cabeçalho.gif (32232 bytes)

ARTIGO ON LINE

39

LAS TRES NOVELAS EN UNA NOVELA DE CARLOS FUENTES 

Nome do Autor: José Andrés Rivas

jrivas@unse.edu.ar

Palavras-chave: romance latino-americano - leitura -  reescritura crítica

Minicurrículo: Doutor em Letras pela Universidad de Buenos Aires. Foi professor em várias universidades argentinas e norteamericanas. Obteve as bolsas Fulbright ela do Fondo Nacional de las Artes de seu país. Publicou seis livros de crítica pelos quais recebeu, entre outros, o Segundo Premio Nacional de Ensayo y Crítica Literaria, la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores e o Premio Federal de Humanidades. Como narrador obteve em 1998 o Primer Premio no XXII Concurso Internacional de Narraciones Breves “Antonio Machado”  na Espanha. Diretor da Escuela de Filosofía y Letras da Universidad Nacional de Santiago del Estero.

Resumo: O autor deste artigo propõe três possíveis leituras do romance La campaña do escritor mexicano Carlos Fuentes. No conjunto de obras de Fuentes, La campaña pertence ao tempo romântico e se passa nos anos da Independência sul-americana. Segundo o autor, diante da gesta da Independência houve três atitudes: primeiro, uma visão idealizada, a seguir, uma visão de desilusão e, finalmente, uma reescritura crítica. O romance de Fuentes estaria inscrito nesta última corrente. Para dotá-la desta reescritura crítica, Fuentes escreveria seu romance com uma falta de distância histórica com a qual desacralizaria seu tema. A partir deste ponto, o autor do artigo analisa as possíveis leituras do romance de Fuentes como uma viagem histórica, como uma viagem de iniciação e aprendizagem ou como uma metáfora antropológica.

Resumen: El autor de este articulo propone tres posibles lecturas de la novela La campaña del narrador mexicano Carlos Fuentes. Dentro de la novelística de Fuentes, La campaña pertenece al tiempo romántico y se desarrolla en los años de la Independencia  sudamericana. Segun el autor, frente a la gesta de la Independencia hubo tres actitudes: primero, una visión idealizada; luego, una visión desilusionada y, finalmente, una reescritura crítica. La novela de Fuentes estaría inscripta en esta última corriente. Para dotarla de esta reescritura crítica, Fuentes escribiría su novela con una falta de distancia histórica con la que desacralizaría su tema.A partir de este punto, el autor del articulo analiza las posibles lecturas de la novela Fuentes como un viaje histórico, como un viaje de iniciación y aprendizaje o como una metáfora antropológica.

Subir

           Es posible que, cuando en 1808 Napoleón Bonaparte invadió España para imponer en el trono a su hermano José -Pepe Botella para los irreverentes españoles-, no alcanzaría a sospechar las consecuencias que esa acción acarrearía en las provincias hispanas de ultramar. Entre ellas: el despertar de los anhelos de independencia; la proclamación de Juntas locales que querían ser menos francesas que españolas, y menos españolas que americanas; los ejércitos libertadores; los caudillos, los caciques y los capitanejos, que prefiguraron la recua de futuros tiranos, dictadores y hombres fuertes, en los que aún es pródiga la América española; las luchas civiles, los conflictos de fronteras; los países, las confederaciones, las republiquetas; el surgimiento de nuevas clases políticas y sociales; las banderas, los himnos, las olvidadas constituciones; los desaparecidos, los exiliados, lo proscriptos; los homenajes, las estatuas, los aniversarios; y el manojo de héroes, heroínas, mártires e iluminados, desparramados entre México y Buenos Aires, que configuraron lo que luego sería la turbulenta historia de la Hispanoamérica. Ésta es precisamente la historia, cuyos trajinados y contradictorios orígenes cuenta Carlos Fuentes en su novela La campaña (Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1990, 260 páginas).

            Dentro de la vasta producción novelística de su autor, La campaña se ubica dentro del ciclo denominado El tiempo romántico. Pertenece a las pocas novelas en las que Carlos Fuentes desplazó, hacia un ámbito más amplio, su obsesiva y vigilante mirada sobre la realidad mexicana. La historia que cuenta, por otra parte, parece en principio menos atrayente que la de aquellas novelas que pudieron nutrirse de la rica y ancestral historia de su patria. Su argumento puede resumirse en unas pocas palabras. Baltasar Bustos, un estudiante de derecho y empleado de la Audiencia de Buenos Aires, se introduce en la recámara del presidente de esa Audiencia y reemplaza a su hijo recién nacido por un niño negro, hijo de una prostituta enferma y azotada públicamente en el puerto de Buenos Aires. Horas más tarde el edificio se incendia, y deja irreconocible el cadáver del niño negro. Por su parte, el hijo legítimo es entregado a esclavas negras para que, el hijo del poderoso funcionario español, se críe en "un mundo de cocinas, azotes e injurias". Mientras espera en la recámara el momento en que los padres del niño se ausenten, los ojos cegatones de Baltasar contemplan deslumbrados la espalda y el perfil desnudos de la bella y altiva esposa del presidente de la Audiencia y madre del niño robado, Ofelia Salamanca, cubriéndose con una nube de polvos de arroz, que la hacen aparecer como la imagen de un sueño. A partir de ese momento, Baltasar -sumergido en la turbulencia de mujeres imposibles e ideales inalcanzables de aquellos años- queda perdidamente enamorado de la lejana Ofelia. Los hechos ocurren el 24 de Mayo de 1810, el día antes de aquél en que los porteños de Buenos Aires proclamaran su primera Junta de gobierno, compuesta únicamente por criollos americanos. A partir de allí se desarrolla la novela, cuya historia se reduce a la persecución que inicia Baltasar -convertido en teniente de la Junta revolucionaria y cargando el recuerdo del niño raptado- en busca de la mujer que ama. Una búsqueda que lo lleva desde Buenos Aires a México, a través de una Hispanoamérica convulsionada por las guerras de su Independencia.  

          El argumento contiene todos los ingredientes de una típica novela romántica: amores imposibles, pasiones desenfrenadas, personajes obsesivos y desesperados, que se mueven sobre un escenario de luchas por la libertad y la independencia de la patria. A ello se suma una minuciosa descripción de la vida en la Hispanoamérica del primer tercio del siglo XIX y una recreación del espíritu de la época. Con esos elementos, un narrador bien informado y muy diestro pudo configurar un acabado friso de un momento crucial en la vida de estas tierras. Una novela histórica con personajes de la realidad y sobre los escenarios en los que ocurrieron los hechos. Pero en esencia - y esto es lo que pretenden develar estas páginas- se trataría de una gran metáfora antropológica sobre el destino del intelectual en Hispanoamérica.

Subir

Las tres versiones:

             La historia del destino del hombre sobre un continente que aún debate sus problemas de identidad, se contó de diversos modos: cambiando los nombres, alterando las circunstancias geográficas y en fechas diferentes; pero en última instancia, sin embargo, las mismas pueden resumirse a tres versiones distintas.

            La primera es la versión idealizada. Aparece con los tiempos de la epopeya libertadora. Tiene la forma de un énfasis patriótico, que traslada los hechos del pasado y los héroes nacionales hasta la exaltación y la santidad. Nacida entre cantos de guerras y proclamas revolucionarias, es el modelo que heredarían los himnos y los manuales escolares. Es una historia de ángeles y demonios, en la que la lucha entre americanos y españoles se prolongaría más tarde a los dos o más países que luchaban dentro de cada país de Hispanoamérica. Es una historia de héroes impecables y de pueblos inflamados por un ideal de libertad.

            La segunda versión es opuesta a la anterior. Es la versión desilusionada. Su argumento muestra la cara oscura y sórdida de aquella misma historia y transcurre en la misma geografía que había engendrado a los libertadores y a los héroes. Es una historia de muertes, injusticias, despojamientos y violaciones. Su tenebroso protagonista puede tener a veces un rostro que lo identifica. Otras, puede ser una sombra que pesa oprobiosamente sobre la atmósfera del relato. Es la historia de los tiranos y conquistadores del Canto General de Neruda, la sombra de Rosas en las páginas de Echeverría y de Sarmiento, y la de los dictadores de Asturias, Carpentier, Roa Bastos, Vargas Llosa, García Márquez, etc., nacidos del modelo español de Tirano Banderas de Valle Inclán. Esta historia, mucho más reciente, no se escribe con himnos, ni se ensalza en manuales patrióticos, sino que se compone de personajes y fuerzas siniestras, cuyo modelo no tuvieron mucha dificultad en encontrar en la realidad de sus propios países los escritores.

            La tercera versión es la de la reescritura crítica de esa historia. En ella se analizan las causas, se desnudan las acciones, se interpretan las consecuencias, se humaniza la imagen de las figuras históricas. Los hechos del pasado tienen una explicación más compleja que una simple lucha entre la libertad y el despotismo, entre la arbitrariedad y la justicia. El pasado se convierte en un presente de otra época, en el que todo tiene un rostro cotidiano como ahora tiene el nuestro. En última instancia, se trataría de borrar las imágenes de las dos versiones anteriores, que eran esencialmente literarias, y reemplazarlas por otra versión más real, más verdadera y más humana, que será también fatalmente literaria. La campaña se inscribe en esta corriente. Y muestra, como pocas novelas de Hispanoamérica, un panorama tan profundo y desacralizado de los agitados años de la Independencia.

            Fuentes emplea un recurso ingenioso para llevar a cabo esa tarea: reconstruir los hechos de aquella época, mirándolos desde adentro y en aquel momento. Para eso utiliza como narrador a un personaje que convive con los acontecimientos. A ello se suman las cartas que le envía Baltasar y las consideraciones hipócritas, pero lúcidas del presidente de la Audiencia. Con esto consigue que el relato tenga una falta de distancia histórica con los hechos narrados, con la cual le quita toda posibilidad de idealización y lo desacraliza. A partir de allí la Hispanoamérica que muestra no es la de los himnos o los manuales, sino la que miraron, sintieron y entendieron los protagonistas de aquellos años. La otra, la idealizada, se deshace ante las evidencias de la cruda realidad que viven los personajes.

            De este modo, el espíritu revolucionario influido por las lecturas de los enciclopedistas franceses en Buenos Aires, se transforma en una encrucijada entre los intereses comerciales de los importadores, comerciantes y profesionales del puerto, y los de los vinicultores, azucareros, fabricantes de telas, etc. de las provincias interiores. El futuro inevitable serán los caudillos, las guerras civiles y el caos. Por su parte, una guerra inspirada en los altos ideales de la libertad y la justicia, desencadena el desenfrenado pillaje, la traición y la venganza. Hasta mujeres posteriormente glorificadas en libros de historia, se suman a las luchas por la Independencia para librarse de las rígidas ataduras morales de la sociedad virreynal y la religión.

Subir

            A su vez cada región, cada jefe de combatientes, hace y entiende su propia guerra. Lo que luego se conoce como las luchas de la Independencia, se convierte en una suma de odios, violencias, crímenes y venganzas, muy lejanos de la alta razón que las inspiró. Cada republiqueta engendra su propio jefe. A los adjetivos de valiente, sutil, temerario, generoso, que ellos merecen, se suman los de vengativo, cruel, despótico, enloquecido, que también merecen. A cada paso el relato muestra la cara de luz y la cara de sombra que ellos poseen:

            Cada uno confiscando cosechas y ganados, reclutando mestizos de los pueblos e indios de las montañas, saqueando estancias, ultrajando mujeres, pero interrumpiendo las comunicaciones con el ejército español, privándolo de manutención, atacando de noche, aquí y allá/.../ sangrándolo con heridas minuciosas, constantes, sañudas... (pág. 260).

Pero la más lamentable evidencia que revela esta visión crítica es la de que, las diferencias raciales en lugar de desaparecer, se ahondan, y de que la oprobiosa institución de la esclavitud permanece. Si los tres ejércitos que combaten a comienzos de la guerra - el español, el porteño y el montonero- se mueven por razones opuestas, en los tres sin embargo los jefes son blancos, la masa de soldados es mestiza, y las bestias de carga son los indios. Sólo cambian los nombres, las consignas y algunos lugares. Pero, en esencia, todo sigue igual. Lo mismo ocurre con los esclavos. La Independencia es algo que no les pertenece.

            Los esclavos somos más esclavos que ayer, más pobres, más humillados. Los amos con cada vez más arrogantes, crueles e insensibles (pág. 42),

dice uno de ellos.

            Con esta relectura crítica, el narrador presenta una visión descarnada y desacralizante de los hechos de aquel momento. Desmitifica la versión clásica de la guerra de la Independencia y la convierte en un suceso cotidiano, que tiene las mismas falencias y fracturas que los actuales. Las luchas y los protagonistas pierden su distancia histórica y se entrecruzan con los de nuestra experiencia cotidiana. A partir de allí el relato se convierte en una reescritura crítica de la Historia que conduce paradójicamente a la anulación de los efectos de esa Historia. Con esto Fuentes logra un efecto singular: dejarle al relato su máscara de novela histórica, pero utilizar los hechos del pasado para configurar estupendamente el escenario físico y espiritual sobre el que deambularía Baltasar. De este modo, su "novela histórica" salta el cerco y se inscribe, más allá de las convenciones cronológicas, dentro de la innumerable nómina de novelas herederas del admirable modelo de Cervantes: un protagonista puro e idealista realiza su peregrinaje para imponer la libertad y la justicia a través de un mundo confuso, inesperado y crudamente real. En este perverso juego, La campaña da a su vez una serie de vueltas de tuerca sobre el modelo original y configura, como en el augusto modelo cervantino, una serie de novelas posibles.

Subir

Las novelas de La Campaña:

             Desde las primeras páginas del relato, se presenta el narrador de los hechos. Es un impresor de Buenos Aires que conforma, junto con Baltasar y un tercer personaje, un grupo de amigos entusiasmados por la lectura de autores prohibidos. Baltasar admira a Rousseau y cree en la pasión que uniría las leyes naturales con las de la revolución; otro admira a un Voltaire simplificado y cree en la razón, pero a cargo de una minoría iluminada, que guiaría a las masas hacia la felicidad. Ambos representan las dos caras del siglo XVIII que inflamaban a los revolucionarios porteños del siglo XIX. Pero el narrador, que es quien finalmente mirará e interpretará los hechos, prefiere la cara de Diderot y tiene, como éste,

            ...la convicción de que todo cambia constantemente y nos ofrece, en cada momento de la existencia, un repertorio de donde escoger...(p. 25).

Este es el modo como se irá configurando el relato: cambiante, confuso, inesperado. Sin embargo la elección de la máscara diderotiana no anula la presencia de los otros dos autores. La novela es un campo de conflicto entre la razón y la pasión. Entre el hombre de la naturaleza y el hombre de la sociedad y de la cultura. De este modo, la novela reproduce el juego configurado en el Siglo de las Luces, pero esta vez arrojado sobre un continente de indios, mestizos, negros y blancos. Es un juego de espejos deformantes en los que se pierden el lector y el protagonista. Y si por una parte el relato presenta la pasión rousseauniana de Baltasar, entre bambalinas mostrará la máscara inquietante del lúcido e imprescindible Voltaire.

 1) La novela como viaje histórico:

             De entre los libros prohibidos que circulaban animadamente por los cafés de Buenos Aires en 1810, el narrador cita solamente a cuatro de ellos: La nueva Eloísa, El contrato social, El espíritu de las leyes y Cándido. Es sospechoso que, en una nómina tan escueta como ésta, la única obra de Voltaire que allí aparezca sea su breve y deliciosa sátira, dentro de una producción mucho más vasta, en la que aparecían obras más afines con el espíritu revolucionario, como las Cartas filosóficas, el Tratado sobre la tolerancia o el Diccionario filosófico. Es una cita por demás sugerente en una novela hecha de trampas y dobles escrituras. Pero luego comprendemos, durante la lectura de la novela, que el narrador quiso brindar una cifra para la lectura del relato.

            Así descubriremos que la estructura de La campaña puede recortarse fácilmente sobre la estructura del Cándido. En ambos casos, un personaje puro e idealista deambula por un mundo de pesadillas y convulsiones en busca de la mujer que ama. Hasta aquí ambas historias no se alejan demasiado del modelo cervantino que las engendró. Pero en los relatos de Fuentes y Voltaire la historia agrega una segunda situación: el personaje en su deambular coincide extrañamente con los acontecimientos históricos, o se encuentra con figuras significativas -el general San Martín, Simón Rodríguez, mentor de Bolívar, el padre Ildefonso de las Muñecas, varios capitanejos revolucionarios, etc.-, o está en lugares de alto contenido simbólico. No menos sugerente es, por otras parte, el viaje que hacen Cándido y Baltasar hacia el corazón del mítico Dorado, que los asombra y conmueve, pero del que después ambos se alejan.

            Como en el viaje de Cándido, Baltasar va introduciendo los momentos y los escenarios, como una guía por la historia de Hispanoamérica en busca de su independencia. Su aventura sirve para enhebrar los distintos acontecimientos revolucionarios. Será un personaje guía, un personaje intermediario. Comienza la víspera del 25 de Mayo de 1810 en Buenos Aires, el día en que los porteños eligieron el primer gobierno propio; se sumerge en la pampa, de donde saldrían los caudillos de las guerras civiles; va hacia la frontera del Alto Perú, en donde está el Dorado que explica la rebelión ancestral de América y en donde combaten las guerrillas, que impiden el descenso de los españoles hacia Buenos Aires; sube hacia la Lima virreynal, en donde está instaurado el corazón del poder español en Sudamérica; baja a Chile, que se prepara a recibir la invasión de los ejércitos sanmartinianos; va hacia la provincia argentina de Mendoza, en donde está el general San Martín preparando el ejército, con el que cruzará la cordillera de los Andes para librar a Chile (Baltasar, en su viaje , recorrerá previamente los mismos lugares por donde avanzará el ejército libertador). A partir de aquí, como en el regreso de Cándido del Dorado, el viaje adquiere un sentido simbólico. Baltasar llega a Maracaibo y después a Veracruz, en donde descubre que, a los horrores de la guerra, seguirían los horrores de la paz. En México se encontrará con la síntesis de toda la epopeya libertadora. El regreso al punto de partida tiene también un sentido simbólico: el viaje histórico concluye en el Buenos Aires del que había partido, cuando el territorio sudamericano ya está libre del dominio de España.

Subir

             Como viaje histórico, la novela ejerce un tour de force sobre el deambular del protagonista. La biografía de un personaje, que se va encontrando a cada paso con los momentos y los personajes salientes de la guerra de la Independencia en Sudámerica, es de antemano increíble. Es una estructura propia de cualquier novela de aventuras, en la que el personaje atraviesa una serie de peripecias y dificultades, al final de las cuales sigue siendo igual que al comienzo. En su actuación como personaje guía o intermediario, lo que importa no es él, sino los acontecimientos de los que forma parte. En este caso, el verdadero protagonista no sería Baltasar, sino la historia de la guerra de la Independencia. Esta es la primera novela que Carlos Fuentes escribe para el desprevenido lector: la de un personaje, cuyas peripecias van configurando una "novela histórica" Sin embargo, y a pasar de sus increíbles coincidencias, el deambular de Baltasar por los escenarios de la historia no ocurre en vano. La historia de esa guerra no es el escenario, ni tampoco el personaje principal, sino que le sirve como campo de conocimiento y de pruebas. Y es al mismo tiempo el lugar en donde el personaje podrá reconocerse. Aquí es donde comienza la segunda novela de La campaña.

 2) La novela como viaje de iniciación y aprendizaje:

             Hay un Baltasar al comienzo del relato y otro muy diferente al final. Como ocurre también en Cándido, un personaje puro e ingenuo se lanza desarmado a un mundo gobernado por la violencia, la hipocresía y la ambición. Pero también, como en la sátira de Voltaire, el final de su experiencia no le trae decepción y rencor, sino una profunda comprensión de la complejidad del mundo y de la vanidad de las apariencias. Su ideal superior es también ahora un reencuentro con la paz interior. En ambos casos, el viaje exterior será sólo lo metáfora del viaje más importante que realiza el personaje: el viaje por el interior de sí mismo.

            La aventura de Baltasar a lo largo de la Hispanoamérica convulsionada tiene la forma de un viaje iniciático y de aprendizaje. El primer Baltasar está configurado por la lectura de los iluministas y realiza sus batallas por la libertad y la justicia en los cafés de Buenos Aires. No es extraño que se enamore de una mujer porque ella es imposible e inalcanzable. Sobre ese personaje irrumpirá la guerra de la Independencia. No la ordenada, coherente e interpretada de los libros de historia, sino la tumultuosa, agresiva, desaforada de la áspera realidad. Su viaje deja de ser un viaje histórico, porque él no se mueve como un guía o intérprete del pasado, sino como una víctima de los acontecimientos. Serán éstos y no él, los que escribirán su novela.

            Más allá de las extrañas coincidencia con los hechos históricos, cada etapa del viaje de Baltasar lo introduce en un mundo nuevo. Buenos Aires -el corazón de la Argentina iluminista y cartesiana-, como el castillo de Westfalia en donde vivía Cándido, era su Paraíso Terrenal. De allí es lanzado a la pampa, en donde descubre que el ideal rousseauniano de comunión con la naturaleza es una serie de gauchos con melenas feroces, que comen carne sangrante y montan una caballada salvaje; en la frontera conoce los horrores de la guerra que no entiende de ideales, creencias, ni razas; en el mítico Dorado -con la evidente presencia de El Aleph borgesiano- comprende que la unidad original buscada no existe, que el mundo americano es complicado, diferente, múltiple; en el Alto Perú mata por primera vez a un hombre y siente un placer casi erótico al hacerlo; como espía en Chile, descubre que él también puede ejercer la infidelidad y la traición. Cuando llega a Maracaibo se sumerge en una realidad de prostíbulos, heridos abandonados y muertes anónimas. Allí, ya convertido en una leyenda en las canciones del pueblo, comprende las diferencias entre el hombre y el personaje. Y en Veracruz el padre Quintana le revelará, al final de su viaje, quién es el verdadero Baltasar.

            Esta experiencia posee todos los elementos de un viaje iniciático: el choque entre las creencias y la realidad; el primer contacto -como la primera salida de Buda- con la crueldad, la enfermedad y la decadencia; la experiencia de su primera muerte; la iniciación en el sexo, o al menos con sus formas más descarnadas; y como conclusión de su viaje, la revelación de su propia identidad. Después de una experiencia semejante, el Baltasar que regresa a buscar la paz en Buenos Aires es alguien muy diferente. Hasta su apariencia fisica ha cambiado. Se ha vuelto más duro, más escéptico, más áspero. Más sudamericano y más real. El hombre y la historia se confunden. Aquél se vuelve imagen de ésta. El viaje por la guerra de la independencia toma ahora un sentido diferente. Se convierte en símbolo de su propia guerra. Una guerra librada en el fondo de sí mismo. Allí también hubo una campaña por la independencia. Con sus batallas, sus heridas y sus muertes. La novela es testimonio de ella y la recrea. Hasta fundirse con ella en la frase final del libro cuando, para el hombre y el continente,

            ...la campaña, por fin, había terminado (pág. 260).

Subir

3) La novela como metáfora antropológica:

             La tercera novela le da la espalda a las otras dos y se detiene en el relato como creación literaria. Aquí la anécdota de las arduas luchas por la Independencia es una telaraña de significados ocultos y de estrategias discursivas. El viaje de Baltasar aparece ahora como un juego de cajas chinas. Una historia encierra otras historias; un personaje, otros personajes. El relato se convierte en un juego de máscaras. Los lugares, como los personajes, son algo diferente de lo que aparentan. En los dos sitios simbólicos en los que ingresa Baltasar -el Dorado y el burdel de Arlequín en Maracaibo-, se confunde y se pierde en medio de imágenes multiplicadas. Su experiencia a lo largo de un continente en armas es fundamentalmente un deambular en medio de un juego de disfraces y espejos deformantes. Ellos son también un símbolo de las leyes que seguirán las páginas del relato.

            De este modo, un novelista múltiple en temas mexicanos, escribe una novela sobre una realidad hispanoamericana. Para ello elige como narrador a un personaje porteño. Este cuenta, a través de la mirada de Diderot, las peripecias de un personaje imbuido por las lecturas de Rousseau. Pero la estructura del libro recuerda el modelo de otro libro de su "enemigo" Voltaire. Sin embargo a su personaje no lo guía el espíritu del Siglo de las Luces, como a aquéllos, sino un ideal romántico del siglo XIX: perseguir a una mujer con la esperanza de no alcanzarla. Por su parte, el personaje que narra es un impresor. Es decir: alguien cuyo mundo son los papeles y las palabras; también los libros que publica, las cartas que recibe Baltasar y la propia novela que estamos leyendo. Con estos materiales, el narrador mexicano configura una novela en la que los insurgentes combaten y mueren para escribir papeles con leyes, porque la ley escrita era "la realidad misma":

            ...lo escrito es lo real y nosotros somos sus autores...(pág. 228).

            Desde esta perspectiva, la versión crítica, con la que la novela desacraliza la visión literaria de las guerras de la Independencia, es aún más literaria que las otras dos versiones. El libro no cuenta una realidad, sino que el libro es la imagen de la realidad. Es la realidad. La aventura de Baltasar también toma otro sentido. El es el intelectual, el hombre de los papeles, cartas y lecturas, perdido en la guerra de un libro, que tiene la forma de un juego de cajas chinas. Por ello en su deambular coincidirá increíblemente con los acontecimientos históricos, o se encontrará con sus principales protagonistas. Por ello podrá asomarse al imaginario Dorado. Por ello se convertirá al final de su viaje en una leyenda; una serie de romances y canciones sobre el porteño que busca a su amada, que se cantan desde México a Buenos Aires.

            ¿A qué se debe esta estrategia narrativa de Fuentes?. Para responderla debemos detenernos en los materiales que él utiliza. Es por demás sugerente que se aleje transitoriamente de la riquísima historia de su patria, y elija como protagonista de su novela a un personaje argentino; y particularmente a un hombre de Buenos Aires, a un porteño. Alguien cuyos antepasados no eran los aztecas, los incas o los mayas, sino los "que bajaron de los barcos", como lo señalara alguna vez con gran ingenio. Alguien sin un pasado indígena importante, casi sin muertos en América, con una breve historia al iniciar la Independencia, y a quien el padre Quintana -aquí alter ego de Fuentes- llama

            ...los niños de América, los hermanos menores de este viejo continente (pág. 248).

Alguien que pertenece a un país latinoamericano que se "imaginaba europeo, racional civilizado", pero que era también violentamente latinoamericano, como recordara recientemente el narrador. Ese es el intelectual que representa Baltasar: argentino, alienado, dividiendo tajantemente la realidad entre civilización y barbarie, como señalara Sarmiento en las estupendas páginas del Facundo.

             Un personaje así, sólo puede nombrarse con la sustancia literaria con que Fuentes lo nombra. Las páginas del relato es el único lugar que él puede habitar. La historia desprolija, incesante, violenta, no puede ser el hogar para alguien que está compuesto de la misma madera de los sueños. Esta es la cifra de esta versión de La campaña. Por ello, si en la primera novela Baltasar coincidía con la historia, y en la segunda se convertía en ella, en esta tercera, en cambio, la novela lo salva de la historia. Lo rescata de esa

            ...fe crédula de que primero se actuó y luego se escribió...,

y no cómo había sucedido verdaderamente: que los personajes históricos

            ....no hicieron en realidad sino seguir las instrucciones escénicas del poeta, actuar lo que ya estaba escrito...(pág. 194).

Para salvarlo de la ilusión de la historia, lo convierte en una suma de narraciones; en esa serie de relatos, canciones y leyendas, que lo alejan de la horrible condena de la sucesión implacable y de la realidad. 

            Argentino, porteño, alienado, vacilante entre las lecturas y la realidad, entre la vida verdadera y las leyendas en que lo convierte el pueblo, Baltasar representa como pocos al intelectual hispanoamericano. El es ese hombre que recorre un continente en busca de la inalcanzable Ofelia, mordido por los recuerdos del niño robado la noche anterior al 25 de Mayo de 1810. Es decir: alguien que persigue un ideal imposible y lleva el peso por un pecado cometido desde antes de iniciar la Independencia. Alguien que refleja nuestro pecado original y nuestras utopías: la metáfora antropológica que encierran las páginas del relato.

       Después del Cándido de Voltaire, los franceses hicieron una Revolución que desató otras revoluciones: entre ellas, las nuestras. El personaje de Fuentes, en cambio, es alguien que regresa de la Revolución. Una Revolución abierta, incompleta, incesante en la que vuelven a repetirse las mismas batallas y las mismas derrotas. La eterna lucha entre la historia a la que hemos sido arrojados y los papeles que la desmienten y deforman. La interminable campaña que, más allá de lo que diga con estupendas palabras el esforzado novelista, aún no ha terminado. 

Subir

BIBLIOGRAFÍA

Befumo de Boschi, Liliana y Calabrese, Elisa: Nostalgia del futuro en la obra de Carlos Fuentes. (Buenos Aires,. García Cambeiro, 1974).

De Guzmán, Daniel: Carlos Fuentes ( New York, Rwayne, 1972).

Giacoman, Helmy : Homenaje a Carlos Fuentes (New York, , Las Américas, 1971).

Fuentes, Carlos: La nueva novela hispanoamericana, México: Joaquín Mortiz, 1974.

Ibíd.: El naranjo (Buenos Aires: Alfaguara,1993).

Samin, Jules: Voltaire. Études sur ses oeuvres (París, Roland, 1987)

Ortega, Julio:  "Cambio de piel" (en La contemplación y la fiesta, Venezuela, Monte Avila editores, 1969).

Voltaire: Cándido (Buenos Aires, Ed. Telca, 1987).

Williams, Raymond Leslie: Los escritos de Carlos Fuentes (México, Fondo de Cultura Económica, 1996).

 

marcador1.gif (1653 bytes) HOME marcador1.gif (1653 bytes)

PORTAL 

marcador1.gif (1653 bytes)

NÚMERO ATUAL 

marcador1.gif (1653 bytes)

NÚMEROS ANTERIORES