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La lengua española en Brasil
La lengua española para los brasileños

Intervención en el coloquio interatlántico

Nombre del Autor: Neide Therezinha Maia González

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nemago@usp.br

El español, una lengua mestiza. Intervenciones completas del coloquio interatlántico organizado por Comunica - Unidad en la Diversidad. Texto reproduzido com permissão do Prof. Tito Drago, editor da revista Comunica.

Minicurrículo: Profesora Doctora de Lengua Española de la Universidade de São Paulo - USP; Orientadora de postgrado en las Áreas de Español y Lingüística de la USP; Miembro del Consejo Editorial de la Revista Hispanista.

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Saludo la iniciativa de Comunica de poner en debate el tema de «la actualidad del idioma español» y la felicito por la fina sensibilidad de haber incluido a Brasil en esas reflexiones. Es muy oportuno hacerlo en este momento en que justamente se discute la obligatoriedad de su enseñanza en nuestras escuelas y aclaro que mi intervención mantendrá la perspectiva de una hablante brasileña del español, profesora e investigadora en el campo – no didáctico – del E/LE.

Celada, en un trabajo inédito, muestra que el español en Brasil es «una lengua singularmente extranjera». Singularmente es sin duda un adverbio perfecto para referirse al modo como se establece la relación del brasileño con esa lengua y entender cómo se construye en su imaginario la poca estudiada distancia – no siempre la misma, incluso para un mismo aprendiz – entre el español y el portugués. De hecho, los estudiantes brasileños de E/LE en general circulan al menos por tres escenarios: el que los lleva a suponer que la proximidad se traduce en facilidad; el que les revela que ni la proximidad – lingüística – es tan grande ni la facilidad – psicológica – se confirma; y el que los hace construir una lengua exótica para no correr el riesgo de instalarse en el llamado portuñol, lo que no es exactamente una ventaja.

Ahora bien, en un momento tan importante como el que vive el español hoy en Brasil, cabe preguntarnos si hemos estudiado suficientemente esa compleja relación, que la mayor parte del tiempo se ha reducido a un aspecto: el del contraste término a término para diagramar las diferencias, lo que parecería ser la fórmula mágica para solucionar todos lo problemas.

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Se tardó mucho, en Brasil, para que las lenguas extranjeras – por razones que se encuentran tanto en la historia de la lingüística como en la historia de nuestras universidades – constituyeran un objeto de estudio en sí mismas. Por mucho tiempo, éstas no pasaron de un instrumento, el vehículo que le permitía a uno acceder a otros nobles campos, como la literatura. Y el español era, por esa al mismo tiempo cómoda y engañosa proximidad con el portugués, el instrumento más a mano, el que abría más rápidamente las puertas a un mundo que no estaba dicho o escrito en portugués. Esa proximidad, que incentiva una práctica espontánea tan común entre nosotros, explica de cierto modo el que no se creara una tradición de investigación que pudiera sostener lo que está sucediendo con el español hoy, cuando por un conjunto de factores, el español se ha transformado en la segunda lengua en importancia y demanda en Brasil.

Se supone conocer algo desconocido

Esa práctica espontánea – que afecta tanto la utilización de la lengua para la comunicación como su enseñanza – se apoya, entonces, en un vacío de reflexión, o por lo menos, en un conjunto pequeño de reflexiones fragmentarias, con lo que se ven estimuladas la improvisación y la precariedad. Así, entre otras cosas, se queman etapas y se anticipa la reflexión acerca de cómo se enseña la lengua sobre la reflexión lingüística, cómo se enseña una lengua que se presupone conocida sin que de hecho lo sea, al menos suficientemente, tanto de parte de los brasileños, hablantes siempre extranjeros, como de los muchos hablantes nativos que por alguna razón se instalaron en Brasil.

¿Qué significa conocer una lengua al punto de poder enseñarla, y más, de enseñarla en la perspectiva de lengua extranjera? Esa respuesta sólo se da por el camino de la investigación teóricamente fundamentada, un camino que por la misma necesidad que sienten los actuales profesores viene imponiéndose poco a poco y traduciéndose en gestos como el aumento de la demanda por cursos de grado y posgrado en las universidades, la creciente producción de tesinas y tesis, la expansión de las asociaciones de profesores y el éxito de las actividades que organizan, la oportuna instalación del Instituto Cervantes en São Paulo, la creación de la revista electrónica Hispanista y su inmediata aceptación, la creación de una Asociación Brasileña de Hispanistas, éste un gesto que, según Mario González, representa la superación de la noción, más bien ideológica, de «hispanidad», atravesada por factores más emotivos y políticos que científicos. El hispanismo se impone, por fin, sobre la hispanidad que hasta hace poco prevalecía por aquí.

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Aun así, tardará algún tiempo hasta que se nos ofrezcan las condiciones ideales. Pero cada día el español se impone en Brasil y ello nos obliga a no perder tiempo. Las universidades tienen que cumplir su papel para que la enseñanza del español tenga éxito, porque no nos interesa simplemente hacer de cuenta que enseñamos el español y ver fracasar nuestra empresa. 

Los gobiernos también son responsables

También tienen que cumplir su papel los gobiernos y las instancias responsables por las políticas educativas: apoyando las instituciones formadoras y creando buenas condiciones de trabajo para los profesores.

Aprovecho el gancho para tocar brevemente el tema de la enseñanza obligatoria del español. Empiezo por recordar, como lo hace Kulikowski, la pluralidad cultural de Brasil y la diversidad de sus necesidades. Y sigo recordando la ya antigua opción por una política plurilingüística por parte de las asociaciones de profesores de diversas lenguas, un gesto de reacción a lo que en otro texto he clasificado como «la perversa metonimia, consagrada en los tiempos negros del arbitrio explícito, que llevó a la sustitución de la designación ‘Lengua Extranjera Moderna’ [la que desde hace mucho existe en la legislación educacional brasileña] por ‘Inglés’ o a emplear ‘Inglés’ como la expresión completa o exclusiva de ‘LEM’».

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En ese cuadro se empieza a discutir la obligatoriedad del español en Brasil y se crea con ello una incómoda animosidad, sobre todo cuando los argumentos privilegiados por los medios de comunicación se concentran en cuestiones de mercado. No tengo cómo entrar en detalles, pero me pregunto si el español necesita que se lo intente imponer por decreto o si no puede imponerse, como de hecho se está imponiendo, por sí mismo. Políticamente, me parecería más hábil incluso invertir en que se cumpla la ley existente, que presupone la diversificación de la oferta de lenguas, y seguramente el español se consolidaría, aunque no sería la única lengua de opción de los estudiantes brasileños.

Por otro lado, como brasileña, me cabe decir que la aprobación de la ley de implantación obligatoria del español no necesariamente se traduciría en una efectiva implantación. Lamentablemente, podría darse el caso de que, como se dice por aquí, essa lei não vingasse (esa ley no cuajara), como otras tantas, incluso una que determina que el español se enseñe en las escuelas públicas del municipio de São Paulo, que nunca se ha reglamentado e implantado.

El español puede y va a implantarse en las escuelas por opción, pero su éxito depende, más que de decretos, de cómo lo hagamos.

 

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