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Ave, Maris Stella

Nombre del Autor: Denise Pini Rosalem da Fonseca

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denise@anonimoslatinos.org

Palabras clave1. Candomblé 2. Iemanjá 3. Mollie Moore Davis

Minicurrículo: Profesora Asistente del Departamento de Servicio Social de la Pontifícia Universidade Católica da Rio de Janeiro. Doctora en Historia por la Universidade de São Paulo, concluyó la maestría en Latin American Studies en la University of Houston y la graduación en Arquitectura por la Universidade Federal do Rio de Janeiro. Su investigación, con énfasis en resistencia social e identidades culturales, incluye Bahía, Cuba, Ecuador, Jamaica y Louisiana. Es Directora de web de la asociación de artistas y artesanos latinoamericanos Anonim@s Latin@s y Editora General de la revista virtual LActitud.

Resumo:  Um estudo comparado das representações dos mitos de Iemanjá —a mais conhecida das deusas nagô e de Maria, com ênfase nos conteúdos simbólicos dos nomes, números e cores que as identificam e dos arquétipos femininos que elas encarnam, através da vida e da obra da escritora Mollie Moore Davis, da Louisiana do século XIX.

Resumen: Un estudio comparado de las representaciones de los mitos de Iemanjá —la más conocida de las diosas nagô— y de la Virgen, con base en los contenidos de los nombres, números y colores que las identifican y de los arquetipos femeninos que ellas encarnan, a través de la vida y de la obra de la escritora Mollie Moore Davis, de Louisiana del siglo XIX.

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Ave, Maris Stella
Dei Mater alma,
Atque semper virgo,
Felix coeli porta.[i]
Dios Te salve, Estrella del Mar,
Venerable Madre de Dios 
y siempre Virgen,
Feliz puerta del cielo.[ii]


Siempre he creído que el nombre de María estuviera relacionado al mar pues, al final, además de la semejanza fonética, la palabra María comienza con las tres letras que forman el nombre del océano. Tola suposición sobre Su naturaleza, engañosamente confirmada por la tradición, que nos ha enseñado a recibir a la luz de cada día alabando a la Virgen con un alegre Dios Te salve, Estrella del Mar.  

Confieso que me cuesta algo de esfuerzo aceptar que el nombre de Aquella a quién la estrella de Belén ha seguido, no ha salido de las espumas blancas que besan a la arena, regalándonos joyas brillantes hechas de nácar plateado; ni del azul profundo que unifica las aguas de arriba con las de abajo, adornado por seres luminosos de formas estrelladas. Admito también, que me cobra mucha energía tentar descifrar la complejidad del mito de María, quizá, tanto cuanto me cueste imaginar las maravillas desconocidas que habitan la inmensidad de los mares. 

Pero sí Ella es la puerta del cielo, entonces ¿de dónde podría venir María, que no fuera de la línea del horizonte, donde mar y firmamento se encuentran, confundiéndose? ¿Que otro medio seria capaz de abrigar estrellas de diferentes esencias, que no fuera el océano? ¿Y quién más podría atraer luces celestiales, que no fuera María?  

¿Cómo pueden ser, el mar y María, distintos? 

Sin embargo, el nombre de María viene de mirra.[iii] Esta, por su parte, es una palabra proveniente de un idioma semita, que llegó hasta nosotros a través del griego y del latín. Mirra es un sustantivo femenino usado como designación común a dos árboles de la familia de las burseráceas —las Commiphoras mallis y myrrha. Las dos son originarias de África, y sus resinas emanan aromas tan especiales, que de ellas se utilizaron pueblos ancestrales para producir inciensos y perfumes.[iv]  

Quizá esta fue una razón a más para que, en 1876, el Cardenal Lavigerie declarase María la Patrona de África, casi un regreso a su origen. Pero, por celo de la naturaleza o de la historia, María se ha hecho también Madrina de Brasil cuando, negra, chiquita e inquebrantable, ella mágicamente emergió de la materia líquida —La Virgen Aparecida— confirmando nuestra filiación mariana, a través de las aguas.  

En las aguas brasileñas la soberana es Iemanjá — “la madre de los peces”. Como ocurre en el Libro del Génesis, ella —que es el agua— dio vida a los habitantes de los mares y ríos, por la simple acción del Verbo sobre su materia. Y como el principio femenino del par creador primordial ella concibió Orungan —que significa “en el alto del cielo”— el hijo que fue el objeto de su dolor más grande. [v]  

¡Sí el mar y la primera de las Madres del Agua son inseparables, en que dilemas nos han metido nuestros hermanos de África al considerar Iemanjá una Aparecida, una Inmaculada, una Concepción, una María!  

¿Cómo pueden ser, el mar y María, distintos? 

En el Cántico de los cánticos, el apasionado Salomón visita a la esposa, que le espera con las manos humedecidas por la mirra, que su amor por el marido de ellas extrae.  

Yo he venido para mi jardín, hermana mi esposa. 
He ofuscado a mi mirra con mis aromas.[vi]
Yo me levanté para abrir a mi amado: mis manos destilaron mirra, y mis dedos estaban llenos de la mirra más preciosa.[vii] 

Cuando el Niño Dios reposa junto al seno de su madre, El es visitado por reyes iluminados que Le regalan mirra como una ofrenda especial de adoración.  

Y entrando a la casa, encuentran al niño con María su madre, y postrándose, lo adoran: y abriendo sus baúles, le hacen sus ofrendas de oro, incienso y mirra.[viii] 

En las manos de la esposa, la mirra es un perfume que habla de amor y devoción. A los pies del Niño la mirra es un incienso valioso, cargado de significados sagrados. Para toda la humanidad, María —la mirra— es la conexión de los seres de este mundo con la Divinidad. Para los pueblos Nagô, Iemanjá —la madre de los peces— es la señora de los mares y madre de sus habitantes, lo que seguramente nos incluye pues, nada más somos, que seres creados de las aguas primordiales. Curiosa e insistente coincidencia pues, en la tradición cristiana, el pez es el ideograma que simboliza al Cristo —el hijo de María; la Divinidad que vivió entre nosotros, por que así lo permitió la Estrella del Mar.  

¿Cómo pueden ser, el mar y María, distintos? 

La liturgia católica nos habla de un perfume agradable al Señor, que sería una especie de emanación sutil proveniente de la ofrenda de sacrificios personales que hacemos por nuestro perfeccionamiento espiritual. Por una razón muy semejante, entre los pueblos más antiguos, el uso ritual de perfumes fue una práctica bastante empleada para obtener el aprecio y los favores de los dioses. Esta práctica siguió siendo repetida a través de los tiempos por los ritos judíos y posteriormente fue incorporada por el ritual cristiano.[ix] 

En Bahía, a cada 2 de febrero, cuando los atabales sonaren en unísono para alabar a La Virgen da la Concepción, los barcos ya estarán cargados de ofrendas a los pies de Iemanjá, donde las piezas de telas celestes, los chispeantes espejos y los adornos plateados estarán al lado de los jabones de baño perfumados y de centenas de frascos de agua-de-olor que tanto agradan a la señora de los mares.[x] Para la gente baiana no hay manera más eficiente para acercarse a la Divinidad, que lavar a las impurezas mundanas con una buena porción de esfuerzo comulgado y una abundancia de sagradas y regeneradoras aguas perfumadas. 

Sin embargo, los perfumes también representan a los seres celestiales, aquellos que coronados de estrellas se alimentan de las más aromáticas emanaciones humanas y, a través de nuestras ofrendas surtís de devoción, promueven la purificación, la virtud y la regeneración de los seres.[xi] Es por esta razón que Maria es mirra —un perfume— y creo que, por la misma razón, Iemanjá se bañe y haga bañar en agua-de-olor.  

El incienso, por su vez, es un símbolo inequívoco de la unión de la humanidad a la divinidad; del finito al infinito; del mortal al inmortal. Fue con ese sentido que uno de los Reyes Magos depositó al lado del pesebre su ofrenda de mirra pues, madre y hijo allí presentes —misteriosamente una sola esencia— representan nuestra mejor oportunidad de llegar a entender la naturaleza del Ser supremo. La función sacerdotal del Cristo y de su madre es lo que permite que ambos sean los portadores de nuestras oraciones hasta el cielo, a través del camino conocido por el humo y por el perfume de la mirra y de otros inciensos, cuando utilizados como una prueba de devoción.[xii] 

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En la cultura Yorubá, originaria del interior de África, el litoral es un lugar de destino, que representa el término; un objetivo a alcanzar.[xiii] La misma saga de Iemanjá confirma esa idea, pues su dolor solamente cesa cuando ella pasa a habitar la inmensidad de los mares. Así como en las culturas ligadas al movimiento celeste, el cenit significa el lugar de la sublimación de la condición mundana —el cielo—, es posible pensar que, para los Nagô, la línea del horizonte, donde las aguas se encuentran, sea la morada del divino. Quizá esta sea la razón para que los barcos cargados de pedidos y de ofrendas a Iemanjá dejen la playa del Río Vermelho, en Salvador, en dirección al horizonte.[xiv] 

Si en la tradición que concibió María los significados de su nombre representan una sublimación de la condición humana, un medio para aproximarnos de Dios, una transferencia al plano divino, cuando traducido al imaginario Yorubá, ella no podría tener otro nombre que no fuera un sinónimo de océano. Nuestra Madre Divina —cuando negra— es el mar y conduce nuestras súplicas al Padre, a través de las volátiles emanaciones de Su cuerpo, perfumadas de vapores marinos.

 

Mary era uno de los nombres más corrientes entre las niñas nacidas en las familias cristianas del Sur de los Estados Unidos, a mediados del siglo XIX. Nada más natural que alabar a la Virgen a través de las hijas mujeres, en un ambiente repasado por las dificultades y por los peligros de una vida vivida en la frontera.

 

Cerca, muy cerca, andaban los negros traídos de las islas caribeñas, con sus batuques, sus canturías, sus hablas ininteligibles, sus rituales de aguas, escandalosamente secretos y nocturnos, a amenazar al alma de los creyentes y temerosos hijos de María. ¿Cómo no tratar de agradar a la Madre Divina para mantenerla junto al seno de la familia? Además de eso, a pocas millas de distancia, todavía había un universo poblado por otros seres a temer: los indios bravos y salvajes.

 

Cuando el padre de Mary Evelina Moore [xv], un médico de poco éxito en el Alabama, en 1855, cargó menaje, mujer y hijos en una carreta y partió rumbo al Oeste, en búsqueda de mejores oportunidades, seguramente él deseó contar con la protección de la Santa Madre de Dios y agradeció su inspiración, por un día haber llamado su segunda hija de María.

 

Sin embargo, como las cosas son lo que tienen que ser, padre y madre también habían elegido un segundo nombre para aquella niña, una latinizada variación del nombre de Eva, la negación del ideal virginal.

 

Inmersa en esa ambigüedad, la niña creció aparentemente desconforme con la opción de sus padres. Llamada por sus familiares solamente de Mary durante toda su niñez y juventud, así que pudo, ella se libertó de ese nombre, manteniendo apenas el Evelina, anglicisado para Evelyn. Sin embargo, creo que esa no ha sido una actitud fácil, pues pienso que para nadie de nosotros resulte muy sencillo asumir una nueva identidad perante el medio en que vivimos.

 

Para resolver a su dilema, la escritora se justificó utilizando su arte, y produjo un libro en el cual la narradora —su asumido alter ego— se liberta definitivamente del indeseado nombre de Mary.[xvi] Hasta allí, todo nos llevaría a creer que la joven artista optara por una vida a la orilla del ideal mariano, una opción femenina peligrosamente ligada al pecado, al deseo, al disfrute de las pasiones.

 

Pero entonces surgen sus primeros versos y ellos se presentan empapados por una fe que transciende a las respuestas fáciles y a las interpretaciones corrientes. Poesía de niña iluminada, ellos hablan de un amor sobrehumano y militan en una perspectiva de igualdad mucho más profunda y santa que la de una religiosidad de misales.

 

¡Pero, oiga! Un ritmo largo y jovial causa,

¡En el vacío de las montañas, su propio eco! Tan claro, tan denso,

Entre rollizas colinas, su alegría el desplaza,

Y flota, como incienso, rumbo al firmamento...

 

Espacios abiertos del corazón – vacío

abiertos por incansables manos de Duda y Aflicción –

Pudiéramos mantener allí eternamente, Inocencia y Fe,

Cual sagradas centinelas, en perfecta comunión.

¡Ah! Cuanto dolor, tanto deshonor, no huiría asustado

Al enfrentarse con su pureza sagrada!

 

Los orgullosos campos del corazón –

Su más abundante y bella producción!

Pudiéramos mantener allí eternamente, Inocencia y Amor,

¡Contemplando a los vacíos![xvii]

 

No obstante suprimiera su nombre Mary, la joven escritora no pasó a llamarse Evelyn, como seria de se esperar, pues, eligió para si un nuevo nombre: el de Mollie. Pero, Mollie era también uno de los nombres más frecuentes entre las esclavas negras del Sur americano a mediados del siglo XIX. Casi invariablemente las poblaciones esclavas de las plantations del Sur tendrían siquiera una Mollie, cuando ellas no fueran varias, y muchas veces, todas ellas miembros de dos o tres generaciones de mujeres de una misma familia viviendo en cautiverio. 

El nombre María, como sabemos, es utilizado en los conventos indiscriminadamente por todas las religiosas. Al rebautizarse María, después del renacimiento espiritual, la religiosa renuncia a su identidad de origen, sometiéndola a la de su hermandad. Ser María es también, por lo tanto, sinónimo de ser hermana en la fe. 

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Por esa misma razón, cuando beneficiados por el privilegio del Bautismo, los negros del Sur de los Estados Unidos renunciaban a su identidad de paganos y tenían la oportunidad de renombrarse con un nombre cristiano. Y no han sido pocos los Joses y las Marías. 

Sin embargo, Mollie, nacida Mary, ha seguido el camino exactamente contrario para afirmar, al revés, el contenido mayor de su nombre de bautismo: la fraternidad en la fe, la hermandad en la vida, una maternidad generosa y renunciante a su obra. Al nombrase Mollie, la escritora abdicaba de las soluciones fáciles y se declaraba hermana de todos aquellos que, como ella, estaban empobrecidos, maltratados por la guerra y por las enfermedades y vivían desterrados por los flujos de la vida, lo que seguramente incluya a los hombres y mujeres negras a su alrededor.  

Tengo serias dudas acerca de la inocencia de Mollie en el momento de la elección de su nuevo nombre. Quizá por esa razón, no me sorprenda constatar, que pocos autores de todos los tiempos, hayan sido capaces de tratar el legado Nagô de Louisiana, con tanta empatía como lo ha hecho Mollie E. Moore. Casi una Iemanjá. 

Por otro lado, y volviendo al dilema del comienzo, pocos intelectuales femeninos del Sur fueron tan respetados y apreciados por los hombres y mujeres de su sufrido tiempo, como lo ha sido la receptiva, generosa y digna escritora Mrs. M. E. M. Davis. Toda una María. 

Ella sembró su “deber en el corazón de otros”,
y cumplió la obligación que Dios plantara en el de ella.[xviii] 

En la tradición Yorubá, cuando un orixá asume la tutela de nuestras vidas, no hay como esquivarse de vivir nuestras misiones y sus precios. De la misma manera, aquello que algunas veces llamamos de destino, otras veces de karma y hasta mismo de oportunidad, tiene que ver con nuestra filiación espiritual, un legado que recibimos en el momento en el cual se concibe nuestra identidad en el mundo. Literalmente, el momento en que somos nombrados.  

No obstante, para hacer el mito de María aun más complejo, Iemanjá —la versión negra de la Madre Divina— tiene siete nombres,[xix] siete variaciones de una misma experiencia humana, siete oportunidades de auto superación, siete caminos que llevan a la Divinidad. Ser hija de Iemanjá puede significar vivir en la perspectiva de uno de esos personajes de la diosa, al igual que puede implicar alternar, en distintos periodos de la vida, experiencias ligadas a las variadas caras de la hada madrina. Quizá por esa razón, para algunas personas sea posible hasta mismo cambiarse de nombre; vivir una nueva identidad; reinventarse periódicamente, sin jamás dejar de vivir inmersas en sus propias esencias. Al fin y al cabo, como ya hemos visto, María significa perfume, que en última instancia es esencia. 

El número siete tiene una fuerza simbólica sin precedente. Siete son los días de la semana, los colores del arco iris, los sentidos exotéricos del Alcorán, la adición del ying con el yang, los chacras, los hijos y las hijas de Níobe, los artes liberales, los pecados capitales, las puertas del Paraíso que se abrirán adelante de la madre de siete hijas. El septenario en el Libro del Apocalipse es la clave para su entendimiento, pues, siete serán las iglesias, las estrellas, los Espíritus de Dios, los sellos, las trompetas, los truenos, las cabezas, las calamidades, las copas, los reyes, los caballeros...[xx]

 

El siete es el número cósmico y sagrado que representa al cielo, la totalidad del espacio y del tiempo, un ciclo de vida concluido, el universo en movimiento, la totalidad humana, el ser humano perfecto, el pacto entre Dios y la humanidad.[xxi] El siete es María, subiendo al cielo coronada de estrellas, y siete son las Iemanjás, llevando una corona de arco iris en la línea del horizonte.

 

¡Ah! Yo quisiera a mi madre rever;

Pero la oración que yo sabia, aquella oración,

Yo casi no me acuerdo – ¿Cómo seria?

¿Que nos perdonen las faltas, las molestias del mundo,

Que todo eso pase, cuando el sendero de luz yo cruzar,

Para al Paraíso llegar?

 

¡En el Paraíso! (...)

¡Allá no se pelean batallas!

¡No se necesita de espadas o armas como garantía![xxii] 

 

Mollie tenía todas las razones para ser un poco cética con relación a la felicidad mundana. A los 23 años ella perdió a su madre, víctima de tuberculosis, y por los próximos siete años de su vida, ella pasó a ser la madre de sus hermanos, siete de los cuales eran más jóvenes que ella.[xxiii] En el súbito y precoz rol de matriarca de una vasta prole, ella no solamente supo mantener su esencia de escritora, como también pudio quitar de ese trabajo los recursos valiosos con los cuales ayudó a su padre en el sustento de la familia.

 

Su vida fue repasada por sucesivos nuevos comienzos y ella fue una artista al inventarse nuevos y fascinantes personajes. A cada situación que se presentaba ella se superó, seduciendo a todos con su esencia maternal, receptiva, acogedora y confortante. Primer ella fue una joven poetiza de origen modesta, cuyo talento y brillo personal la rescató de la pobreza para el abrigo refinado y letrado del hogar de los Cushings en Houston. Desde allí ella regresó para ser la madre de sus hermanos. Más tarde ella se casó para tornarse la Sra. Davis, viviendo en un feliz sueño de amor que le negó la maternidad, con la muerte de su único bebé. Valiente, ella inventó otra manera de ser madre, y adoptó una sobrina, a quién educó como hija.

 

Jamás se ha abatido, sobrevivió a los duros años de la Guerra Civil como esposa y escritora en Texas. Después, cambió residencia para Nueva Orleáns donde se transformó en la más distinguida dama cultural de la ciudad. Su modesta, pero elegante, casa ubicada en la Royal Street fue un templo de arte, de convivencia creativa, de amistades construidas sin barreras de ninguna clase. Pero la adversidad siempre le rondó las puertas. Año tras año ella cumplió un ritual de ciclos regulares de regreso a Texas, para rescatar su delicada salud de la estación húmeda de Louisiana. Y después de tantas idas y venidas, ella sucumbió al cáncer, inmersa en dolor, sin jamás perder la poesía:

 

Si no fuera cobardía... yo te suplicaría que pidas por mi muerte[xxiv]

 

Y María la acogió al amanecer del primer día de 1909, probablemente al sonar de un Ave, Maris Stella. Envuelta en un manto de satén blanco, cubierta por inmaculados lirios y rosas blancas, ella parecía

 

La Señora de Shalott, flotando río abajo en su barco florido.[xxv] 

 

Como ocurre con Iemanjá, al morir, Mollie fue imaginada por aquellos que la amaban siendo llevada por la corriente del río para la profundidad de los mares, toda vestida de blanco. Allá el azul del manto de María se confunde con la transparencia de las aguas y el cristalino de la bóveda celeste, pues en el azul residen la pureza y la inmaterialidad. Sí para los hombres durante mucho tiempo el azul simbolizó la nobleza mundana, la Santa Virgen, con su nobleza divina, transformó el azul en amor eterno, en verdad, en el Paraíso.[xxvi]

 

Juntos, azul y blanco, los colores de María y de Iemanjá, significan el desarraigo de los valores de ese mundo, el camino del alma liberada hacia la Divinidad, la búsqueda del tesoro que vendrá al encuentro del blanco virginal, mientras el cruce el sendero de luz en su camino rumbo al azul celeste: el cielo o la profundaza del océano.[xxvii] ¡El Paraíso es solamente una cuestión de geografía divina!

 

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Y el falso dilema desaparecería fácilmente, como una simple cuestión semántica, pudiera Odo Iya traducir Ave, Maris Stella.


NOTAS

 [i] Ave, Maris Stella, (Dios Te Salve, Estrella del Mar). Oraciones a la Virgen María en: “Patrons Saints Index: Mary, Blessed Virgen”, Catholic Forum. www.catholic-forum.com. [Traducción nuestra].

[ii] Oração a Santa Maria que desata os nós. Oraciones en: Sociedade das ciências antigas. www.sca.org.br. [Traducción nuestra].

[iii] “Patrons Saints Index: Mary, Blessed Virgen”, Catholic Forum.

[iv] Aurélio Buarque de Hollanda, Novo Dicionário da Língua Portuguesa. Rio de Janeiro: Editora Nova Fronteira, 1975. p. 929.

[v] Pierre Verger, Notas Sobre o Culto aos Orixás e Voduns.  São Paulo: EDUSP, 2000. p. 295.

[vi] “O Cântico dos Cânticos 5, 1”, A Bíblia Sagrada. Edición Ecuménica. Rio de Janeiro: BARSA, 1977. p. 520. [Traducción nuestra].

[vii] “O Cântico dos Cânticos 5, 5”, A Bíblia Sagrada. p. 520. [Traducción nuestra].

[viii] “Evangelho de São Mateus 2, 11”, A Bíblia Sagrada. p. 2. [Traducción nuestra].

[ix] Jean Chevalier & Alain Gheerbrant, “Perfume”, Dicionário de símbolos. Mitos, sonhos, costumes, gestos, formas, figuras, cores, números. Rio de Janeiro: Editora José Olympio, 2000. Traducción de Vera Costa e Silva... [et al.], 15a. edición. Primera edición 1982. pp. pp. 709-710.

[x] Pierre Verger, Notas Sobre o Culto aos Orixás e Voduns. p. 297.

[xi] Jean Chevalier & Alain Gheerbrant, “Perfume”, Dicionário de símbolos. p. 709.

[xii] Jean Chevalier & Alain Gheerbrant, “Incenso”, Dicionário de símbolos. p. 503-505.

[xiii] Pierre Verger, Notas Sobre o Culto aos Orixás e Voduns. p. 296.

[xiv] Pierre Verger, Notas Sobre o Culto aos Orixás e Voduns. p. 297.

[xv] Los datos dados biográficos reproducidos acá fueron extraídos de: Patrícia Brady, “Mollie Moore Davis. A Literary Life”, in Dorothy H. Brown and Barbara C. Ewell (editors), Louisiana women writers: new essays and comprehensive bibliography. Baton Rouge and London: Louisiana State University Press, 2001. pp. 98-118.

[xvi] Mollie Moore Davis, Jaconetta: Her Loves. Boston: 1901. Citado en Patricia Brady, “Mollie Moore Davis”. p. 100.

[xvii] Mollie Moore Davis, “Minding the Gap”, in Selected Poems. New Orleans: The Green Shutter Book Shop, 1927. pp. 70-73. Publicado por primera vez en 1862. En el original se le [Traducción nuestra]:

But hark! A long and mellow cadence wakes
The echoes from their rocks! How clear and high
Among the rounded hill its gladness breaks,
And floats, like incense, towards the vaulted sky!
The open places of the heart – the gaps
Made by restless hands of Doubt and Care –
Could we but keep, like holy sentinels,
Innocence and Faith forever guarding there,
Ah, how much of woe and shame would flee
Affrighted back from their blest purity!
The heart’s proud fields – its harvest full and fair!
Innocence and Love, could we but keep them there,
Minding the gaps!

[xviii] Grace King, “Introduction”, in Mollie E. Moore Davis, Selected Poems. p. 16. En el original se le [Traducción nuestra]:

She had made “her need in the heart of others”; and fulfilled that appointed her of God.

[xix] Édison Carneiro, citado en Pierre Verger, Notas Sobre o Culto aos Orixás e Voduns. p. 296, presenta los siete nombres de Iemanjá en el siguiente orden:

1.      Yeyemowo;

2.      Yamase (la madre de Xangô);

3.      Iyewa;

4.      Olosa;

5.      Ogunte (hermafrodita, casada con Ogun Alagbede);

6.      Saba (patoja, está siempre hilando el algodón; su kele —collar— es de hilo);

7.      Sesu.

[xx] Jean Chevalier & Alain Gheerbrant, “Sete”, Dicionário de símbolos. pp. 826-831.

[xxi] Jean Chevalier & Alain Gheerbrant, “Sete”, Dicionário de símbolos. pp. 826-831.

[xxii] Mollie Moore Davis, “Faithful unto death”, in Selected Poems. pp. 56-60. En el original se le [Traducción nuestra]:

Yes! I’d like to meet my mother;
But the prayer I used to know, that prayer
I somehow have forgot – what must I say?
That sins may be forgiven, and earthly care
Grow dimmer as I pass the gloomy way
That leads to Heaven?
To Heaven! (…)
No battles there!
No need of sabre or of trusty gun!

[xxiii] Patricia Brady, “Mollie Moore Davis”. p. 101.

[xxiv] Palabras de M.E.M. Davis en una carta a un amigo, citadas en Patricia Brady, “Mollie Moore Davis”. pp. 117-118. El poema “The Lady of Shallot” fue escrito por Alfred, Lord Tennyson, en 1843. En él, la Señora de Shallot está sometida a un encantamiento por el cual ella no puede mirar al mundo a través de sus propios ojos, sino que reflejado por un espejo. Cuando finalmente ella mira a Sir Lancelot, el objeto de su amor, el espejo se rompe de lado a lado y la penalidad es su muerte. Ese poema inspiró muchas obras de arte de la segunda mitad del siglo XIX, incluyendo pinturas y diversas creaciones literarias. El pasaje mencionado por Mollie E. Moore es el siguiente:

Lying, robed in snowy white
That loosely flew to left and right
The leaves upon her falling light
Thro' the noises of the night
She floated down to Camelot:
And as the boat-head wound along
The willowy hills and fields among,
They heard her singing her last song,
The Lady of Shalott.

[xxv] Letters of M.E.M. Davis, p. 23. Citado en Patricia Brady, “Mollie Moore Davis”. p. 118. En el original se le [Traducción nuestra]:

the Lady of Shallot floating down the river in her floral barge.

[xxvi] George Ferguson, Signs & Symbols in Christian Art. Oxford: Oxford University Press, 1976. p. 151.

[xxvii] Jean Chevalier & Alain Gheerbrant, “Azul”, Dicionário de símbolos. pp. 107-110.

 

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