ARTÍCULO ON LINE
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       EL
      ÚLTIMO VIAJE DE ALVAR NÚÑEZ           
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       Nombre del Autor: José Andrés Rivas  | 
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       jrivas@unse.edu.ar  | 
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       Palabras clave: literatura comparada- influencias - relaciones  | 
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       Minicurrículo: Doctor en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Fue profesor en varias universidades argentinas y norteamericanas. Obtuvo las becas Fulbright y la del Fondo Nacional de las Artes de su país. Publicó seis libros de crítica por los que recibió, entre otros, el Segundo Premio Nacional de Ensayo y Crítica Literaria, la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores y el Premio Federal de Humanidades. Como narrador obtuvo en 1998 el Primer Premio en el XXII Concurso Internacional de Narraciones Breves “Antonio Machado” en España. Director de la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Santiago del Estero.  | 
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       Resumo: Este artigo parte da estratégia narrativa empregada por Álvar Núñez Cabeza de Vaca em seus Naufrágios para se converter em um personagem que havia conseguido os favores do rei Carlos V, ao contrário da leitura das Cartas de Hernán Cortés. A partir deste personagem, o escritor Abel Posse escreveu um romance premiado, que descobre as relações com um conto de Jorge Luis Borges. Mas, por sua vez, o conto de Borges tem relações com um capítulo de Los Viajes de Gulliver de Swift, que em suas páginas revela influências de Cortés.  | 
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       Resumen: Este artículo parte de la estrategia narrativa empleada por Álvar Núñez Cabeza de Vaca en sus Naufragios para convertirse en un personaje que consiguiera los favores del rey Carlos V, a pesar de la lectura de las Cartas de Hernán Cortés. A partir de este personaje el novelista Abel Posse escribió una novela premiada, que descubre las relaciones con un cuento de Jorge Luis Borges. Pero, a su vez, el cuento de Borges tiene relaciones con un capítulo de Los Viajes de Gulliver de Swift, quien en sus páginas revela influencias de Cortés.  | 
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    Toda
    colaboración es misteriosa            
    Cuando en 1542 apareció en
    Zamora La Relación y Comentarios del
    gobernador Alvar Núñez Cabeza de Vaca, de lo acaescido en la dos jornadas
    que hizo a las indias -a la que la historia de las letras recordaría
    con el nombre de Naufragios-, su
    autor hacía apenas cinco años que había regresado de un viaje que lo había
    tenido perdido casi una década por las tierras de América [i].
    Durante esos años, él y los otros tres sobrevivientes que lo habían
    acompañado, no vieron a un solo hombre blanco, fueron esclavos de los indígenas
    y recorrieron a pie, desnudos y hambrientos, casi 8.000 kms. de lo que luego
    serían el estado de Texas y el suroeste de los Estados Unidos. Al regreso
    de su largo viaje, ésas eran todas las riquezas que había podido traer de
    su aventura americana. De allí que a la hora de hacer el inventario, él no
    podría mostrar -como otros conquistadores- ni pueblos sometidos, ni
    imperios sojuzgados, ni riquezas incalculables, aportados para la grandeza
    del Imperio. En sus páginas sólo podía recoger, en cambio, amargas
    frustraciones, cansancio, miseria, y un hambre antigua y muy larga. Con
    estos materiales, Alvar Núñez se lanzó a componer su
    Relación, destinada a conseguir el reconocimiento y aun los favores del
    monarca español. Para ello apenas contaba con la desgraciada memoria de su
    peregrinaje por las Indias inhóspitas. Con esa desgraciada memoria, y con
    una imaginación caudalosa, una ambición sin término y la minuciosa
    lectura de libros fundamentales. De entre estos últimos, pocos le habrían
    resultado tan fascinantes como las memorables Cartas y Relaciones de Hernán Cortés al Emperador Carlos V.            
    Si
    la biografía de Alvar Núñez como gobernante y náufrago es dispar y
    contradictoria, muy difícil es en cambio negarle sus virtudes como lector
    alerta y escritor deslumbrante. Por eso es que a él no le pasara
    inadvertido que con sus Cartas y
    Relaciones Hernán Cortés, tanto o más que los otros hombres de la
    Conquista, había abierto el camino para contar realidades desmesuradas. Y
    que el Emperador más poderoso de la tierra estaba dispuesto a aceptar, como
    verdaderos, elementos sobrenaturales y realidades casi fantásticas. Contaba
    por otra parte con que Carlos V, entusiasmado por la aventura de ultramar
    que él mismo impulsaba, desearía creer hasta lo increíble e imaginar
    hasta lo inimaginable, las noticias que le traían de sus Indias fabulosas.
    Por ello es que, si en su segunda
    Carta de Relación, Cortés había podido afirmar:            
    Más
    como pudiere diré algunas cosas de las que vi /.../ que serán de tanta
    admiración, que no se podrán creer /.../
    Pero puede V.M. ser cierto que si
    alguna falta en mi relación hobiere, que será antes por corto que por
    largo, así en esto como en todo lo demás de que diere cuenta a V.A... [ii], 
     su
    muy atento lector Alvar Núñez, pocos años más tarde, pudiera escribirle
    al mismo rey en el Proemio de su Relación:            
    
    ...que
    aunque en ellas se lean cosas muy nuevas y para algunos muy difíciles de
    creer, pueden sin duda creellas: y creer por cierto que antes soy en todo más
    corto que largo: y bastará para esto aver lo yo offrescido a vuestra
    majestad por tal...
    (p. 76).            
    Hombre
    del siglo XVI (como su desdichado súbdito Alvar Núñez), Carlos V vivía
    en un mundo en donde se mezclaban fácilmente lo real y lo fantástico. Las
    desmesuras de las Novelas de Caballería -parodiadas el siglo siguiente en
    la infinita novela de Cervantes- no estarían muy alejadas de las noticias
    que llegaban de unas Indias de fábula. Y, por otra parte, los europeos que
    andaban por aquellas tierras, se enfrentaban con realidades que no les era
    muy fácil entender, ni mucho menos nombrar, con los criterios que llevaban.
    Este conflicto se repetiría en innumerables Crónicas, que recogían además
    como verdaderas, noticias que otros habían contado, y en las que no siempre
    se podía sospechar una intención de falsedad o de mentira. A ello se
    sumaba una historiografía de aquellos siglos, en donde todas las historias
    comenzaban en un tiempo de leyenda y allá en el cielo.            
    Si
    éstos eran los criterios de verdad que regían en los tiempos del rey don
    Carlos, de no menor importancia para Alvar Núñez a la hora de escribir su Relación,
    habría sido la presencia del elemento religioso. Español de los tiempos de
    la muy Católica Majestad de los Austrias, no se le podría imputar a
    él una fe menor de la que tenían sus compatriotas. Ocho siglos de guerra
    contra los moros, por otra parte, no habían pasado en vano, y no les había
    ido tan mal a los españoles portando una cruz en sus pendones. Esto lo sabía
    o tal vez lo sintió Alvar Núñez a la hora de escribir sus memorias. Y por
    eso,  a lo largo de sus páginas,
    desparramó innumerables símbolos que evocaban algún pasaje o alguna
    figura de la tradición cristiana.            
    Ésa
    era la atmósfera espiritual de aquella época y éstos los elementos con
    que contaba. Con estos materiales, el atento lector y escritor ingenioso
    Alvar Núñez compuso una Relación
    diferente de las demás, con la que aspiraba a convertir una derrota en una
    victoria, y a cambiar la imagen de un fracasado por la de un triunfador.
    Para ello se valió de una estrategia narrativa, en la que no vaciló en
    describirse como un apóstol -casi como un mártir- cristiano, un redentor a
    ultranza de la causa indígena, que empalidecía a Bartolomé de las Casas
    (cap. XXXIII y ss.), un sanador de
    enfermos incurables (cap. XV y ss.), un increíble cirujano (cap.XXIX), un
    señalado por Dios para presenciar milagros (cap. XXI) y hasta un nuevo
    Jesucristo que resucitaba a los muertos (cap.XXII). Y todo ello, desnudo y
    hambriento, y sin más armas que una fe inquebrantable y una lealtad sin término,
    para la gloria y la grandeza de la corona de España.            
    Tratar
    de entender las desmesuras que de él mismo pintó Alvar Núñez en sus Naufragios
    como una fantasía disparatada, es una forma común de equivocarse. A él no
    le interesaba la verdad histórica, sino el efecto que podían tener sus
    palabras ante su Emperador. (Y no puede hablarse de fracaso, cuando después
    de su libro lo nombraran Adelantado, Gobernador y Capitán General del Río
    de la Plata). El problema es que aquí se enfrentan dos personajes
    diferentes que tienen el mismo nombre. Hay un Alvar Núñez, conquistador,
    que fracasa y un Alvar Núñez, personaje, que triunfa. El primero, que es
    histórico, crea al segundo, que es literario, y éste es finalmente el que
    perdura. Y no hay dudas de que si, en aquel tiempo a Alvar Núñez le
    importaba más el destino del primero, ese destino -luego de su infeliz
    aventura por el Río de la Plata- se salvó por el segundo. (Y aquí también,
    como en tantas circunstancias de la vida, la realidad se redime de su
    inevitable miseria, gracias a las magias de la literatura).   | 
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    No es extraño que un personaje
    con tanta carnadura humana como éste, atrajera la atención de un narrador.
    Y que cuatro siglos y medio más tarde, un novelista y diplomático
    argentino recreara su historia en una biografía imaginaria. La novela se
    tituló El largo atardecer del
    caminante y con ella Abel Posse ganó un importante premio en
    Extremadura, en ocasión del polémico Quinto Centenario de 1992 [iii].
    Si su novela puede leerse a la luz de aquel acontecimiento, la médula
    novelesca radica en la recreación del personaje y en la reescritura de sus Naufragios.
    Su novela reconstruiría la misteriosa vejez del caminante
    en la Sevilla de los Austrias; pero sus páginas jugarán con las dos
    biografías de Alvar Núnez: la real y la imaginaria. De cada una de ellas
    tomaría lo que necesita y con ellas construiría la trama narrativa.            
    El
    largo atardecer del caminante
    cuenta dos historias paralelas: una, la de la vejez sevillana de Alvar Núñez;
    la otra, la reescritura de su aventura en la Indias. Cada una de ellas
    explica a la otra y la justifica. La primera es una autobiografía
    imaginaria, en la que el personaje aspira a entenderse y a redimir sus
    antiguos pecados. Por ella deambula un Alvar Núñez que no niega culpas, ni
    rechaza acusaciones, pero que a la hora del inventario termina siendo más víctima
    que verdugo. La segunda es la historia del español en América y en ella el
    personaje termina asumiendo las culpas de una generación de bárbaros.
                
    Posse
    escribió su novela siendo embajador en Praga. Si su estancia europea no lo
    exime de su condición de americano, no sería del todo incierto que el
    lugar desde donde escribía, habría influido en la composición de su libro.
    Hablar como un americano nostálgico desde una perspectiva europea es, por
    otra parte, historia antigua en estos países de fugas, abandonos y largos
    exilios. Tal vez por ello en esta novela de 1992, su autor redima a los
    nativos y censure la Conquista.            
    A
    Posse no le interesa la polémica sobre las verdades y  mentiras de los Naufragios,
    sino lo más importante: su riqueza narrativa. De allí que, como novelista,
    no vacile en tomar los pasajes de caudalosa imaginación y prodigiosa
    inventiva que Alvar Núñez escribió. Sólo a partir de la lectura de los Naufragios,
    se atrevería a crear un personaje que cure con la señal de la cruz, opere
    del corazón con una aguja de hueso y sin dejar marcas, resucite muertos, o
    al que lo ayude Dios con milagros cuando le hace falta. Si a estas historias
    el narrador sólo debía retocarlas para escribir una escena novelesca, no
    ocurre así cuando recrea el otro perfil de la autobiografía de Alvar Núñez:
    el del hambre, el cautiverio indígena y el deambular por las tierras de América.
    Y aquí es donde Posse escribe sus propios naufragios:
    “No mentí demasiado en mis Naufragios /.../ ¿Cómo explicar los
    contenidos de un mundo que no se comprende?) (p.139/ 40)” dice el
    personaje de la novela justificando su reescritura del libro. Y aquí es
    donde el novelista se hunde más profundamente en la relación
    de Alvar Núñez.             
    El
    largo atardecer de caminante se convierte en un libro que escribe de
    nuevo otro libro. Y esto no se manifiesta como una invención de episodios
    que se le "habrían olvidado" al navegante, como a un nuevo Juan
    Montalvo, sino por el cambio de mirada con que aborda la materia de aquella crónica
    de indias. Por este camino la novela de Abel Posse transforma un relato
    con episodios fantásticos, en una crónica alegórica de entonación
    antropológica. Ésta será su manera de explicar esos "contenidos de
    un mundo que no se comprende". Y aquí es donde aparece un segundo
    modelo agazapado en su reescritura de los Naufragios:
    el cuento El informe de Brodie de
    Jorge Luis Borges [iv].            
    Al
    mejor estilo borgesiano, Posse juega con el lector sugiriéndole desde el
    comienzo -y sin que él se dé cuenta- la verdad de la historia que va a
    contarle. Para ello recurre a diferentes estrategias. Por un lado, presenta
    a Borges como personaje agazapado detrás de signos evidentes: lo nombra por
    su apellido materno: Acevedo (p. 203 y ss.), cita algunos de sus versos
    famosos (p. 198), glosa un par de fragmentos de El
    Hacedor (p. 147 y 220), recrea la escena final de El libro de arena (p. 259), inventa seres fabulosos como en El
    libro de los seres imaginarios (p.145 y ss), parafrasea algunas
    declaraciones personales (p.217 y ss), etc. Por otro lado, lo muestra a
    Borges a través del tópico de la condición literaria de la realidad (Todo
    termina en un libro o en un olvido, p. 33); de la inutilidad de los
    excesos retóricos (p. 90) y de la perfección estilística (p. 213); de la
    parodia del engolamiento lugoniano (p. 246); de la creación de una atmósfera
    de escritores auténticos y ajenos a la vanidad literaria, a través de los
    personajes de "Bradomín" (Valle Inclán) y de Nalé Roxlo (p. 53
    y ss); del simbólico entierro del Libro, como objeto sagrado que trasciende
    su propia condición material (p. 141), etc. (En sentido inverso, Alvar Núñez
    destacaba la concepción ficticia de la literatura, cuando, por ejemplo, con
    muy escasa autoridad moral, censura a unos indios por ser "amigos de
    novelas y muy mentirosos", p. 181).   | 
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    Si
    con estas estrategias, Posse recrea el mundo particular e identificable del
    escritor argentino, el contacto más próximo con El informe de Brodie aparece en el modo peculiar con que ambos
    transforman su materia narrativa. En ambos casos se trata del "informe",
    que un viajero de una cultura imperial y eurocéntrica, brinda luego de su
    aventura por tierras "bárbaras". En esto no estarían muy
    alejados de Alvar Núñez; pero a la hora de elaborar sus páginas, ambos
    utilizan el "éxótico" material antropológico que le brinda su
    viaje, como un cuestionamiento de su propia cultura. En el caso de Borges
    -no muy lejano de Levy Strauss-, como una sátira de nuestra vanidad como
    "civilizados": “Representan
    en suma, la cultura, como la representamos nosotros, pese a nuestros muchos
    pecados... (p. 178)”, dice en su informe el misionero escocés David
    Brodie, luego de haber enumerado las increíbles costumbres de los
    primitivos Yahoos. Posse, en cambio, elige la crítica abierta de la visión
    eurocéntrica, a través de una inversión de la tesis sarmientina: “¿Siempre
    habrá bárbaros? ¿Siempre vencerán los bárbaros? ¿/.../ todo cae y se
    degrada? (p. 184)”,se pregunta el Alvar Núñez de su novela, luego de
    narrar la "destrucción de las indias" que habían hecho los españoles
    [v].            
    Posse
    utiliza algunos recursos familiares en las páginas del autor de El
    Aleph. (Las connotaciones ya citadas alejarían cualquier presunción de
    inocencia en este contacto). Los más comunes serían la parodia, la
    paradoja, el sobreentendido, la burla de sí mismo, etc., recursos que
    Borges utilizó hasta el cansancio. Ninguno de ellos, sin embargo, es tan
    significativo de esta reescritura "antropológica" al modus
    borgesiano, como la visión que parte de la extrañeza de nosotros mismos.
    En este sentido, el asedio a sus páginas fascinantes podría verse como un
    largo viaje por un mundo que es incomprensible y ajeno. Para acercarnos, o
    al menos para tratar de entenderlo, recurrimos a nuestras herramientas más
    vanas y frágiles: nuestra cultura, nuestro razonamiento, nuestro precario
    lenguaje.             
    Las
    páginas de Posse, que recrean el viaje americano de Alvar Núñez, también
    se inscriben en esta tónica y, como ya hiciera con los mejores momentos de
    los Naufragios, no vacila en
    recoger los recursos de subversión de nuestro sistema lógico que aparecen
    en El informe de Brodie. (Toda
    literatura es, en última instancia, el arte del palimpsesto). De allí que
    retome, o agregue, escenas como la de la incomprensión de los nativos de la
    relación entre la unión sexual y el parto; la idea de que los idiomas y el
    conocimiento pervierten; la matanza de los ancianos como un acto benéfico;
    el culto de ciertos ritos para que el universo no desaparezca; la eliminación
    de los hombres que no quieren ser héroes; o la creencia de que el mundo está
    regido por dioses descuidados y a los que no les interesa la raza humana,
    etc., que recorren el mismo camino de las páginas de Borges. Y en este caso,
    ambos narradores recurren al mismo juego dialéctico: la reductio ad absurdum de nuestros mecanismos lógicos. En última
    instancia, se trata de una profunda crítica de la endeblez de nuestra razón
    o, al menos, de la razón eurocéntrica de los viajeros y descubridores.             
    Si en las páginas de Posse esta crítica tiene a veces una tonalidad
    áspera y descarnada - con nombre y apellido de las circunstancias históricas
    que la engendraron- las páginas de Borges se recortan, en cambio, sobre un
    marco temporal esfumado. En su cuento, en el que prevalece más una intención
    satírica que una crítica histórica, abarca de un modo más general la
    miserable condición humana. Esta circunstancia tampoco es ingenua. Y aquí
    es donde se produce otra vuelta de tuerca en esta cadena de relaciones
    de viajes de descubrimiento. En el prólogo de su libro El
    informe de Brodie, escribe Borges: “Fuera
    del texto que da nombre a este libro y que manifiestamente procede del último
    viaje emprendido por Lemuel Gulliver, mis cuentos son realistas, para usar
    la nomenclatura hoy en boga... (p. 1021/ 22).”            
    La
    cita implica necesariamente a la célebre novela de Swift, como modelo o estímulo
    del cuento borgesiano. Y específicamente, a la visita al "país de los
    caballos" (arduamente denominados como los houyhnhnms). Estos personajes representan las mayores virtudes, la
    inteligencia, la discreción y la sensatez. Opuestos a ellos aparecen los yahoos;
    seres abyectos, degradados, estúpidos y brutales, y envueltos simbólicamente
    en una forma humana. En su novela Swift había pintado en forma alegórica
    los difíciles tiempos del rey Jorge I, la corrupción del partido de los
    Tories o de los Whigs, la intolerancia religiosa entre católicos y
    protestantes, o la insustancialidad del futuro Jorge II. Era un hombre
    cansado de tanta mentira y tanta mezquindad. Pero cuando compuso este último
    episodio, pasaba por una crisis matrimonial aguda, ya que su mujer cansada
    de sus excentricidades, acababa de abandonarlo. De allí que, a diferencia
    de los "viajes" anteriores de Gulliver, en este Swift se
    propusiera hacer un amargo retrato de la naturaleza humana. En este aspecto
    sus páginas eran menos peligrosas que las anteriores, pero no por ello su
    novela dejó de aparecer en forma anónima, en la Inglaterra de 1726. Ni
    tampoco su autor dejó de usar un ingenio y una sutileza exquisitos para
    dibujar su censura del país y la civilización en que vivía. Después de
    todo, las épocas de censura tienen también sus beneficios [vi].            
     Cuando
    Borges publica su cuento, es un escritor envuelto en prestigio que ya estaba,
    en apariencia, de regreso de su viaje por la narrativa fantástica. Según
    sus palabras, su libro sería una colección de "cuentos realistas",
    con excepción del cuento que le da título. Su relato del "informe"
    del misionero escocés David Brodie debería leerse por lo tanto, a partir
    de esta condición "no realista", ficticia, que él declara. Pero
    sólo un renglón más adelante Borges, al mejor estilo borgesiano, cambia
    de rumbo, llama al realismo "un género
    no menos convencional que los otros" y desmiente lo dicho
    anteriormente. (La entraña literaria de los cuentos "realistas"
    de ese libro, que evocan a algún autor, algún libro, o algún cuento
    dentro de otro cuento, lo confirmará, por otra parte). En apariencia, este
    juego de contradicciones sería otra de los típicas ironías del autor de El
    Aleph; sin embargo, la sobreentendida presencia de Swift a través de su
    personaje no estaría allí en vano, y es posible suponer una menor
    inocencia de la aparente en aquellos párrafos. A partir de allí, el cuento
    de Borges puede releerse a la luz de la intención satírica de Los viajes de Gulliver y descubrir en él un castigat ridendo mores de la condición humana y el mundo que había
    creado. Éste era tan absurdo y perverso como el del novelista inglés.
    Borges publicó su cuento en la Argentina a comienzos de los años '70 en
    medio del caos, la corrupción y la violencia. No tenía menos razones que
    Swift para emplear la sátira. El informe de Brodie muestra una sola de las caras del último viaje de Gulliver. En éste, el narrador jugaba con la oposición entre la inteligencia y cordura de los houyhnhnms, frente a la brutalidad e insensatez de los yahoos. En apariencia, se trata de una simple confrontación entre una sociedad real y otra ideal, o al menos posible. En esencia, su relato tenía la sustancia de una utopía. Es decir; su autor sabía que lo que proponía era de antemano imposible. Su sátira podía leerse entonces como el último recurso que, aunque sea inútil, esgrime un escritor que no se resigna a la espantosa realidad que lo rodea. En el relato de Borges, el uso de este recurso satírico es aún más perverso. En apariencia, su personaje, sólo estaría componiendo el informe de una aventura por tierras extrañas. De allí que sólo podría inferirse una intención benéfica en sus palabras. La frase con que inicia su informe lo exime, sin embargo, de esa inocencia: “...de la región que infestan los monos (Apemen) tienen su morada los Mich, que llamaré Yahoos para que mis lectores no olviden su naturaleza bestial... (p. 1073).”  | 
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    La
    evocación del libro de Swift y de sus detestables personajes, connota de
    este modo la intención satírica que tienen sus páginas. Su relato, por
    otra parte, no opone dos mundos a contraluz, sino que sólo muestra uno de
    ellos, a través de un inventario de aberraciones de personajes que
    representan la naturaleza humana. El relato de Swift, que muestra el absurdo
    de las creencias, instituciones y costumbres de la sociedad que ellos
    crearon, le sirve como estupendo modelo. La crueldad de la guerra, la
    insensatez de los gobernantes, la falta de imaginación de las multitudes,
    la perversión del lenguaje, la esclavitud de las creencias, etc., son,
    entre otras constantes de las letras borgesianas, que su autor encuentra en
    las páginas de Swift. En especial, aquel fragmento en que Gulliver ve
    aquella "barbarie", como un producto de la degeneración
    de la especie (p. 272). Y como el novelista inglés, Borges también
    proyecta sobre su mundo imaginario el juego de una reductio
    ad absurdum de la lógica de nuestra propia cultura. De allí que el
    fragmento citado de que los brutales yahoos representan la cultura
    como "la representamos nosotros", no pueda leerse como una
    inocente sátira. Y que por los caminos de Swift, Borges se inscriba, como
    Cervantes, como Voltaire, como Bernard Shaw, entre los críticos más agudos
    de la naturaleza humana.             
    No acaban aquí, sin embargo,
    los ecos de Swift. Aunque por senderos oblicuos, algunas de sus páginas se
    encontrarían con otras de la novela de Abel Posse. Será en aquel momento
    en que sus dos personajes -Gulliver y el decepcionado Alvar Núñez-
    regresen de su aventura por tierras extrañas. En ambos casos, su viaje les
    había servido como una ceremonia de iniciación en una cultura que es mejor
    y más rica que la suya. Inclusive, como una metamorfosis. No es extraño
    entonces que Posse recoja de Alvar Núñez la imagen del hombre al que le
    incomoda la civilización; que se resista al vestido, el calzado y la cama
    (p. 176/77) y que deba fingir que sigue siendo igual a los demás: “No
    era yo. Era un actor. Un histrión. Actuaba de español pleno, como si nada
    hubiera pasado (p. 279)”, dice su personaje. Y que el Gulliver de
    Swift también se resista a la ropa, que acepte a regañadientes las
    costumbres humanas, y que hasta rechace la compañía de su familia: “...debo
    confesar abiertamente que su presencia sólo me llenó de odio, disgusto y
    desprecio; sobre todo al reflexionar en el estrecho parentesco que yo tenía
    con ellos... (p. 292).”            
    Por
    otros caminos, también se cruzarían las páginas del novelista inglés y
    las del soldado español. Estos contactos no serían del todo inexplicables,
    ya que es posible que, si un arduo lector como Swift no conocía las páginas
    de Alvar Núñez, tal vez no desconociera algunas crónicas de Indias, en
    las que este último habría abrevado. (La cita que ambos hacen de Hernán
    Cortés -"Ferdinando Cortez" (p.296) en la páginas de Swift- así
    lo sugiere). De cualquier modo, existen entre ambos numerosos puntos de
    coincidencia en aquellas ceremonias comunes a toda memoria de naufragios: la llegada a una tierra incierta, la vida junto a los
    nativos, el tiempo del cautiverio, el aprendizaje de una cultura extraña,
    las ceremonias iniciáticas, etc. Como en los anteriores ejemplos, estas
    ceremonias nos cuentan de modo diferente, la situación del hombre en un
    mundo que no le reconoce y al que no pertenece [vii].             
    En 1542 se publicó en Zamora
    la Relación de un soldado español,
    que le escribía a su Emperador pidiéndole reconocimiento por sus servicios
    en las tierras de América. Era la imaginativa e ingeniosa captatio
    benevolentiae de un servidor esforzado, cuya memoria poblada de fantasías
    y milagros era todo lo que un hombre
    que salió desnudo pudo sacar consigo (p.76). Su figura era tan increíble
    y asombrosa, que un narrador argentino del siglo XX lo escogió como
    personaje de su novela. Pero a la hora de elaborar sus páginas, asomaba el
    rostro de otro escritor de su país, cuyas páginas no menos asombrosas, le
    sirvieron también de modelo. Este tercer escritor, por su parte, reconocía
    la presencia de otro autor, un novelista inglés, que dos siglos antes
    compusiera una áspera metáfora de la condición humana. Las páginas de éste,
    a su vez, se encontrarían también con las de los otros dos escritores.             
    Alvar
    Núñez escribió un libro, que engendró una novela de Abel Posse, quien
    había leído un cuento de Borges, quien se había inspirado en uno de los
    viajes imaginados por Jonathan Swift. En todos estos casos -aun en los de la
    Relación original-, las páginas
    que ellos habían escrito tenían la apariencia de una autobiografía
    ficticia; de un relato al final de una aventura imaginaria. Pero a la hora
    de la verdad, se convertían en el testimonio de un viaje de aprendizaje,
    tras el cual el viajero que regresaba ya no era el mismo que había zarpado
    del puerto de partida.            
    Toda
    colaboración es misteriosa
    (p. 690), dijo Borges al referirse a los contactos entre el escritor inglés
    del siglo XIX Edward Fitzgerald y el persa del siglo XI Omar Khayyán. Esta
    colaboración entre un navegante español de la Conquista, un moralista inglés
    de los años del rey Jorge I, un diplomático argentino de nuestro tiempo en
    Praga, y un hombre ciego que hasta hace poco tejía laberintos en Buenos
    Aires, no es menos compleja, ni extraña.    
     N O T A S [i].
        Las citas de los Naufragios se
        hacen a partir de la edición de Juan Francisco Maura. Madrid: Ed. Cátedra,
        1989.  [ii].
        Edición de Pascual de Gayangos. París: Imprenta Central de los Ferro-Carriles,
        A. Chaix y Cía., 1866, pág. 102. [iii].
        Editada en Buenos Aires en 1992 por Emecé Editores. [iv].
        Cito la versión del cuento según sus Obras
        Completas. Buenos Aires : Emecé Editores, 1974, pág. 1073 y ss. [v].
        La narración del navegante español tiene también ricos perfiles
        antropológicos, sólo que la perspectiva y entonación con que los
        lleva a cabo es diferente de las de los dos narradores argentinos. Cfr.,
        el interesante artículo de José Rabasa "De la allegoresis
        etnográfica de los Naufragios
        de Alvar Núñez Cabeza de Vaca". Pittsburgh: Revista Iberoamericana, Vol. LXI, Nº 170-71, Enero-Julio 1995, págs.
        175/
        85. [vi].
        Gulliver's Travel. New York: Washington Square Press, 1972. (La
        traducción es mía). 
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