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Los árboles, espejo del alma de un poeta

  Nombre del Autor: Miguel Herrero Uceda

hu@nexo.es

Palabras clave: Campos de Castilla - paisaje - poesía

Minicurrículo: Licenciado en Informática y Doctor en Inteligencia Artificial. Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Colaborador habitual en diversas revistas. Autor de “El alma de los árboles”.

Resumo: Antonio Machado foi um poeta com  uma importante vida interior, que ficou estampada em suas poesias como visões da paisagem castelhana de Soria. Seus anseios, suas esperanças, sua tristeza e sobretudo a dor pela prematura morte de sua esposa ficariam marcados em seu livro “Campos de Castilla”, ampliado posteriormente para deixar encerrar não só um livro de poesias, mas a parte mais valiosa da vida do poeta, a mais intensamente vivida, um ciclo de vida e morte, os cinco anos que passou em Soria, terra que considerará sagrada.

Resumen: Antonio Machado fue un poeta con una importante vida interior, que quedó plasmada en sus poesías como visiones del paisaje castellano de Soria. Sus anhelos, sus esperanzas, su tristeza y sobre todo el dolor por la prematura muerte de su esposa quedarían marcado en su libro “Campos de Castilla”, ampliado posteriormente para dejar cerrado no solo un libro de poesías, sino la parte más importe de la vida del poeta, la más intensamente vivida, un ciclo de vida y muerte, los cinco años que pasó en Soria, tierra a la que considerará sagrada.

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         Aunque desde los tiempos de Homero, todos los poetas hayan cantado a la naturaleza, hay uno que sobresale por encima de los demás por haber logrado una perfecta armonía entre su espíritu y el de la naturaleza misma: Antonio Machado, un poeta de hábitos solitarios, austeros, profunda alma y cuyos más remotos recuerdos ya están ligados al ciclo vital de la naturaleza.  

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;

Pronto deja Sevilla, la ciudad de casas abiertas a luminosos patios presididos por la fragancia del limonero. A los ocho años la familia se traslada a Madrid donde estudiará y pasará su juventud. De este periodo data su primer libro “Soledades”. Un título que más que para el libro es para su autor. La soledad, una constante en sus pensamientos. Así, Machado, que incluso había probado el ambiente bohemio del París de “la belle epoque”, encuentra su lugar para vivir cuando se establece en Soria, una pequeña capital castellana de provincia, una antigua ciudad, en medio de un paisaje solitario y árido, donde el poeta halla la expresión de sus propios sentimientos. No es casualidad que su obra cumbre se titule precisamente “Campos de Castilla”. En estos fríos páramos Machado abandona los artificios del modernismo imperante, buscando la sencillez lírica.

Nada es lindo ni arrogante
en tu porte, ni guerrero.
Brotas derecha o torcida
con esa humildad que cede
sólo a la ley de la vida,
que es vivir como se puede.

El campo mismo se hizo

árbol en ti, parda encina. 

La encina, el árbol más representativo del bosque mediterráneo, no podía faltar en “Campos de Castilla”. Un árbol sencillo, duro, que en silencio realiza su labor diaria que es vivir como se puede. 

Mas sois el campo y el lar
y la sombra tutelar
de los buenos aldeanos
que visten parda estameña
y que cortan vuestra leña
con sus manos. 

 

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Como posteriormente ocurrirá con los olivos de Jaén, las encinas acrecientan el sentimiento de soledad, pues igual que sucede con los campesinos, la forma de ver la vida, las inquietudes y esperanzas, entre estas personas y Machado son tan dispares que le hacen sentirse sólo, por lo que las encinas siempre forman parte del paisaje, excepto en raras ocasiones como en estos versos que pertenecen a una poesía que escribió en recuerdo a una expedición a los encinares de El Pardo. Este alejamiento hará que cuando trate estos árboles, les acompañe adjetivos como polvoriento, pardo, obscuro, negro. 

Aunque a veces se le nombra como “el poeta de los árboles”, él nunca intenta hacer odas a la naturaleza, sino que la utiliza como metáfora para explicar sus sentimientos y anhelos. 

¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
Caminos blancos y álamos del río.

El paisaje que describe es profundamente descarnado y hostil: obscuros, ariscos, calvas... , junto a ello pone a un árbol que se yergue sobre el paisaje, un testigo vivo de aquella tierra desolada, un álamo del río que como él mismo contempla la aridez de los campos de Castilla, a la vera de un camino blanco, una promesa de vida plena.  

Bastantes años después, en la calle del Cisne, en Madrid, Rafael Alberti se cruzó casualmente con él y lo encontró desprendido, con el alma desnuda. 

Tristeza de árbol alto y escueto, con voz de aire pasado por la sombra. Y con la naturalidad, con la llaneza propia de lo verdadero, de lo que no ha brotado en la tierra para el engaño, hizo sonar sus hojas melancólicas en sus poemas.

(Imagen primera y sucesiva de Antonio Machado, R. Alberti) 

 

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Esta alma sencilla, solitaria, triste se halla en perfecta armonía en las tierras castellanas, tierras pobres y desoladas 

¡Tierras pobres, tierras tristes
tan tristes que tienen alma!

En Soria conoce a Leonor, enamorándose de aquella alma juvenil y plasmándolo sutilmente en sus poesías. Tanto es así, que algunos biógrafos denominan a sus imágenes “la Castilla de Leonor”. Machado, ya maduro, se identifica a sí mismo como un álamo dorado, un árbol que como el poeta, se encuentra junto a un juvenil arroyo en medio de la vasta soledad de la vieja Castilla. 

He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!
¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria, 
alamedas del río, verde sueño 
de la ciudad decrépita.
Me habéis llegado al alma, 
¿o acaso estabais en el fondo de ella?

Otros árboles en los que buscará amistad y consuelo es el olmo. Los viejos olmos que presiden las plazas de mucho de nuestros pueblos, son amigos y confidentes. Su gran edad avalan que han vivido y han visto mucho. 

De los parques las olmedas

son las buenas arboledas

que nos han visto jugar,

cuando eran nuestros cabellos

rubios y, con nieve en ellos, 
nos han de ver meditar
 

Por desgracia, la dicha poco duró al poeta. Su esposa cae gravemente enferma. Pasaban los días y él veía como entre sus brazos se apagaba la llama de aquel alma juvenil que irremisiblemente caminaba hacia la muerte. Machado se refugia en la poesía, mientras espera de la naturaleza un milagro. 

Al olmo viejo, hendido por el rayo 
y en su mitad podrido, 
con las lluvias de abril y el sol de mayo, 
algunas hojas verdes le han salido.  

Antes que te derribe, olmo del Duero, 
con su hacha el leñador, y el carpintero 
te convierta en melena de campana, 
lanza de carro o yugo de carreta.  

Olmo, quiero anotar en mi cartera 
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida, 
otro milagro de la primavera.

 

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Hasta agosto de aquel año estuvo esperando, en vano, otro milagro de la primavera, una primavera que para el poeta nunca llegó. Leonor llegó a ver editada la primera edición de “Campos de Castilla”, muriendo una semana después. Machado, huye desesperadamente de Soria, que a partir de entonces la considerará tierra sagrada. Desde el tren que le devolvería a su Andalucía natal, escribe el poema “recuerdos”. 

Y pienso: Primavera, como un escalofrío
irá a cruzar el alto solar del romancero,
ya verdearán de chopos las márgenes del río.
¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero?.
En la desesperanza y en la melancolía
de tu recuerdo. Soria, mi corazón se abreva.
Tierra del alma, toda, hacia la tierra mía,
por los floridos valles, mi corazón te lleva. 

Desde Baeza, se pregunta si los álamos del río (o chopos) podrán echar ramas en Soria, en la Soria de Leonor, sin Leonor. Si los olmos con el corazón muerto son capaces de superar su angustia y seguir hacia delante. A Machado la vida se le hace una angustia mortal, tanto que hasta piensa en el suicidio. Escribe una epístola poética a José María Palacios, un amigo soriano, en la que no puede por menos que preguntarle: 

Palacio, buen amigo.
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos?. En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?

Jamás volvería a vivir tan intensamente como los cinco años que pasó en Soria. Mucho tiempo fue necesario para que de su corazón herido pudiera brotar otra vez algunas hojas verdes en una nueva primavera, pero ya nunca sería como aquella en la que conoció a Leonor. 

 Allá, en las tierras alta
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños.. 
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos
voy caminando solo
triste, cansado, pensativo y viejo.

Bibliografía 

·     Alberti, Rafael. “Imagen primera y sucesiva de Antonio Machado”, en “Imagen primera de...”. Losada. Buenos Aires. 1945. 

·     Herrero Uceda, Miguel. “Álamos, la verde primavera y el dorado otoño”. Foresta. Núm. 8. Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales. Madrid. Diciembre 1999. 

·     Herrero Uceda, Miguel. “La encina, esencia del bosque mediterráneo”. Guardabosques Núm. 15. Asociación Amigos de los Bosques. Torre Pacheco (Murcia). Enero 2002. 

·     Herrero Uceda, Miguel. “El alma de los árboles”. Ed. Océano. Barcelona. 2002 (próxima aparición). 

·     Lázaro Carreter, Fernando y Tucsón, Vicente. “Literatura Española” Ed. Anaya. Madrid 1979. 

.     Machado, Antonio. “Poesías completas”. Edición de Manuel Alvar. Espasa Calpe. Madrid 1990.

 

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