- Si el
dueño de la casa supiera...
- Lo hace meter preso - fue el único comentario
del tuerto. (p.79-80)
A su vez el albañil le deseaba al
corredor "una catástrofe súbita", pero para su infelicidad sufría de
"falta de imaginación", hecho que le atormentaba.
Las figuras caricaturescas, los colores
acentuados en la descripción de los personajes, la ironía del narrador al tratarlos como
propietarios, aunque pequeños, nos recuerdan algunos cuadros expresionistas donde hay una
fuerte distorsión tanto de las personas como de objetos. Éste distorsionamento que es
disfrazado en el momento en que se encuentran en un sitio público, abierto como la calle.
Aquí los personajes visten sus máscaras y se solidarizan por la "común desgracia
del costo del material de construcción" (p.79).
Las mujeres charlando en el límite de sus
espacios cerrados - en el cerco de alambre - "eslabonaban conversaciones inagotables,
donde se sacaba a relucir la vida de la carbonera y la posibilidad de un tranvía en la
calle próxima..." (p.83)
El mismo espacio que es tema de una
solidarización mueve a los personajes a una estrecheza de visión, a la falta de
imaginación al tener una casa como motivo de concurrencia, de "status". El
extravasar de esa angustia tiene como espacio ideal la calle. Es allí que la mayor
afición de los propietarios, perjudicar al otro, puede ser desarrollada:
(...) el albañil se veía caer
sobre Joaquín con un puñal en la izquierda.
En la esquina lúgubre de su casa, con los
desperdicios de basura en la vereda de tierra, y el farol de nafta iluminando con su luz
amarilla un círculo del que Cosme brotaba cuando pasaba el tuerto (...) (p.83)
El otro también tiene su
"desasosiego", una "ansiedad" por perjudicar al vecino: "(...)
entornando los ojos, miró por el intersticio de los postigos el cilindro amarillo que en
el fanal del farol oscilaba tristemente y se dio cuenta que en la calle soplaba el viento
(...)" (p.84)
Ésta también aparece distorsionada por la
poca luz amarilla del farol en los anhelos de los personajes como reflejo de su propia
manera de pensar.
El narrador de Contos de Belazarte en
Túmulo, túmulo, túmulo nos cuenta algo que sucedió "lá em casa
mesmo" en un tiempo que estaba más "endinheirado" y tenía la imaginación
movida por el cine: "Achava gostoso esse pedaço de cinema: o dono saindo, vem o
criado com o chapéu e bengala na mão" (p.71)
Y es en un tranvía que Belazarte conoce al
negro Ellis que aparece descrito de una manera supuestamente cariñosa, pero llena de una
carga de depreciación que lo distorsiona. Se percibe también la importancia de los
colores en esta larga pero interesante transcripción:
Nem que ele estivesse trabalhando
pesado, suor corría, ficava o risco de gota feito rastinho de lesma e só (...)
Só o olhar amarelado, cor de ólio de babosa, é
que descansava no meio daquela igualdade perfeita. É verdade que os dentes eram brancos,
mas isso raramente se enxergava, porque Ellis tinha um sorriso apenas entreaberto. Estava
muito igualado com o movimento da miséria para andar mostrando gengiva a cada passo
(p.72)
Ellis intenta aprovechar las
posibilidades que la ciudad que se moderniza le proporciona, desea ser conductor; una
profesión más especializada que un mayordomo. Sin embargo, al casarse su sueño se
acaba, le viene la mala suerte, las dificultades crecen; y él pasa a trabajar como
albañil además de ayudar en la casa de Belazarte.
Empieza el gran contraste entre patrón y
empleado. Mientras el primero confiesa al lector que la vida le había sido tan bondadosa
que no sentía falta de nadie, Ellis nos dice: "Trabalho, sim senhor, mas a vida anda
mesmo dura" (p.75)
Hay un rebajamiento de este personaje en los
conceptos de la ciudad que progresa y en los de su patrón. Ellis pasa a vivir en un
sótano como en un "buraco de tatu", según el narrador, y trabaja en un
albañal.
A lo largo de otros cuentos, como en éste,
Belazarte busca una aproximación a sus personajes y a su vida sufrida, pero asume ahora
una clara postura elevada, diferenciada, de burgués e intelectual: "Não paga a pena
a gente imaginar que todos somos iguais, besteira!" (p.78)
Dos párrafos después ironiza la situación
de Ellis con una imagen bastante próxima a las que crean los futuristas: "Era a
tuberculose que, sem nenhum respeito pelas regras da cidade, estava fazendo cento-e-vinte
por hora na raia daquele peito apertado." (p.78)
La ciudad con su ritmo alucinado, con su
deshumanidad, haría ya una víctima más. El narrador sufre, pero mantiene su postura de
superior, de "aquele que sabia das coisas" hasta el final del cuento: "
(...) foi tão humilde que nem teve o egoísmo de sustentar contra mim a indiferença da
morte. O olhar dele teve uma palpitação franca pra mim (...)" (p.81)
La oscilación de actitud de Belazarte
muestra su propia angustia de intentar comprender la situación de los subproletarios, al
mismo tiempo que no quiere estar totalmente identificado con ellos, ya que no quiere
perder su "status" de pequeño burgués e intelectual.
Maria Célia Paulillo (1980: 25) ya ha
identificado en su tesis esta oscilación: "Toda narração do conto é atravessada
por um movimento pendular que oscila entre a certeza dessa distância e um forte desejo de
aproximação (...)"
De un modo bastante aproximado hay en Los
fieras por parte del narrador, la gana de no identificarse con aquellos que están a
su lado. El narrador nos dice que "a pesar de haberme mezclado con los de abajo,
jamás hombre alguno ha vivido más aislado entre estas fieras que yo" (p.89).
Y en su angustia por distinguirse acaba
también por escribir un cuento contando su historia.
El alejamiento del narrador se da tanto en
relación a la persona para quien escribe el cuento como en los "fieras", sus
compañeros en el submundo.
A pesar de las ventajas ofrecidas por la
ciudad moderna, éstas no le son compartidas, lo que le causa un gran sentimiento de
soledad, de angustia:
Caminaba como antes por las calles,
miraba los objetos que se exhiben en las vitrinas, y hasta me detenía sorprendido frente
a ciertas ingeniosidades de la industria, mas la verdad es que estaba horriblemente solo
(p.96).
Hay una separación de la sociedad
donde vive, y en la cual no está insertado. Esta ruptura es evidente al hablar de su
amada:
Incluso he cambiado de nombre, de
manera que aunque a todos los que pasan les preguntaras por mí, nadie sabía contestarle.
Sin embargo, vivimos aquí en la misma ciudad, bajo
idénticas estrellas.
Con la diferencia, claro está, que yo exploto a
una prostituta, tengo prontuario y moriré con las espaldas desfondadas a balazos,
mientras tú te casarás algún día con un empleado de banco o subteniente de la reserva
(...) (p.89).
La ciudad es la misma, pero el
espacio social que se ocupa en ésta es bastante diferente entre éstos dos personajes.
Los dos están confinados en sus respectivos "mundos". Como escribe Beatriz
Pastor (1980: 80):
El espacio del lumpen está dividido
en dos partes centrales; la primera, y más importante, es el café, y la segunda es el
prostíbulo.
Pero esta apertura es más aparente que real y, a
medida que vamos penetrando en ese mundo del lumpen con el personaje, vemos que es tan
cerrado al exterior como el de la pequeño-burguesía.
El narrador define a sus compañeros
por asociaciones con animales, como ocurre en otros cuentos y principalmente en El
Jorobadito. Para diferenciarse, ellos son los "fieras", que se parecen a
"yacaré", "hipopótamos", "bestias". Son descritos
peyorativamente deformados como Ellis: "El pelo de Tacuara es lacio y renegrido; los
ojos oblicuos y pampas; la cara redonda y como espolvoreada de carbón, y la nariz
chata." (p.88)
El espacio de ese narrador es el
supuestamente abierto, el de la calle del lumpen, o entonces el cerrado, pero casi
público de los prostíbulos y de los cafés: "Ahora en la mesa del café, bajo las
luces amarillas, blancas y azules, el silencio constituye un reposo (...)" (p.100)
La rutina de la vida nocturna del submundo
tiene sus colores intensificados por él, que se sabe haciendo parte del "socavón de
la infrahumanidad" o del "engranaje perezoso", engranaje del cual el
narrador no sabe salir y donde va cada vez más hundiéndose. |