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        LAS
      MASACRES EN LA NARRATIVALATINOAMERICANA  | 
  
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       Nombre del Autor: Julia Elena Rial  | 
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       majusa@telcel.net.ve  | 
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       Palabras clave: Ensayo- Canudos- Masacres  | 
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       Minicurrículo: Nació en Buenos Aires. Estudió Letras en el Profesorado de Bs.As., filosofía en la U.B.A. Historia de las Ideas en la U. De Chile, Postgrado en Literatura Latinoamérica en la Universidad Pedagógica de Maracay. Docente en Argentina y Venezuela. Autora de Ensayos y cuentos. Ganó en 1998 el Premio Ensayo Miguel Ramón Utrera en Venezuela. Jurado en el 2001 del Premio Ensayo Augusto Padrón.  | 
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       Resumo: Desde os fins do século XIX os massafres na América Latina começaram a ser vistos como temas narrativos. Trataremos, neste ensaio, de rever algumas delas e seus correspondentes históricos. Toxcatl, Canudos, Uncia, Cataví, La Patagonia, La Ciénaga, são protagonistas de ficções cujas envolventes subvertem a História Oficial em uma dialética de ortodoxia histórica, heterodoxia literária.  | 
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       Resumen: Desde Fines del siglo XIX las masacres en Latinoamérica comienzan a ser vistas como tema narrativo. Trataremos en este ensayo de revisar algunas de ellas y sus correspondientes testimonios históricos. Toxcatl, Canudos, Uncia, Cataví, La Patagonia, La Ciénaga son protagonistas de ficciones cuyas envolventes subvierten la Historia Oficial en una dialéctica de ortodoxia histórica, heterodoxia literaria.  | 
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                 Las 
      masacres  
      que 
      hasta ayer 
      azotaban 
      a 
      nuestro 
      mundo latinoamericano, no sólo en el sentido de destrucción del 
      hombre 
      sino como 
      delito social y transgresión de los derechos 
      humanos, hoy son causa de preocupación universal. La ortodoxia
      sobre ellas supone una doctrina básica dominante (colonialismo, 
      positivismo, 
      liberalismo, 
      neoliberalismo, 
      neocolonialismo) en 
      los 
      momentos 
      históricos 
      durante 
      los 
      cuales se produjeron y 
      donde, 
      por 
      lo 
      general, prevalecían concepciones deterministas. Las masacres 
      se realizan 
      para no interrumpir el encadenamiento ascendente en 
      el 
      cual 
      se 
      considera 
      que la etapa 
      histórica 
      presente 
      debe 
      ser superior 
      a la precedente, sin que nada la enturbie. El 
      carácter antidialógico 
      del término masacre, gana una nueva 
      semántica 
      en algunos casos: el mesianismo de quien extermina. La 
      heterodoxia implica, en nuestro 
      ensayo, 
      disconformidad con la doctrina dominante que detenta un poder que
      quiere asumir los controles sociales. Significa, 
      además, rechazo a 
      los exitistas que sólo aceptan las versiones oficiales. La
      literatura responde 
      con heterodoxia de pensamiento y lenguaje. Construye 
      y constituye 
      un 
      alerta 
      para los que se niegan 
      a 
      transitar 
      por caminos 
      que 
      pueden significar el riesgo de 
      encontrar 
      verdades diferentes 
      a 
      las ya consagradas. Muchas veces 
      las 
      narraciones develan 
      lo 
      que 
      la historia esconde 
      tras 
      proyectos 
      políticos inhumanos y extraños a nuestras sociedades. Las
      masacres  
      forman parte del imaginario narrativo nacional, porque son un trágico
      y  frecuente
      quehacer 
      en 
      la 
      vida 
      latinoamericana. 
      Conocidas 
      unas, 
      otras enterradas con sus protagonistas y encontradas, más tarde,
      en  la
      memoria  de 
      pueblos  
      cuyos 
      testigos 
      ayudan 
      a 
      construir 
      las ficciones literarias. El 
      Padre Juan de Rivero nos refiere en su Historia 
      de 
      las Misiones 
      de los LLanos de
      Casanare y de los ríos Orinoco y 
      Meta la 
      brutalidad de Alonso Jimenez cuando, en 1606, responde 
      a 
      la afabilidad de los caciques Achaguas mandándolos a fusilar 
      frente a la puerta de la iglesia que ellos mismos habían 
      construído. 
      El testimonio 
      traspasa 
      aquí 
      el umbral 
      de 
      la 
      trampa 
      ideológica colonial 
      para 
      poder legitimar los hechos que 
      la 
      ortodoxia 
      de algunos historiadores enturbia y encubre. Las 
      historias 
      de 
      Toxcatl, Tupac 
      Amaru, 
      Canudos, 
      Uncia, Cataví, 
      los Ovejeros de la Patagonia, La Ciénaga 
      son 
      referidas 
      por 
      correspondientes 
      textos literarios. José León 
      Portilla 
      en Visión de los
      Vencidos relata la matanza de los Nahuas, por orden 
      de 
      Pedro 
      de Alvarado, mientras celebraban la 
      fiesta 
      anual 
      de Toxcatl. 
      Los testimonios conservados  
      dan fe de la 
      masacre, 
      y han hecho posible que la ortodoxia oficial de la época no
      pudiera desvirtuar 
      los 
      dramáticos detalles. Este es uno 
      de 
      los 
      pocos casos en el cual el legado precolonial llega intacto al 
      discurso literario. Toxcatl  
      tuvo  
      su  
      función  
      predecesora  
      en   
      Cholula, fusilamientos que justifica Salvador de Madariaga en su 
      historia 
      sobre 
      Hernán 
      Cortés, cuando con lenguaje maleable 
      manipula 
      al 
      lector con la credibilidad de una 
      cita del 
      historiador 
      inglés Munro, 
      a quien atribuye estas palabras: “La matanza 
      de 
      Cholula fue 
      una 
      necesidad 
      militar para un hombre 
      que 
      guerreaba 
      como Cortés” ( Madariaga.1951, p. 290) 
      El inglés le sirve a Madariaga para 
      apoyar 
      su 
      tesis colonialista 
      y para referirnos el porqué de una masacre 
      con 
      un bi-discurso 
      que describe 
      un 
      Cortés 
      pedante 
      y 
      altanero, 
      que 
      se sentía 
      con derecho para atacar  
      cualquier 
      aldea 
      desarmada, pero 
      también  
      era 
      “valiente y legalista”. 
      La 
      distorsión 
      que muestra 
      el lenguaje y la prepotencia histórica 
      se 
      entremezclan para 
      desvirtuar 
      los 
      hechos. 
      Es 
      oportuno 
      recordar 
      aquí 
      a José Carlos Mariátegui quien pensaba que sin sensibilidad política 
      y clarividencia 
      histórica no puede haber 
      profunda 
      interpretación del espíritu literario. El 
      discurso hegemónico minimizó la matanza de 
      Toxcatl. 
      En 1568 
      el conquistador e historiador Bernal Díaz del Castillo, 
      en Historia Verdadera de
      la Conquista de la Nueva
      España, 
      convierte 
      en 
      epopeya 
      los 
      latrocinios 
      y 
      asesinatos 
      cometidos 
      por  
      los españoles  
      en 
      México. 
      Bernal 
      Díaz  
      altera 
      el  
      sistema  
      de comunicación  
      entre 
      texto 
      histórico 
      y 
      lector 
      falseando  
      la realidad, no respeta el procesamiento verdadero de los hechos 
      ni la 
      jerarquización 
      de los mismos. La ortodoxia 
      de 
      la 
      historia sirve 
      para 
      crear 
      una 
      hazaña donde Cortés 
      es 
      víctima 
      de 
      la conspiración de los Nahuas. Los cuarenta años transcurridos
      entre hechos y texto y la lejanía de México, ya que escribió la obra en
      Guatemala, 
      le 
      sirvió 
      a Bernal Díaz 
      para 
      darnos 
      una 
      ficción oficial donde la matanza de Toxcatl pierde sentido crítico. Si 
      para 
      Bernal Díaz, Cortés fue un héroe, 
      para 
      Madariaga actuó de acuerdo a una concepción psico-social que
      consideraba 
      a 
      todos los hombres del mundo bajo los mismos patrones de 
      conducta y 
      de vida; desde donde se desprende que si los procesos mentales 
      y reacciones de los Nahuas no eran semejantes a los suyos, la culpa
      de la matanza la tuvieron los otros, que no eran “otros” sino los 
      dueños 
      de su territorio. Cuatro siglos más tarde  
      Octavio 
      Paz considera que  
      cuando la unidad se transforma en uniformidad la 
      sociedad se petrifica. Las 
      narraciones sobre la masacre de Toxcatl se 
      fraguan 
      en una 
      alquimia de contradicciones. Para Madariaga la 
      masacre 
      fue 
      una 
      reacción de “ruín a ruín”, Alvarado contra los Nahuas. 
      Para Bernal 
      Díaz una lucha que caracterizaba el valor a pesar 
      de 
      la maldad.  
      Romero 
      Vargas 
      Iturbide 
      en 
      Moctezuma 
      el 
       Magnífico
      fundamenta 
      el 
      protagonismo de Alvarado, mano 
      ejecutora 
      de 
      la masacre, 
      en 
      infundir temor a través de 
      asesinatos 
      colectivos. El 14 de mayo de 1520 asesinaron a 10.000 nahuas,
      hombres y mujeres,  les
      cortaron las manos  
      y decapitaron a los músicos, el escritor lo llama ´”Carnicería
      Ibérica”.  
      Los 
      exabruptos ilegales de la época enturbian la comprensión 
      de la 
      historia. ¿ Por qué si en 1512 se había promulgado la Ley 
      de Burgos 
      en defensa de los nativos, la justicia era 
      letra 
      muerta para 
      los conquistadores? Época de hechos memorables cuando el 
      Regente Jiménez de Cisneros comparte con Torquemada la exaltación
      del fanatismo en España. 
      Hoy esta 
      ley se nos aparece como un inoperante 
      y breve texto histórico 
      archivado en los anaqueles de la colonia. En realidad el derecho
      español transformó la vida de los habitantes de Latinoamérica, quienes
      tuvieron que asimilar la supuesta e impuesta legalidad a su hecho indígena,
      la sutura de cuya simbiosis constituyó un híbrido, luego de resistencias
      controladas con la sinuosa concepción de Santo Tomás de Aquino de
      moderar la ira con la mansedumbre, que se transformó en yugo para los
      pobladores del continente y desató un instinto de defensa de su ya sincrético
      patrimonio cultural. La 
      heterodoxia 
      narrativa ha llegado a 
      producir 
      discursos descriptivos sobre la masacre de Toxcatl, como un
      incidente más dentro de la historia de México. En
      México, Historia de un viaje 
      el escritor brasileño Erico Veríssimo relata el crimen como un
      error político de Pedro de Alvarado: “Quien 
      había mandado  asesinar
      estúpidamente  
      unos  
      docientos 
      nobles indígenas” (Verissimo, 1959, p.136) vemos como  
      aún después de más de cuatro siglos el tema sigue siendo
      “materia combustible para polemizar”. 
      Sabemos que es tarea ardua construir un verosímil literario sobre
      estas masacres, 
      en 
      virtud 
      de 
      los cambios de interpretación que la diacronía histórica
      produce. 
      Lo ocurrido 
      a los Nahuas, al igual que otros casos 
      semejantes 
      que citaremos, 
      nos coloca frente a hechos terribles para los 
      cuales debió ser difícil adecuar un sistema narrativo ético y 
      estético. Etico  
      en 
      lo 
      que 
      concierne 
      a 
      valores, 
      a 
      jerarquías 
      y  
      a evaluaciones de una sociedad. Estético como estilo de vida de 
      un pueblo y de una comunidad. Cada 
      escritor 
      tiene su propia visión sobre 
      las 
      masacres. Algunos 
      acuden al realismo 
      tratando de dar 
      una 
      versión 
      integradora 
      y 
      explicativa 
      de 
      los 
      hechos, 
      de 
      manera 
      que 
      el 
      discurso 
      no obnubile la historia verdadera. Es la 
      propuesta 
      de José Bonilla Amado, para quien la vida humana aparece sometida 
      a una lucha de pasiones y poderes en La Revolución de Tupac 
      Amaru. 
      El 
      escritor 
      describe la terrible matanza de Tupac 
      Amaru 
      y 
      su familia 
      en el Perú de 1781. La crudeza del lenguaje 
      nos 
      coloca ante lo verídico “Que excede en maldad a todo lo
      narrado” ( Bonilla,1971, p. 175) 
      según palabras del autor. La 
      lectura de la Historia Oficial y de sus 
      correspondientes 
      narraciones 
      nos 
      revela que cada masacre ocurre en 
      períodos 
      de alta 
      complejidad social y política: Alvarado provoca la 
      matanza de Toxcatl para fortalecer el poderío español en México
      e imponer las 
      bases 
      de la nueva cultura, socavando la 
      ya 
      existente. 
      La 
      rebelión 
      de 
      Tupac 
      Amaru y el consecuente 
      fusilamiento 
      de 
      su familia 
      es 
      coetánea con la expulsión de los jesuítas y 
      con 
      la pérdida 
      de poder de la Inquisición en América. España impone 
      su  
      política 
      terrorista con el gobierno del despotismo ilustrado 
      de 
      los Borbones.  La masacre de Canudos,
      en el nordeste de Brasil 
      en 1897, 
      se 
      produce 
      a 
      poco tiempo 
      de 
      establecido 
      el 
      gobierno positivista. 
      Luego de la proclama de Benjamin Constant 
      Botelho, Brasil 
      instaura una presunta sociocracia que fue bien llamada 
      “dictadura republicana”. En el plano de las creencias resulta
      contradictorio 
      que, 
      mientras en Canudos se masacraba el catolicismo, en Río 
      de Janeiro la Iglesia comtiana inauguraba el Templo de la
      Humanidad, que 
      llegó a tener multitud de adeptos. Euclides Da Cunha 
      en 
      Os Sertoes 
      revela 
      las gradaciones de las infamias que 
      el 
      ejército cometió 
      en 
      Canudos. 
      El exterminio 
      de ese poblado 
      del 
      sertón brasileño 
      representó una verdadera demostración de fuerza de 
      la recién 
      nacida 
      República. Un cambio de rumbo absoluto 
      hacia 
      el “orden 
      y 
      progreso” 
      y 
      un 
      querer 
      enterrar 
      violentamente 
      los 
      vestigios de catolicismo y atraso cultural de los sertanejos.
      Aunque     
      el gobierno 
      debía 
      enfrentar 
      los 
      nuevos problemas 
      de la transformación del país hacia 
      supuestas 
      formas superiores 
      de 
      convivencia, es importante recordar que 
      en 
      1890 Brasil 
      tenía una población analfabeta de un 84%, a pesar de 
      eso los 
      republicanos 
      no 
      quisieron 
      superar, 
      poco 
      a 
      poco, 
      las limitaciones 
      de 
      los pobladores del sertón bahiano, 
      capaces 
      de desarrollar  
      principios  
      de  
      comunicación  
      y   
      participación comunitaria. 
      De 
      esta forma hubieran podido evolucionar, 
      en 
      la medida de su desenvolvimiento, hasta lograr prácticas de 
      trabajo más 
      avanzadas. Otro aspecto contribuyó a querer desalojar a 
      los jagunzos de sus tierras, la concupiscencia que existía entre 
      los representantes 
      del 
      gobierno 
      republicano 
      y 
      los 
      latifundistas monárquicos que aún gozaban de poder económico. 
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       Cuando 
      en 1923, el gobierno boliviano manda a matar 
      a 
      los obreros 
      de 
      Uncia, 
      en 
      Bolivia se había 
      constituído 
      una 
      gran Federación Obrera. La zona de las minas contaba con un 
      periódico local: 
      La Aurora Social,
      Oruro se había convertido en el 
      centro ferroviario-minero  
      del 
      país. 
      Uncia 
      formaba 
      parte  
      de  
      ese 
      conglomerado  
      industrial 
      que 
      incluía 
      fábricas 
      de  
      calzados, sastres, 
      consejos de arte, de carpinteros, de matarifes y 
      hasta una 
      Sociedad 
      Filarmónica. 
      La influencia social 
      de 
      la 
      región estaba volviéndose una carga fastidiosa para el gobierno. La
      diversidad de enfoques con que los narradores asumen 
      las masacres  
      nos 
      introducen 
      en 
      lo 
      cotidiano, 
      lo 
      laboral,  
      lo religioso, el ejercicio del poder de los verdugos sobre el 
      grupo destruído. Gumercindo Rivera López relata en La
      Masacre de Uncia,
      editada  por 
      la 
      Universidad 
      Técnica 
      de 
      Oruro 
      en 
      1968,  
      el fusilamiento 
      de 
      los 
      mineros y sus familias  
      por 
      mandato 
      del gobernante 
      republicano Bautista Saavedra. Por un lado se 
      conoce la versión ortodoxa de las “roscas” del gobierno (término 
      recién acuñado por Saavedra para designar en lenguaje político
      los grupos 
      de 
      poder) 
      por 
      otro, la 
      literaria, 
      que 
      contralee 
      la historia 
      oficial y nos ofrece una ficción de los hechos 
      reales. El 
      escritor 
      destruye la versión del gobierno  
      republicano 
      que hacía  
      ver 
      al 
      carismático Saavedra  
      como 
      defensor 
      de  
      los 
      desposeídos.  
      Ya 
      en 
      1923 
      Latinoamérica 
      deja 
      vislumbrar  
      la liberalidad 
      política 
      con un gobernador corrupto, dueño 
      de 
      una conciencia fragmentada, que aprueba leyes a favor de los 
      mineros al 
      mismo 
      tiempo que los persigue. Rivera 
      López, 
      metido 
      entre archivos 
      y 
      documentos de la época, 
      encontró la 
      imagen 
      de 
      un liberalismo boliviano que entronizó la mentira erigida en
      sistema y la virtud puesta en ridículo, frente a un pueblo que tenía
      tres preceptos 
      básicos de comportamiento: Ama sua, ama quella 
      y 
      ama llella 
      (no seas 
      ladrón, ni holgazán ni embustero.) Veinte 
      años después, en la misma región ocurre la matanza de Cataví. Cataví 
      significó para el gobierno el precio hacia 
      supuestos estadios superiores de orden y 
      organización nacional. Bajo 
      esta consigna, 
      una 
      vez 
      desaprobada 
      la 
      huelga 
      de 
      mineros, 
      cuyas peticiones constan en cartas enviadas por los abogados del
      pueblo al 
      encargado 
      de la empresa minera Patiño 
      de 
      Llaguallagua, 
      el Coronel 
      Luis Cuenca ordena el fusilamiento de los pobladores 
      el 28 de diciembre de 1942, el informe oficial dice así: “A
      la  ocho
      y  quince 
      en 
      momentos en que grupos 
      de 
      mujeres 
      insistían 
      en ingresar 
      a 
      Cataví con actitud agresiva... 
      Las 
      fracciones 
      que 
      resguardaban el cuartel bajo la vigilancia del mayor 
      Bustamante, 
      tenientes Carlos Sánchez y N. Avila, se vieron obligados a romper 
      el fuego”. Este informe es parte de uno más extenso que
      figura en El Redactor de la Cámara de Diputados de La Paz del año 1943. Nestor 
      Taboada 
      Terán  
      relata 
      los hechos 
      con las siguientes palabras: “Cuando las mujeres 
      de 
      los obreros 
      reclaman 
      en la gerencia su deseo de 
      trasladarse 
      a 
      la feria 
      y 
      al 
      mercado de 
      Llaguallagua, 
      para 
      aprovisionarse 
      de víveres, son ametralladas”.( Taboada, 1960, p. 252) El
      escritor enjuicia en su libro 
      las características 
      de 
      una 
      época 
      que 
      pretendió 
      convertirse  
      en paradigma 
      de un proyecto en ejecución. Una vez más 
      la  Historia
      Oficial  se 
      desvanece ante el rostro acidulado 
      de 
      la 
      ficción, realidad que pertenece a la memoria colectiva de cada
      pueblo.  La
      narración 
      alimenta 
      a 
      los protagonistas con 
      actitudes 
      que 
      el espíritu dominante omite en la historia controlada. Taboada
      Terán enfoca la 
      tragedia 
      de Cataví 
      desde el binomio mineral-hombre, dualidad que, 
      según 
      el escritor, 
      forma 
      parte 
      del ser de 
      cada 
      boliviano. 
      Concepción ontológica 
      que no por eso deja de reconocer que los mineros 
      son la 
      mayor 
      base  de
      sustentación social del 
      país. 
      “Nunca 
      podrá saberse -dice Taboada- cuántos mineros bolivianos y
      sus esposas y niños 
      murieron 
      en Cataví el 21 de diciembre de 
      1942… 
      Había alrededor 
      de 
      ocho 
      mil personas en la 
      multitud...Nunca 
      se 
      ha permitido 
      a 
      los 
      trabajadores contar 
      la 
      historia 
      cumplida 
      y abiertamente de su parte”( Taboada, 1960 p. 254) El autor
      establece un símil entre 
      los mineros 
      y el Indio Hualipa quien, estando en la búsqueda 
      de 
      un carnero 
      perdido en pleno altiplano, se detuvo para encender 
      una fogata 
      que le ayudara a apaciguar el frío, quedó atónito al 
      ver que 
      del fuego brotaban chispazos de plata. En medio de la 
      noche su 
      voz 
      y el eco gritaban: ¡ potojsí!. La leyenda 
      le 
      sirve 
      al escritor 
      para reelaborar las prácticas sociales de 
      los 
      mineros estableciendo 
      un paralelismo de costumbres, cultura 
      y 
      trabajo. 
      El escritor boliviano 
      concluye 
      con 
      una denuncia: “ Todavía 
      caminan 
      a 
      pié, sigilosamente, 
      por 
      el 
      altiplano inhóspito, sintiendo 
      el 
      mismo frío intenso que el Indio Hualipa en 1545”.
      (Taboada, 1960 p. 234). La literatura no cumple en el caso de Cataví con
      su consigna 
      fabuladora  
      pero 
      invierte 
      la 
      versión  
      oficial, 
      la 
      historia intercambia 
      roles 
      y 
      se hace ficción 
      donde 
      la 
      novela 
      relata realidades. ¿No es acaso la vida la que entreteje las
      estructuras y contenidos discursivos?.  El
      poder articula los documentos sobre las masacres con maquiavélicas
      denuncias de testigos al 
      servicio 
      de 
      sus 
      políticas, como el Coronel Cuenca, o 
      los 
      miembros 
      del ejército 
      que 
      fusilaron a los peones ovejeros de 
      la 
      Patagonia, 
      estigmatizándolos 
      como “bandoleros”. Osvaldo Bayer 
      describe 
      en Los  
      Vengadores 
      de 
      la 
      Patagonia 
      Trágica 
      los 
      dramáticos 
      y  
      atroces asesinatos, 
      y activa la realidad para desconstruir el 
      referente oficializado, 
      documento donde se notificaba como 
      había 
      quedado pacificado el sur argentino los primeros días de 1921, 
      luego que las tropas al mando del Teniente Coronel Hector B. Varela 
      habían perseguido 
      y 
      matado 
      a 
      los huelguistas. A 
      pesar 
      de 
      que 
      los acontecimientos 
      fueron 
      atenuados 
      por la 
      lejanía, 
      Bayer 
      pudo evaluar y reproducir, con actividad creadora, los crudos
      aspectos de la tragedia. La masacre de Río Gallegos tuvo un relator que
      presenció los hechos, al igual que DaCunha en Os Sertoes,
      José María Borrero plasmó en La Patagonia Trágica no sólo
      el fusilamiento de los ovejeros  
      sino también documentos y testimonios de los periódicos de la época,
      no en vano el subtítulo del libro refiere “Asesinatos, Piratería y
      esclavitud”.  Con 
      personajes creados y matiz de vanguardia literaria David Viñas
      escribe Dueños de la Tierra, novela donde la modernidad de
      mediados del sigloXX se expresa en un discurso que reúne aspectos
      testimoniales de la masacre de los ovejeros de la Patagonia con criticas,
      en el contexto de los cafés bonaerenses,  
      a escritores consagrados como Borges y Lugones. En el mismo lugar 
      también se discuten decisiones de gobierno. Viñas intertextualiza
      realidades históricas y corrupción administrativa 
      con la presencia de personajes reales en el contexto que precedió
      a la huelga. Hechos que tienen referente en La Semana Trágica de Vasena,
      a la cual hace referencia Viñas en su libro. La novela de Viñas 
      revela, ya a mediados del siglo XX, el inicio de la destrucción de
      un colectivo posible que se empieza a fracturar en individualismos. Un
      pasaje de la inconmensurable Patagonia, que ha dado 
      riquezas, paisajes, viajes, turismo, artesanía, literatura,
      estudios etnográficos y donde sus habitantes autóctonos viven la misma
      cruda realidad de la marginación que los ovejeros de 1921,  La memoria necesita de la literatura para conocer vidas y comunidades que el olvido ensombrece. Es un intento por inscribir para el futuro relaciones institucionales, procesos sociales, formas de comportamiento, sistemas de normas y lugar de los acontecimientos. Aspectos que están presentes en Cien años de Soledad donde García Márquez refresca los sucesos de 1928, cuando los obreros de la bananera United Fruit de La Ciénaga protestaban contra las brutales condiciones de trabajo. Mientras esperaban pacíficamente una respuesta fueron masacrados y declarados “cuadrillas de malhechores”, por el decreto No 4 artículo I del 6 de setiembre de 1928. Relata el escritor: “Cinco minutos dio el Capitán a la muchedumbre allí reunida. - Un minuto más y se hará fuego. - El General Cortés Vargas dio la orden y cuando José Arcadio Segundo gritó: -le regalamos el minuto-, catorce ruidos de ametralladoras respondieron en el acto” ( García Marquez, 1982,p.296) Los hechos reales adquieren, en la novela, una doble faz semántica: la del plano de la lucha laboral cotidiana de los obreros, y una significación simbólica que cobra plenitud con el desenlace, cuando José Arcadio Segundo enfrenta al ejército en un lenguaje que los soldados no podían comprender. García Márquez lo llamó “La fascinación de la muerte”. La narración deviene en testimonio nacional espacio verbal donde no es necesario descifrar el lenguaje para atrapar su sentido.  | 
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 Vargas
      Llosa en la novela La Guerra del fin del Mundo, sobre la
      masacre de Canudos, arropa sus 
      ideas en el modelo fundamentalista del adversario, 
      patrones 
      de conducta que rechaza pero que le sirven para convivir con 
      los juegos del fanatismo durante quinientos ochenta y cinco 
      páginas. 
      El 
      escritor 
      simula, 
      oculta, convive con 
      un 
      contexto que no comparte pero  
      que 
      le permite un enfoque multidisciplinario sobre los nefastos
      resultados del extremismo religioso. Las  
      estrategias  
      discursivas   
      proponen  
      un  
      modelo neomoderno, opuesto al romántico-positivista 
      de Da Cunha 
      sobre el mismo tema. El Canudos de Vargas Llosa en 1981 no es el
      mismo que relata DaCunha en 1902, ni el del Profeta de Sartao del
      sociólogo belga Lucien Marchal en 1956. El escritor franco-parlante nos
      da una versión sartriana de Canudos, arropada con visiones de apartheid
      culturales y determinismos telúricos que se expresan en polarizaciones de
      amor-odio, vida-muerte, mestizo-bandeirante. El escritor va creando imágenes
      sucesivas de naturaleza indómita, de personajes reprimidos, de soldados
      con deseos sanguinarios. La obra se corresponde con el período de post
      guerra mundial que trajo aparejados cambios en el comportamiento humano,
      actitudes nihilistas, marginalidad económica y nuevos tipos de discursos,
      la novela envuelta en matices racistas expresa una incomprensión por el
      orden social de Canudos. En
      la otredad narrativa de 
      Canudos, en el determinismo filosófico y telúrico, en el no
      derecho a la autonomía de los campesinos debido a su ignorancia y falta
      de recursos, en el fundamentalismo como una esperanza para justificar la
      existencia deambulan las tres narraciones. Pero sólo el escritor brasileño
      vivió en carne propia el horror de la masacre que lo lleva a culminar su
      novela con una frase polémica “ Es que aún no existe un Mausley
      para las locuras y los crímenes de las nacionalidades.” ( Da Cunha.
      1980, p. 383) Nosotros
      nos preguntamos¿ Cómo pudo suceder la Masacre de Canudos en la tierra
      del escritor José de Alencar, defensor de la diversidad de su gran país,
      preocupado por crear un lenguaje que reflejase a su región. O en el sertón
      de José Lins Do Rego, en quien la fuerza telúrica se convierte en
      lenguaje y el corazón en poesía? Los políticos olvidaron que los
      sertanejos estaban adheridos a sus piedras y rocas desérticas. Pero los
      verdugos nunca pensaron que serían 
      severamente juzgados por el pueblo a través de la 
      literatura y el arte. Sergio
      Rezende, en 1997, centenario de la masacre, estrena una película apegada
      a la novela de DaCunha, el director presenta un conflicto que, aún hoy,
      para los brasileños sigue siendo un enigma. Al igual que en las novelas
      las polaridades se dan la mano en una combinación de violencia y
      pasividad, amor y odio, vida y muerte, límites extremos de la existencia
      que envolvieron la masacre. La conmemoración de Canudos tuvo
      manifestaciones poéticas, musicales, pictóricas en todo el 
      extenso país . Desde la lectura dramatizada de textos de 
      Graciliano Ramos y Guimaraes Rosa, que realizó la Compañía
      Truanesca, hasta la Exposición: Sertón la región de Canudos hoy
      en el Museo de Arte Moderno en Aterra do Flamengo. 
       Canudos,
      metáfora de la exclusión de un pueblo, amerita 
      reflexiones internacionales acerca del respeto por la diversidad; 
      parece increíble que en ese poblado el ejercicio de la libertad
      fue sólo un sueño en el umbral del siglo XX, sumergido hoy bajo las
      aguas de la represa de Cocorobó. Un producto más de la 
      “asepsia social” que tiene sus orígenes en 1492.  Como
      para liberar esa naturaleza hostil que encierra nuestra historia algunos
      escritores estrechan períodos en un ejercicio de anamnesia, crean así un
      locus literario desde donde regresan 
      las voces 
      del silencio de pueblos que ya no existen. 
      Allí donde el fín de lo real significa el principio de la ficción
      relata  José
      León Tapia en Los Vencidos las matanzas de comunidades
      realizadas por Marcos Baldó, Ambrosio Alfinger y Felipe de Hutten en
      tierras venezolanas en el siglo XVI. En 1991 el escritor rearticula 
      huellas casi borradas y las integra a su imaginario narrativo. Al
      recrear un discurso regional del llano barinés, con una visión social
      que extiende los límites del universo significativo a cualquier lugar de
      Latinoamérica.     
      En la novela de Tapia las masacres socavan el estatuto falso de
      quienes promueven el progreso conservando formas sociales esclavistas. Con
      una envolvente semántica trágica arropa el escritor a los desplazados de
      su tierra quienes  “Por
      la obra civilizadora de la Agropecuaria la Ponderosa caen bajo el plomo de
      diez bocas de fuego y su sangre fue lloviendo la tierra…Montones de cadáveres
      apilados, gritos desgarrados, quejidos de niños…”
      ( Tapia,1991, p.284) 
      No hay confrontaciones, sólo la estrategia narrativa que se agota
      en el genocidio cultural. El escritor barinés ausculta dos mundos desde
      la colonia hasta finales del siglo XX, cuya trama se va gestando con la
      misma deformidad social que acusa la historicidad discursiva. Tapia 
      construye su novela sobre 
      los bienes simbólicos culturales, amenazados por la violencia que
      desencadenan las rupturas de tradiciones y costumbres. Relata un mundo que
      ha ido tranformando, desde la colonia, los sonidos de las formas
      familiares en tan sólo sombras invocadas. Todas estas novelas lejos de constituir un patrón narrativo se nos presentan como el lugar donde se recuperan las preguntas que agitan la actual Latinoamérica. Algunos relatos manifiestan una práctica de efectos, otros representaciones de causas, pero todos encuentran la precisión necesaria para lograr completa coherencia. Lo interesante no es pensar en géneros ni cánones, porque la literatura recrea pero no restaura, aunque lo pasado no deba nunca ser destruido. Los escritores recuperan trozos de memoria mientras escriben y sus discursos son los mediadores entre la historia y una ficción que alimentará los hipertextos de futuras generaciones. 
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