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Es posible que, cuando en 1808
Napoleón Bonaparte invadió España para imponer en el trono a su hermano
José -Pepe Botella para los
irreverentes españoles-, no alcanzaría a sospechar las consecuencias que
esa acción acarrearía en las provincias hispanas de ultramar. Entre
ellas: el despertar de los anhelos de independencia; la proclamación de
Juntas locales que querían ser menos francesas que españolas, y menos
españolas que americanas; los ejércitos libertadores; los caudillos, los
caciques y los capitanejos, que prefiguraron la recua de futuros tiranos,
dictadores y hombres fuertes, en los que aún es pródiga la América española;
las luchas civiles, los conflictos de fronteras; los países, las
confederaciones, las republiquetas; el surgimiento de nuevas clases políticas
y sociales; las banderas, los himnos, las olvidadas constituciones; los
desaparecidos, los exiliados, lo proscriptos; los homenajes, las estatuas,
los aniversarios; y el manojo de héroes, heroínas, mártires e
iluminados, desparramados entre México y Buenos Aires, que configuraron
lo que luego sería la turbulenta historia de la Hispanoamérica. Ésta es
precisamente la historia, cuyos trajinados y contradictorios orígenes
cuenta Carlos Fuentes en su novela La
campaña (Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1990, 260 páginas).
Dentro de la vasta producción
novelística de su autor, La campaña se ubica dentro del ciclo denominado El
tiempo romántico. Pertenece a las pocas novelas en las que Carlos
Fuentes desplazó, hacia un ámbito más amplio, su obsesiva y vigilante
mirada sobre la realidad mexicana. La historia que cuenta, por otra parte,
parece en principio menos atrayente que la de aquellas novelas que
pudieron nutrirse de la rica y ancestral historia de su patria. Su
argumento puede resumirse en unas pocas palabras. Baltasar Bustos, un
estudiante de derecho y empleado de la Audiencia de Buenos Aires, se
introduce en la recámara del presidente de esa Audiencia y reemplaza a su
hijo recién nacido por un niño negro, hijo de una prostituta enferma y
azotada públicamente en el puerto de Buenos Aires. Horas más tarde el
edificio se incendia, y deja irreconocible el cadáver del niño negro.
Por su parte, el hijo legítimo es entregado a esclavas negras para que,
el hijo del poderoso funcionario español, se críe en "un mundo de
cocinas, azotes e injurias". Mientras espera en la recámara el
momento en que los padres del niño se ausenten, los ojos cegatones de
Baltasar contemplan deslumbrados la espalda y el perfil desnudos de la
bella y altiva esposa del presidente de la Audiencia y madre del niño
robado, Ofelia Salamanca, cubriéndose con una nube de polvos de arroz,
que la hacen aparecer como la imagen de un sueño. A partir de ese
momento, Baltasar -sumergido en la turbulencia de mujeres imposibles e
ideales inalcanzables de aquellos años- queda perdidamente enamorado de
la lejana Ofelia. Los hechos ocurren el 24 de Mayo de 1810, el día antes
de aquél en que los porteños
de Buenos Aires proclamaran su primera Junta de gobierno, compuesta únicamente
por criollos americanos. A partir de allí se desarrolla la novela, cuya
historia se reduce a la persecución que inicia Baltasar -convertido en
teniente de la Junta revolucionaria y cargando el recuerdo del niño
raptado- en busca de la mujer que ama. Una búsqueda que lo lleva desde
Buenos Aires a México, a través de una Hispanoamérica convulsionada por
las guerras de su Independencia.
El argumento contiene todos los
ingredientes de una típica novela romántica: amores imposibles, pasiones
desenfrenadas, personajes obsesivos y desesperados, que se mueven sobre un
escenario de luchas por la libertad y la independencia de la patria. A
ello se suma una minuciosa descripción de la vida en la Hispanoamérica
del primer tercio del siglo XIX y una recreación del espíritu de la época.
Con esos elementos, un narrador bien informado y muy diestro pudo
configurar un acabado friso de un momento crucial en la vida de estas
tierras. Una novela histórica con personajes de la realidad y sobre los
escenarios en los que ocurrieron los hechos. Pero en esencia - y esto es
lo que pretenden develar estas páginas- se trataría de una gran metáfora
antropológica sobre el destino del intelectual en Hispanoamérica. |
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Las
tres versiones:
La historia del destino del
hombre sobre un continente que aún debate sus problemas de identidad, se
contó de diversos modos: cambiando los nombres, alterando las
circunstancias geográficas y en fechas diferentes; pero en última
instancia, sin embargo, las mismas pueden resumirse a tres versiones
distintas.
La primera es la versión idealizada.
Aparece con los tiempos de la epopeya libertadora. Tiene la forma de un énfasis
patriótico, que traslada los hechos del pasado y los héroes nacionales
hasta la exaltación y la santidad. Nacida entre cantos de guerras y
proclamas revolucionarias, es el modelo que heredarían los himnos y los
manuales escolares. Es una historia de ángeles y demonios, en la que la
lucha entre americanos y españoles se prolongaría más tarde a los dos o
más países que luchaban dentro de cada país de Hispanoamérica. Es una
historia de héroes impecables y de pueblos inflamados por un ideal de
libertad.
La segunda versión es opuesta
a la anterior. Es la versión desilusionada. Su argumento muestra la cara oscura y sórdida de
aquella misma historia y transcurre en la misma geografía que había
engendrado a los libertadores y a los héroes. Es una historia de muertes,
injusticias, despojamientos y violaciones. Su tenebroso protagonista puede
tener a veces un rostro que lo identifica. Otras, puede ser una sombra que
pesa oprobiosamente sobre la atmósfera del relato. Es la historia de los
tiranos y conquistadores del Canto
General de Neruda, la sombra de Rosas en las páginas de Echeverría y
de Sarmiento, y la de los dictadores de Asturias, Carpentier, Roa Bastos,
Vargas Llosa, García Márquez, etc., nacidos del modelo español de Tirano
Banderas de Valle Inclán. Esta historia, mucho más reciente, no se
escribe con himnos, ni se ensalza en manuales patrióticos, sino que se
compone de personajes y fuerzas siniestras, cuyo modelo no tuvieron mucha
dificultad en encontrar en la realidad de sus propios países los
escritores.
La tercera versión es la de la
reescritura crítica de esa
historia. En ella se analizan las causas, se desnudan las acciones, se
interpretan las consecuencias, se humaniza la imagen de las figuras históricas.
Los hechos del pasado tienen una explicación más compleja que una simple
lucha entre la libertad y el despotismo, entre la arbitrariedad y la
justicia. El pasado se convierte en un presente de otra época, en el que
todo tiene un rostro cotidiano como ahora tiene el nuestro. En última
instancia, se trataría de borrar las imágenes de las dos versiones
anteriores, que eran esencialmente literarias, y reemplazarlas por otra
versión más real, más verdadera y más humana, que será también
fatalmente literaria. La campaña
se inscribe en esta corriente. Y muestra, como pocas novelas de Hispanoamérica,
un panorama tan profundo y desacralizado de los agitados años de la
Independencia.
Fuentes emplea un recurso
ingenioso para llevar a cabo esa tarea: reconstruir los hechos de aquella
época, mirándolos desde adentro y en aquel momento. Para eso utiliza
como narrador a un personaje que convive con los acontecimientos. A ello
se suman las cartas que le envía Baltasar y las consideraciones hipócritas,
pero lúcidas del presidente de la Audiencia. Con esto consigue que el
relato tenga una falta de distancia
histórica con los hechos narrados, con la cual le quita toda
posibilidad de idealización y lo desacraliza. A partir de allí la
Hispanoamérica que muestra no es la de los himnos o los manuales, sino la
que miraron, sintieron y entendieron los protagonistas de aquellos años.
La otra, la idealizada, se deshace ante las evidencias de la cruda
realidad que viven los personajes.
De este modo, el espíritu
revolucionario influido por las lecturas de los enciclopedistas franceses
en Buenos Aires, se transforma en una encrucijada entre los intereses
comerciales de los importadores, comerciantes y profesionales del puerto,
y los de los vinicultores, azucareros, fabricantes de telas, etc. de las
provincias interiores. El futuro inevitable serán los caudillos, las
guerras civiles y el caos. Por su parte, una guerra inspirada en los altos
ideales de la libertad y la justicia, desencadena el desenfrenado pillaje,
la traición y la venganza. Hasta mujeres posteriormente glorificadas en
libros de historia, se suman a las luchas por la Independencia para
librarse de las rígidas ataduras morales de la sociedad virreynal y la
religión. |
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A su vez cada región, cada
jefe de combatientes, hace y entiende su propia guerra. Lo que luego se
conoce como las luchas de la Independencia, se convierte en una suma de
odios, violencias, crímenes y venganzas, muy lejanos de la alta razón
que las inspiró. Cada republiqueta
engendra su propio jefe. A los adjetivos de valiente, sutil, temerario,
generoso, que ellos merecen, se suman los de vengativo, cruel, despótico,
enloquecido, que también merecen. A cada paso el relato muestra la cara
de luz y la cara de sombra que ellos poseen:
Cada uno confiscando cosechas y ganados,
reclutando mestizos de los pueblos e indios de las montañas, saqueando
estancias, ultrajando mujeres, pero interrumpiendo las comunicaciones con
el ejército español, privándolo de manutención, atacando de noche, aquí
y allá/.../ sangrándolo con heridas minuciosas, constantes, sañudas...
(pág. 260).
Pero
la más lamentable evidencia que revela esta visión crítica
es la de que, las diferencias raciales en lugar de desaparecer, se ahondan,
y de que la oprobiosa institución de la esclavitud permanece. Si los tres
ejércitos que combaten a comienzos de la guerra - el español, el porteño
y el montonero- se mueven por razones opuestas, en los tres sin embargo
los jefes son blancos, la masa de soldados es mestiza, y las bestias de
carga son los indios. Sólo cambian los nombres, las consignas y algunos
lugares. Pero, en esencia, todo sigue igual. Lo mismo ocurre con los
esclavos. La Independencia es algo que no les pertenece.
Los esclavos somos más esclavos que
ayer, más pobres, más humillados. Los amos con cada vez más arrogantes,
crueles e insensibles
(pág. 42),
dice
uno de ellos.
Con esta relectura crítica, el
narrador presenta una visión descarnada y desacralizante de los hechos de
aquel momento. Desmitifica la versión clásica de la guerra de la
Independencia y la convierte en un suceso cotidiano, que tiene las mismas
falencias y fracturas que los actuales. Las luchas y los protagonistas
pierden su distancia histórica
y se entrecruzan con los de nuestra experiencia cotidiana. A partir de allí
el relato se convierte en una reescritura crítica de la Historia que
conduce paradójicamente a la anulación de los efectos de esa Historia.
Con esto Fuentes logra un efecto singular: dejarle al relato su máscara
de novela histórica, pero
utilizar los hechos del pasado para configurar estupendamente el escenario
físico y espiritual sobre el que deambularía Baltasar. De este modo, su
"novela histórica" salta el cerco y se inscribe, más allá de
las convenciones cronológicas, dentro de la innumerable nómina de
novelas herederas del admirable modelo de Cervantes: un protagonista puro
e idealista realiza su peregrinaje para imponer la libertad y la justicia
a través de un mundo confuso, inesperado y crudamente real. En este
perverso juego, La campaña da a
su vez una serie de vueltas de tuerca sobre el modelo original y
configura, como en el augusto modelo cervantino, una serie de novelas
posibles. |
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Las
novelas de La Campaña:
Desde las primeras páginas del
relato, se presenta el narrador de los hechos. Es un impresor de Buenos
Aires que conforma, junto con Baltasar y un tercer personaje, un grupo de
amigos entusiasmados por la lectura de autores prohibidos. Baltasar admira
a Rousseau y cree en la pasión que uniría las leyes naturales con las de
la revolución; otro admira a un Voltaire simplificado y cree en la razón,
pero a cargo de una minoría iluminada, que guiaría a las masas hacia la
felicidad. Ambos representan las dos caras del siglo XVIII que inflamaban
a los revolucionarios porteños
del siglo XIX. Pero el narrador, que es quien finalmente mirará e
interpretará los hechos, prefiere la cara de Diderot y tiene, como éste,
...la convicción de que todo cambia
constantemente y nos ofrece, en cada momento de la existencia, un
repertorio de donde escoger...(p.
25).
Este
es el modo como se irá configurando el relato: cambiante, confuso,
inesperado. Sin embargo la elección de la máscara diderotiana no anula
la presencia de los otros dos autores. La novela es un campo de conflicto
entre la razón y la pasión. Entre el hombre de la naturaleza y el hombre
de la sociedad y de la cultura. De este modo, la novela reproduce el juego
configurado en el Siglo de las Luces,
pero esta vez arrojado sobre un continente de indios, mestizos, negros y
blancos. Es un juego de espejos deformantes en los que se pierden el
lector y el protagonista. Y si por una parte el relato presenta la pasión
rousseauniana de Baltasar, entre bambalinas mostrará la máscara
inquietante del lúcido e imprescindible Voltaire.
1)
La novela como viaje histórico:
De entre los libros prohibidos
que circulaban animadamente por los cafés de Buenos Aires en 1810, el
narrador cita solamente a cuatro de ellos: La
nueva Eloísa, El contrato social, El espíritu
de las leyes y Cándido. Es
sospechoso que, en una nómina tan escueta como ésta, la única obra de
Voltaire que allí aparezca sea su breve y deliciosa sátira, dentro de
una producción mucho más vasta, en la que aparecían obras más afines
con el espíritu revolucionario, como las Cartas
filosóficas, el Tratado sobre
la tolerancia o el Diccionario
filosófico. Es una cita por demás sugerente en una novela hecha de
trampas y dobles escrituras. Pero luego comprendemos, durante la lectura
de la novela, que el narrador quiso brindar una cifra para la lectura del
relato.
Así descubriremos que la
estructura de La campaña puede
recortarse fácilmente sobre la estructura del Cándido.
En ambos casos, un personaje puro e idealista deambula por un mundo de
pesadillas y convulsiones en busca de la mujer que ama. Hasta aquí ambas
historias no se alejan demasiado del modelo cervantino que las engendró.
Pero en los relatos de Fuentes y Voltaire la historia agrega una segunda
situación: el personaje en su deambular coincide extrañamente con los
acontecimientos históricos, o se encuentra con figuras significativas -el
general San Martín, Simón Rodríguez, mentor de Bolívar, el padre
Ildefonso de las Muñecas, varios capitanejos revolucionarios, etc.-, o
está en lugares de alto contenido simbólico. No menos sugerente es, por
otras parte, el viaje que hacen Cándido y Baltasar hacia el corazón del
mítico Dorado, que los asombra y conmueve, pero del que después ambos se
alejan.
Como en el viaje de Cándido,
Baltasar va introduciendo los momentos y los escenarios, como una guía
por la historia de Hispanoamérica en busca de su independencia. Su
aventura sirve para enhebrar los distintos acontecimientos revolucionarios.
Será un personaje guía, un personaje
intermediario. Comienza la víspera del 25 de Mayo de 1810 en Buenos
Aires, el día en que los porteños
eligieron el primer gobierno propio; se sumerge en la pampa, de donde
saldrían los caudillos de las guerras civiles; va hacia la frontera del
Alto Perú, en donde está el Dorado que explica la rebelión ancestral de
América y en donde combaten las guerrillas, que impiden el descenso de
los españoles hacia Buenos Aires; sube hacia la Lima virreynal, en donde
está instaurado el corazón del poder español en Sudamérica; baja a
Chile, que se prepara a recibir la invasión de los ejércitos
sanmartinianos; va hacia la provincia argentina de Mendoza, en donde está
el general San Martín preparando el ejército, con el que cruzará la
cordillera de los Andes para librar a Chile (Baltasar, en su viaje ,
recorrerá previamente los mismos lugares por donde avanzará el ejército
libertador). A partir de aquí, como en el regreso de Cándido del Dorado,
el viaje adquiere un sentido simbólico. Baltasar llega a Maracaibo y
después a Veracruz, en donde descubre que, a los horrores de la guerra,
seguirían los horrores de la paz. En México se encontrará con la síntesis
de toda la epopeya libertadora. El regreso al punto de partida tiene también
un sentido simbólico: el viaje histórico concluye en el Buenos Aires del
que había partido, cuando el territorio sudamericano ya está libre del
dominio de España. |
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Como
viaje histórico, la novela ejerce un
tour de force sobre el deambular del protagonista. La biografía de un
personaje, que se va encontrando a cada paso con los momentos y los
personajes salientes de la guerra de la Independencia en Sudámerica, es
de antemano increíble. Es una estructura propia de cualquier novela de
aventuras, en la que el personaje atraviesa una serie de peripecias y
dificultades, al final de las cuales sigue siendo igual que al comienzo.
En su actuación como personaje guía o intermediario, lo que importa no
es él, sino los acontecimientos de los que forma parte. En este caso, el
verdadero protagonista no sería Baltasar, sino la historia de la guerra
de la Independencia. Esta es la primera
novela que Carlos Fuentes escribe para el desprevenido lector: la de
un personaje, cuyas peripecias van configurando una "novela histórica"
Sin embargo, y a pasar de sus increíbles coincidencias, el deambular de
Baltasar por los escenarios de la historia no ocurre en vano. La historia
de esa guerra no es el escenario, ni tampoco el personaje principal, sino
que le sirve como campo de conocimiento y de pruebas. Y es al mismo tiempo
el lugar en donde el personaje podrá reconocerse. Aquí es donde comienza
la segunda novela de La campaña.
2)
La novela como viaje de iniciación y aprendizaje:
Hay un Baltasar al comienzo del
relato y otro muy diferente al final. Como ocurre también en Cándido,
un personaje puro e ingenuo se lanza desarmado a un mundo gobernado por la
violencia, la hipocresía y la ambición. Pero también, como en la sátira
de Voltaire, el final de su experiencia no le trae decepción y rencor,
sino una profunda comprensión de la complejidad del mundo y de la vanidad
de las apariencias. Su ideal superior es también ahora un reencuentro con
la paz interior. En ambos casos, el viaje exterior será sólo lo metáfora
del viaje más importante que realiza el personaje: el viaje por el
interior de sí mismo.
La aventura de Baltasar a lo
largo de la Hispanoamérica convulsionada tiene la forma de un viaje iniciático
y de aprendizaje. El primer Baltasar está configurado por la lectura de
los iluministas y realiza sus batallas por la libertad y la justicia en
los cafés de Buenos Aires. No es extraño que se enamore de una mujer
porque ella es imposible e inalcanzable. Sobre ese personaje irrumpirá la
guerra de la Independencia. No la ordenada, coherente e interpretada de
los libros de historia, sino la tumultuosa, agresiva, desaforada de la áspera
realidad. Su viaje deja de ser un viaje histórico, porque él no se mueve
como un guía o intérprete del pasado, sino como una víctima de los
acontecimientos. Serán éstos y no él, los que escribirán su novela.
Más allá de las extrañas
coincidencia con los hechos históricos, cada etapa del viaje de Baltasar
lo introduce en un mundo nuevo. Buenos Aires -el corazón de la Argentina
iluminista y cartesiana-, como el castillo de Westfalia en donde vivía Cándido,
era su Paraíso Terrenal. De allí es lanzado a la pampa, en donde
descubre que el ideal rousseauniano de comunión con la naturaleza es una
serie de gauchos con melenas feroces, que comen carne sangrante y montan
una caballada salvaje; en la frontera conoce los horrores de la guerra que
no entiende de ideales, creencias, ni razas; en el mítico Dorado -con la
evidente presencia de El Aleph
borgesiano- comprende que la unidad original buscada no existe, que el
mundo americano es complicado, diferente, múltiple; en el Alto Perú mata
por primera vez a un hombre y siente un placer casi erótico al hacerlo;
como espía en Chile, descubre que él también puede ejercer la
infidelidad y la traición. Cuando llega a Maracaibo se sumerge en una
realidad de prostíbulos, heridos abandonados y muertes anónimas. Allí,
ya convertido en una leyenda en las canciones del pueblo, comprende las
diferencias entre el hombre y el personaje. Y en Veracruz el padre
Quintana le revelará, al final de su viaje, quién es el verdadero
Baltasar.
Esta experiencia posee todos
los elementos de un viaje iniciático: el choque entre las creencias y la
realidad; el primer contacto -como la primera salida de Buda- con la
crueldad, la enfermedad y la decadencia; la experiencia de su primera
muerte; la iniciación en el sexo, o al menos con sus formas más
descarnadas; y como conclusión de su viaje, la revelación de su propia
identidad. Después de una experiencia semejante, el Baltasar que regresa
a buscar la paz en Buenos Aires es alguien muy diferente. Hasta su
apariencia fisica ha cambiado. Se ha vuelto más duro, más escéptico, más
áspero. Más sudamericano y más real. El hombre y la historia se
confunden. Aquél se vuelve imagen de ésta. El viaje por la guerra de la
independencia toma ahora un sentido diferente. Se convierte en símbolo de
su propia guerra. Una guerra librada en el fondo de sí mismo. Allí también
hubo una campaña por la independencia. Con sus batallas, sus heridas y
sus muertes. La novela es testimonio de ella y la recrea. Hasta fundirse
con ella en la frase final del libro cuando, para el hombre y el
continente,
...la campaña, por fin, había
terminado (pág.
260). |
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3)
La novela como metáfora antropológica:
La tercera
novela le da la espalda a las otras dos y se detiene en el relato como
creación literaria. Aquí la anécdota de las arduas luchas por la
Independencia es una telaraña de significados ocultos y de estrategias
discursivas. El viaje de Baltasar aparece ahora como un juego de cajas
chinas. Una historia encierra otras historias; un personaje, otros
personajes. El relato se convierte en un juego de máscaras. Los lugares,
como los personajes, son algo diferente de lo que aparentan. En los dos
sitios simbólicos en los que ingresa Baltasar -el Dorado y el burdel de
Arlequín en Maracaibo-, se confunde y se pierde en medio de imágenes
multiplicadas. Su experiencia a lo largo de un continente en armas es
fundamentalmente un deambular en medio de un juego de disfraces y espejos
deformantes. Ellos son también un símbolo de las leyes que seguirán las
páginas del relato.
De este modo, un novelista múltiple
en temas mexicanos, escribe una novela sobre una realidad hispanoamericana.
Para ello elige como narrador a un personaje porteño.
Este cuenta, a través de la mirada de Diderot, las peripecias de un
personaje imbuido por las lecturas de Rousseau. Pero la estructura del
libro recuerda el modelo de otro libro de su "enemigo" Voltaire.
Sin embargo a su personaje no lo guía el espíritu del Siglo de las Luces,
como a aquéllos, sino un ideal romántico del siglo XIX: perseguir a una
mujer con la esperanza de no alcanzarla. Por su parte, el personaje que
narra es un impresor. Es decir: alguien cuyo mundo son los papeles y las
palabras; también los libros que publica, las cartas que recibe Baltasar
y la propia novela que estamos leyendo. Con estos materiales, el narrador
mexicano configura una novela en la que los insurgentes combaten y mueren
para escribir papeles con leyes, porque la ley escrita era "la
realidad misma":
...lo escrito es lo real y nosotros
somos sus autores...(pág.
228).
Desde esta perspectiva, la versión
crítica, con la que la novela desacraliza la visión literaria de las
guerras de la Independencia, es aún más literaria que las otras dos
versiones. El libro no cuenta una realidad, sino que el libro es la imagen
de la realidad. Es la realidad.
La aventura de Baltasar también toma otro sentido. El es el intelectual,
el hombre de los papeles, cartas y lecturas, perdido en la guerra de un
libro, que tiene la forma de un juego de cajas chinas. Por ello en su
deambular coincidirá increíblemente con los acontecimientos históricos,
o se encontrará con sus principales protagonistas. Por ello podrá
asomarse al imaginario Dorado. Por ello se convertirá al final de su
viaje en una leyenda; una serie de romances y canciones sobre el porteño
que busca a su amada, que se cantan desde México a Buenos Aires.
¿A qué se debe esta
estrategia narrativa de Fuentes?. Para responderla debemos detenernos en
los materiales que él utiliza. Es por demás sugerente que se aleje
transitoriamente de la riquísima historia de su patria, y elija como
protagonista de su novela a un personaje argentino; y particularmente a un
hombre de Buenos Aires, a un porteño.
Alguien cuyos antepasados no eran los aztecas, los incas o los mayas, sino
los "que bajaron de los barcos", como lo señalara alguna vez
con gran ingenio. Alguien sin un pasado indígena importante, casi sin
muertos en América, con una breve historia al iniciar la Independencia, y
a quien el padre Quintana -aquí alter
ego de Fuentes- llama
...los niños de América, los hermanos
menores de este viejo continente
(pág. 248).
Alguien
que pertenece a un país latinoamericano que se "imaginaba
europeo, racional civilizado", pero que era también
violentamente latinoamericano, como recordara recientemente el narrador.
Ese es el intelectual que representa Baltasar: argentino, alienado,
dividiendo tajantemente la realidad entre civilización
y barbarie, como señalara Sarmiento en las estupendas páginas del Facundo.
Un
personaje así, sólo puede nombrarse con la sustancia literaria con que
Fuentes lo nombra. Las páginas del relato es el único lugar que él
puede habitar. La historia desprolija, incesante, violenta, no puede ser
el hogar para alguien que está compuesto de la misma madera de los sueños.
Esta es la cifra de esta versión de La
campaña. Por ello, si en la primera novela Baltasar coincidía con la historia, y en la segunda se convertía en ella, en esta tercera, en cambio, la novela lo
salva de la historia. Lo rescata de esa
...fe crédula de que primero se actuó
y luego se escribió...,
y
no cómo había sucedido verdaderamente: que los personajes históricos
....no hicieron en realidad sino seguir
las instrucciones escénicas del poeta, actuar lo que ya estaba escrito...(pág.
194).
Para
salvarlo de la ilusión de la historia, lo convierte en una suma de
narraciones; en esa serie de relatos, canciones y leyendas, que lo alejan
de la horrible condena de la sucesión implacable y de la realidad.
Argentino, porteño,
alienado, vacilante entre las lecturas y la realidad, entre la vida
verdadera y las leyendas en que lo convierte el pueblo, Baltasar
representa como pocos al intelectual hispanoamericano. El es ese hombre
que recorre un continente en busca de la inalcanzable Ofelia, mordido por
los recuerdos del niño robado la noche anterior al 25 de Mayo de 1810. Es
decir: alguien que persigue un ideal imposible y lleva el peso por un
pecado cometido desde antes de iniciar la Independencia. Alguien que
refleja nuestro pecado original y nuestras utopías: la metáfora antropológica
que encierran las páginas del relato.
Después del Cándido
de Voltaire, los franceses hicieron una Revolución que desató otras
revoluciones: entre ellas, las nuestras. El personaje de Fuentes, en
cambio, es alguien que regresa de la Revolución. Una Revolución abierta,
incompleta, incesante en la que vuelven a repetirse las mismas batallas y
las mismas derrotas. La eterna lucha entre la historia a la que hemos sido
arrojados y los papeles que la desmienten y deforman. La interminable campaña
que, más allá de lo que diga con estupendas palabras el esforzado
novelista, aún no ha terminado. |
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BIBLIOGRAFÍA
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