacendatario, y su
reducida vinculación o articulación a la dinámica de la sociedad
nacional, constituyeron importantes factores para la conservación por
mucho tiempo de tradiciones culturales que tiene que ver con formas y
sistemas productivos, estructuras familiares, relaciones intra e
intergrupales, hábitos de alimentación, vivienda, vestido, recreación,
religiosidad y festividades, usos lingüísticos, etc. Esta
“permanencia cultural” –relativa, por cierto–, pues a través del
tiempo fueron produciéndose transformaciones, resultó alterada
significativamente con la disolución de la hacienda tradicional y la
nueva condición de propietarios de la mayoría de los campesinos, a
partir de una posterior y notoria acción del Estado – especialmente
como ente generador de servicios sociales – y una gran integración
a los circuitos de mercado tanto comercial como laboral. En
tiempos de la gran propiedad, los exiguos ingresos económicos de los huasipungueros únicamente permitían una dieta
alimenticia basada en producción obtenida de sus pequeñas parcelas, el
trueque, y algún producto que esporádicamente se podía comprar en la
zona o, muy eventualmente, en la ciudad de Ibarra. Las
chozas de bahareque, y las de “paredes de mano” (hechas en base de
barro, sin carrizo[vii]),
fueron las viviendas características de los huasipungueros, e inclusive
de algunos pequeños propietarios; en ella no había lugar sino para un
equipamiento mínimo, fabricado generalmente por los usuarios a partir de
materiales de la zona. En aquellos años, los poblados negros constituían
conglomerados desordenados de chozas ubicadas en el perímetro de la
hacienda, no disponía de agua entubada – peor potable -, tampoco de
energía u otros servicios básicos, en algunos caseríos existían
escuelas unidocentes funcionando en precarias condiciones, y sólo se podían
acceder a ellos a través de caminos de tercer orden o utilizando el
ferrocarril Ibarra - San Lorenzo.
Para
las tareas agrícolas, en las cuales participaban también las mujeres y,
en ocasiones, los niños, se empleaba únicamente la energía humana,
herramientas como palas y zapapicos, y los bueyes para el arado. No existía
mecanización alguna y tampoco se utilizaba abonos químicos, fungicidas o
insecticidas de ninguna clase. La
producción en el huasipungo se orientaba fundamentalmente al autoconsumo
de la unidad doméstica, generando escasos excedentes que podían
destinarse a la comercialización o al intercambio: en estas
circunstancias los contactos
con los centros urbanos estaban limitados a eventuales ventas de pequeñas
cantidades de ciertos productos (frutas y tubérculos, básicamente) en
las ferias semanales, y a salidas para efectuar “diligencias” que
requerían de la presencia de los trabajadores en la ciudad. En
la hacienda, las mujeres de los huasipungueros participaban activamente en
las tareas del trapiche como “empapeladoras”, es decir envolviendo en
hojas de plátano los atados de panela que iban a ser vendidos fuera de la
gran propiedad; algunas eran destinadas al servicio doméstico en la casa
de la hacienda y a veces en la residencia del patrón en la ciudad. En el
campo hacían las labores de deshierbe y el denominado “pateo” o sea
circular vigilando los campos de la hacienda: estaban sometidas, igual que
los hombres, a las tareas asignadas y a un salario similar. Los niños
varones eran articulados al trabajo a partir de los trece años de edad y
ganaban un salario mínimo: se ocupaban en arrear carreteras, en hacer
montones de caña cortada destinada a la molienda. Después de tres o
cuatro años de este aprendizaje pasaban a la categoría de peones,
incorporándose a las labores de cualquier trabajador.[viii] Las
fiestas más importantes de los caseríos negros se celebraban en honor al
santo patrono y a la Virgen: en esas ocasiones la población participaba
en actos religiosos (misas, novenarios) con mucho fervor. La fiesta del
pueblo constituía, a la vez, una buena oportunidad para divertirse
bailando al son de melodías interpretadas por bandas musicales
contratadas en pueblos de blanco – mestizos y por los “conjuntos de
bomba”[ix],
y también para reforzar lazos de amistad y parentesco. El fervor
religioso, significativo en la mayoría de la población, se manifestaba particularmente en las celebraciones de Semana
Santa, Cuaresma, Día de Difuntos y Navidad. Por
aquellos tiempos, las fiestas familiares se limitaban a ciertas ocasiones
muy especiales (v, gr, matrimonios, bautizos): aquí, después del rito
religioso, se festejaba con comida, aguardiente, música y bailes
tradicionales. Prácticamente no se conocían las fiestas por cumpleaños
u otros motivos distintos a los ya señalados. Con
relación a las unidades domésticas puede decirse que aunque existían
ciertas tendencias a la formación de familias nucleares, la modalidad
familia ampliada tenía mayor
presencia. La formalización de los lazos conyugales, a través de la ley
civil y/o el matrimonio eclesiástico, siempre tuvo mucha importancia para
el negro norteño, a pesar de las inevitables excepciones. En este
sentido, la “unión libre” nunca fue bien vista por el conglomerado
social; de igual manera, la procreación de hijos al margen del matrimonio
(“hijos naturales”) y el abandono del hogar por parte de hombres
casados. Las posibilidades de establecer relaciones afectivas entre el
hombre y la mujer estaban bastantes restringidas debido a un gran control
de parte de los padres hacia las hijas, lo cual impedía una comunicación
libre y espontánea. Las
normas de la Iglesia Católica con relación a la planificación familiar
(condena al uso de métodos artificiales de contracepción, específicamente)
eran aceptadas prácticamente por la totalidad de parejas muchas de ellas
procrearon una numerosa prole, a la cual resultaba muy difícil mantener. En
la transmisión de conocimientos e inculcación de valores y
comportamientos sociales a niños y adolescentes el peso de una tradición
de siglos, en la cual el papel de los padres y abuelos fue preponderante,
se constituyó en decisiva para la conformación de la personalidad de los
individuos y en particular para quienes no llegaron a experimentar las
influencias de la educación escolarizada. Todavía la cultura oral
manifestaba una fuerte presencia con relación al proceso endoculturativo
vigente en la zona. Por
otra parte, las perspectivas sociales con relación a una futura forma de
vida se reducían a las
limitadas posibilidades ofrecidas por las haciendas y caseríos: para la
gran mayoría de jóvenes no se presentaban otras alternativas viables que
las de asumir el mismo modus vivendi de sus progenitores, familiares y
coterráneos –como trabajadores de hacienda-, o emigrar a las ciudades
en busca de trabajo. Las
precarias condiciones de vida de los huasipungueros estimularon la
pervivencia de la reciprocidad y ayuda mutua, como eficaces y necesarios
mecanismos orientados a resolver los problemas, necesidades y limitaciones
planteadas por una dura cotidianidad: esto fue particularmente
desarrollado al interior de los grupos de parentesco sanguíneo y ritual. A primera vista, y de manera superficial, bien podría pensarse que en la
Concepción de hoy, y sus caseríos, nada o casi nada queda de lo que antaño
–vale decir hace unas 3 o 4 décadas- constituyeron elementos y
manifestaciones culturales propias y diferenciadas del pueblo negro que
por siglos laboró en las grandes haciendas cañeras y agrícolas de la
zona. Por ejemplo: las típicas chozas de bahareque y paja de caña o de
“paredes de mano” han desaparecido, para dar paso a construcciones muy
similares –sino idénticas- a las observadas en otras zonas rurales de
la sierra norte; el tradicional vestido de la mujer negra(pollera, blusas
de colores vistosos, pañuelos de cabeza, collares de cuentas, pañolón
para los días fríos) ha quedado relegado al uso de unas pocas mujeres
de edad avanzada, y la gran mayoría de hombres y mujeres de edad
avanzada, y la gran mayoría de hombres y mujeres –jóvenes,
especialmente- visten ropas similares a las que usan la mayor parte de los
ecuatorianos. Los
caseríos tienen ahora, cierto trazado urbano y alguna infraestructura
social inexistente en tiempos de las viejas haciendas (v. gr. escuelas
prefabricadas, energía eléctrica, agua entubada); la cabecera parroquial
– en su trazado urbano, construcciones y servicios básicos- se asemeja
a otros pueblos del país. Muchas familias han incorporado a su
cotidianidad el uso de artefactos tales como cocinas a gas, televisores,
equipos de sonido o radio - grabadoras; se consumen alimentos, bebidas y
otros productos industrializados antes fuera del alcance de la gran mayoría
de la población. Casi no existen analfabetos –el pueblo de Concepción
cuenta inclusive con un colegio de ciclo básico -; hay un buen nivel de
escolaridad y algunos individuos han alcanzado un alto grado de formación
académica (estudiantes y profesionales universitarios). Con
el transcurrir del tiempo ciertos cultivos destinados a satisfacer la
dieta tradicional, tales como la yuca, el camote, el plátano, casi han
desaparecido (el área dedicada actualmente a éstos es insignificante) y
las tierras se dedican hoy a cultivos comercializables, principalmente
tomate, fréjol[x]
y maíz. Las familias campesinas se han incorporado así, a una economía
monetarizada que depende en gran medida de los vaivenes del mercado. En
la actualidad, los concepcionenses deben vender casi toda su producción
para acceder a los alimentos y bienes que ellos no producen: el antiguo
mecanismo del trueque ha sido ya olvidado, quedando apenas uno que otro
“rezago” de esta práctica cotidiana en tiempos de la gran hacienda.
La producción orientada al mercado, si bien genera buenos réditos en
temporadas de precios altos, también obliga a los campesinos a la
utilización intensiva de insumos industrializados (abonos químicos,
fertilizantes, insecticidas, especialmente en el caso del tomate)
anteriormente no usados en el cultivo parcelario. En este sentido, el
ritmo de las modalidades del trabajo agrícola han cambiado: los tomateros
de Concepción dedican hoy mucho de su tiempo y esfuerzos a labores
culturales de riego, fertilización del suelo, control fitosanitario, etc. Sin
duda la integración de los circuitos del mercado, tanto comercial como
laboral (en éste último caso por parte de quienes buscan trabajo
temporal en el ingenio azucarero de Tababuela o en ciudades como Ibarra y
Quito) ha determinado una gran movilidad
poblacional, antes desconocida en la zona. El constante ir y venir,
hacia y desde los centros urbanos es ahora una práctica cotidiana que
evidencia la gran dependencia económica a que está sometida la población
y constituye a la vez un importante referente de explicación a cambios
culturales que últimamente se han producido en esta zona. En
las ciudades se adquieren, paulatinamente, otros hábitos y
comportamientos sociales que se trasladan a los pueblos y caseríos de
origen. Con el tiempo, estos hábitos y comportamientos se difunden y
asimilan en el ámbito general, llegando a formar parte de la cotidianidad
familiar y social, como ha sucedido –por ejemplo- con nuevos
productos de consumo alimenticio, útiles de aseo personal y adorno, ropas
y modas, equipamiento doméstico, formas rituales de festejar fiestas de
cumpleaños, bodas y bautizos, y nuevas modalidades de entretenimiento
familiar (radio y televisión básicamente). Los requerimientos de dinero
para solventar las nuevas necesidades son mayores ahora y la vida y
perspectivas sociales, en general, de han tornado más complejas. La asimilación de nuevas costumbres, hábitos, ciertas formas de mirar la vida y la vigencia de nuevas condiciones de subsistencia podrían conducirnos a creer que en lo que en términos antropológicos es conceptuado como rasgos característicos de una “cultura tradicional” han desaparecido por completo en esta zona, o que apenas quedan ya escasas manifestaciones “no relevantes” en función de la estructura y dinámica sociales. Sin embargo, y a pesar de los evidentes cambios que pueden ser detectados, perviven aún entre la población negra manifestaciones y rasgos particulares que conforman parte importante de una tradición cultural de siglos. Resistiéndose a desaparecer, a despecho de las nuevas condiciones de vida y de las influencias externas e inquietudes internas, la música tradicional negra constituye un buen ejemplo de lo afirmado. |
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2.2.1 La “Bomba” sobrevive... Desde tiempos inmemoriales, que se remontan a la esclavitud en la hacienda cañera, el negro de la sierra norte encontró en la música y el baile un medio eficaz para recrear, quizás de manera inconsciente, la tradición lejana y perdida del Africa ancestral y, al mismo tiempo, manifestar, por medio de la versificación, vivencias y sentimientos que tienen que ver con realidades del grupo social, experiencias, sueños, frustraciones, ilusiones personales. La “bomba”[xi], verso, música y baile, se constituyó así en un elemento comunicador por excelencia, un vehículo de denuncia y, al tiempo, en manifestación cultural identificadora.
oportunidad
de comercializar su música usan inclusive el bajo eléctrico, hecho que
habla claramente de afán existente por modernizar la interpretación de
la música vernácula en los nuevos conjuntos musicales negros. La
música–bomba, interpretada
por los grupos de bomba y las “bandas
mochas” (conjunto musical tradicional que utiliza los instrumentos
mencionados arriba), se han ido transformando con los años. Así, algunas
canciones compuestas en los últimos años dan cuenta de las nuevas
realidades e incorporan nuevas modalidades rítmicas. Sin embargo, la
finalidad cultural – festiva – comunicacional misma de la “bomba”,
su mensaje intrínseco y sus posibilidades de convocatoria, aunque un
tanto menguadas con relación al pasado, no han variado. Cabe anotar que, en los últimos años, ritmos musicales tales como la salsa y el son cubano, el vallenato de la costa atlántica colombiana, y hasta el rap o el afrorock han sido incorporados prácticamente en forma masiva por la juventud de la Cuenca de Río Mira: las evidentes raíces negras de estos géneros son, sin duda, el elemento que, sumado a la influencia de la moda, determina su gran aceptación por parte de las nuevas generaciones. |
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3. NEGROS: UN PROCESO HISTÓRICO DE CAMBIO
“El cambio es una sucesión de diferencias
en el tiempo en una identidad persistente”
-Robert
Nisbet- La
esclavitud significó para los africanos negros no solamente la pérdida
ignomiosa e injusta de su libertad y el abandono de las tierras
ancestrales, cuna y asiento de tradiciones culturales milenarias, sino
también el enfrentamiento forzoso y abrupto a desconocidos ambientes
geográficos, a condiciones de existencia radicalmente distintas de las
originarias. Aquí, en sus nuevos “hogares– cárcel” les sería,
desde todo punto de vista, imposible desarrollar su propia vida bajo las
mismas normas y circunstancias que en sus regiones de procedencia. A partir del momento en que negros de diferentes edades, tradiciones culturales, condición social, etc., eran atrapados a viva fuerza por los cazadores de esclavos, para ser comercializados y trasladados a las colonias americanas en condiciones infrahumanas, habría de iniciarse un obligado y continuo proceso de respuesta a nuevas situaciones de vida para quienes sobrevivían al viaje o no perecían en el intento de recobrar su antigua libertad. Desde el instante del apresamiento empezó también para ellos un violento e irreversible proceso de deculturación que continuaría desarrollándose, impulsado insistentemente por los amos, en las zonas de trabajo esclavo.
La
deculturación se ejerció también sobre uno de los más importantes
elementos culturales de cualquier sociedad: el idioma. Esta manera forzada
de “asumir” como único el idioma de los amos determinaría el
abandono de las lenguas de origen (de las cuales generalmente solo
subsistirían ciertos elementos linguísticos) y una forma particular de
manejar el nuevo medio comunicativo, al margen de las convencionales[xii]
como aconteció en el Valle del Chota y cuenca del Mira. Dioses,
espíritus, rituales y creencias de procedencia africana –en fin, todo
lo que tenía que ver con el corpus religioso ancestral- fueron proscritos
y una nueva religión se impuso a los esclavos, como parte del proceso
deculturativo implementado deliberadamente por los dominadores para lograr
sus objetivos. En el Ecuador – y particularmente en el Valle del Chota y
cuenca del Mira- de las religiones africanas no quedaron rastros
significativos o claramente identificables. Sin
pretenderlo, y aunque parezca contradictorio, la discriminación racial
(que también es cultural) contribuyó sustancialmente para que los grupos
negros conservaran vivas cierta cosmovisión y manifestaciones culturales
propias y a que al mismo tiempo, se pierdan o dejen de lado otras y se
asimilen elementos y prácticas culturales de la sociedad dominante. Para
poder sobrevivir como grupo social los descendientes de africanos se
forjaron una cultura propia, una cultura negra, como respuesta al nuevo
ambiente en el que debía desarrollarse su vida[xiii],
tomando lo que de útil y funcional podía existir para ellos entre
blancos e indígenas, integrando lo que les convenía, haciendo a veces
esta selección bajo la influencia de su tradición cultural ancestral,
como en el caso de la música. Así, los esclavos negros de la sierra
norte iniciaron un proceso de conformación social y cultural particular,
con alguna referencia en las lejanas tradiciones ancestrales pero
significativamente sustentado en la nueva realidad productiva, económica,
social y cultural de la hacienda cañera. Sin
pretender considerar a los factores exógenos como los únicos incidentes
en los cambios que se han producido en la parroquia Concepción,
especialmente en las tres últimas décadas, habrá que considerar a éstos
como los principales impulsores de transformaciones en las condiciones de
vida de sus habitantes y en este sentido, como los factores, hechos, o
acontecimientos que de diferente manera posibilitaron la adopción de
nuevas prácticas, costumbres, y hasta cierto punto, una “nueva manera
de ver el mundo” y enfrentar los nuevos retos por parte de la comunidad
negra. La
disolución de la Hacienda Tradicional en la zona, vía proceso de Reforma
Agraria, se constituyó, al posibilitar el acceso a la propiedad de la
tierra y liberar la fuerza de trabajo, uno de los principales factores
para la transformación de las condiciones de vida de la mayoría de los
pobladores. Si bien las parcelas que recibieron los ex-huasipungueros como
compensación a los largos años de trabajo para los hacendados fueron de
extensiones muy reducidas y los patrones lograron conservar lo mejor de su
territorio, la ruptura de la dependencia casi total con respecto a la
hacienda permitió una producción con fuerte orientación hacia el
mercado, la libre venta de fuerza de trabajo en otras zonas, y en
diferentes condiciones laborales y una mayor migración hacia ciudades.
Todo ello contribuiría a un aumento de ingresos, lo que progresivamente
elevaría el nivel de vida de muchos –sobre todo de quienes pudieron, vía
compra – venta, acceder a tierras de mayor extensión[xiv]. El
Estado, a través de sus organismos seccionales (municipalidades, en
particular) se constituyó especialmente a partir de los años ochenta (creación
del cantón Mira), en un fuerte impulsor de mejoras orientadas al
beneficio social de los habitantes de la parroquia Concepción. Las obras
de infraestructura ejecutadas, tales como vías de comunicación, escuelas,
un colegio de ciclo básico y un dispensario médico en la cabecera
parroquial, tanques de captación de agua para consumo doméstico, luz eléctrica,
etc y ciertos programas de apoyo a los campesinos, evidencian una
preocupación oficial mayor que en otros tiempos con relación a las
necesidades básicas de la población de esta zona (antes de dominio casi
total de los hacendados) y contribuyeron a ofrecer, al mismo tiempo, una
imagen distinta a la de los antiguos caseríos olvidados de la época de
las grandes haciendas. La gestión comunitaria, en este sentido, se ha fortalecido y se orienta cada vez más a lograr de parte del Estado un apoyo que expresa anhelos y perspectivas más amplias con relación a la calidad de vida: el negro de hoy, sin los estrechos límites que le imponía el régimen hacendatario, quiere para su familia una mayor holgura económica, educación, salud, y en general mayor bienestar. |
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4. EL CAMBIO CULTURAL:
necesidad de supervivencia y adaptación
El largo tiempo de esclavitud debió, al constituirse en una constante
presión aculturadora y sujeción a la normativa patronal, orientar
forzosamente el comportamiento social e individual del negro hacia la
adopción de formas culturales que, resultando funcionales y convenientes
en miras a su supervivencia y reproducción, no se constituían o no eran
consideradas como “peligrosas” o atentatorias a la preservación de
los fines económicos de la hacienda colonial. Con relación a rasgos y
manifestaciones culturales de origen africano, solamente aquello que los
amos consideraban como inocuo, y que no valía la pena erradicar, pudo ser
mantenido y transmitido de una generación a otra. Así, los esclavos negros de la sierra norte iniciaron un proceso de
conformación social y cultural particular, con alguna referencia en las
lejanas tradiciones ancestrales pero significativamente sustentado en la
nueva realidad productiva, económica, social y cultural de la hacienda cañera. Obligados a trabajar y compartir parte de su vida con los pocos indígenas
que los jesuitas emplearon en sus latifundios, los negros de Concepción y
el Valle integrarían a su vida algunos elementos de la cultura india
tales como utensilios domésticos, el consumo de ciertos productos y la
preparación de algunos alimentos, el uso de ciertas prendas de vestir,
algo de su tradición musical (pentatonía) e inclusive algunos términos
lingísticos quichuas y
ciertas formas sintácticas en el lenguaje. Los amos blancos –religiosos, primero y luego laicos- forzaron a sus
esclavos a través del trabajo sistemático e inhumano en la s faenas agrícolas
y el trapiche, al aprendizaje de técnicas y destrezas hasta entonces
desconocidas para ellos. Estas nuevas prácticas y conocimientos
progresivamente se constituyeron en parte sustancial del bagaje cultural
del grupo negro, germen de una sociedad que en el futuro se conformaría
de campesinos dedicados al cultivo de la caña de azúcar, cereales y
otros productos de autoconsumo. Sin pretenderlo, y obligados por las circunstancias, los trabajadores de
las haciendas tuvieron que aprender del amo su religión, su idioma[xv], algunas de sus
costumbres y quizás parte de su cosmovisión y mundo valorativo, a riesgo
de comprometer aún más su precaria existencia. El contacto intercultural negro –blanco –indio, aunque en términos
notoriamente disímiles en el primer caso (relación negro - blanco) hizo
posible una suerte de intercambio cultural en donde el “préstamo” de
elementos funcionales a su modus – vivendi se constituyó en práctica
común de la comunidad negra al tiempo que se conservaban ciertos
“africanismos” en la vida cotidiana. Formas de arreglarse el cabello
de las mujeres, alimentación, gusto de los colores cálidos y vistosos en
las ropas, formas expresivas en la comunicación cotidiana, maneras de
bailes y ritmos musicales, constituyen todavía manifestaciones que aluden
a una tradición cultural traída a Concepción por los primeros esclavos. Existe aquí, como en otras culturas un significativo poder de la tradición
que se manifiesta en la preservación y transmisión generacional de
formas culturales y cierta resistencia al cambio, al menos con relación a
determinadas áreas que pueden comprometer la continuidad de la tradición
cultural. Si bien, la necesidad de supervivencia constituyó a través de siglos de
historia, la más poderosa motivación para la comunidad negra
desarrollara un decisivo proceso de adaptación y transformación,
constituiría un error el considerar únicamente a las cambiantes
condiciones económicas, sociales, políticas y culturales a la que esta
se ha visto enfrentada (factores exógenos) como el único factor impulsor
de cambio sociocultural. La comunidad negra, al igual que otros grupos
sociales, no responde y actúa como estructura sociocultural buscando e
implementando alternativas sólo cuando se presentan “acontecimientos”
críticos que eventual y progresivamente puedan lograr desintegrarla:
existen también otros factores –de orden endógeno- que aunque podrían
aparecer como insignificantes o de escasa relevancia, sin embargo también
contribuyen a orientar al grupo hacia la transformación. De ellos uno de
los más importantes es, seguramente la necesidad de innovación. La realidad social, económica y cultural de la población negra del Chota – Mira amerita mayores estudios y análisis orientados no únicamente a su conocimiento científico sino sobre todo, a lograr un efectivo apoyo al proceso reivindicativo iniciado hace tiempo por los propios actores sociales, y que busca esencialmente se plasme en los hechos la declaración “Ecuador: país multiétnico y pluricultural”... |
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Africa en América Latina.
Ed. Siglo XXI. México. RODAS, Hernán 1989 La
migración campesina en el Azuay. En: Ecuador Debate N 8.
Ed. CAAP. Quito. Stutzman, Roland T: 1973 La gente morena de Ibarra y la sierra septentrional. En: Sarance N° 7 IOA. Otavalo. |
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[i]
Este trabajo está basado en el libro publicado por el autor bajo el título
“COMUNIDAD NEGRA Y CAMBIO
CULTURAL: el caso de Concepción en la sierra ecuatoriana” (Ed.
Afroamérica. Quito, 1966). Fotografías: 1: portada del libro
mencionado. 2 y 3: Diario El
Comercio. Quito, Ecuador. [ii]
Peñaherrera de Costales y Costales Samaniego: “Coangue o Historia Cultural y Social de los Negros del Chota y
Salinas”. Llacta N°
7. Quito. 1959. p 58 [iii]
Stutzman, R: “La gente morena de
Ibarra y la sierra septentrional”. En: Sarance N° 7 IOA.
Otavalo. 1973. p. 12. [iv]
Huasipunguero: trabajador de
la hacienda a quien el propietario entregaba un pedazo de tierra a
cambio de su trabajo, por varios días, en la gran propiedad. [v]
Rodas, Hernán: “La migración
campesina en el Azuay”. En: Ecuador Debate N° 8, Ed. CAAP,
Quito, 1985, p.155 [vi]INEC:
V Censo de Población y VI de Vivienda 1990. [vii]
Caña silvestre utilizada en la construcción de paredes de la vivienda
tradicional. [viii]Espín, J. et. al: “Campesinos del Mira y del Chanchán”. Quito, 1993, p 112 [ix]
Grupos musicales que interpretan la música tradicional de los negros de
la cuenca del Chota-Mira. [x]
Aunque una pequeña parte de la producción de esta gramínea se la
destina al autoconsumo familiar, en épocas de “buenos precios” prácticamente
se vende todo. [xi]“La
bomba” es el nombre utilizado para designar el instrumento vernáculo
principal con el que se ejecutan canciones compuestas por trovadores
lugareños, una especie de tambor que se toca con las manos –y a veces
hasta con el codo, el pie e inclusive la
quijada – Se denomina también así al baile típico que
ejecutan las parejas o grupos al son de los cantos interpretado por el
grupo instrumental. Además, la música tradicional del negro de esta
zona es conocida como música- bomba”. [xii]
En: Moreno Fraginals, Manuel (rel): “Africa en América Latina”, México, 1977, p. 25. [xiii]
Bastide, Roger: “Las Américas
Negras” Madrid, 1969. p. 29 [xiv]
Como consecuencia del desigual acceso a la tierra se puede advertir fácilmente
un diferente nivel de vida entre los ex – huasipungueros y ,al mismo
tiempo, un significativo contraste en el nivel de desarrollo de la
cabecera parroquial con respecto a los caseríos de su jurisdicción. [xv] Si como afirman los esposos Costales, los esclavos traídos por los jesuitas desde Colombia eran “criollos ladinizados” es seguro que ellos debían tener ya un suficiente conocimiento de español, o al menos en forma rudimentaria, que les permitiera la comunicación entre sí y con sus amos (Cfr. Costales, 1959. p. 68) |
Sobre el autor: |
nombre: Henry Medina Vallejo |
E-mail: henrymedina@andinanet.net |
Home-page: [no disponiblel] |
Sobre
el texto: Texto insertado en la revista Hispanista no 13 |
Informaciones
bibliográficas: MEDINA VALLEJO, Henry. Comunidad afroecuatoriana de Concepción - Un proceso de Cambio Cultural. In: Hispanista, n. 13. [Internet] http://www.hispanista.com.br/revista/artigo115esp.htm |