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Narrativa Hispanoamericana del Siglo XX* |
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Nombre del Autor: Alexis Márquez Rodríguez |
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alemar@telcel.net.ve |
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Palabras-clave: Narrativa, Criollismo, Modernismo |
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Minicurrículo: Professor de espanhol e literatura. Professor da Universidad Central de Venezuela durante 25 anos. Jornalista. Colunista do diário «El Nacional», de Caracas, desde 1946. Membro da Academia Venezuelana da Língua. Escritor, crítico literário. |
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Resumo: O romance hispano-americano do século XX tem suas raizes no século XIX, porque a divisão do tempo em séculos é convencional, e nem sempre as coisas mudam totalmente quando saímos de um século e entramos em outro. Mas o romance hispanoamericano do século XIX é pobre e incipiente, muito embora existam romances e romancistas que, individualmente, têm muita importância. A primeira geração verdaderamente madura de romancistas em nosso continente hispano-americano pertence já ao século XX. Nela florescem a novela modernista e a novela criollista, esta conhecida também como novela regional ou novela de la tierra. Nessa etapa há também mostras muito valiosas da novela histórica. |
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Resumen: La novela hispanoamericana del siglo XX tiene sus raíces en el siglo XIX, porque la división del tiempo en siglos es convencional, y no siempre las cosas cambian totalmente cuando salimos de un siglo y entramos en otro. Pero la novela hispanoamericana del siglo XIX es pobre e incipiente, aunque hay novelas y novelistas que, individualmente, tienen mucha importancia. La primera generación verdaderamente madura de novelistas en nuestro continente hispanoamericano pertenece ya al siglo XX. En ella florecen la novela modernista y la novela criollista, ésta conocida también como novela regional o novela de la tierra. En esa etapa hay también muestras muy valiosas de la novela histórica. |
Sentados, pues, los antecedentes de la narrativa hispanoamericana en el siglo XIX, ya entrado el XX florece la primera generación madura de novelistas y cuentistas. Esta madurez coincide con el cultivo de la llamada novela de la tierra, novela regional, novela criollista o incluso novela americanista. Lo característico de este movimiento o tendencia reside en el predominio de lo telúrico y paisajístico sobre lo propiamente humano. Era un hecho inevitable, habida cuenta de que en América la naturaleza tenía para ese entonces –y aún sigue teniéndola en muchos aspectos– una presencia avasallante, que se había puesto de manifiesto desde el Descubrimiento mismo, pero de la que se había ido tomando conciencia, más allá de lo meramente contemplativo de la primera hora, a medida que el desarrollo de una economía colonial y global, primero, y después autónoma y nacional, había hecho notoria la dependencia de esa naturaleza, prácticamente en todo. Este hecho fue destacado tempranamente por Alejo Carpentier, en un ensayo sumamente esclarecedor, escrito en Francés y publicado en 1931, cuando el entonces muy joven periodista y narrador cubano se hallaba exiliado en París. Vale la pena citarlo extensamente, pues nos ahorra muchas de nuestras propias observaciones:
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Luego analiza Carpentier las dificultades que había, en semejantes condiciones, para ejercer el oficio literario, máxime si se recuerda que aquéllas resultan en cierto modo agravadas al alcanzar las antiguas colonias españolas su independencia, por el surgimiento de los dictadores y tiranuelos que florecerán en el siglo XIX en casi todos nuestros países, sobre los escombros materiales y morales que dejaron las guerras de independencia. Siniestros personajes que, al decir de Carpentier, fueron «muchas veces tiranos mucho peores que los virreyes y los capitanes generales de la metrópoli». No es difícil, señala igualmente, «comprender que en tales circunstancias, la literatura de América Latina no se desarrollara de una manera normal». Y registra la presencia de dos corrientes dentro de esa literatura «anormal». La primera marcó una tendencia nacionalista, fuerte, áspera, de formas y lenguaje deliberadamente descuidados, como la que nos dieron un Sarmiento en Facundo o un José Hernández en Martín Fierro. La otra está representada especialmente por algunos poetas, «cuya cosecha se extiende desde los primeros románticos de América hasta Rubén Darío o Herrera y Reissig, [que] afrontaron voluntariamente — sin temer a veces a la imitación ridícula— la influencia de Francia». Esta vuelta de nuestros poetas a Francia, mirando por encima de la Península Ibérica, fue, piensa Carpentier, de gran utilidad, porque nos permitió liberarnos de las ataduras de España, cuya literatura languidecía en un pantanal de atraso y mediocridad, y asimilar las excelencias de la francesa, que en esos momentos resplandecía en el mundo entero:
El resultado de esa corriente renovadora, que seguía los modelos franceses pero se nutría temáticamente de nuestros asuntos americanos, no tardó en hacerse sentir. Lo decisivo fue, a la larga, el americanismo de los temas, pues aunque se tratasen en novelas escritas al estilo de las francesas, la materia americana obligó a buscar formas que se correspondiesen con ellas, y como ya había un entrenamiento en las técnicas galas, el hallazgo de un camino más nuestro también en lo formal, y no sólo en lo temático, se hizo posible. Después de una etapa de predominio de los modelos franceses, fueron apareciendo novelas con una retórica más en consonancia con el americanismo de sus temas, y para los años veinte, piensa Carpentier, ya producimos una novela madura, cuyo valor y aceptación trasciende las fronteras geográficas y lingüísticas:
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Carpentier advierte que lo más notorio en estas novelas es el predominio de una temática donde la naturaleza se impone de manera avasallante. Es la que los críticos e historiadores de la literatura llamaron posteriormente novela regional, novela criollista o novela de la tierra. Hay en ellas una atmósfera telúrica, en la que una naturaleza todavía nada o muy poco domeñada aplastaba al hombre, cuya presencia en esas novelas, por ello mismo, aparece disminuida, minimizada, porque así era en la realidad. Este rasgo característico permitió a algunos críticos y estudiosos proponer, en los años cuarenta, la tesis de que el verdadero protagonista de esas novelas es la naturaleza, más que el hombre mismo. Pero tal planteamiento lo había hecho Carpentier mucho antes, en el trabajo mencionado:
Después de estas sagaces observaciones, Carpentier dedica sendos pasajes a comentar cuatro novelas, que en aquel momento eran auténticas novedades: La vorágine (1.924), del colombiano José Eustacio Rivera; Don Segundo Sombra (1.926), del argentino Ricardo Güiraldes; Doña Bárbara (1.929), del venezolano Rómulo Gallegos, y Las lanzas coloradas (1.931), del también venezolano Arturo Uslar Pietri. Carpentier no disimula su entusiasmo por estas novelas, que a su juicio comenzaban a marcar un nuevo rumbo en el proceso de nuestra narrativa. Y al final remata con estas palabras tan significativas:
(Es muy común que, al referirse a la novela
de la tierra, se mencione juntas a La
vorágine, Don Segundo Sombra y Doña
Bárbara como sus ejemplos más conspicuos y paradigmáticos, casi
por antonomasia. Por la fecha en que fue escrito, es muy probable que haya
sido en este ensayo de Carpentier donde por primera vez se hiciese esa mención). La
naturaleza, mejor la Naturaleza – así con mayúscula – se impone mayestática
sobre el elemento hombre, con una potencia arrolladora y decisiva. La novela
americana forzosamente ha tomado otro rumbo en abierta disparidad con la
gran obra narrativa europea, hecho éste que me parece de toda evidencia y
rotundidad. En el deseo de aprehender lo americano, desde hace unos años me
he dedicado entusiastamente al estudio y conocimiento de la literatura del
continente. De lo poco que conozco, creo válida una primera deducción, en
cuanto a la novela concierne, y es que las grandes novelas de América –
las que dan la tónica o son exponentes de las demás creaciones novelísticas–
han rectificado el concepto tradicional de dicho género. Ya no es el
hombre, ni siquiera el factor humanidad, lo fundamental, el protagonista de
la novela americana. Sus grandes personajes son “vitalizaciones” de la
Naturaleza, grandes símbolos que reencarnan lo que podríamos llamar, con
Felipe Massiani, la geografía
espiritual de los ingentes hechos naturales, actuantes y operantes,
en la vida del continente. Los tipos humanos, reducidos a simples
accidentes; sus acciones viven apagadas a la sombra de acontecimientos geográficos
más influyentes y definitivos, los cuales intervienen en una suerte de
existencia y dinamismo imponentes. Repásese por ejemplo la significación
de algunas obras, como La vorágine,
de José Eustacio Rivera; Don
Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes; Canaima,
de Rómulo Gallegos (más novela que Doña
Bárbara para mi gusto); Raza
de bronce, de Alcides Arguedas; Canaán,
de Graça Aranha; Gaucho florido,
de Carlos Reyles; Los de abajo,
de Mariano Azuela; e inclusive El
mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría, último eslabón
–felizmente por ahora, nada más– de la serie de grandes novelas
americanas, y en todas ellas podrá encontrarse este rasgo esencial, que
constituye medula y ser de dichas obras. Son la Selva, el Llano, la Pampa,
el Ande, las auténticas figuras de tales libros, convertidas todas ellas en
seres con capacidad de obrar y decidir de manera mucho más viva e intensa
que la serie de tipos humanos esparcidos en las referidas novelas. Los seres
vivos, entre ellos los hombres, dan la sensación exacta de pulular en un
mundo más poderoso que su propia voluntad (3) Estrictamente hablando, sin embargo, en lo dicho tanto por Carpentier como por Grases hay una cierta exageración, quizás intencional, para enfatizar sobre ese fenómeno, realmente definitorio de nuestra novela del primer tercio del siglo XX. No porque ellos sobreestimen la presencia y la función de la naturaleza en esas novelas, sino porque no se trata, en realidad, de que la novela europea o la estadounidense prescindan de ese mismo elemento, y exalten exclusivamente la presencia humana. Afirmar tal cosa sería desconocer grandes novelas en las cuales la naturaleza juega también un papel preponderante, y el hombre, ante ella, se muestra minimizado y absorbido en su vórtice geográfico. Y si no se presenta en tales dimensiones, al menos es evidente la dramática agonía del hombre luchando en tremenda desventaja contra los elementos, como vemos en Guerra y paz, de León Tolstoy (1828-1910), en que los soldados de Napoleón sufren su más desastrosa derrota no tanto por la acción de las tropas de Kutusov, quien nunca llega a presentarles batalla, sino por el extremado rigor del invierno ruso. O en algunas de las novelas de Walter Scott (1771-1832), como El pirata o El anticuario, o cualquiera de las de Joseph Conrad (1827-1924), como Corazón de las tinieblas o Nostromo, donde se exalta la valentía y el coraje humanos ante el sufrimiento y la adversidad; o en cuentos de Maupassant como “El albergue”, en que un ser humano es capaz de enloquecer por el terror que le causa la soledad de la montaña. O en novelas como Taras Bulba y Las almas muertas, del ruso Nicolás Gogol (1809-1852), donde los hombres luchan desesperadamente para salvarse de la fuerza destructiva de la estepa. O en Bajo el yugo, del novelista búlgaro Ivan Vazov (1850-1921), en la que no se sabe bien si lo más destructivo para los héroes búlgaros que luchan contra la dominación turca es la guerra de liberación, o la naturaleza salvaje donde aquélla debe librarse. O en algunos de los relatos del ruso Alejandro Pushkin (1799-1837) o en la serie de novelas sobre el Don del soviético Mijail Sholojov (1905-1984). O en novelas como algunas de Pío Baroja (1872-1956) o de Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), en España, donde la lucha del hombre contra la naturraleza y la adversidad alcanza momentos verdaderamente épicos. Algo parecido debemos señalar también respecto de la novela estadounidense. Piénsese, por ejemplo, en los relatos de John Dos Pasos (1896-1970) ambientados en las heladas tierras de Alaska; o algunas de las novelas de John Steinbeck (1902-1968), e incluso en algunas de William Faulkner (1897-1962), en que la presencia de la naturaleza cobra también enorme fuerza como potencia destructora que abruma a los seres humanos que viven sometidos a sus furias y periódicas alteraciones. |
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La diferencia, pues, no debe señalarse en la presencia avasallante de la
naturaleza en la novela americana, en contraste con su presunta ausencia en
la europea y en la estadounidense, sino mas bien en los distintos grados de
intensidad y magnitud con que se da la relación del hombre y la tierra en
Europa y los Estados Unidos, de un lado, y en Hispanoamérica del otro. El
europeo y el estadounidense se enfrentan a la naturaleza con mejores armas y
recursos que el hispanoamericano, y por eso su pelea, aun siéndolo, es
menos desigual. Hay, por eso mismo, una actitud distinta de enfrentar el
furor destructivo de los elementos. No en balde el hombre europeo y el
estadounidense han logrado hasta el presente, mediante la ciencia y la técnica,
un mayor dominio de la naturaleza que el hispanoamericano. |
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En otra de sus novelas, Zogoibi
(1926), aunque también hay importantes elementos hispánicos en su tema,
Larreta se ubica en el medio rural argentino, dentro de la concepción
criollista que predominaba entonces en todo el Continente, con exaltación
de lo telúrico y lo regional. La novela narra un drama de amor ambientado
en la pampa, mundo de ricos estancieros argentinos, criollos, pero de
formación europea. |
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Otro rasgo de estas novelas que no debemos dejar de señalar es la presencia en todas ellas de una temática social y, en cierto modo, histórica. Después hablaremos de la novela histórica en Hispanoamérica, pero podemos adelantar, como ya lo hemos apuntado, que el elemento histórico está presente en toda la narrativa, y en general en toda la literatura de nuestro continente, aun en aquellas obras y géneros que menos se prestan para ello. Lo mismo puede decirse de lo conceptual, que en la literatura hispanoamericana tiene una presencia universal, pues de algún modo está en la narrativa, en la poesía y, desde luego, en el ensayo y los demás géneros conceptuales. En la novela criollista lo social, lo histórico y lo conceptual, incluso lo político, ocupan un lugar importante, si bien en unas obras y autores más que en otros. El solo hecho de que en ella se plantee, como ya vimos, la lucha entre el hombre y la naturaleza, ya es de por sí un dato que avala lo que aquí decimos. Esa lucha es por sí misma un drama personal, pero también social, y por esta vía desemboca en lo histórico y en lo conceptual. La historia universal es, en última instancia, la historia de esa lucha, y a lo largo de ella se plantean distintas etapas, a las cuales corresponden diversos grados de avance –o de retroceso, ¿por qué no?–. No importa que en el discurso literario los autores sean más o menos explícitos en su planteamiento; siempre en el enfoque de esa lucha entre el hombre y la naturaleza subyacerá un elemento histórico y conceptual. |
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BIBLIOGRAFIA 1.
Este ensayo, escrito en Francés y titulado «Los puntos cardinales
de la novela en América Latina» ha sido traducido al Castellano en Caracas
en 1992, por la profesora de la Universidad Central de Venezuela Andrea Martínez,
hoy lamentablemente fallecida, para ser incluida, junto a la versión
francesa original, en el volumen Los
pasos recobrados, selección de ensayos de Carpentier, que hemos
preparado para la Biblioteca
Ayacucho. 2.
Le Cahier. Nº 2. Paris . Fevrier 1932. p. 19-28.
3.
Pedro
Grases: «De la novela en América» Trabajo publicado originalmente en la
revista Bitácora,
Nº 4. Caracas; junio de 1.943. Apareció luego en el folleto Dos
estudios, del mismo autor, y posteriormente se volvió a publicar en
el Nº 2 de la revista caraqueña Mesa
Rodante, dirigida por Oscar Sambrano Urdaneta y Guillermo Morón, en
agosto de 1.949. Finalmente, aparece en el tomo 13 de las Obras
Completas de Pedro Grases. Edit. Seix Barral. Barcelona; 1.983. p.
283 ss. 4.
Orlando
Araujo: Lengua y creación en la
obra de Rómulo Gallegos. Ediciones En la raya. Caracas; 1977. Vol.
II. p 7 y ss. 5.
Enrique
Ánderson Imbert: Historia de la
literatura hispanoamericana. Tomo I. Fondo de Cultura Económica. México-Buenos
Aires. 6ª edición; 1967. p. 412). 6. Amado Alonso: Ensayo sobre la novela histórica / El Modernismo en “La gloria de Don Ramiro”. 2ª edición. Edit. Gredos. Madrid; 1984. (*) Este trabajo es parte del primer capítulo de mi libro Literatura hispanoamericana del siglo XX, actualmente en proceso de elaboración. Alexis Márquez Rodríguez
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