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        Feijoo
        y Sarmiento: Ensayo y prueba explícita 
                             
          
        
        
         
                               
              
                        
                   
        Carlos Moreno Hernández
                               
              
                        
                   
         
        
         
        
          
            
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               | 
              
                  
                
                 
               | 
             
            
              
                Benito
                Feijoo
                
                
               | 
              
                Martín
                Sarmiento
                
                
               | 
             
           
         
               
        Benito
        Feijoo y Martín
        Sarmiento han sido comparados muchas veces, bajo distintos aspectos.
        Quisiera yo referirme aquí a un aspecto en el que ambos difieren y que
        incide en la consideración del ensayo como género, al ser Feijoo en
        España uno de sus primeros cultivadores en el sentido literario que
        tendrá propiamente después, en el XIX. 
            
          
        Conocida es la opinión de Menéndez
        Pelayo sobre Feijoo en los Heterodoxos:  
         
                No quiero hacerle la afrenta de llamarle periodista,
        aunque algo tiene de eso e sus peores momentos, sobre todo por el
        abandono del estilo y la copia de galicismos (II, 376)
        } 
                 Y añade que
        algunos antagonistas de Feijoo eran más innovadores que él, incluso Mañer,
        al que tilda de 'gacetillero y erudito a la violeta, ávido de novedades
        y gran lector de diccionarios franceses' (377) 
           
          
        En efecto, el estudio de las fuentes en las que Feijoo se apoya
        indica que son en gran parte secundarias, algo que ya había provocado
        en su tiempo la crítica de Mayans
        (Abellán, 498). Sin embargo, hay que tener en cuenta que es la
        divulgación su principal objetivo. Divulgar, o enseñar, y desengañar
        al vulgo son las dos metas que Feijoo quiere alcanzar en principio,
        aunque la segunda va siendo poco a poco abandonada. Juan 
        Marichal lo explica así:               
          
         
               Y es que en definitiva las supercherías y
        supersticiones combatidas por Feijoo juegan, en su vida y en su obra, el
        mismo papel que las "soñadas invenciones" en la imaginación
        de don Quijote. Su fantasía quizá, pero más aún su afán por
        reforzar su personalidad, se recreaba con todas las creencias absurdas
        que él atribuía al pueblo español, pero que muchas veces sólo existían
        en los libros. Feijoo vio quijotescamente muchos gigantes donde no los
        había (140)  
          
          
        El escritor enciclopédico, el ensayista, se impone a la larga en
        Feijoo, y el quimérico Desengañador pasa a segundo plano. Piensa, a
        medida que avanza su obra, más y más en el agrado de sus lectores que
        en en el quijotesco intento suyo del principio. (...)  Los Discursos del Teatro crítico universal
        son, en general, auténticos ensayos. (...) 
        el término discurso adecuadamente expresa lo discursivo
        del ensayo, lo que esta forma literaria tiene de "running
        discourse", según la definición del ensayista inglés Feltham. En
        los discursos de Feijoo se encuentra ese libre
        "discurrir" (...) mas tienen mucho de sermones laicos, de
        homilías científicas. (145)   
                
        Por eso, Marichal clasifica a Feijoo entre los ensayistas
        genuinos y precisa su ethos, o carácter, frente a Sarmiento: 
                  Este afán de explayar su personalidad por el
        vasto campo de una cultura enciclopédica le sitúa entre los ensayistas
        genuinos. En el genérico antisistematismo de estos hay, sobre todo, una
        voluntad de realzar la propia personalidad, (...) Feijoo, como Alonso de
        Cartagena, siente que lo que a todos cumple saber ha de ser expresado
        "en lengua que se entienda por todos". El obispo expresaba
        claramente su voluntad de estilo al decirle a Pérez de Guzmán que quería
        ser más llano, escribiendo "en nuestro romanze en que hablan así
        caualleros como omes de pie, e así, los sçientificos como los que poco
        o nada sabemos" (...)  en
        este sentido tiene Feijoo dentro del ensayismo hispánico la misma
        significación que Addison en el británico, por esa cualidad
        vulgarizadora suya. (ibid.,147)  
                 
        
        Habría que precisar que Alonso
        de Cartagena, defensor de un humanismo vernáculo en el siglo XV,
        escribe contra los humanistas que sólo se expresan en latín. Marichal
        pasa a continuación a comparar a Feijo y Sarmiento:
          
                  
        Tomando como término de comparación, para aclarar esto, a su alter
        ego, a Fray Martín Sarmiento, se pueden sacar algunas conclusiones
        muy significativas. Ambos benedictinos se parecen mucho, por su amplia
        cultura, por su interés en las ciencias experimentales, por su actitud
        filosófica. Y Sarmiento escribe bien, pero es hombre de sensibilidad
        poco comunicativa, y, sobre todo, desprecia a la generalidad de sus
        semejantes. En el curiosísimo ensayo suyo, Por qué no escribo,
        dice tajantemente que él cree que Madrid, la flor humana de España,
        "está poblada por cincuenta mil idiotas", y por tanto no ve
        qué sentido tiene escribir (Semanario de Valladares, VI). Es lógico,
        pues, que Sarmiento dé a su prosa, en este ensayo, 
        una aire quevedescamente fustigador, como expresión de su
        actitud de encerramiento. Feijoo, lo contrario en esto de su compañero
        de orden, es hombre de sensibilidad comunicativa y cree, además, en la
        capacidad de mejora del hombre (ibid., 148). 
                  
        La oposición que Marichal establece entre las dos personalidades
        es, quizás, demasiado tajante, pues una cosa es tener capacidad, o
        cualidad, vulgarizadora y otra que ser comunicativo: así, por ejemplo,
        Feijoo apenas contesta a sus adversarios y cuando lo hace, como en la Ilustración
        apologética
        del Theatro crítico universal (1729), adopta un tono más bien
        despectivo; Sarmiento redacta la Aprobación
        inicial de esta obra, que incluye ya una defensa de su amigo, y tres
        años después acude de nuevo en su ayuda con la Demostración
        crítico apologética
        (1732), lo que aprovecha Feijoo en el prólogo
        al tomo V del Teatro
        crítico universal
        (1733) para utilizar a su amigo y compañero de orden, residente en
        corte, para que sirva de referencia a sus lectores acerca de lo que
        escribe. Por otra parte, el aparente menosprecio de de éste hacia la
        población de Madrid se contrarresta con su admiración en otros
        escritos suyos por el aldeano analfabeto, como si estableciera una 
        oposición entre campo o medio natural, aún sin corromper, y
        ciudad. 
               
          
        No se puede dudar de esa cualidad vulgarizadora que Marichal ve
        en Feijoo, siempre que se tome la palabra vulgo en el sentido que
        le da don Quijote en su discurso sobre la poesía: 
   
               Y no penséis, señor, que yo
        llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde, que todo aquel
        que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número
        de vulgo (Quijote,
        II,16) 
                   
        Y
        en la divulgación entraría también la refutación de los necios,
        palabra ésta que usa Feijoo en el prólogo
        al tomo V citado para referirse a los que, como Salvador Mañer, le
        atacan. Necios, en latín, son los que no saben, lo mismo que idiotas
        en griego, sinónimos ambos, por tanto, en el sentido cervantino, de
        vulgo; pero idiota,
        además, no tiene todavía en 1734 el sentido peyorativo actual asociado
        a falta natural de entendimiento o imbecilidad, que es del siglo XIX,
        mientras que necio lleva ya aparejada la connotación de
        terquedad en el error. Tampoco
        divulgación –publicación- tenía entonces propiamente el sentido de
        hoy, asociado al periodismo, de versión o traducción adaptadora o
        simplificadora, implícita o explícita, de autores y noticias de
        actualidad que aparecen en libros más o menos especializados y en los
        medios de comunicación de otros países. Sin embargo, es evidente que
        la obra de Feijoo tiene mucho de esto.
         
                   Que
        Feijoo puede ser considerado como un periodista de su tiempo, o antes de
        tiempo, lo prueba la simple lectura de sus obras o la comparación con
        el propósito confesado de Addison
        al crear en Londres en 1711 el periódico The
        Spectator: trasladar la filosofía a las tertulias de los cafés,
        popularizando o vulgarizando el saber de su época (Marichal, 147-148;
        Abellán, 498). Algo parecido querrá hacer luego Ortega,
        otro ensayista sobresaliente, entre 1916
        y 1929 con El
        espectador. Y es Ortega quien nos da una
        definición de ensayo en Meditaciones del Quijote (1914)
        -"el ensayo es la ciencia menos la prueba explícita" (60)-
        aplicable al Teatro crítico de Feijoo y a su defensa por Martín
        Sarmiento en la Demostración crítico apologética (1732). 
             
          
        Al darnos esta definición Ortega está pensando, evidentemente,
        en el ensayo de divulgación, el tipo de ensayo que él publicaba más a
        menudo en los periódicos y qu e en sus manos, como en las de Feijoo,
        llega a una altura, o a un grado de elaboración, que permiten su
        inclusión entre las obras de arte del lenguaje. Ambos sobrepasan el
        nivel meramente divulgador y superan incluso a sus fuentes o modelos:
        son, por ello, maestros en la vieja tarea retórica de la emulación. 
              
          
        Por "prueba explícita", aquello que este tipo de
        ensayo no necesita, entiende Ortega, claro está, la erudición o la
        noticia, el dato, la referencia a la fuente de primera mano o al
        experimento que el ensayo científico o de investigación sí requiere,
        pues la ciencia, la investigación, se vale también de este género
        para difundir sus aportaciones, sólo que éstas van dirigidas no al
        vulgo, o al común de las gentes, sino al especialista en cada rama del
        conocimiento. El paralelo entre el ensayo que escribe Feijoo y el que
        define Ortega puede verse mejor en la aclaración que sigue a su
        definición: 
                
        Estas
        Meditaciones, exentas de erudición (...) No son filosofía, que
        es ciencia. Son simplemente unos ensayos. Y el ensayo es la ciencia,
        menos la prueba explícita. Para el escritor hay una cuestión de honor
        intelectual en no escribir nada susceptible de prueba sin poseer antes
        ésta. Pero le es lícito borrar de su obra toda apariencia apodíctica,
        dejando las comprobaciones meramente indicadas, en elipse, de modo que
        quien las necesite pueda encontrarlas y no estorben, por otra parte, la
        expansión del íntimo calor con que los pensamientos fueron pensados.
        (60-61) 
                 Parafraseando a
        Ortega podemos convertir su definición de ensayo citada en una especie
        de fórmula matemática y afirmar que el ensayo, en su sentido más
        general, es igual a ciencia más, o menos, -más menos- la prueba explícita.
        Según esto, la comparación entre Feijoo y Martín Sarmiento puede
        llevarse más lejos: el primero es ante todo un ensayista divulgador, en
        el sentido orteguiano, o un ensayista literario, en el sentido actual de
        la palabra; el segundo sería más bien un erudito, cultivador del
        ensayo de investigación, necesitado de la prueba explícita. He aquí
        algunos datos, entre otros que podrían aportarse, que pueden
        confirmarlo.  
               Sarmiento, por lo que
        sabemos (Galino, 146 ss.) tuvo una formación más profunda que la de
        Feijoo: era experto en Paleografía y Diplomática y sus conocimientos
        venían a menudo de primera mano, pues era un buen conocedor, y
        expurgador, de bibliotecas y archivos, que siempre encuentra escasos y
        con obras "de poco cuerpo". Por ello, solicita más
        bibliotecas y una mayor difusión de la lectura, lamentándose de las pérdidas
        que se producen, bien por robo, bien por descuido. Se muestra partidario
        de los estudios útiles y positivos y en contra de los abstractos y teóricos,
        librescos y memorísticos. 
            
          
        Sobre las traducciones tiene ideas parecidas a las que luego
        defenderán Cadalso
        y Capmany[1],
        y dice en sus Reflexiones literarias para una Biblioteca Real,
        obra no publicada hasta 1789: 
            
          
        Me corro de vergüenza que en España no hayamos de pasar de
        meros traductores (...) que todo venga de fuera y sólo salga de
        nosotros el oro y la plata con que pagar nuestra desidia (157) 
               
        Se muestra contrario a la importación de nuevas voces sin pasar
        por el latín, que es la fuente, y dice taxativamente que los libros que
        se refieren a gobierno, política y religión no deben ser traducidos,
        pues son peligrosos; sí, en cambio, los de ciencias positivas y útiles.
        Está a favor de los métodos modernos, sin desterrar lo propio, pero se
        muestra contrario a los estudios en el extranjero, por razones
        religiosas. 
            
          
        
        
        Sarmiento
        es un defensor de la igualdad de lenguas, con sobrevaloración de la
        lengua hablada, que identifica a lo natural: su origen está en las
        onomatopeyas y los determinantes, esto es, 
        en la mímesis y la relación referencial, que opone a los
        libros, pretendiendo -el viejo tópico- que escribe como habla. Dice que
        mamó la lengua gallega, olvidada luego, por tomar los hábitos, a favor
        del castellano: "Ajustadas las cuentas, dice, ninguna poseo sino el
        castellano vulgar[2],
        que hablo, leo y escribo sin aliño particular" (Allegue, 57). El
        neoclasicismo o ‘nuevo clasicismo español’ (Sebold) que desde
        Feijoo se sitúa contra el manierismo barroco, no es sino una variante más
        de la antigua polémica entre aticismo y asianismo, reverdecida desde el
        siglo XV tanto en el humanismo propiamente dicho como en el llamado
        ‘humanismo vernáculo’, con su cúspide en el llamado Siglo de Oro.
        El aticismo de Feijoo queda de manifiesto en sus Cartas eruditas
        (II, 4), en la titulada ‘La
        elocuencia es naturaleza, y no arte’. 
                 
        
        
        La
        preponderancia que Feijoo otorga a la naturaleza sobre el arte en este
        ensayo podría explicar también la admiración de Sarmiento por el rústico
        y el analfabeto, a la manera de Rousseau -no se sabe si pudo leerle, el Emilio
        es de 1763-, algo que Galino (169) explica como rasgo prerromántico
        indicador del fin del racionalismo, aunque también reflejaría rasgos
        de spleen. Para Sarmiento, la gente iletrada, como dotada de 'razón
        natural', le parece más 'sabia' que los eruditos, lo que lleva implícita
        la oposición entre la naturaleza -Galicia: lo concreto- y cultura -
        corrupción, Madrid, lo abstracto- no sin autocrítica: dice que vive
        en un desierto en el centro de Madrid, y los que viven en desiertos,
        fuera de la sociedad, no pueden tener muchas ideas reales (Allegue, 68).
        La oposición entre el gran teatro que es Madrid y el convento en el que
        vive Sarmiento recluido, como en un desierto, aparece en el juicio de
        Feijoo sobre él (Teatro
        crítico universal,
        Tomo
        cuarto, 1730,
        p. 412): 
                 
        
        
        Mi
        Religión tiene un sujeto que en la edad de treinta y cinco años es un
        milagro de erudición en todo [452] género de letras divinas y humanas.
        En cualquiera materia que se toque, da tan prontas, tan individuadas las
        noticias, que no parece se oyen de su boca sino que se leen en los
        mismos Autores de donde las bebió. Es de tan feliz memoria, como de ágil
        y penetrante discurso, por lo que las muchas especies que vierte a todos
        asuntos, salen apuradas con una sutil y juiciosa crítica. En sujeto tan
        admirable sólo se reconoce un defecto, y es, que peca de nimia ó muy
        delicada su modestia. Es tan enemigo de que le aplaudan, que huye de que
        le conozcan. De aquí, y de su grande amor al retiro de su estudio
        pende, que asistiendo en un gran teatro es tan ignorado como si viviese
        en un desierto. Bien veo que el lector querría conocer a un sujeto de
        tan peregrinas prendas; pero no me atrevo a nombrarle, porque sé que es
        ofenderle. 
                 
        
        
        La
        pose antierudita que Sarmiento adopta no es tanto un defecto como una
        consecuencia de su empirismo exacerbado, aliado a su aticismo lingüístico.
        Galino (127) dice que es, a veces, un autor de un realismo brutal, de ahí
        que muchas de sus obras no hubieran podido publicarse. Sarmiento fue
        corrector de la obra de Feijoo desde 1728 y le puso catorce índices;
        fue nombrado cronista general de Indias, cargo al que puso reticencias
        pues necesitaba comprobar las informaciones y datos in situ, o de
        primera mano, pues, como el decía, no quería ser 'cronista de oídas';
        y era requerido a menudo para emitir dictámenes, por su mucha erudición.
        Su alternancia entre viajes y libros se explica por esa necesidad de
        recoger materiales de primera mano. Criticaba la llamada 'historia
        general', la de guerras y hazañas, en la que suele tomar la palabra
        gente que no sabía hablar (Allegue, 26 ss.). 
       
        
        
        
        
        El
        método de Sarmiento es inductivo o analítico, frente a lo deductivo, a
        favor de una relación ingenua -lockiana- entre palabra y cosa, con la
        obsesión por la fuente primera, el origen o etimología y la división
        de las voces en grados de enseñanza según edades: primero los nombres
        que designan cosas naturales - andar y ver, viaja r-, luego las
        artificiales y más tarde abstractas o universales, 'que no se pueden señalar
        con el dedo'. (Allegue, 61 ss.) 
                 
        
        
        Su
        metodología es experimental o positiva, conocer desde los datos o fenómenos.
        Para situar una noticia del mundo natural sigue estos pasos: 1. Quienes
        copian de quienes. 2. Quienes alteraron o qué copiaron 
        3. quienes amontonaron mucho saber, sin crítica ni
        combinaciones.  4. A partir
        de ahí se le ocurren muchas observaciones y combinaciones que ni ha leído
        ni podría haber pensado (Allegue, 67). Hay en Sarmiento claros rasgos
        perspectivistas, pues su método admite que todo depende del
        presupuesto, del punto de vista o perspectiva de partida, basado todo en
        un relativismo cotidiano. Su método para la historia rechaza el uso de
        'historias' -las de guerras y hazañas, en particular- en favor de los
        hechos de la vida cotidiana, la circunstancia económica, política y
        social, recogida en lo que llama efemérides: recogida de datos
        concretos, de sucesos cotidianos vividos. (Allegue, 71-2). Y aplica esto
        a todos los campos, incluida la lengua: etimología, como teorema geométrico
        a la manera de Euclides, con demostración hipotética, no absoluta, que
        opone a la lógica. Su recogida de voces gallegas va dirigida a
        dignificar esa lengua según un estudio etimológico comparado con las
        otras. 
         
               
        
        
        Las
        diferencias entre Feijoo y Sarmiento en cuanto al tratamiento de los
        temas se observan sin más que comparar la Ilustración
        del primero con la Demostración del segundo. En el discurso
        7, por ejemplo, 'Desagravio de la profesión literaria', al
        comienzo, se discute sobre una proposición condicional que Mañer[3]
        había interpretado como duda de Feijoo respecto a lo que decía; la
        aclaración de éste es despectiva:  
                  
        
        
        
        
        
        
        Dígolo,
        y lo diré mil veces, que al Sr. Mañer le hizo gran falta un poco de
        escuela. A poco que frecuentara el Aula de Súmulas, oyera a aquellos
        muchachos, para ejemplo, ya de las proposiciones hipotéticas, ya de las
        argumentaciones condicionadas, pronunciar aquella: Si Sol lucet,
        dies, est, sin que ninguno de ellos dude, si luce, o no luce el Sol,
        cuando la articula. Y si entrara en la Aula de Teología, oyera, que ab
        aeterno existió en la mente Divina el conocimiento de la futura
        conversión de Tirios, y Sidonios, debajo de la condición de que Cristo
        les predicase; sin que por esto se pueda decir, que Dios ab aeterno dudó
        si Cristo había de predicar a los Tirios, y Sidonios. (edición de
        Madrid, pp. 33-40.}
        
           
         
                    
        
        Sarmiento,
        por su parte, más concreto, directo y claro, aduce un fragmento de San
        Pablo: 'Si autem Christus non resurrexit, innanis est praedicatio
        nostra; inanis est, et fides vestra'. Y añade: "Dirá el R. que
        San Pablo dudó de la resurrección de Cristo?" 
         
                
          
        
        A
        veces Feijoo cita sus fuentes, dando la referencia, incluso con frases
        del original, como prueba:  
                  
        
        
        Mas
        se ha de advertir, que entre los que murieron en agraz cuenta a Julio César
        Scaligero, diciendo, que falleció a los veinte años de edad: para lo
        cual cita el Tomo VI de las Sentencias de los Sabios de París con
        otros muchos, suppresso nomine. Ese Tomo no dice tal disparate;
        antes de él se colige evidentemente lo contrario: pues afirma, pag.
        208. que Julio César Scalígero empezó sus estudios a la edad de
        treinta y cinco años, con estos términos: Il commença ses études
        par la lecture d`Aristote, & d`Hippocrate a l`age de 35 ans. 
        (Ibid.)
        
         
         
                    
        
        
        Esto
        no es frecuente. Él mismo alude a ello en el prólogo
        al tomo V (1733), donde se descarga en Sarmiento de esta labor y
        remite a él al lector: 
                   
        
        
        
        
        
        
        Lo
        más esencial para el intento está en la calificación de todas mis
        noticias. Habían los contrarios aseverado con osada frente, que muchas
        de aquellas para quienes no cito Autores, no se hallaban en Autor
        alguno, y que muchas para quienes los cito, no parecían en los Autores,
        y lugares señalados. Qué hizo el Maestro Sarmiento? Justificó mis
        citas, mostró la falsedad de muchísimas de los contrarios, y para
        aquellas especies que ellos decían no se hallaban en Autor alguno, se
        los alegó a montones.  (...)
        A todo ocurrió la precaución del Maestro Sarmiento, ofreciendo en el
        Prólogo de su Obra dar a cualquiera que le busque, para asegurarse de
        la verdad, abiertos y registrados todos los Autores que cita, así en
        confirmación de sus noticias, y mías, como los que alega para
        convencer de falsas las citas y especies de los contrarios. 
                
        
        
        Ahora
        bien, Lector mío, ya no hay lugar a tergiversación alguna. El Maestro
        Sarmiento está en la Corte, y rarísima vez sale de su Monasterio de
        San Martín: con que si tú también estás en la Corte, cuando quieras
        le hallarás. Apunta, pues, todas las citas y especies, de cuya verdad o
        falsedad quisieses asegurarte, y acude con ese apuntamiento al Maestro
        [XLVI] Sarmiento. El te abrirá al punto los Autores, y te hará
        patente, que no hay cita ni noticia suya, ni mía, que no sea verdadera;
        y que todas las que él ha notado de falsas en los contrarios,
        ciertamente lo son. Si no estás en la Corte, por un Corresponsal de tu
        confianza que habite en ella, puedes adquirir el mismo desengaño. Pero
        dígote, que sea de tu confianza y conocimiento, porque no siendo así,
        podrías caer en manos de alguno de la Congregación Tertuliana, que te
        engañase de nuevo, y sería novissimus error pejor priore. 
        (edición de Madrid 1778,  pp.
        XXXVI-XLVII.) 
                 
        
        En
        efecto, la Demostración es un compendio de precisiones y
        aclaraciones, pero no sólo es eso. Sarmiento sabe que a menudo, para
        probar algo, no bastan sólo las autoridades o son inútiles, pues hay
        muchas opiniones encontradas: 
              
        
        
        
        
        
        
        El
        P.M., en este discurso, prescinde de autoridad y se vale de razones, y
        de experiencias. Aun si quisiese probar su discurso con autoridades,
        podría citar autores que tuvieron voto en la disputa. (...) a este
        assumpto se pudieran hacer muchos tomos, si quissiesemos contraponer
        autores. (Dem. 110). 
         
        
             
           Por
        eso, suele acudir a testimonios oculares o de primera mano, o que tengan
        que ver con hechos históricos o viajes, o una base experimental, tal
        como podríamos haber deducido de lo dicho arriba sobre su método. Así,
        ante la duda manifestada por Mañer de que el matemático Francisco
        Vieta pudiera resistir sin comer durante tres días enfrascado en sus
        especulaciones matemáticas, acude a los testimonios paralelos de
        viajeros: un médico francés del kan de los tártaros refiere la
        capacidad de éstos y de sus caballos para resistir sin comer durante
        cinco o seis días (Dem. , 114-115); otro cuenta la experiencia
        del rey de Suecia sobre lo mismo. Además, tratándose de cosas
        ocurridas, de hechos históricos, sólo la fuente fidedigna es fiable,
        dice (116). Arguyendo contra los protestantes, que no admitían la
        corrección gregoriana del calendario, por haberse hecho en Roma, dice
        que "contra este absurdo testificaban el cielo, sol, luna y
        estrellas" y destaca luego la capacidad de invención y
        descubrimiento de Vieta, "que no estudiaba por índices o libros
        gacetales, sino con profundas especulaciones en lo más abstracto de las
        matemáticas" (117-18).  En
        lo que se refiere al discurso de Feijoo sobre el paralelo entre las
        lenguas castellana y francesa lo más interesante es, quizás, el apéndice
        final donde trata de la lengua gallega, argumentando que ni es dialecto
        de la portuguesa, ni ésta de la castellana, como se venía creyendo.
        Parece claro, dice Feijoo, que históricamente el gallego no pudo
        derivar del portugués, antes al contrario; igual opina Sarmiento, y añade
        que lo mismo puede decirse respecto del castellano, algo que puede
        probarse sin más que examinar sus diferencias, aduciendo algunos
        ejemplos de fonología y gramática histórica, no todos acertados pero
        sí bastante avanzados para su época. Previene también al lector de
        que no debe confundir la lengua escrita, lengua de cultura, con la
        lengua propiamente dicha[4];
        además, tanto él como Feijoo creen todavía que las lenguas romances
        surgen de la degeneración o corrupción de la latina, de ahí que insinúen
        ambos que tanto el portugués como el gallego superan al castellano en
        cuanto al número de voces más cercanas al latín, menos corruptas, por
        lo que estarían más cerca de la lengua madre, lengua de cultura todavía
        entonces: es éste un viejo debate[5]
        que se planteó ya en Italia con los primeros humanistas. Sin embargo, a
        pesar del prestigio que las lenguas clásicas conservaban en el tiempo
        de Feijoo y Sarmiento, ni uno ni otro se muestran muy partidarios de
        ellas fuera del ámbito eclesiástico y resulta decepcionante para
        muchos el casi nulo papel que les asignan en la educación (Filgueira,
        15 ss.): serían ellos los que cierran definitivamente el debate sobre
        el humanismo vernáculo que venía planteándose desde el siglo XV, con
        Alonso de Cartagena y su polémica con los
        humanistas italianos. En este aspecto lingüístico su preocupación
        parece estar, primero, en mostrar la igualdad esencial de las lenguas,
        algo todavía difícilmente aceptable entonces, sea respecto de las clásicas
        en el ámbito científico y universitario, del francés en el europeo o
        del castellano en el español. Y como buenos gallegos, los dos
        benedictinos barren para casa, pero es Sarmiento, cuando se trata de
        argumentar sobre cada lengua en particular, quien aporta las pruebas más
        concluyentes, las pruebas explícitas de acuerdo con su experiencia y
        con el estado de los conocimientos de su tiempo, adelantándose incluso
        en algunos aspectos a lo que será la filología del siglo XIX.  
        
        
        
        
        
         
        
        
           
        
        Obras
        citadas
        
                            
           
        
         
                        
          Abellán, J.L. Hist.
        Crítica
        del pensamiento español.
        Madrid: Espasa-Calpe, 1981, tomo 3, pp. 498-99 y 506-511
        
         
                        
         
        Allegue, Pilar. A filosofía ilustrada de Fr. Martín
        Sarmiento. Vigo
        : Edicións Xerais de Galicia, 1993 
        
         
                        
          
        -
        Presencias
        de Locke, Voltaire, Beccaría, Montesquieu e Rousseau en Sarmiento.
        
         
                        
         
        Feijoo, B. J., Obras, en Biblioteca Feijoniana, edición
        digital, 
        http://www.filosofia.org/feijoo.htm
        
         
                   
          
            Filgueira
        Valverde, J. "Feijoo y Sarmiento ante la antigüedad clásica",
        en Estudios sobre Feijoo y Sarmiento, Madrid: Fundación Pastor
        de Estudios Clásicos, 1983 
        
         
                        
          
        Galino Carrillo, A. Tres hombres y un problema : Feijóo,
        Sarmiento y Jovellanos ante la educación moderna. Consejo Superior
        de Investigaciones Científicas, Madrid : [s.n.], 1953
        
         
                   
          
            Marichal,
        J. La voluntad de estilo.Teoría e historia del ensayismo hispánico.
        2ªed. Madrid: Revista de Occidente, 1971 Menéndez Pelayo, M. Historia
        de los heterodoxos españoles. 3º
        ed.. Madrid: BAC, 1978, 2 vols.
        
         
                        
               Ortega
        y Gasset, J. Meditaciones del Quijote. Ed. J. Marías. Madrid: Cátedra,
        1984
        
         
                        
               Sarmiento,
        Martín, Demostración crítico apologética de el Theatro crítico 
        universal que dio a luz el   R.P.M. Fr. Benito Jerónimo
        Feijoo, tomo I, tercera impresión. Madrid: Herederos de F. Del
        Hierro, 1751 (10 ed., 1733. Véase,
        también, el catálogo de la Biblioteca Nacional de Madrid sobre Sarmiento,
        Martín (1695-1771) y el Proxecto
        Sarmiento. 
        Sebold,
        Russell P. "Martín
        Sarmiento y la doctrina neoclásica",
         
        Ed.
        digital basada en el texto de Ínsula, 366 (mayo 1977), pp. 1 y
        12. 
        Más Bibliografía
        y otros ensayos sobre Sarmiento: 
        Día
        das Letras Galegas 2002 
        La voz de Galicia.
        
         
            
        
        
         
                                                           
        
         
        
        
         
          
        
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