Feijoo y Sarmiento: Ensayo y prueba explícita                          

                                                            Carlos Moreno Hernández

                                                             

Benito Feijoo
Martín Sarmiento

        Benito Feijoo y Martín Sarmiento han sido comparados muchas veces, bajo distintos aspectos. Quisiera yo referirme aquí a un aspecto en el que ambos difieren y que incide en la consideración del ensayo como género, al ser Feijoo en España uno de sus primeros cultivadores en el sentido literario que tendrá propiamente después, en el XIX.
        Conocida es la opinión de Menéndez Pelayo sobre Feijoo en los Heterodoxos:  
    
   No quiero hacerle la afrenta de llamarle periodista, aunque algo tiene de eso e sus peores momentos, sobre todo por el abandono del estilo y la copia de galicismos (II, 376) }
        
Y añade que algunos antagonistas de Feijoo eran más innovadores que él, incluso Mañer, al que tilda de 'gacetillero y erudito a la violeta, ávido de novedades y gran lector de diccionarios franceses' (377)
       En efecto, el estudio de las fuentes en las que Feijoo se apoya indica que son en gran parte secundarias, algo que ya había provocado en su tiempo la crítica de Mayans (Abellán, 498). Sin embargo, hay que tener en cuenta que es la divulgación su principal objetivo. Divulgar, o enseñar, y desengañar al vulgo son las dos metas que Feijoo quiere alcanzar en principio, aunque la segunda va siendo poco a poco abandonada. Juan  Marichal lo explica así:                  
   
   Y es que en definitiva las supercherías y supersticiones combatidas por Feijoo juegan, en su vida y en su obra, el mismo papel que las "soñadas invenciones" en la imaginación de don Quijote. Su fantasía quizá, pero más aún su afán por reforzar su personalidad, se recreaba con todas las creencias absurdas que él atribuía al pueblo español, pero que muchas veces sólo existían en los libros. Feijoo vio quijotescamente muchos gigantes donde no los había (140)
      El escritor enciclopédico, el ensayista, se impone a la larga en Feijoo, y el quimérico Desengañador pasa a segundo plano. Piensa, a medida que avanza su obra, más y más en el agrado de sus lectores que en en el quijotesco intento suyo del principio. (...)  Los Discursos del Teatro crítico universal son, en general, auténticos ensayos. (...)  el término discurso adecuadamente expresa lo discursivo del ensayo, lo que esta forma literaria tiene de "running discourse", según la definición del ensayista inglés Feltham. En los discursos de Feijoo se encuentra ese libre "discurrir" (...) mas tienen mucho de sermones laicos, de homilías científicas. (145) 
     
   Por eso, Marichal clasifica a Feijoo entre los ensayistas genuinos y precisa su ethos, o carácter, frente a Sarmiento:
     
    Este afán de explayar su personalidad por el vasto campo de una cultura enciclopédica le sitúa entre los ensayistas genuinos. En el genérico antisistematismo de estos hay, sobre todo, una voluntad de realzar la propia personalidad, (...) Feijoo, como Alonso de Cartagena, siente que lo que a todos cumple saber ha de ser expresado "en lengua que se entienda por todos". El obispo expresaba claramente su voluntad de estilo al decirle a Pérez de Guzmán que quería ser más llano, escribiendo "en nuestro romanze en que hablan así caualleros como omes de pie, e así, los sçientificos como los que poco o nada sabemos" (...)  en este sentido tiene Feijoo dentro del ensayismo hispánico la misma significación que Addison en el británico, por esa cualidad vulgarizadora suya. (ibid.,147)
          Habría que precisar que Alonso de Cartagena, defensor de un humanismo vernáculo en el siglo XV, escribe contra los humanistas que sólo se expresan en latín. Marichal pasa a continuación a comparar a Feijo y Sarmiento:
     
     Tomando como término de comparación, para aclarar esto, a su alter ego, a Fray Martín Sarmiento, se pueden sacar algunas conclusiones muy significativas. Ambos benedictinos se parecen mucho, por su amplia cultura, por su interés en las ciencias experimentales, por su actitud filosófica. Y Sarmiento escribe bien, pero es hombre de sensibilidad poco comunicativa, y, sobre todo, desprecia a la generalidad de sus semejantes. En el curiosísimo ensayo suyo, Por qué no escribo, dice tajantemente que él cree que Madrid, la flor humana de España, "está poblada por cincuenta mil idiotas", y por tanto no ve qué sentido tiene escribir (Semanario de Valladares, VI). Es lógico, pues, que Sarmiento dé a su prosa, en este ensayo,  una aire quevedescamente fustigador, como expresión de su actitud de encerramiento. Feijoo, lo contrario en esto de su compañero de orden, es hombre de sensibilidad comunicativa y cree, además, en la capacidad de mejora del hombre (ibid., 148).

       
   La oposición que Marichal establece entre las dos personalidades es, quizás, demasiado tajante, pues una cosa es tener capacidad, o cualidad, vulgarizadora y otra que ser comunicativo: así, por ejemplo, Feijoo apenas contesta a sus adversarios y cuando lo hace, como en la Ilustración apologética del Theatro crítico universal (1729), adopta un tono más bien despectivo; Sarmiento redacta la Aprobación inicial de esta obra, que incluye ya una defensa de su amigo, y tres años después acude de nuevo en su ayuda con la Demostración crítico apologética (1732), lo que aprovecha Feijoo en el prólogo al tomo V del Teatro crítico universal (1733) para utilizar a su amigo y compañero de orden, residente en corte, para que sirva de referencia a sus lectores acerca de lo que escribe. Por otra parte, el aparente menosprecio de de éste hacia la población de Madrid se contrarresta con su admiración en otros escritos suyos por el aldeano analfabeto, como si estableciera una  oposición entre campo o medio natural, aún sin corromper, y ciudad.
           No se puede dudar de esa cualidad vulgarizadora que Marichal ve en Feijoo, siempre que se tome la palabra vulgo en el sentido que le da don Quijote en su discurso sobre la poesía:
          Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde, que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo (Quijote, II,16)
            Y en la divulgación entraría también la refutación de los necios, palabra ésta que usa Feijoo en el prólogo al tomo V citado para referirse a los que, como Salvador Mañer, le atacan. Necios, en latín, son los que no saben, lo mismo que idiotas en griego, sinónimos ambos, por tanto, en el sentido cervantino, de vulgo; pero idiota, además, no tiene todavía en 1734 el sentido peyorativo actual asociado a falta natural de entendimiento o imbecilidad, que es del siglo XIX, mientras que necio lleva ya aparejada la connotación de terquedad en el error. Tampoco divulgación –publicación- tenía entonces propiamente el sentido de hoy, asociado al periodismo, de versión o traducción adaptadora o simplificadora, implícita o explícita, de autores y noticias de actualidad que aparecen en libros más o menos especializados y en los medios de comunicación de otros países. Sin embargo, es evidente que la obra de Feijoo tiene mucho de esto.
          
Que Feijoo puede ser considerado como un periodista de su tiempo, o antes de tiempo, lo prueba la simple lectura de sus obras o la comparación con el propósito confesado de Addison al crear en Londres en 1711 el periódico The Spectator: trasladar la filosofía a las tertulias de los cafés, popularizando o vulgarizando el saber de su época (Marichal, 147-148; Abellán, 498). Algo parecido querrá hacer luego Ortega, otro ensayista sobresaliente, entre 1916 y 1929 con El espectador. Y es Ortega quien nos da una
definición de ensayo en Meditaciones del Quijote (1914) -"el ensayo es la ciencia menos la prueba explícita" (60)- aplicable al Teatro crítico de Feijoo y a su defensa por Martín Sarmiento en la Demostración crítico apologética (1732).
         Al darnos esta definición Ortega está pensando, evidentemente, en el ensayo de divulgación, el tipo de ensayo que él publicaba más a menudo en los periódicos y qu e en sus manos, como en las de Feijoo, llega a una altura, o a un grado de elaboración, que permiten su inclusión entre las obras de arte del lenguaje. Ambos sobrepasan el nivel meramente divulgador y superan incluso a sus fuentes o modelos: son, por ello, maestros en la vieja tarea retórica de la emulación.
          Por "prueba explícita", aquello que este tipo de ensayo no necesita, entiende Ortega, claro está, la erudición o la noticia, el dato, la referencia a la fuente de primera mano o al experimento que el ensayo científico o de investigación sí requiere, pues la ciencia, la investigación, se vale también de este género para difundir sus aportaciones, sólo que éstas van dirigidas no al vulgo, o al común de las gentes, sino al especialista en cada rama del conocimiento. El paralelo entre el ensayo que escribe Feijoo y el que define Ortega puede verse mejor en la aclaración que sigue a su definición:
         Estas Meditaciones, exentas de erudición (...) No son filosofía, que es ciencia. Son simplemente unos ensayos. Y el ensayo es la ciencia, menos la prueba explícita. Para el escritor hay una cuestión de honor intelectual en no escribir nada susceptible de prueba sin poseer antes ésta. Pero le es lícito borrar de su obra toda apariencia apodíctica, dejando las comprobaciones meramente indicadas, en elipse, de modo que quien las necesite pueda encontrarlas y no estorben, por otra parte, la expansión del íntimo calor con que los pensamientos fueron pensados. (60-61)
        
Parafraseando a Ortega podemos convertir su definición de ensayo citada en una especie de fórmula matemática y afirmar que el ensayo, en su sentido más general, es igual a ciencia más, o menos, -más menos- la prueba explícita. Según esto, la comparación entre Feijoo y Martín Sarmiento puede llevarse más lejos: el primero es ante todo un ensayista divulgador, en el sentido orteguiano, o un ensayista literario, en el sentido actual de la palabra; el segundo sería más bien un erudito, cultivador del ensayo de investigación, necesitado de la prueba explícita. He aquí algunos datos, entre otros que podrían aportarse, que pueden confirmarlo.

      
Sarmiento, por lo que sabemos (Galino, 146 ss.) tuvo una formación más profunda que la de Feijoo: era experto en Paleografía y Diplomática y sus conocimientos venían a menudo de primera mano, pues era un buen conocedor, y expurgador, de bibliotecas y archivos, que siempre encuentra escasos y con obras "de poco cuerpo". Por ello, solicita más bibliotecas y una mayor difusión de la lectura, lamentándose de las pérdidas que se producen, bien por robo, bien por descuido. Se muestra partidario de los estudios útiles y positivos y en contra de los abstractos y teóricos, librescos y memorísticos.
        Sobre las traducciones tiene ideas parecidas a las que luego defenderán Cadalso y Capmany[1], y dice en sus Reflexiones literarias para una Biblioteca Real, obra no publicada hasta 1789:
        Me corro de vergüenza que en España no hayamos de pasar de meros traductores (...) que todo venga de fuera y sólo salga de nosotros el oro y la plata con que pagar nuestra desidia (157)

    
   Se muestra contrario a la importación de nuevas voces sin pasar por el latín, que es la fuente, y dice taxativamente que los libros que se refieren a gobierno, política y religión no deben ser traducidos, pues son peligrosos; sí, en cambio, los de ciencias positivas y útiles. Está a favor de los métodos modernos, sin desterrar lo propio, pero se muestra contrario a los estudios en el extranjero, por razones religiosas.
        Sarmiento es un defensor de la igualdad de lenguas, con sobrevaloración de la lengua hablada, que identifica a lo natural: su origen está en las onomatopeyas y los determinantes, esto es,  en la mímesis y la relación referencial, que opone a los libros, pretendiendo -el viejo tópico- que escribe como habla. Dice que mamó la lengua gallega, olvidada luego, por tomar los hábitos, a favor del castellano: "Ajustadas las cuentas, dice, ninguna poseo sino el castellano vulgar[2], que hablo, leo y escribo sin aliño particular" (Allegue, 57). El neoclasicismo o ‘nuevo clasicismo español’ (Sebold) que desde Feijoo se sitúa contra el manierismo barroco, no es sino una variante más de la antigua polémica entre aticismo y asianismo, reverdecida desde el siglo XV tanto en el humanismo propiamente dicho como en el llamado ‘humanismo vernáculo’, con su cúspide en el llamado Siglo de Oro. El aticismo de Feijoo queda de manifiesto en sus Cartas eruditas (II, 4), en la titulada ‘La elocuencia es naturaleza, y no arte’.
         
La preponderancia que Feijoo otorga a la naturaleza sobre el arte en este ensayo podría explicar también la admiración de Sarmiento por el rústico y el analfabeto, a la manera de Rousseau -no se sabe si pudo leerle, el Emilio es de 1763-, algo que Galino (169) explica como rasgo prerromántico indicador del fin del racionalismo, aunque también reflejaría rasgos de spleen. Para Sarmiento, la gente iletrada, como dotada de 'razón natural', le parece más 'sabia' que los eruditos, lo que lleva implícita la oposición entre la naturaleza -Galicia: lo concreto- y cultura - corrupción, Madrid, lo abstracto- no sin autocrítica: dice que vive en un desierto en el centro de Madrid, y los que viven en desiertos, fuera de la sociedad, no pueden tener muchas ideas reales (Allegue, 68). La oposición entre el gran teatro que es Madrid y el convento en el que vive Sarmiento recluido, como en un desierto, aparece en el juicio de Feijoo sobre él (Teatro crítico universal, Tomo cuarto, 1730, p. 412):
          Mi Religión tiene un sujeto que en la edad de treinta y cinco años es un milagro de erudición en todo [452] género de letras divinas y humanas. En cualquiera materia que se toque, da tan prontas, tan individuadas las noticias, que no parece se oyen de su boca sino que se leen en los mismos Autores de donde las bebió. Es de tan feliz memoria, como de ágil y penetrante discurso, por lo que las muchas especies que vierte a todos asuntos, salen apuradas con una sutil y juiciosa crítica. En sujeto tan admirable sólo se reconoce un defecto, y es, que peca de nimia ó muy delicada su modestia. Es tan enemigo de que le aplaudan, que huye de que le conozcan. De aquí, y de su grande amor al retiro de su estudio pende, que asistiendo en un gran teatro es tan ignorado como si viviese en un desierto. Bien veo que el lector querría conocer a un sujeto de tan peregrinas prendas; pero no me atrevo a nombrarle, porque sé que es ofenderle.
          La pose antierudita que Sarmiento adopta no es tanto un defecto como una consecuencia de su empirismo exacerbado, aliado a su aticismo lingüístico. Galino (127) dice que es, a veces, un autor de un realismo brutal, de ahí que muchas de sus obras no hubieran podido publicarse. Sarmiento fue corrector de la obra de Feijoo desde 1728 y le puso catorce índices; fue nombrado cronista general de Indias, cargo al que puso reticencias pues necesitaba comprobar las informaciones y datos in situ, o de primera mano, pues, como el decía, no quería ser 'cronista de oídas'; y era requerido a menudo para emitir dictámenes, por su mucha erudición. Su alternancia entre viajes y libros se explica por esa necesidad de recoger materiales de primera mano. Criticaba la llamada 'historia general', la de guerras y hazañas, en la que suele tomar la palabra gente que no sabía hablar (Allegue, 26 ss.).
       El método de Sarmiento es inductivo o analítico, frente a lo deductivo, a favor de una relación ingenua -lockiana- entre palabra y cosa, con la obsesión por la fuente primera, el origen o etimología y la división de las voces en grados de enseñanza según edades: primero los nombres que designan cosas naturales - andar y ver, viaja r-, luego las artificiales y más tarde abstractas o universales, 'que no se pueden señalar con el dedo'. (Allegue, 61 ss.)
          Su metodología es experimental o positiva, conocer desde los datos o fenómenos. Para situar una noticia del mundo natural sigue estos pasos: 1. Quienes copian de quienes. 2. Quienes alteraron o qué copiaron  3. quienes amontonaron mucho saber, sin crítica ni combinaciones.  4. A partir de ahí se le ocurren muchas observaciones y combinaciones que ni ha leído ni podría haber pensado (Allegue, 67). Hay en Sarmiento claros rasgos perspectivistas, pues su método admite que todo depende del presupuesto, del punto de vista o perspectiva de partida, basado todo en un relativismo cotidiano. Su método para la historia rechaza el uso de 'historias' -las de guerras y hazañas, en particular- en favor de los hechos de la vida cotidiana, la circunstancia económica, política y social, recogida en lo que llama efemérides: recogida de datos concretos, de sucesos cotidianos vividos. (Allegue, 71-2). Y aplica esto a todos los campos, incluida la lengua: etimología, como teorema geométrico a la manera de Euclides, con demostración hipotética, no absoluta, que opone a la lógica. Su recogida de voces gallegas va dirigida a dignificar esa lengua según un estudio etimológico comparado con las otras.
          Las diferencias entre Feijoo y Sarmiento en cuanto al tratamiento de los temas se observan sin más que comparar la Ilustración del primero con la Demostración del segundo. En el discurso 7, por ejemplo, 'Desagravio de la profesión literaria', al comienzo, se discute sobre una proposición condicional que Mañer[3] había interpretado como duda de Feijoo respecto a lo que decía; la aclaración de éste es despectiva:
           Dígolo, y lo diré mil veces, que al Sr. Mañer le hizo gran falta un poco de escuela. A poco que frecuentara el Aula de Súmulas, oyera a aquellos muchachos, para ejemplo, ya de las proposiciones hipotéticas, ya de las argumentaciones condicionadas, pronunciar aquella: Si Sol lucet, dies, est, sin que ninguno de ellos dude, si luce, o no luce el Sol, cuando la articula. Y si entrara en la Aula de Teología, oyera, que ab aeterno existió en la mente Divina el conocimiento de la futura conversión de Tirios, y Sidonios, debajo de la condición de que Cristo les predicase; sin que por esto se pueda decir, que Dios ab aeterno dudó si Cristo había de predicar a los Tirios, y Sidonios. (edición de Madrid, pp. 33-40.}    

           
Sarmiento, por su parte, más concreto, directo y claro, aduce un fragmento de San Pablo: 'Si autem Christus non resurrexit, innanis est praedicatio nostra; inanis est, et fides vestra'. Y añade: "Dirá el R. que San Pablo dudó de la resurrección de Cristo?" 
          
A veces Feijoo cita sus fuentes, dando la referencia, incluso con frases del original, como prueba:
           Mas se ha de advertir, que entre los que murieron en agraz cuenta a Julio César Scaligero, diciendo, que falleció a los veinte años de edad: para lo cual cita el Tomo VI de las Sentencias de los Sabios de París con otros muchos, suppresso nomine. Ese Tomo no dice tal disparate; antes de él se colige evidentemente lo contrario: pues afirma, pag. 208. que Julio César Scalígero empezó sus estudios a la edad de treinta y cinco años, con estos términos: Il commença ses études par la lecture d`Aristote, & d`Hippocrate a l`age de 35 ans.  (Ibid.)  
            
Esto no es frecuente. Él mismo alude a ello en el prólogo al tomo V (1733), donde se descarga en Sarmiento de esta labor y remite a él al lector:
            Lo más esencial para el intento está en la calificación de todas mis noticias. Habían los contrarios aseverado con osada frente, que muchas de aquellas para quienes no cito Autores, no se hallaban en Autor alguno, y que muchas para quienes los cito, no parecían en los Autores, y lugares señalados. Qué hizo el Maestro Sarmiento? Justificó mis citas, mostró la falsedad de muchísimas de los contrarios, y para aquellas especies que ellos decían no se hallaban en Autor alguno, se los alegó a montones.  (...) A todo ocurrió la precaución del Maestro Sarmiento, ofreciendo en el Prólogo de su Obra dar a cualquiera que le busque, para asegurarse de la verdad, abiertos y registrados todos los Autores que cita, así en confirmación de sus noticias, y mías, como los que alega para convencer de falsas las citas y especies de los contrarios.
         Ahora bien, Lector mío, ya no hay lugar a tergiversación alguna. El Maestro Sarmiento está en la Corte, y rarísima vez sale de su Monasterio de San Martín: con que si tú también estás en la Corte, cuando quieras le hallarás. Apunta, pues, todas las citas y especies, de cuya verdad o falsedad quisieses asegurarte, y acude con ese apuntamiento al Maestro [XLVI] Sarmiento. El te abrirá al punto los Autores, y te hará patente, que no hay cita ni noticia suya, ni mía, que no sea verdadera; y que todas las que él ha notado de falsas en los contrarios, ciertamente lo son. Si no estás en la Corte, por un Corresponsal de tu confianza que habite en ella, puedes adquirir el mismo desengaño. Pero dígote, que sea de tu confianza y conocimiento, porque no siendo así, podrías caer en manos de alguno de la Congregación Tertuliana, que te engañase de nuevo, y sería novissimus error pejor priore.  (edición de Madrid 1778,  pp. XXXVI-XLVII.)
        
En efecto, la Demostración es un compendio de precisiones y aclaraciones, pero no sólo es eso. Sarmiento sabe que a menudo, para probar algo, no bastan sólo las autoridades o son inútiles, pues hay muchas opiniones encontradas:
       El P.M., en este discurso, prescinde de autoridad y se vale de razones, y de experiencias. Aun si quisiese probar su discurso con autoridades, podría citar autores que tuvieron voto en la disputa. (...) a este assumpto se pudieran hacer muchos tomos, si quissiesemos contraponer autores. (Dem. 110).
           Por eso, suele acudir a testimonios oculares o de primera mano, o que tengan que ver con hechos históricos o viajes, o una base experimental, tal como podríamos haber deducido de lo dicho arriba sobre su método. Así, ante la duda manifestada por Mañer de que el matemático Francisco Vieta pudiera resistir sin comer durante tres días enfrascado en sus especulaciones matemáticas, acude a los testimonios paralelos de viajeros: un médico francés del kan de los tártaros refiere la capacidad de éstos y de sus caballos para resistir sin comer durante cinco o seis días (Dem. , 114-115); otro cuenta la experiencia del rey de Suecia sobre lo mismo. Además, tratándose de cosas ocurridas, de hechos históricos, sólo la fuente fidedigna es fiable, dice (116). Arguyendo contra los protestantes, que no admitían la corrección gregoriana del calendario, por haberse hecho en Roma, dice que "contra este absurdo testificaban el cielo, sol, luna y estrellas" y destaca luego la capacidad de invención y descubrimiento de Vieta, "que no estudiaba por índices o libros gacetales, sino con profundas especulaciones en lo más abstracto de las matemáticas" (117-18).  En lo que se refiere al discurso de Feijoo sobre el paralelo entre las lenguas castellana y francesa lo más interesante es, quizás, el apéndice final donde trata de la lengua gallega, argumentando que ni es dialecto de la portuguesa, ni ésta de la castellana, como se venía creyendo. Parece claro, dice Feijoo, que históricamente el gallego no pudo derivar del portugués, antes al contrario; igual opina Sarmiento, y añade que lo mismo puede decirse respecto del castellano, algo que puede probarse sin más que examinar sus diferencias, aduciendo algunos ejemplos de fonología y gramática histórica, no todos acertados pero sí bastante avanzados para su época. Previene también al lector de que no debe confundir la lengua escrita, lengua de cultura, con la lengua propiamente dicha[4]; además, tanto él como Feijoo creen todavía que las lenguas romances surgen de la degeneración o corrupción de la latina, de ahí que insinúen ambos que tanto el portugués como el gallego superan al castellano en cuanto al número de voces más cercanas al latín, menos corruptas, por lo que estarían más cerca de la lengua madre, lengua de cultura todavía entonces: es éste un viejo debate[5] que se planteó ya en Italia con los primeros humanistas. Sin embargo, a pesar del prestigio que las lenguas clásicas conservaban en el tiempo de Feijoo y Sarmiento, ni uno ni otro se muestran muy partidarios de ellas fuera del ámbito eclesiástico y resulta decepcionante para muchos el casi nulo papel que les asignan en la educación (Filgueira, 15 ss.): serían ellos los que cierran definitivamente el debate sobre el humanismo vernáculo que venía planteándose desde el siglo XV, con Alonso de Cartagena y su polémica con los humanistas italianos. En este aspecto lingüístico su preocupación parece estar, primero, en mostrar la igualdad esencial de las lenguas, algo todavía difícilmente aceptable entonces, sea respecto de las clásicas en el ámbito científico y universitario, del francés en el europeo o del castellano en el español. Y como buenos gallegos, los dos benedictinos barren para casa, pero es Sarmiento, cuando se trata de argumentar sobre cada lengua en particular, quien aporta las pruebas más concluyentes, las pruebas explícitas de acuerdo con su experiencia y con el estado de los conocimientos de su tiempo, adelantándose incluso en algunos aspectos a lo que será la filología del siglo XIX.      
Obras citadas                        

                   Abellán, J.L. Hist. Crítica del pensamiento español. Madrid: Espasa-Calpe, 1981, tomo 3, pp. 498-99 y 506-511

                   Allegue, Pilar. A filosofía ilustrada de Fr. Martín Sarmiento. Vigo : Edicións Xerais de Galicia, 1993

                    - Presencias de Locke, Voltaire, Beccaría, Montesquieu e Rousseau en Sarmiento.

                   Feijoo, B. J., Obras, en Biblioteca Feijoniana, edición digital, http://www.filosofia.org/feijoo.htm

                   Filgueira Valverde, J. "Feijoo y Sarmiento ante la antigüedad clásica", en Estudios sobre Feijoo y Sarmiento, Madrid: Fundación Pastor de Estudios Clásicos, 1983

                    Galino Carrillo, A. Tres hombres y un problema : Feijóo, Sarmiento y Jovellanos ante la educación moderna. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid : [s.n.], 1953

                   Marichal, J. La voluntad de estilo.Teoría e historia del ensayismo hispánico. 2ªed. Madrid: Revista de Occidente, 1971 Menéndez Pelayo, M. Historia de los heterodoxos españoles. 3º ed.. Madrid: BAC, 1978, 2 vols.

                       Ortega y Gasset, J. Meditaciones del Quijote. Ed. J. Marías. Madrid: Cátedra, 1984

                       Sarmiento, Martín, Demostración crítico apologética de el Theatro crítico  universal que dio a luz el   R.P.M. Fr. Benito Jerónimo Feijoo, tomo I, tercera impresión. Madrid: Herederos de F. Del Hierro, 1751 (10 ed., 1733. Véase, también, el catálogo de la Biblioteca Nacional de Madrid sobre Sarmiento, Martín (1695-1771) y el Proxecto Sarmiento.
Sebold, Russell P. "Martín Sarmiento y la doctrina neoclásica",
Ed. digital basada en el texto de Ínsula, 366 (mayo 1977), pp. 1 y 12.
Más Bibliografía y otros ensayos sobre Sarmiento:
Día das Letras Galegas 2002
La voz de Galicia.

    

                                                   

 

[1] Capmany, en el 'Arte de traducir del francés al castellano' (1776) relaciona el 'diverso carácter de las lenguas' con el carácter de los autores (su estilo) y 'el carácter de la nación'. Dice: 'Una traducción será imperfecta siempre que con ella no podamos conocer y examinar el carácter de la nación por el autor. Cada nación tiene el suyo, y de resultas de él usa de (...) que (...) chocan nuestra delicadeza. Así muchos traductores (...) han hecho que hable un sueco como si fuera un árabe.' 

[2] El tópico del 'escribo como hablo' podemos encontrarlo ya en Alonso de Cartagena, citado más arriba.

[3] Véase el prólogo de la Ilustración apologética: http://www.filosofia.org/bjf/bjfip6.htm 

[4] Compárese esto con el pasaje anotado más arriba (3), cuando emplea el término 'castellano vulgar'

[5] El debate parece haberse planteado ya en el concilio de Basilea de 1434 al que asiste Alonso de Cartagena