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LAS
MASACRES EN LA NARRATIVALATINOAMERICANA |
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Nombre del Autor: Julia Elena Rial |
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majusa@telcel.net.ve |
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Palabras clave: Ensayo- Canudos- Masacres |
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Minicurrículo: Nació en Buenos Aires. Estudió Letras en el Profesorado de Bs.As., filosofía en la U.B.A. Historia de las Ideas en la U. De Chile, Postgrado en Literatura Latinoamérica en la Universidad Pedagógica de Maracay. Docente en Argentina y Venezuela. Autora de Ensayos y cuentos. Ganó en 1998 el Premio Ensayo Miguel Ramón Utrera en Venezuela. Jurado en el 2001 del Premio Ensayo Augusto Padrón. |
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Resumo: Desde os fins do século XIX os massafres na América Latina começaram a ser vistos como temas narrativos. Trataremos, neste ensaio, de rever algumas delas e seus correspondentes históricos. Toxcatl, Canudos, Uncia, Cataví, La Patagonia, La Ciénaga, são protagonistas de ficções cujas envolventes subvertem a História Oficial em uma dialética de ortodoxia histórica, heterodoxia literária. |
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Resumen: Desde Fines del siglo XIX las masacres en Latinoamérica comienzan a ser vistas como tema narrativo. Trataremos en este ensayo de revisar algunas de ellas y sus correspondientes testimonios históricos. Toxcatl, Canudos, Uncia, Cataví, La Patagonia, La Ciénaga son protagonistas de ficciones cuyas envolventes subvierten la Historia Oficial en una dialéctica de ortodoxia histórica, heterodoxia literaria. |
Las
masacres
que
hasta ayer
azotaban
a
nuestro
mundo latinoamericano, no sólo en el sentido de destrucción del
hombre
sino como
delito social y transgresión de los derechos
humanos, hoy son causa de preocupación universal. La ortodoxia
sobre ellas supone una doctrina básica dominante (colonialismo,
positivismo,
liberalismo,
neoliberalismo,
neocolonialismo) en
los
momentos
históricos
durante
los
cuales se produjeron y
donde,
por
lo
general, prevalecían concepciones deterministas. Las masacres
se realizan
para no interrumpir el encadenamiento ascendente en
el
cual
se
considera
que la etapa
histórica
presente
debe
ser superior
a la precedente, sin que nada la enturbie. El
carácter antidialógico
del término masacre, gana una nueva
semántica
en algunos casos: el mesianismo de quien extermina. La
heterodoxia implica, en nuestro
ensayo,
disconformidad con la doctrina dominante que detenta un poder que
quiere asumir los controles sociales. Significa,
además, rechazo a
los exitistas que sólo aceptan las versiones oficiales. La
literatura responde
con heterodoxia de pensamiento y lenguaje. Construye
y constituye
un
alerta
para los que se niegan
a
transitar
por caminos
que
pueden significar el riesgo de
encontrar
verdades diferentes
a
las ya consagradas. Muchas veces
las
narraciones develan
lo
que
la historia esconde
tras
proyectos
políticos inhumanos y extraños a nuestras sociedades. Las
masacres
forman parte del imaginario narrativo nacional, porque son un trágico
y frecuente
quehacer
en
la
vida
latinoamericana.
Conocidas
unas,
otras enterradas con sus protagonistas y encontradas, más tarde,
en la
memoria de
pueblos
cuyos
testigos
ayudan
a
construir
las ficciones literarias. El
Padre Juan de Rivero nos refiere en su Historia
de
las Misiones
de los LLanos de
Casanare y de los ríos Orinoco y
Meta la
brutalidad de Alonso Jimenez cuando, en 1606, responde
a
la afabilidad de los caciques Achaguas mandándolos a fusilar
frente a la puerta de la iglesia que ellos mismos habían
construído.
El testimonio
traspasa
aquí
el umbral
de
la
trampa
ideológica colonial
para
poder legitimar los hechos que
la
ortodoxia
de algunos historiadores enturbia y encubre. Las
historias
de
Toxcatl, Tupac
Amaru,
Canudos,
Uncia, Cataví,
los Ovejeros de la Patagonia, La Ciénaga
son
referidas
por
correspondientes
textos literarios. José León
Portilla
en Visión de los
Vencidos relata la matanza de los Nahuas, por orden
de
Pedro
de Alvarado, mientras celebraban la
fiesta
anual
de Toxcatl.
Los testimonios conservados
dan fe de la
masacre,
y han hecho posible que la ortodoxia oficial de la época no
pudiera desvirtuar
los
dramáticos detalles. Este es uno
de
los
pocos casos en el cual el legado precolonial llega intacto al
discurso literario. Toxcatl
tuvo
su
función
predecesora
en
Cholula, fusilamientos que justifica Salvador de Madariaga en su
historia
sobre
Hernán
Cortés, cuando con lenguaje maleable
manipula
al
lector con la credibilidad de una
cita del
historiador
inglés Munro,
a quien atribuye estas palabras: “La matanza
de
Cholula fue
una
necesidad
militar para un hombre
que
guerreaba
como Cortés” ( Madariaga.1951, p. 290)
El inglés le sirve a Madariaga para
apoyar
su
tesis colonialista
y para referirnos el porqué de una masacre
con
un bi-discurso
que describe
un
Cortés
pedante
y
altanero,
que
se sentía
con derecho para atacar
cualquier
aldea
desarmada, pero
también
era
“valiente y legalista”.
La
distorsión
que muestra
el lenguaje y la prepotencia histórica
se
entremezclan para
desvirtuar
los
hechos.
Es
oportuno
recordar
aquí
a José Carlos Mariátegui quien pensaba que sin sensibilidad política
y clarividencia
histórica no puede haber
profunda
interpretación del espíritu literario. El
discurso hegemónico minimizó la matanza de
Toxcatl.
En 1568
el conquistador e historiador Bernal Díaz del Castillo,
en Historia Verdadera de
la Conquista de la Nueva
España,
convierte
en
epopeya
los
latrocinios
y
asesinatos
cometidos
por
los españoles
en
México.
Bernal
Díaz
altera
el
sistema
de comunicación
entre
texto
histórico
y
lector
falseando
la realidad, no respeta el procesamiento verdadero de los hechos
ni la
jerarquización
de los mismos. La ortodoxia
de
la
historia sirve
para
crear
una
hazaña donde Cortés
es
víctima
de
la conspiración de los Nahuas. Los cuarenta años transcurridos
entre hechos y texto y la lejanía de México, ya que escribió la obra en
Guatemala,
le
sirvió
a Bernal Díaz
para
darnos
una
ficción oficial donde la matanza de Toxcatl pierde sentido crítico. Si
para
Bernal Díaz, Cortés fue un héroe,
para
Madariaga actuó de acuerdo a una concepción psico-social que
consideraba
a
todos los hombres del mundo bajo los mismos patrones de
conducta y
de vida; desde donde se desprende que si los procesos mentales
y reacciones de los Nahuas no eran semejantes a los suyos, la culpa
de la matanza la tuvieron los otros, que no eran “otros” sino los
dueños
de su territorio. Cuatro siglos más tarde
Octavio
Paz considera que
cuando la unidad se transforma en uniformidad la
sociedad se petrifica. Las
narraciones sobre la masacre de Toxcatl se
fraguan
en una
alquimia de contradicciones. Para Madariaga la
masacre
fue
una
reacción de “ruín a ruín”, Alvarado contra los Nahuas.
Para Bernal
Díaz una lucha que caracterizaba el valor a pesar
de
la maldad.
Romero
Vargas
Iturbide
en
Moctezuma
el
Magnífico
fundamenta
el
protagonismo de Alvarado, mano
ejecutora
de
la masacre,
en
infundir temor a través de
asesinatos
colectivos. El 14 de mayo de 1520 asesinaron a 10.000 nahuas,
hombres y mujeres, les
cortaron las manos
y decapitaron a los músicos, el escritor lo llama ´”Carnicería
Ibérica”.
Los
exabruptos ilegales de la época enturbian la comprensión
de la
historia. ¿ Por qué si en 1512 se había promulgado la Ley
de Burgos
en defensa de los nativos, la justicia era
letra
muerta para
los conquistadores? Época de hechos memorables cuando el
Regente Jiménez de Cisneros comparte con Torquemada la exaltación
del fanatismo en España.
Hoy esta
ley se nos aparece como un inoperante
y breve texto histórico
archivado en los anaqueles de la colonia. En realidad el derecho
español transformó la vida de los habitantes de Latinoamérica, quienes
tuvieron que asimilar la supuesta e impuesta legalidad a su hecho indígena,
la sutura de cuya simbiosis constituyó un híbrido, luego de resistencias
controladas con la sinuosa concepción de Santo Tomás de Aquino de
moderar la ira con la mansedumbre, que se transformó en yugo para los
pobladores del continente y desató un instinto de defensa de su ya sincrético
patrimonio cultural. La
heterodoxia
narrativa ha llegado a
producir
discursos descriptivos sobre la masacre de Toxcatl, como un
incidente más dentro de la historia de México. En
México, Historia de un viaje
el escritor brasileño Erico Veríssimo relata el crimen como un
error político de Pedro de Alvarado: “Quien
había mandado asesinar
estúpidamente
unos
docientos
nobles indígenas” (Verissimo, 1959, p.136) vemos como
aún después de más de cuatro siglos el tema sigue siendo
“materia combustible para polemizar”.
Sabemos que es tarea ardua construir un verosímil literario sobre
estas masacres,
en
virtud
de
los cambios de interpretación que la diacronía histórica
produce.
Lo ocurrido
a los Nahuas, al igual que otros casos
semejantes
que citaremos,
nos coloca frente a hechos terribles para los
cuales debió ser difícil adecuar un sistema narrativo ético y
estético. Etico
en
lo
que
concierne
a
valores,
a
jerarquías
y
a evaluaciones de una sociedad. Estético como estilo de vida de
un pueblo y de una comunidad. Cada
escritor
tiene su propia visión sobre
las
masacres. Algunos
acuden al realismo
tratando de dar
una
versión
integradora
y
explicativa
de
los
hechos,
de
manera
que
el
discurso
no obnubile la historia verdadera. Es la
propuesta
de José Bonilla Amado, para quien la vida humana aparece sometida
a una lucha de pasiones y poderes en La Revolución de Tupac
Amaru.
El
escritor
describe la terrible matanza de Tupac
Amaru
y
su familia
en el Perú de 1781. La crudeza del lenguaje
nos
coloca ante lo verídico “Que excede en maldad a todo lo
narrado” ( Bonilla,1971, p. 175)
según palabras del autor. La
lectura de la Historia Oficial y de sus
correspondientes
narraciones
nos
revela que cada masacre ocurre en
períodos
de alta
complejidad social y política: Alvarado provoca la
matanza de Toxcatl para fortalecer el poderío español en México
e imponer las
bases
de la nueva cultura, socavando la
ya
existente.
La
rebelión
de
Tupac
Amaru y el consecuente
fusilamiento
de
su familia
es
coetánea con la expulsión de los jesuítas y
con
la pérdida
de poder de la Inquisición en América. España impone
su
política
terrorista con el gobierno del despotismo ilustrado
de
los Borbones. La masacre de Canudos,
en el nordeste de Brasil
en 1897,
se
produce
a
poco tiempo
de
establecido
el
gobierno positivista.
Luego de la proclama de Benjamin Constant
Botelho, Brasil
instaura una presunta sociocracia que fue bien llamada
“dictadura republicana”. En el plano de las creencias resulta
contradictorio
que,
mientras en Canudos se masacraba el catolicismo, en Río
de Janeiro la Iglesia comtiana inauguraba el Templo de la
Humanidad, que
llegó a tener multitud de adeptos. Euclides Da Cunha
en
Os Sertoes
revela
las gradaciones de las infamias que
el
ejército cometió
en
Canudos.
El exterminio
de ese poblado
del
sertón brasileño
representó una verdadera demostración de fuerza de
la recién
nacida
República. Un cambio de rumbo absoluto
hacia
el “orden
y
progreso”
y
un
querer
enterrar
violentamente
los
vestigios de catolicismo y atraso cultural de los sertanejos.
Aunque
el gobierno
debía
enfrentar
los
nuevos problemas
de la transformación del país hacia
supuestas
formas superiores
de
convivencia, es importante recordar que
en
1890 Brasil
tenía una población analfabeta de un 84%, a pesar de
eso los
republicanos
no
quisieron
superar,
poco
a
poco,
las limitaciones
de
los pobladores del sertón bahiano,
capaces
de desarrollar
principios
de
comunicación
y
participación comunitaria.
De
esta forma hubieran podido evolucionar,
en
la medida de su desenvolvimiento, hasta lograr prácticas de
trabajo más
avanzadas. Otro aspecto contribuyó a querer desalojar a
los jagunzos de sus tierras, la concupiscencia que existía entre
los representantes
del
gobierno
republicano
y
los
latifundistas monárquicos que aún gozaban de poder económico.
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Cuando
en 1923, el gobierno boliviano manda a matar
a
los obreros
de
Uncia,
en
Bolivia se había
constituído
una
gran Federación Obrera. La zona de las minas contaba con un
periódico local:
La Aurora Social,
Oruro se había convertido en el
centro ferroviario-minero
del
país.
Uncia
formaba
parte
de
ese
conglomerado
industrial
que
incluía
fábricas
de
calzados, sastres,
consejos de arte, de carpinteros, de matarifes y
hasta una
Sociedad
Filarmónica.
La influencia social
de
la
región estaba volviéndose una carga fastidiosa para el gobierno. La
diversidad de enfoques con que los narradores asumen
las masacres
nos
introducen
en
lo
cotidiano,
lo
laboral,
lo religioso, el ejercicio del poder de los verdugos sobre el
grupo destruído. Gumercindo Rivera López relata en La
Masacre de Uncia,
editada por
la
Universidad
Técnica
de
Oruro
en
1968,
el fusilamiento
de
los
mineros y sus familias
por
mandato
del gobernante
republicano Bautista Saavedra. Por un lado se
conoce la versión ortodoxa de las “roscas” del gobierno (término
recién acuñado por Saavedra para designar en lenguaje político
los grupos
de
poder)
por
otro, la
literaria,
que
contralee
la historia
oficial y nos ofrece una ficción de los hechos
reales. El
escritor
destruye la versión del gobierno
republicano
que hacía
ver
al
carismático Saavedra
como
defensor
de
los
desposeídos.
Ya
en
1923
Latinoamérica
deja
vislumbrar
la liberalidad
política
con un gobernador corrupto, dueño
de
una conciencia fragmentada, que aprueba leyes a favor de los
mineros al
mismo
tiempo que los persigue. Rivera
López,
metido
entre archivos
y
documentos de la época,
encontró la
imagen
de
un liberalismo boliviano que entronizó la mentira erigida en
sistema y la virtud puesta en ridículo, frente a un pueblo que tenía
tres preceptos
básicos de comportamiento: Ama sua, ama quella
y
ama llella
(no seas
ladrón, ni holgazán ni embustero.) Veinte
años después, en la misma región ocurre la matanza de Cataví. Cataví
significó para el gobierno el precio hacia
supuestos estadios superiores de orden y
organización nacional. Bajo
esta consigna,
una
vez
desaprobada
la
huelga
de
mineros,
cuyas peticiones constan en cartas enviadas por los abogados del
pueblo al
encargado
de la empresa minera Patiño
de
Llaguallagua,
el Coronel
Luis Cuenca ordena el fusilamiento de los pobladores
el 28 de diciembre de 1942, el informe oficial dice así: “A
la ocho
y quince
en
momentos en que grupos
de
mujeres
insistían
en ingresar
a
Cataví con actitud agresiva...
Las
fracciones
que
resguardaban el cuartel bajo la vigilancia del mayor
Bustamante,
tenientes Carlos Sánchez y N. Avila, se vieron obligados a romper
el fuego”. Este informe es parte de uno más extenso que
figura en El Redactor de la Cámara de Diputados de La Paz del año 1943. Nestor
Taboada
Terán
relata
los hechos
con las siguientes palabras: “Cuando las mujeres
de
los obreros
reclaman
en la gerencia su deseo de
trasladarse
a
la feria
y
al
mercado de
Llaguallagua,
para
aprovisionarse
de víveres, son ametralladas”.( Taboada, 1960, p. 252) El
escritor enjuicia en su libro
las características
de
una
época
que
pretendió
convertirse
en paradigma
de un proyecto en ejecución. Una vez más
la Historia
Oficial se
desvanece ante el rostro acidulado
de
la
ficción, realidad que pertenece a la memoria colectiva de cada
pueblo. La
narración
alimenta
a
los protagonistas con
actitudes
que
el espíritu dominante omite en la historia controlada. Taboada
Terán enfoca la
tragedia
de Cataví
desde el binomio mineral-hombre, dualidad que,
según
el escritor,
forma
parte
del ser de
cada
boliviano.
Concepción ontológica
que no por eso deja de reconocer que los mineros
son la
mayor
base de
sustentación social del
país.
“Nunca
podrá saberse -dice Taboada- cuántos mineros bolivianos y
sus esposas y niños
murieron
en Cataví el 21 de diciembre de
1942…
Había alrededor
de
ocho
mil personas en la
multitud...Nunca
se
ha permitido
a
los
trabajadores contar
la
historia
cumplida
y abiertamente de su parte”( Taboada, 1960 p. 254) El autor
establece un símil entre
los mineros
y el Indio Hualipa quien, estando en la búsqueda
de
un carnero
perdido en pleno altiplano, se detuvo para encender
una fogata
que le ayudara a apaciguar el frío, quedó atónito al
ver que
del fuego brotaban chispazos de plata. En medio de la
noche su
voz
y el eco gritaban: ¡ potojsí!. La leyenda
le
sirve
al escritor
para reelaborar las prácticas sociales de
los
mineros estableciendo
un paralelismo de costumbres, cultura
y
trabajo.
El escritor boliviano
concluye
con
una denuncia: “ Todavía
caminan
a
pié, sigilosamente,
por
el
altiplano inhóspito, sintiendo
el
mismo frío intenso que el Indio Hualipa en 1545”.
(Taboada, 1960 p. 234). La literatura no cumple en el caso de Cataví con
su consigna
fabuladora
pero
invierte
la
versión
oficial,
la
historia intercambia
roles
y
se hace ficción
donde
la
novela
relata realidades. ¿No es acaso la vida la que entreteje las
estructuras y contenidos discursivos?. El
poder articula los documentos sobre las masacres con maquiavélicas
denuncias de testigos al
servicio
de
sus
políticas, como el Coronel Cuenca, o
los
miembros
del ejército
que
fusilaron a los peones ovejeros de
la
Patagonia,
estigmatizándolos
como “bandoleros”. Osvaldo Bayer
describe
en Los
Vengadores
de
la
Patagonia
Trágica
los
dramáticos
y
atroces asesinatos,
y activa la realidad para desconstruir el
referente oficializado,
documento donde se notificaba como
había
quedado pacificado el sur argentino los primeros días de 1921,
luego que las tropas al mando del Teniente Coronel Hector B. Varela
habían perseguido
y
matado
a
los huelguistas. A
pesar
de
que
los acontecimientos
fueron
atenuados
por la
lejanía,
Bayer
pudo evaluar y reproducir, con actividad creadora, los crudos
aspectos de la tragedia. La masacre de Río Gallegos tuvo un relator que
presenció los hechos, al igual que DaCunha en Os Sertoes,
José María Borrero plasmó en La Patagonia Trágica no sólo
el fusilamiento de los ovejeros
sino también documentos y testimonios de los periódicos de la época,
no en vano el subtítulo del libro refiere “Asesinatos, Piratería y
esclavitud”. Con
personajes creados y matiz de vanguardia literaria David Viñas
escribe Dueños de la Tierra, novela donde la modernidad de
mediados del sigloXX se expresa en un discurso que reúne aspectos
testimoniales de la masacre de los ovejeros de la Patagonia con criticas,
en el contexto de los cafés bonaerenses,
a escritores consagrados como Borges y Lugones. En el mismo lugar
también se discuten decisiones de gobierno. Viñas intertextualiza
realidades históricas y corrupción administrativa
con la presencia de personajes reales en el contexto que precedió
a la huelga. Hechos que tienen referente en La Semana Trágica de Vasena,
a la cual hace referencia Viñas en su libro. La novela de Viñas
revela, ya a mediados del siglo XX, el inicio de la destrucción de
un colectivo posible que se empieza a fracturar en individualismos. Un
pasaje de la inconmensurable Patagonia, que ha dado
riquezas, paisajes, viajes, turismo, artesanía, literatura,
estudios etnográficos y donde sus habitantes autóctonos viven la misma
cruda realidad de la marginación que los ovejeros de 1921, La memoria necesita de la literatura para conocer vidas y comunidades que el olvido ensombrece. Es un intento por inscribir para el futuro relaciones institucionales, procesos sociales, formas de comportamiento, sistemas de normas y lugar de los acontecimientos. Aspectos que están presentes en Cien años de Soledad donde García Márquez refresca los sucesos de 1928, cuando los obreros de la bananera United Fruit de La Ciénaga protestaban contra las brutales condiciones de trabajo. Mientras esperaban pacíficamente una respuesta fueron masacrados y declarados “cuadrillas de malhechores”, por el decreto No 4 artículo I del 6 de setiembre de 1928. Relata el escritor: “Cinco minutos dio el Capitán a la muchedumbre allí reunida. - Un minuto más y se hará fuego. - El General Cortés Vargas dio la orden y cuando José Arcadio Segundo gritó: -le regalamos el minuto-, catorce ruidos de ametralladoras respondieron en el acto” ( García Marquez, 1982,p.296) Los hechos reales adquieren, en la novela, una doble faz semántica: la del plano de la lucha laboral cotidiana de los obreros, y una significación simbólica que cobra plenitud con el desenlace, cuando José Arcadio Segundo enfrenta al ejército en un lenguaje que los soldados no podían comprender. García Márquez lo llamó “La fascinación de la muerte”. La narración deviene en testimonio nacional espacio verbal donde no es necesario descifrar el lenguaje para atrapar su sentido. |
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Vargas
Llosa en la novela La Guerra del fin del Mundo, sobre la
masacre de Canudos, arropa sus
ideas en el modelo fundamentalista del adversario,
patrones
de conducta que rechaza pero que le sirven para convivir con
los juegos del fanatismo durante quinientos ochenta y cinco
páginas.
El
escritor
simula,
oculta, convive con
un
contexto que no comparte pero
que
le permite un enfoque multidisciplinario sobre los nefastos
resultados del extremismo religioso. Las
estrategias
discursivas
proponen
un
modelo neomoderno, opuesto al romántico-positivista
de Da Cunha
sobre el mismo tema. El Canudos de Vargas Llosa en 1981 no es el
mismo que relata DaCunha en 1902, ni el del Profeta de Sartao del
sociólogo belga Lucien Marchal en 1956. El escritor franco-parlante nos
da una versión sartriana de Canudos, arropada con visiones de apartheid
culturales y determinismos telúricos que se expresan en polarizaciones de
amor-odio, vida-muerte, mestizo-bandeirante. El escritor va creando imágenes
sucesivas de naturaleza indómita, de personajes reprimidos, de soldados
con deseos sanguinarios. La obra se corresponde con el período de post
guerra mundial que trajo aparejados cambios en el comportamiento humano,
actitudes nihilistas, marginalidad económica y nuevos tipos de discursos,
la novela envuelta en matices racistas expresa una incomprensión por el
orden social de Canudos. En
la otredad narrativa de
Canudos, en el determinismo filosófico y telúrico, en el no
derecho a la autonomía de los campesinos debido a su ignorancia y falta
de recursos, en el fundamentalismo como una esperanza para justificar la
existencia deambulan las tres narraciones. Pero sólo el escritor brasileño
vivió en carne propia el horror de la masacre que lo lleva a culminar su
novela con una frase polémica “ Es que aún no existe un Mausley
para las locuras y los crímenes de las nacionalidades.” ( Da Cunha.
1980, p. 383) Nosotros
nos preguntamos¿ Cómo pudo suceder la Masacre de Canudos en la tierra
del escritor José de Alencar, defensor de la diversidad de su gran país,
preocupado por crear un lenguaje que reflejase a su región. O en el sertón
de José Lins Do Rego, en quien la fuerza telúrica se convierte en
lenguaje y el corazón en poesía? Los políticos olvidaron que los
sertanejos estaban adheridos a sus piedras y rocas desérticas. Pero los
verdugos nunca pensaron que serían
severamente juzgados por el pueblo a través de la
literatura y el arte. Sergio
Rezende, en 1997, centenario de la masacre, estrena una película apegada
a la novela de DaCunha, el director presenta un conflicto que, aún hoy,
para los brasileños sigue siendo un enigma. Al igual que en las novelas
las polaridades se dan la mano en una combinación de violencia y
pasividad, amor y odio, vida y muerte, límites extremos de la existencia
que envolvieron la masacre. La conmemoración de Canudos tuvo
manifestaciones poéticas, musicales, pictóricas en todo el
extenso país . Desde la lectura dramatizada de textos de
Graciliano Ramos y Guimaraes Rosa, que realizó la Compañía
Truanesca, hasta la Exposición: Sertón la región de Canudos hoy
en el Museo de Arte Moderno en Aterra do Flamengo.
Canudos,
metáfora de la exclusión de un pueblo, amerita
reflexiones internacionales acerca del respeto por la diversidad;
parece increíble que en ese poblado el ejercicio de la libertad
fue sólo un sueño en el umbral del siglo XX, sumergido hoy bajo las
aguas de la represa de Cocorobó. Un producto más de la
“asepsia social” que tiene sus orígenes en 1492. Como
para liberar esa naturaleza hostil que encierra nuestra historia algunos
escritores estrechan períodos en un ejercicio de anamnesia, crean así un
locus literario desde donde regresan
las voces
del silencio de pueblos que ya no existen.
Allí donde el fín de lo real significa el principio de la ficción
relata José
León Tapia en Los Vencidos las matanzas de comunidades
realizadas por Marcos Baldó, Ambrosio Alfinger y Felipe de Hutten en
tierras venezolanas en el siglo XVI. En 1991 el escritor rearticula
huellas casi borradas y las integra a su imaginario narrativo. Al
recrear un discurso regional del llano barinés, con una visión social
que extiende los límites del universo significativo a cualquier lugar de
Latinoamérica.
En la novela de Tapia las masacres socavan el estatuto falso de
quienes promueven el progreso conservando formas sociales esclavistas. Con
una envolvente semántica trágica arropa el escritor a los desplazados de
su tierra quienes “Por
la obra civilizadora de la Agropecuaria la Ponderosa caen bajo el plomo de
diez bocas de fuego y su sangre fue lloviendo la tierra…Montones de cadáveres
apilados, gritos desgarrados, quejidos de niños…”
( Tapia,1991, p.284)
No hay confrontaciones, sólo la estrategia narrativa que se agota
en el genocidio cultural. El escritor barinés ausculta dos mundos desde
la colonia hasta finales del siglo XX, cuya trama se va gestando con la
misma deformidad social que acusa la historicidad discursiva. Tapia
construye su novela sobre
los bienes simbólicos culturales, amenazados por la violencia que
desencadenan las rupturas de tradiciones y costumbres. Relata un mundo que
ha ido tranformando, desde la colonia, los sonidos de las formas
familiares en tan sólo sombras invocadas. Todas estas novelas lejos de constituir un patrón narrativo se nos presentan como el lugar donde se recuperan las preguntas que agitan la actual Latinoamérica. Algunos relatos manifiestan una práctica de efectos, otros representaciones de causas, pero todos encuentran la precisión necesaria para lograr completa coherencia. Lo interesante no es pensar en géneros ni cánones, porque la literatura recrea pero no restaura, aunque lo pasado no deba nunca ser destruido. Los escritores recuperan trozos de memoria mientras escriben y sus discursos son los mediadores entre la historia y una ficción que alimentará los hipertextos de futuras generaciones.
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Bibliografía BAYER, Osvaldo. (1972): Los Vengadores de la Patagonia Trágica. Buenos Aires. Editorial Galerna. BENTES,
Yvana. ( 1997):
A guerra ainda e a mesma. En Jornal do Brasil 14-9-1997. BONILLA
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