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       Borges y Arlt: las paralelas que se tocan  | 
  
| Nombre del Autor: Fernando Sorrentino | ||
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       Palabras clave: influjo - juguete - indigno  | 
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       Minicurrículo: Nació en Buenos Aires, en 1942. Profesor en Letras, posee en su currículum compilaciones antológicas, ediciones anotadas de clásicos, inclusiones en antologías, en español y otras lenguas, y colaboraciones en diarios y revistas. Es autor de seis libros de cuentos, dentro de los cuales son de destacar Imperios y servidumbres, En defensa propia y El rigor de lasdesdichas; de una novela, Sanitarios centenarios; de una ‘nouvelle’, Costumbres de los muertos, y de una decena de obras para niños y adolescentes, la última El Viejo que Todo lo Sabe. Publicó también dos libros de entrevistas, Siete conversaciones con Jorge Luis Borges y Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares.  | 
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       Resumo: Curiosamente,
      o impecável Jorge Luis Borges foi  influenciado, pelo menos em um de
      seus contos, pelo caótico Roberto Arlt. Neste artigo, Fernando
      Sorrentino assinala fortes coincidências entre os dois escritores coetâneos.  | 
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       Resumen: Curiosamente,
      el pulquérrimo Jorge Luis Borges fue influido, al menos en uno de sus
      cuentos, por el caótico Roberto Arlt. En este artículo, Fernando
      Sorrentino señala llamativas coincidencias entre los dos escritores coetáneos.  | 
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       1.
      Borges y Arlt: vidas paralelas  Con
      harta frecuencia se han trazado paralelismos y efectuado comparaciones
      entre los denominados grupos de Florida y de Boedo, que surgieron en
      Buenos Aires allá por la década de 1920: inclinado, según dicen los que
      saben, a lo “estetizante” el primero; a lo “social”, el segundo.
      (Cuesta aceptar la incompatibilidad de las categorías —si fueran tal
      cosa— de “estetizante” y “social”: nadie puede ser
      “absolutamente” estetizante ni “absolutamente” social; por
      ejemplo, nada impide que un libro esté muy bien encuadernado y que, al
      mismo tiempo, sea aburrido.) Aun
      aceptando —por cierto que a regañadientes— la existencia de ambos
      grupos,1
      y, por añadidura, con la posesión de dichas características
      distintivas, hay un hecho mucho más decisivo que tiende a invalidar o a
      hacer irrelevante su acción, y es que las obras literarias jamás se han
      originado en sociedades colectivas sino que siempre han sido fruto
      exclusivo de la creación individual. La opinión contraria —la que ve
      las obras como resultado de la acción del grupo— parece sustentarse, más
      bien, en una especie de criterio de eficacia colectiva, criterio
      maravillosamente aplicable al fútbol y a otros deportes de conjunto, pero
      de ningún modo admisible en lo personal por excelencia: la creación artística. Acaso
      como una extensión adicional de aquel afán clasificatorio, suele
      hablarse también de una suerte de “vidas paralelas” entre los dos
      escritores que más vigorosamente representarían a uno y otro grupo:
      Jorge Luis Borges y Roberto Arlt. Inclusive
      los escritores más diminutos son multifacéticos: con mayor razón sería
      absurdo despojar de sus muchas riquezas a escritores tan valiosos como
      Borges y Arlt para dejarlos reducidos a los tristes esqueletos de,
      respectivamente, “estetizante” y “social”. Lo
      cierto es que Borges y Arlt se inventaron a sí mismos sendos caminos
      literarios: caminos propios, personalísimos, inimitables e
      intransferibles. Y estos caminos —ahora sí, y sólo en este sentido,
      “vidas paralelas”— parecen no haberse tocado nunca. Proveniente
      de una familia inmigrante de lengua no española, Arlt fue argentino de
      primera generación, inculto (en la acepción académica de la palabra),
      tumultuoso, osado, intuitivo, vital, de grueso sentido del humor. Borges,
      en cambio, pertenecía a una antigua familia argentina, acomodada y
      tradicional, en cuya casa había muchos libros y se hablaban correctamente
      el español y el inglés; Borges era tímido, miope, tartamudo, estudioso,
      sutil, inteligentísimo e infinitamente transgresor y revolucionario (como
      jamás podrían serlo —y ni siquiera imaginarlo— los transgresores y
      revolucionarios “profesionales”, hechos de escenografía y
      caracterización teatral, y repetidores de frases viejas y de decires
      cristalizados). Ambos son ajustadamente coetáneos: Borges nació el 24 de agosto de 1899; Arlt, el 2 de abril de 1900; de manera que, si el azar lo hubiera consentido, podrían haber sido compañeros de clase. Difieren en que Arlt murió relativamente joven, a los cuarenta y dos años, el 26 de julio de 1942, y Borges muy anciano, a los ochenta y seis, el 14 de junio de 1986.  | 
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       2.
      Influjo de Borges sobre Arlt  Cronológicamente,
      la primera obra narrativa de Jorge Luis Borges es la Historia universal
      de la infamia (1935). Casi veinte años más tarde, refiriéndose a
      esas páginas, su autor las define así:   Son
      el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y
      que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificación estética
      alguna vez) ajenas historias.2  Pues
      bien, en 1935 hacía ya dos años que Roberto Arlt había publicado la
      casi totalidad de su obra narrativa: las novelas El juguete rabioso (1926),
      Los siete locos (1929), Los lanzallamas (1931) y El amor
      brujo (1932), y los cuentos de El jorobadito (1933). En
      1941 (el mismo año de El jardín de senderos que se bifurcan) Arlt
      publica Viaje terrible y El criador
      de gorilas.  Arlt
      murió, como vimos, a mediados de 1942. Así, pues, no pudo conocer obras
      narrativas mayores de Borges, tales como Ficciones (1944), El
      Aleph (1949), El informe de Brodie (1970) o El libro de
      arena (1975). No
      sabemos si Arlt llegó a leer la Historia universal de la infamia y
      El jardín de senderos que se bifurcan. Sin embargo, puesto que
      buena parte de aquélla fue previamente publicada en el diario Crítica
      (donde también trabajó Arlt), es razonable inferir que éste haya leído
      esos relatos. De
      ser así, ignoramos también qué opinión le merecieron a Arlt los
      trabajos de Borges.3
      No obstante, es dable suponer que los rechazaría o los despreciaría, en
      cierto modo por “incomprensibles” para su concepto de lo que debía
      ser la literatura. Ahora bien, esto no habla ni en contra ni en favor de
      Arlt: la complejísima trama de las aceptaciones y los rechazos recíprocos
      y potenciadamente entrelazados de obras y de autores desborda de
      afinidades insospechadas y de aborrecimientos inimaginables. Sí,
      en cambio, la lectura de todas las obras de Arlt nos indica, con total
      claridad, que la influencia ejercida por Borges sobre aquél es
      absolutamente nula.  3.
      Influjo de Arlt sobre Borges  Borges,
      el que se crió en “una biblioteca de ilimitados libros ingleses”;4
      Borges,
      el que leía en inglés, en francés, en italiano, en portugués, en alemán
      y en latín; Borges, el apasionado por los juegos metafísicos y por las
      mitologías de compadres y cuchilleros, ¿leyó esas historias de
      empleadillos y de horteras, de mezquindades y avaricias, de iras y de
      frustraciones, que, en censurable sintaxis y léxico estrafalario,5
      proponía en sus libros aquel Roberto Arlt, que pronunciaba el español
      argentino con cierto acento alemán y que se había instruido en una
      literatura de traducciones dudosas? Y,
      en caso de haberlas leído, ¿habrá Borges experimentado hacia ellas el
      olímpico desdén que le merecían, por unos u otros motivos, las
      narraciones de autores en aquella época tan célebres como, por ejemplo,
      Enrique Larreta, Manuel Gálvez, Horacio Quiroga o Roberto J. Payró? Veamos. En
      el número 8 (marzo de 1925) de la revista Proa, dirigida a la sazón
      por Ricardo Güiraldes, Jorge Luis Borges, Pablo Rojas Paz y Alfredo Brandán
      Caraffa, se publica “El Rengo”, relato de Roberto Arlt que un año más
      tarde pasaría a formar parte de “Judas Iscariote”, cuarto y último
      capítulo de El juguete rabioso. No es fácil imaginar a una
      personalidad literariamente tan fuerte como Borges resignándose a
      publicar un texto que le desagradara. Y,
      en efecto, en 1968 el mismo episodio es reproducido en la segunda edición
      de El compadrito: su destino, sus barrios, su música, antología
      que Borges compila con la colaboración de Silvina Bullrich. Es evidente
      que a Borges el texto lo había impresionado. En
      las páginas 76 y 77 del libro de entrevistas de Fernando Sorrentino
      titulado Siete conversaciones con Jorge Luis Borges,6
      éste enhebra, según su mejor estilo mordaz, una serie de críticas en
      contra de Horacio Quiroga, entre ellas:   El
      estilo de Quiroga me parece deplorable.   Por
      cierta asociación de ideas que ya es casi un inevitable lugar común, al
      entrevistador se le ocurrió preguntar:  —¿A
      ese estilo un tanto descuidado de Quiroga correspondería quizá el estilo
      de Roberto Arlt? —Sí,
      salvo que, detrás del descuido de Roberto Arlt, yo siento una especie de
      fuerza. De fuerza desagradable, desde luego, pero de fuerza. Yo creo que El
      juguete rabioso de Roberto Arlt es superior no sólo a todo lo demás
      que escribió Arlt, sino a todo lo que escribió Quiroga.  Como
      vemos, aunque no se conozcan otras declaraciones de Borges respecto de
      Arlt, podemos advertir en estas palabras —un poco reticentes, es
      verdad— un sentimiento de admiración. Cuarenta
      y cuatro años más tarde de la aparición de El juguete rabioso (1926),
      Borges publica El informe de Brodie (1970). En el “Prólogo”
      nombra —que sepamos, por primera, última y única vez a lo largo de
      toda su extensa obra— a Roberto Arlt:   Imparcialmente
      me tienen sin cuidado el Diccionario de la Real Academia, dont chaque
      édition fait regretter la précédente, según el melancólico
      dictamen de Paul Groussac, y los gravosos diccionarios de argentinismos.
      Todos, los de este y los del otro lado del mar, propenden a acentuar las
      diferencias y a desintegrar el idioma. Recuerdo a este propósito que a
      Roberto Arlt le echaron en cara su desconocimiento del lunfardo y que
      replicó: “Me he criado en Villa Luro, entre gente pobre y malevos, y
      realmente no he tenido tiempo de estudiar esas cosas”. El lunfardo, de
      hecho, es una broma literaria inventada por saineteros y por compositores
      de tangos y los orilleros lo ignoran, salvo cuando los discos del fonógrafo
      los han adoctrinado.7  Invocado por el tema de las hablas regionales o especiales, o por las causas que fueren, lo cierto es que, al escribir El informe de Brodie, el recuerdo de Roberto Arlt andaba por la cabeza de Borges. 
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       4.
      Tema del delator y la víctima  Hasta
      tal punto andaba el joven y tumultuoso Arlt de cuarenta y cuatro años
      antes en la cabeza del reposado y ya clásico Borges septuagenario, que,
      entre las páginas 25 y 35 de El informe de Brodie corre “El
      indigno”, cuento magistral en el que Borges realiza una reelaboración o
      recreación del episodio central de “Judas Iscariote”, el cuarto y último
      capítulo de El juguete rabioso. El
      juguete rabioso tiene
      que haber sido, para Borges, una obra en extremo importante. De otra
      manera, no puede explicarse que, sin haberla releído en los años
      inmediatamente anteriores a la redacción de “El indigno”, y sin tener
      tampoco el estímulo de la presencia viva de Arlt ni de gente próxima a
      aquél, Borges —en la culminación de su fama y en la proliferación de
      traducciones y reconocimientos— haya decidido, casi
      cuarenta y cinco años más tarde, escribir la misma historia.8 Trataremos
      de ver, a continuación, algunas de las semejanzas y diferencias entre el
      “Judas Iscariote” de Arlt y “El indigno” de Borges. En
      ambos, el tema es el mismo: la delación que una persona, poco o nada
      familiarizada con las artes del delito, comete en perjuicio de quien la ha
      iniciado en ellas.  a.
      Los narradores  Los
      respectivos delatores (Silvio Astier, en “Judas Iscariote”; Santiago
      Fischbein, en “El indigno”) relatan su historia en primera persona.
      Esto se verifica con algunas diferencias importantes:  1.
      Astier, hombre joven pero adulto, relata un suceso que acaba de ocurrir y
      que corresponde, por ende, a su edad joven y adulta. Es decir, la visión
      del narrador coincide con la condición del protagonista: un hombre adulto
      relata lo que acaba de ocurrirle a un hombre adulto. Esta inmediatez se
      traduce en un relato más vívido, emotivo y nervioso. 2.
      Fischbein, hombre anciano, relata un suceso ocurrido hace muchos años,
      cuando él era casi un niño. Es decir, la visión del narrador no
      coincide con la condición del protagonista. Esta lejanía temporal lleva
      a un relato más calmo donde los detalles y las emociones están atenuados
      o simplificados por el olvido. Por
      otra parte, como Borges rechaza implicarse emotivamente en su relato,
      apela, para alejarse aún más, al recurso del relato enmarcado: ni
      siquiera es Borges quien cuenta la historia, sino que es Fischbein9
      quien la cuenta a Borges. Éste, con objetiva frialdad, se limita a decir:  Una
      tarde en que los dos estábamos solos me confió un episodio de su vida,
      que hoy puedo referir. Cambiaré, como es de prever, algún pormenor.  b.
      Tiempo  Sin
      lugar a dudas, podemos ubicar el relato de Arlt en la inmediata
      anterioridad, digamos el año 1925.  El
      Fischbein que cuenta la historia de un episodio de su niñez dice:  Hace
      ya tantos años que ocurrió que ahora la siento como ajena.   Y,
      aunque no sabemos cuándo dice esas palabras, ni cuántos años pasaron
      desde ese episodio, ni cuántos años tiene Fischbein en ese momento, sí
      sabemos cuántos años tenía en la época del episodio: quince años.10
      Como, además, da la sensación, por la manera en que conversan, de que
      Borges y Fischbein fueran de la misma edad, podemos inferir que Fischbein
      tenía quince años alrededor de 1915. Así, pues, vemos que ambas
      historias transcurren, más o menos, por la misma época: entre 1915 y
      1925. Tenemos,
      además, muchos indicios, entre ellos el de la famosa “barra de la
      esquina”:11  Arlt:
        Siempre
      estaban en la esquina de Méndez de Andés y Bella Vista, recostados en la
      vidriera del almacén de un gallego. […] Siempre estaban allí, tomando
      el sol y jodiendo12 a los que pasaban.13  Borges:  El
      barrio no era bravo como lo fueron, según dicen, los Corrales y el Bajo,
      pero no había almacén que no contara con su barra de compadritos.14  c.
      Lugar  La
      geografía de Arlt es más explícita que la de Borges y se prodiga en
      precisiones de calles y números. Antonio,
      el Rengo (el traicionado), vive en la calle Condarco 1375. La consulta de
      un plano actual de Buenos Aires me indica que esa cuadra está
      limitada por las calles hoy llamadas Galicia y Tres Arroyos. La calle
      Condarco precisamente constituye, a esa altura, el límite municipal entre
      el barrio de Villa Santa Rita y el de Villa General Mitre; por estar
      situada en la acera de los números impares, la casa del Rengo pertenece a
      este último barrio. Silvio
      Astier, el Rubio (el traidor), vive en la calle Caracas 824, entre Páez y
      Canalejas. El
      ingeniero Arsenio Vitri (la víctima del robo frustrado) vive en la calle
      Bogotá, “una cuadra antes de Nazca”: vale decir entre Condarco y
      Terrada. Como
      se acepta que la avenida Rivadavia divide la ciudad de Buenos Aires en
      norte y sur, toda la acción del episodio de Arlt ocurre, aunque no se lo
      especifica, en la parte norte del barrio de Flores, donde, por otra parte,
      viven Astier y Vitri:  Las
      aceras estaban sombreadas por copudos follajes de acacias y ligustros. La
      calle era tranquila, románticamente burguesa, con verjas pintadas ante
      los jardines, fuentecillas dormidas entre los arbustos y algunas estatuas
      de yeso averiadas. 15  En
      Borges las precisiones nominales no son tan abundantes.  El
      barrio en que ocurre el episodio es, aunque tampoco se lo nombra, Villa
      Crespo, entonces barrio humilde como pocos y, por antonomasia, de
      inmigrantes paupérrimos.16 La
      casa de Fischbein:   A
      unas cuadras quedaba el Maldonado y después los baldíos.  Esto
      es muy verosímil pues Villa Crespo es barrio habitado por muchísimos judíos. El
      arroyo Maldonado fue entubado hacia 1939 y sobre él corre ahora la
      avenida Juan B. Justo; después del arroyo se ubican las vías del
      entonces Ferrocarril Pacífico. Fischbein vivía en la parte comprendida
      entre el arroyo y el centro de la ciudad: con todo, esa zona no era tan áspera
      como la otra, la que se extendía detrás del arroyo (“los baldíos”). No
      se nos dice dónde vivía Francisco Ferrari, el que sería traicionado,
      pero sabemos dónde “paraba” (verbo, por cierto, muy expresivo para
      aludir a una suerte de cuartel general o de zona de influencia):  Ferrari
      paraba en el almacén de Triunvirato y Thames.17  Compárese
      la calle “románticamente burguesa” donde iba a efectuarse el robo en
      Arlt, con este paisaje semirrural de Borges:  Ya
      estaba por atardecer cuando crucé el arroyo y las vías. Me acuerdo de
      unas casas desparramadas, de un sauzal y unos huecos. La fábrica era
      nueva, pero de aire solitario y derruido; su color rojo, en la memoria, se
      confunde ahora con el poniente. La cercaba una verja. Además de la
      entrada principal, había dos puertas en el fondo que miraban al sur y que
      daban directamente a las piezas.18  Fischbein
      acaba de cruzar “el arroyo y las vías”, es decir, el suburbio del
      suburbio en que vivía: es terreno desconocido y, por eso mismo,
      atemorizador.  En
      el caso de Silvio Astier, ese “juguete rabioso” eternamente derrotado,
      también la calle Bogotá, de gente satisfecha y envidiada, se siente como
      algo ajeno:  Un
      piano sonaba en la quietud del crepúsculo, y me sentí suspendido de los
      sonidos, como una gota de rocío en la ascensión de un tallo. De un rosal
      invisible llegó tal ráfaga de perfume, que embriagado vacilé sobre mis
      rodillas […].19  Tanto
      Fischbein como Astier reconocen el terreno enemigo a la misma hora: “ya
      estaba por atardecer” (Borges); “en la quietud del crepúsculo”
      (Arlt).  d.
      Relación entre el traidor y el traicionado  En
      ambos casos los delatores son más jóvenes que los traicionados, y en
      ambos casos se perciben a sí mismos como intelectualmente superiores:  Arlt/Astier
      emplea adjetivos desvalorizadores: “el pelafustán”, “un bigardón”. Borges/Fischbein:
      “Ahora veo en Ferrari a un pobre muchacho, iluso y traicionado; para mí,
      entonces, era un dios”.  Sin
      embargo, hay una gran diferencia en las apreciaciones sucesivas de uno y
      de otro. Ya
      desde el principio, Astier ve al Rengo como un personaje pintoresco y, si
      se quiere, simpático, pero al mismo tiempo como inferior a él. Su oficio
      es humilde (cuida los carros en la feria de Flores) y sus travesuras lo
      emparientan con la picaresca española. Y, precisamente, el aspecto físico
      y las actitudes de persona ineducada y vulgar del Rengo distan mucho de
      ser los de un héroe, y más bien se nos presenta como el de uno de esos
      patéticos antihéroes: “caminaba despacio, cojeando ligeramente”,
      “mostrando los torcidos dientes”, “guiñando el ojo de soslayo”,
      “esa cara triangular enrojecida por el sol, bronceada por la desvergüenza”,
      “Era un bigardón a quien agradaba tocar el trasero de las mujeres apiñadas”,
      “le agradaba tener amigas, saludarse con las vecinas, bañarse en esta
      atmósfera de chirigota y grosería que entre comerciante bajo y comadre
      pringosa se establece de inmediato”, etc., etc. Arlt vuelve una y otra
      vez a caracterizar al Rengo, añadiéndole nuevos pormenores. Tampoco
      olvida describir su vestimenta, rayana con lo miserable y lo ridículo:  Vestía
      siempre el mismo traje, es decir, un pantalón de lanilla verde, y un
      saquito que parecía de torero. Se
      adornaba el cuello que dejaba libre su elástico negro, con un pañuelo
      rojo. Grasiento sombrero aludo le sombreaba la frente y en vez de botines
      calzaba alpargatas de tela violeta y adornadas de arabescos rosados.20  En
      cambio, para el Fischbein de quince años, Ferrari era, como vimos, “un
      dios”. Comparemos el aspecto más bien risible del Rengo con la recia
      estampa viril de Francisco Ferrari, descripto en dos o tres trazos muy
      sobrios, que corresponden, dicho sea de paso, a la austeridad del
      personaje y también al compadre arquetípico de la mitología porteña,
      tantas veces corporizado en dramas y películas:21
        Era morocho, más bien alto, de buena planta, buen mozo a la manera de la época. Siempre andaba de negro.22 
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       e.
      Propuesta del delito  En
      ninguna de las narraciones hay una necesidad verosímil de hacer
      participar en el delito a quien luego sería el delator. Claro que, sin
      este pequeño desliz inicial, los autores no hubieran tenido material para
      escribir sus historias. En
      el caso de Arlt es aún menos justificado. El Rengo tiene todo previsto y
      todas las circunstancias están bajo su control: no tiene necesidad alguna
      de compartir el delito y su consecuente botín con el Rubio; sin embargo,
      lo hace. Y estos preparativos y sus diálogos ocupan una buena extensión
      del relato (págs. 139-145): ahora también el Rubio se halla en posesión
      de todos los pormenores:  Me
      incorporé bruscamente en la silla, fingiendo estar poseído por el
      entusiasmo. —Te
      felicito, Rengo, lo que pensaste es maravilloso. —¿Te
      parece, Rubio? —Ni
      un maestro hubiera planeado como vos lo has hecho. Nada de ganzúa. Todo
      limpio.23  En
      Borges, el asunto se plantea de una manera mucho más sintética. A
      Fischbein no se le informa mayormente de las características del robo, y
      Ferrari no lo invita a participar, sino que, más bien, le imparte una
      suerte de orden:  Ferrari
      decidió que el asalto se haría el otro viernes. A mí me tocaría hacer
      de campana.24  Otro
      punto en común es la apelación a la fe o la pregunta por la confianza.
      Pero también aquí hay una sutil divergencia entre ambos autores. En
      Arlt, el traicionado demanda la fidelidad del traidor:  —¿Decíme,
      che Rubio, sos de confianza o no sos? —¿Y
      para preguntarme eso me has traído hasta acá? —¿Pero
      sos o no sos? —Mirá,
      Rengo, decíme, ¿me tenés fe? —Sí…
      yo te tengo… pero decí, ¿se puede hablar con vos? —Claro,
      hombre.25  En
      Borges, Ferrari da por sentada la fidelidad de Fischbein, pero, en todo
      caso, es éste quien demanda una palabra de ratificación del jefe:  Ya
      solos en la calle los dos, le pregunté a Ferrari: —¿Usted
      me tiene fe? —Sí
      —me contestó—. Sé que te portarás como un hombre.26  Nótese,
      por último, la notable semejanza que comparte una zona de ambos diálogos:  Arlt:  —Mirá,
      Rengo, decíme, ¿me tenés fe? —Sí…
      yo te tengo…  Borges:  —¿Usted me tiene fe? —Sí
      —me contestó.  Pero
      aquí se produce una nueva discrepancia.  El
      Rengo aún duda:   —…pero
      decí, ¿se puede hablar con vos?  Francisco
      Ferrari ni siquiera puede rebajarse a imaginar que alguien se atrevería a
      traicionarlo:  —Sé
      que te portarás como un hombre.  f.
      La delación  El
      Rubio se presenta ante el ingeniero Arsenio Vitri, el que debería ser la
      víctima, y Fischbein, ante la policía.  Ambos
      solicitan reserva:  Bajando
      la voz le contesté: —Perdóneme,
      señor, ante todo, ¿estamos solos?27  Le
      dije que venía a tratar con él un asunto confidencial.28  Ambos
      traidores son tratados con desprecio:  Vitri
      le dice al Rubio:  —Sí,
      ¿por qué ha traicionado a su compañero?, y sin motivo. ¿No le da vergüenza
      tener tan poca dignidad a sus años?29  Uno
      de los policías le pregunta a Fischbein   no
      sin sorna: —¿Vos
      venís con esta denuncia porque te creés un buen ciudadano?30  g.
      Consecuencias de la traición  Arlt
      se extiende bastante en las circunstancias de la detención del Rengo por
      parte de la policía. Todas estas escenas son sórdidas y carecen de
      —digamos— “grandeza épica”, lo cual está muy bien porque se
      corresponden con la personalidad del Rengo y con la pequeñez de la traición
      cometida.  El
      Rengo, diminuto delincuente,  vivía
      en un altillo de madera, en una casa de gente modesta.31  La
      encargada de la casa, una suerte de bruja medieval:  Era
      una vejezuela descarada y avara; envolvíase la cabeza con un pañuelo
      negro cuyas puntas se ataba bajo la barbilla. Sobre la frente caían
      vellones de pelos blancos, y su mandíbula se movía con increíble
      ligereza cuando hablaba.32  La
      detención del Rengo, en que éste parece una especie de rata perseguida o
      insecto dañino, constituye una escena penosa:  El
      hijo de la vejezuela, carnicero de oficio, enterado por su madre de lo que
      ocurría, cogió su bastón y se precipitó en persecución del Rengo. A
      los treinta pasos le alcanzó. El Rengo corría arrastrando su pierna inútil,
      de pronto el bastón cayó sobre su brazo, volvió la cabeza y el palo
      resonó encima de su cráneo. Aturdido
      por el golpe, intentó defenderse aún con una mano, pero el pesquisa que
      había llegado le hizo una zancadilla y otro bastonazo que le alcanzó en
      el hombro, terminó por derribarle. Cuando le pusieron cadenas el Rengo
      gritó con un gran grito de dolor. —¡Ay,
      mamita! —después otro golpe le hizo callar y se le vio desaparecer en
      la calle oscura amarradas las muñecas por las cadenas que retorcían con
      rabia los agentes marchando a sus costados.33  Borges,
      fiel a sus costumbres sintéticas, narra así el trágico fin de Ferrari:  Ferrari
      había forzado la puerta y [los policías] pudieron entrar [en la fábrica]
      sin hacer ruido. Me aturdieron cuatro descargas. Yo pensé que adentro, en
      la oscuridad, estaban matándose. En eso vi salir a la policía con los
      muchachos esposados. Después salieron dos agentes, con Francisco Ferrari
      y don Eliseo Amaro a la rastra. Los habían ardido a balazos.34  La
      traición del Rubio provoca el encarcelamiento, entre bastonazos y
      ruindades, del Rengo, “el hombre más noble que he conocido”.35 La
      traición de Fischbein provoca la muerte, a balazos, de Ferrari, “un
      dios”, “el osado, el fuerte”.36 Astier
      justifica su acto así: “seré hermoso como Judas Iscariote. Toda la
      vida llevaré una pena… una pena…”.37 Fischbein
      lo hace de este modo: “El hecho es que Francisco Ferrari, el osado, el
      fuerte, sintió amistad por mí, el despreciable. Yo sentí que se había
      equivocado y que yo no era digno de esa amistad”.38 En las justificaciones de uno y otro aparecen los títulos de los relatos, ya explícitamente (Judas Iscariote), ya en paráfrasis (yo no era digno). 
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       5.
      Conclusión  En
      verdad, nos hemos limitado a señalar sólo algunas de las muchas y muy
      ricas coincidencias y divergencias que interrelacionan ambos relatos. El límite
      no lo pone el asunto —en el que queda, todavía, mucha tela para
      cortar— sino la extensión requerida para un trabajo de esta índole.  Nos
      propusimos demostrar —y acaso lo logramos— que la obra de Arlt, o más
      circunscriptamente El juguete rabioso, o, más circunscriptamente aún,
      “Judas Iscariote”, constituyó una lectura importante para Borges,
      hasta el punto de recordarlo —a veces, inclusive, con ajustadas
      semejanzas— nada menos que cuarenta y cuatro años más tarde. En
      la página 33 de “El indigno” leemos:  En
      el departamento de Policía me hicieron esperar, pero al fin uno de los
      empleados, un tal Eald o Alt, me recibió.  Al
      respecto, vale la pena transcribir estas perspicaces líneas de Ricardo
      Piglia:  Ahora
      bien, dijo Renzi, el policía a quien el protagonista del cuento de Borges
      va a ver para delatar a su amigo se llama, en el relato de Borges, Alt.
      Sabés mejor que yo, sin duda, el significado que tienen los nombres
      en los textos de Borges, de modo que nadie me hará creer que ese
      apellido, con esa R que falta, letra inicial, diría yo, de otro nombre,
      con esa R justamente que falta, está puesto ahí por azar.39  Ese
      nombre Alt, con la R fugitiva de Roberto, constituye una de las señales
      que nos da Borges de la afinidad entre ambos relatos. Acaso
      la otra señal sea ésta: si remontamos el mítico arroyo Maldonado, que,
      en Villa Crespo, corre muy cerca de la lúgubre fábrica en que Francisco
      Ferrari fue acribillado por la policía a causa de la traición de
      Santiago Fischbein, pasaremos, en Villa General Mitre, por la esquina de
      la lúgubre casa en que el Rengo Antonio fue atrapado por la policía a
      causa de la traición de Silvio Astier. Notas
      al pie  1
      Veamos qué dice Borges al respecto: “[…] Fue un poco una broma
      como la polémica de Florida y Boedo, por ejemplo, que veo que se toma en
      serio ahora, pero no hubo tal polémica ni tales grupos ni nada. Todo eso
      lo organizaron Ernesto Palacio y Roberto Mariani. Pensaron que en París
      había cenáculos literarios, que podía servir para la publicidad el
      hecho de que hubiera dos grupos enemigos, hostiles. Entonces se
      constituyeron los dos grupos. En aquel tiempo yo escribía poesía sobre
      las orillas de Buenos Aires, los suburbios. Entonces yo pregunté: ‘¿Cuáles
      son los dos grupos?’. ‘Florida y Boedo’, me dijeron. Yo nunca había
      oído hablar de la calle Boedo, aunque vivía en Bulnes, que es la
      continuación de Boedo. ‘Bueno’, dije, ‘¿y qué representan?’.
      ‘Florida, el centro, y Boedo sería las afueras’. ‘Bueno’, les
      dije, ‘inscríbanme en el grupo de Boedo’. ‘Es que ya es tarde: vos
      ya estás en el de Florida’. ‘Bueno’, dije, ‘total, ¿qué
      importancia tiene la topografía?’. La prueba está, por ejemplo, en que
      un escritor como Arlt perteneció a los dos grupos; un escritor como
      Olivari, también. Nosotros nunca tomamos en serio eso. Y, en cambio,
      ahora yo veo que lo han tomado en serio, y que hasta se toman exámenes
      sobre eso”. Sorrentino, Fernando, Siete conversaciones con Jorge Luis
      Borges, Buenos Aires, Casa Pardo, 1974, págs. 16-17; nueva edición,
      con notas revisadas y actualizadas: Buenos Aires, El Ateneo, 1996, págs.
      26-27. 2
      Historia
      universal de la infamia, “Prólogo
      a la edición de 1954”. Este tímido Borges narrador de 1935 será en
      1941 el prodigioso hacedor de El jardín de senderos que se bifurcan, obra
      con la cual ingresa en el mundo ficcional que podríamos denominar “más
      propiamente borgeano” y que se extiende por todo el resto de su creación
      posterior. 3
      Sin embargo, se conoce un reportaje a Roberto Arlt, desbordante de
      opiniones, en general desdeñosas, sobre muchos escritores argentinos:
      consta en el libro Arlt y la crítica (1926-1990), de Omar Borré;
      éste, a su vez, lo había hallado en la revista La Literatura
      Argentina, agosto de 1929. Los pasajes en que Arlt se refiere a Borges
      son cinco: 1.                
      “Podríamos entonces dividir a los escritores argentinos en tres
      categorías: españolizantes, afrancesados y rusófilos. Entre los
      primeros encontramos a Banchs, Capdevila, Bernárdez, Borges; […].” 2.                
      “¿Escritores que tienen más fama de lo que merecen? […]. Pues
      Larreta; Ortiz Echagüe, que no es escritor ni nada; Cancela, que se ha
      hecho el tren con el suplemento literario de La Nación; Borges,
      que no tiene obra todavía.” [Sabemos que, al 31 de diciembre de 1929,
      Borges tenía publicados seis libros: Fervor de Buenos Aires
      (1923), Inquisiciones (1925), Luna de enfrente (1925), El
      tamaño de mi esperanza (1926), El idioma de los argentinos
      (1928), Cuaderno San Martín (1929).] 3.
      “Los libros más interesantes de este grupo [Florida] son Cuentos
      para una inglesa desesperada, Tierra amanecida, La musa de
      la mala pata y Miseria de quinta edición. De Bernárdez podría
      citar algunos poemas y de Borges unos ensayos.” 4.                
      “Entendería como escritores desorientados a aquellos que tienen
      una herramienta para trabajar, pero a quienes les falta material sobre el
      que desarrollar sus habilidades. Éstos son Bernárdez, Borges, Mariani, Córdova
      Iturburu, Raúl González Tuñón, Pondal Ríos.” 5.
      “Borges ha perdido tanto el tino que ahora está escribiendo… un
      sainete. ¡Imagínense de [sic] cómo saldrá eso!” En
      resumen, según Arlt, en 1929 Borges era españolizante, desatinado,
      sainetero, sin obra, autor de unos ensayos e injustamente famoso. 4
      Evaristo
      Carriego, “Prólogo”
      [de 1955]. 5
      Se podrían colmar unas cuantas carillas con palabras provenientes de
      libros traducidos a algunos de los españoles de España, palabras
      estrictamente “literarias”, que no pueden tener lugar en la lengua
      hablada de la Argentina y que sólo pueden pronunciarse con una sonrisa
      indicadora de la conciencia que se tiene de su extravagancia. He aquí
      unas pocas: pelafustán, bigardón, chirigota, jaquetón, chuscada,
      granujería, barragana. Por otra parte, hasta tal punto Arlt era una
      suerte de “extranjero lingüístico”, que no podía percibir el
      “sabor” y la “temperatura” de ciertas palabras usuales, que él,
      al parecer, tomaba por “incorrectas”, según indica el hecho de que
      las colocase —aunque no sistemáticamente— entre comillas; por
      ejemplo, entrecomilla shofica [rufián], chorro [ladrón], cana
      [policía], etc., pero no amuré, bagayito, junado, etc. Otra
      cosa curiosa: entrecomilla bení [vení], porque, sin duda, Arlt
      imaginaba que, en español, las letras be y ve representan
      dos fonemas distintos, y que lo académico es pronunciar la última como
      labiodental. Estas particularidades —y otras muchas que no es del caso
      examinar aquí— fortalecen la idea de que el lenguaje de Arlt no respondía
      a las pautas del español medio de Buenos Aires de su época. 6
      Sorrentino, F., 1ª ed., págs. 76-77; 2ª ed., págs. 150-151. 7
      Borges, Jorge Luis, El informe de Brodie, Buenos Aires, Emecé
      Editores, 1970. Casi con las mismas palabras lo había dicho en las Siete
      conversaciones citadas: “Y recuerdo una anécdota bastante buena de
      Arlt, a quien conocí algo, pero no mucho. Los hermanos González Tuñón
      lo acusaban a Arlt de ignorar el lunfardo. Y entonces Arlt contestó —es
      la única broma que le he oído a Arlt: claro que yo he hablado muy poco
      con él—: ‘Bueno’, dijo, ‘yo me he criado entre gente humilde, en
      Villa Luro, entre malevos, y realmente no he tenido tiempo de estudiar
      esas cosas’, como indicando que el lunfardo era una invención de los
      saineteros o de los que escriben letras de tango. ‘Yo me he criado entre
      malevos y no he tenido tiempo de estudiar esas cosas’: y yo, que he
      conocido algo a los malevos, he observado —cualquiera puede
      observarlo— que casi nunca usan el lunfardo. O no sé: usarán una
      palabra de vez en cuando”. Sorrentino, F., 1ª ed., págs. 26-27; 2ª
      ed., pág. 43. Como
      en aquella época quien esto escribe vivía relativamente cerca de Raúl
      González Tuñón, le hizo conocer este comentario de Borges, y González
      Tuñón le restó total validez: “En primer lugar, ni Enrique ni yo jamás
      le reprochamos tal cosa a Arlt (¿qué podía importarnos?); en segundo
      lugar, Arlt era una persona muy tosca, incapaz de contestar con esa
      sutileza. Esto ha de ser un invento de Borges”. Vemos que, en el “Prólogo”
      de El informe de Brodie, ya Borges no emplea el sujeto expreso:
      “a Roberto Arlt le echaron en cara…”. 8
      En el capítulo IV de la novela Respiración artificial (1980),
      Ricardo Piglia aprovecha para insertar, en el marco de una conversación
      entre amigos, una serie de reflexiones muy inteligentes —aunque no
      siempre masiva ni fácilmente aceptables— en torno de diversos aspectos
      de la literatura argentina. Para nuestro caso, interesa citar estas líneas:
      “No creo, por lo demás, que Borges se haya tomado jamás el trabajo de
      leerlo, dijo Marconi. ¿De leer a Arlt?, dijo Renzi, no creas. No creas,
      dijo. Mirá, vos te debés acordar, estoy seguro, de ese cuento de El
      informe de Brodie que se llama ‘El indigno’. Releélo, hacé el
      favor y vas a ver. Es El juguete rabioso. Quiero decir, dijo Renzi,
      una transposición típicamente borgeana, esto es, una miniatura, del tema
      de El juguete rabioso”. Piglia, Ricardo, Respiración
      artificial, Buenos Aires, Sudamericana, ed. 1988, págs. 172-173. En
      realidad,  “El indigno” no
      es una transposición del tema de El juguete rabioso. El tema de El
      juguete rabioso es, justamente, “el juguete rabioso”, es decir, el
      desgastante encadenamiento de fracasos y frustraciones que padece el
      protagonista. “El indigno”, en cambio, es sólo la reelaboración de
      un preciso episodio que forma parte de una unidad mayor (el capítulo
      “Judas Iscariote”), que, a su vez, forma parte de otra unidad mayor
      (la novela El juguete rabioso). 9Al leer cierta sección de la revista Todo es Historia, creemos
      que el librero don Saúl Helman es el hombre de la vida real en que se
      inspiró Borges para retratar a don Santiago Fischbein. Comparemos los
      textos a) y b): a)
      Así, yo creí durante años que a determinada altura de Talcahuano me
      esperaba la Librería Buenos Aires; una mañana comprobé que la había
      reemplazado una casa de antigüedades y me dijeron que don Santiago
      Fischbein, el dueño, había fallecido (Borges, “El indigno”). b)
      El librero Saúl Helman ¡Qué
      lástima que ya no esté con nosotros Domingo Buonocore para comentar la
      simpática personalidad de casi increíble librero Saúl Helman! Su
      librería —la “Librería Ameghino”— estaba situada en Buenos
      Aires, en la calle Talcahuano al 400, casi al llegar a Corrientes. A la
      entrada lucía un retrato del patrono del establecimiento. Helman
      le había conseguido raros ejemplares al presidente Justo y era amigo de
      Jorge Luis Borges. (León
      Benarós, “El desván de Clío”, Todo es Historia, Buenos
      Aires, nº 378, enero de 1999.) 10
      “Desde esa tarde Francisco Ferrari fue el héroe que mis quince años
      anhelaban”. 11
      Cabe recordar también, con grata nostalgia, La barra de la esquina (1950),
      película dirigida por Julio Saraceni y protagonizada por Alberto Castillo
      y María Concepción César. 12
      Quizá no sea ocioso aclarar que el verbo joder no tiene en la
      Argentina la connotación sexual que sí tiene en otras comunidades
      hispanohablantes, sino que significa sólo “molestar, fastidiar,
      perjudicar”. De cualquier manera, aunque de uso difundidísimo, es
      palabra mal sonante y que no puede pronunciarse en ciertos ambientes. 13
      Pág. 163: Arlt, Roberto, Novelas completas y cuentos, tomo I,
      Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963. 14 Borges, J. L., op. cit., pág. 27. 15
      Arlt, R., op. cit., págs. 147-148. 16
      No por azar ubicó Alberto Vacarezza en Villa Crespo su celebérrimo
      sainete El conventillo de La Paloma (1929), donde convivían,
      en caricaturas lingüísticas, españoles, italianos y “turcos”, amén
      de los compadres y compadritos argentinos. 17
      Por haberse cambiado el nombre de la primera calle, Triunvirato y
      Thames equivale hoy a Corrientes y Thames, en pleno corazón de Villa
      Crespo. Esa esquina parece serle particularmente grata a Borges, pues la
      menciona también en la milonga “El títere” (Para las seis
      cuerdas, 1965): “Un balazo lo tumbó / en Thames y Triunvirato; / se
      mudó a un barrio vecino, / el de la Quinta del Ñato”. Es decir, al
      relativamente cercano Cementerio del Oeste, en el barrio de la Chacarita. 18 Borges, J. L., op. cit., pág. 32. 19 Arlt, R., op. cit., pág. 148. 20Arlt, R., op. cit., pág. 134. 21
      Por ejemplo, la obra teatral Un guapo del 900 (1940), de
      Samuel Eichelbaum, y sus dos versiones fílmicas, dirigidas por Leopoldo
      Torre Nilsson (1960) y Lautaro Murúa (1971), con sus respectivos
      “guapos”: Alfredo Alcón y Jorge Salcedo. Además, hubo previamente
      (1952) una versión inconclusa y, al parecer, perdida para siempre,
      dirigida por Lucas Demare, con Pedro Maratea en el papel protagónico. 22 Borges, J. L., op. cit., págs. 27-28. 23 Arlt, R., op. cit., pág. 142. 24 Borges, J. L., op. cit., pág. 32. 25 Arlt, R., op. cit., pág. 140. 26 Borges, J. L., op. cit., pág. 32. 27 Arlt, R., op. cit., pág. 149. 28 Borges, J. L., op. cit., pág. 33. 29 Arlt, R., op. cit., pág. 153. 30Borges, J. L., op. cit., pág. 33. 31 Arlt, R., op. cit., pág. 150. 32 Arlt, R., op. cit., pág. 151. 33 Arlt, R., op. cit., pág. 152. 34 Borges, J. L., op. cit., pág. 34. 35 Arlt, R., op. cit., pág. 146. 36 Borges, J. L., op. cit., pág. 31. 37 Arlt, R., op. cit., pág. 147. 38 Borges, J. L., op. cit., pág. 31. 39
      Piglia, Ricardo, Respiración artificial, Buenos Aires,
      Sudamericana, ed. 1988, pág. 173. Dicho sea de paso, en la misma página
      leemos: “Es como decir que Borges le puso porque sí Beatriz Viterbo a
      la mina de El Aleph o que en ese cuento Daneri no es una contracción
      de Dante Alighieri”. A idéntica conclusión que Piglia había llegado
      el ensayista italiano Roberto Paoli (Borges. Percorsi
      di significato, Messina-Firenze,
      Casa Editrice D’Anna, 1977, pág. 26).  Este
      artículo, ahora ampliado y reelaborado, se publicó dos veces: 1)
      en Anthropos. Revista de documentación científica de la cultura
      (director: Ramón Gabarrós Cardona), Nos.
      142-143, Barcelona, marzo-abril 1993. 2) en la revista Proa (director: Roberto Alifano), Nº 25, Buenos Aires, septiembre-octubre 1996, págs. 47-55. 
  | 
  
| Sobre el autor: | 
| Fernando Sorrentino | 
| E-mail: fsorrentino15@hotmail.com | 
| Home-page: http://www.sololiteratura.com/fernandosorrentino.htm | 
| Sobre el texto: Texto inserido en la revista Hispanista no 10  | 
  
| Informaciones
      bibliográficas: SORRENTINO, Fernando. Borges y Arlt: las paralelas que se tocan. In: Hispanista, n. 10. [Internet] http://www.hispanista.com.br/revista/artigo87esp.htm  | 
  
| H0ME |