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Las mujeres de Adriano González León. La loca, la solterona, la guerrillera: una vida de marginación

  Nombre del Autor: Lenina M. Méndez
 

lenina@usuarios.retecal.es

Palavras-chave: Gozález León, País portátil, novela

Minicurrículo: Licenciada en lengua y literatura hispánicas por la Universidad Veracruzana, México. Doctorando en Literatura española e hispanoamericana y Doctorando en Lengua española, ambos por la Universidad de Salamanca, España. He publicado el libro Un acercamiento al mágico mundo de los duendes, chaneques y enanos (Ed. Cultura de Veracruz, México, 1999), así como numerosos ensayos en revistas de circulación nacional e internacional como La palabra y el hombre, Archipiélago (ambas mexicanas), Espéculo (Universidad Complutense de Madrid), Revista de Literatura (Centro de comunicación y pedagogía, Barcelona), entre otras.

Resumo: Trinta anos depois da publicação de seu romance mais conhecido, País portátil, Adriano González León continua no alto las letras venezolanas. Amargo recontar dos conflitos políticos da Venezuela, a obra de González León é também o espelho fiel da situação que a mulher latino-americana sofreu durante séculos, vítima do despotismo machista, e um tiro certeiro para sua emancipación.

Resumen: A más de treinta años de la publicación de su novela más conocida, País portátil, Adriano González León continúa en la cima de las letras venezolanas. Amargo recuento de los conflictos políticos de Venezuela, la obra de González León es también el espejo fiel de la situación que la mujer latinoamericana ha sufrido durante siglos, víctima del despotismo machista, y un tiro certero a su emancipación.

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Hace ya más de treinta años que Adriano González León (Valera, Venezuela, 1931) obtuvo el Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral con su novela País portátil (1969), y tras todo este tiempo, su obra de juventud se sigue considerando como la mejor novela venezolana, según una reciente encuesta realizada entre el mundo académico de diversos países, colocándose muy por encima de astros consagrados como Rómulo Gallegos o Arturo Uslar Pietri. Y es que País portátil no es sólo un texto que habla sobre la política y violencia venezolanas de los años cincuenta, sino que es también un producto artístico que echa mano de los mejores recursos del boom latinoamericano y que no centra su análisis únicamente en los factores históricos o en la guerrilla urbana. Es, ante todo, una obra literaria, donde juega un papel preponderante el lenguaje, la estructura narrativa, la anécdota que se cuenta. No es sólo un panfleto de los muchos que abundaron en los años sesenta, donde la escritura era un mero pretexto para la denuncia política. En González León está presente el compromiso del escritor que asume la postura de la poesía sobre la acción, donde lo más importante no es tan sólo el tema tratado en sí, sino la manera cómo está narrado. Si, como se ha dicho muchas veces, la parte política hubiera sido la mayor preocupación de González León, sería evidente que País portátil habría caído en el olvido, como tantas y tantas novelas que se han quedado en el camino. Pero su actualidad es apabullante, gracias a que su autor logró plasmar una de las características más certeras de la nueva novela hispanoamericana: la universalización de lo regional. El protagonista, Andrés Barazarte, no es sólo un individuo venezolano perdido entre las fauces de Caracas; es el hombre por antonomasia que busca su identidad en un pueblo que se desgarra.
 

 

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País portátil se estructura mediante la interpolación de diversas voces narrativas que confluyen en la mente del protagonista, Andrés, quien, por medio de sus recuerdos, nos permite adentrarnos en los más íntimos recovecos de la familia Barazarte. La acción de la novela apenas transcurre en unas pocas horas del día y parte de la noche, cuando se nos muestra a Andrés recorriendo las calles de Caracas de este a oeste, tratando de llegar a tiempo para cumplir la misión que le ha encomendado el grupo disidente al que pertenece. Mientras va de un lado a otro, cargando un maletín en el que se metaforizan las esperanzas de todo un país, lleno de dudas, de miedo, de excitación, de sentimientos encontrados, los fantasmas de los Barazarte van llenando su mente, atacándolo con sus hazañas, con sus fracasos, con su rabia, con su decadencia. La “ilustre” saga de los Barazarte se remonta hasta el siglo XVII y tal parecería que su grandeza se funda tan sólo en el valor, en la violencia, y todo aquel que no forme parte de este mundo feudal de enriquecimiento ilícito, está condenado al olvido.  

Lucha aparente entre el campo (Trujillo) y la ciudad (Caracas), el pasado y el presente, el progreso y la ruina, todo es al mismo tiempo un entorno agresivo que no tiene diferencias. El evidente deterioro de esta casta, de la cual Andrés es el último baluarte, parece estar fundado en los miembros que intentaron rebelarse a su destino de luchas sangrientas, en aquellos entes débiles ante los ojos de los demás que su propia familia ha marginado: los cobardes, las mujeres, los idealistas. La misma sociedad pone un muro impenetrable ante ellos, impidiéndoles su abrupta inmersión en el mundo “real”. Sin embargo, ¿no son acaso esos espíritus que se atreven a pensar de manera diferente lo que salva de su alienación a todo un destino condenado a desintegrarse? 

            Dentro de este grupo de seres marginales que desfilan por las páginas de País portátil, destaca, por el acertado tratamiento en su configuración psicológica, el universo femenino. Se ha acusado a González León de que arbitrariamente condenó a “sus mujeres” a la locura o la muerte, sin la menor posibilidad de redención. Pero en realidad, lo que la novela nos muestra es que, ya sea en los antiguos tiempos de la Colonia, en la agitada época decimonónica o en las luchas estudiantiles de mediados del siglo XX, las mujeres no tienen derecho a participar de forma activa en el mundo. Es la sociedad la que las ha sacado de la jugada. Ya sean prostitutas, intelectuales, guerrilleras o educadoras, su esfuerzo se ve aplastado por la reprobación de los demás. Y aquellas que simplemente vegetaron, que siguieron los cánones que se les impusieron sin el menor asomo de rechazo, están condenadas a la muerte lenta de su espíritu, hasta que éste se pudre llevándolas a la locura.

En País portátil no existen los personajes tipo. Lo que existe es la parodia de esos papeles que se ha visto obligada a desempeñar más de una mente lúcida. Roles con que la sociedad ha mantenido sometida a la mujer hasta nuestros días. La primera de los Barazarte que se atrevió a rebelarse contra su destino, Adelaida Saavedra, esposa del muy mujeriego y obcecado “doctor y general Epifanio Barazarte”, fue condenada a la locura sin más. En una época en que las mujeres debían soportar sin quejas que sus maridos las vejaran en cada momento, alardeando de sus conquistas ante cualquiera, con lo cual acrecentaban su imagen de macho que “las podía de todas todas”, la indignación de Adelaida no tenía cabida, ni siquiera era explicable su actitud. La tenemos entonces allí, confinada en un molino, debatiéndose entre su indignación de esposa traicionada y sus deberes religiosos, “rezando treinta rosarios diarios” para prepararse a sí misma su muerte, llena de porquería, derrotada, aislada. El único camino para su liberación es la demencia que, al igual como sucede con el país entero, la lleva de un lado a otro sin hallar nunca respuestas. 

            Lo mismo ocurre con Ernestina y con la prima Angélica, cuyos caracteres son de hecho muy similares. Las dos fundan sus banales vidas en la imagen, en la idea que se forman los demás de ellas, en creer que encontrarán la felicidad en otros lares. Es muy evidente la señal de desarraigo en su mutuo afán por abandonar las tierras trujillanas en pos de un sueño que jamás alcanzarán. Ernestina sueña que tras su boda con Quintero viajará a Europa, y con ello su realización será plena: estará, al igual que las mujeres del cuadro que no se cansa de mirar, llena de adoración, con bellos vestidos, paseando por lugares de ensueño. Angélica, por su parte, vive añorando su vuelta a Caracas, donde todo lo considera hermoso, moderno, sin mácula, muy diferente a la cerrazón provinciana que la acosa en Trujillo. Ambas ven destruido su sueño a causa del matrimonio. En Ernestina asistimos a la recreación patética del tema de la novia de pueblo abandonada, que nunca conoció los goces del amor y que por su misma condición de “dejada”, jamás podrá volver a tener la oportunidad de acceder a ellos. Es una mujer marcada. Los estrechos horizontes de la década del veinte del siglo pasado de la sociedad venezolana, la confinan a un encierro perpetuo y por ende, a la locura como única vía de escape a su realidad sin esperanzas. La decadencia de los Barazarte se hace inminente en las plagas que azotan la casa familiar antes de la boda (el cual es un leit motiv a lo largo de toda la novela), y que ejemplifica las supersticiones rurales que en muchos sitos todavía prevalecen hasta nuestros días:  

... pero desde esa noche la cosa no podía ir bien y las garrapatas se nos prendieron de las paredes, se fueron hasta los aposentos, se colgaban de las cortinas, subían por los candelabros y hasta en las imágenes del altar. Nos echaron daño. 1  

 

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Angélica Pimentel es un personaje todavía más frágil. Altiva, fina, educada en la capital, desprecia en secreto la vida pueblerina de Trujillo y se la pasa soñando con su vuelta a Caracas, donde la espera un mundo de oropel igualmente falso. Es la encarnación de la mujer frívola y superficial que el mundo de fin du siècle ha creado y que por su misma banalidad encuentra un acomodo, aparente, en la sociedad. Pero será extraída bruscamente de su mundo de fantasías al verse obligada a respetar los deseos de su padre agonizante y contraer matrimonio con el machista y autoritario Víctor Rafael Barazarte. En un juego muy interesante, donde González León recrea el tópico de la mujer que debe ser sometida porque se cree demasiado elevada para su hombre, tema socorrido en infinidad de relatos, desde sus inicios con La fierecilla domada de Shakespeare hasta las comedias de la época de oro del cine mexicano, Angélica se nos presenta como ese ser que es completamente alienado de su realidad, al ser arrancada de cuajo de todo lo que conocía y amaba hasta entonces. La secuencia suena bastante familiar: hombre brusco, mujer fina, matrimonio obligado, viaje a la caída representada por una naturaleza agreste que lacera el cuerpo y el alma, vida de pobreza en una triste casucha, para que al finalizar la “prueba”, se obtenga como trofeo un sinfín de bienes materiales. Pero la burla, la esperpentización comienza cuando la historia se trastoca. A diferencia de sus homólogos, en esta secuencia Angélica no cae rendida de amor ante los pies de su hombre, sino que se entrega a la locura. Su débil intento de rebelión, si bien nos puede parecer endeble y sin mayor raigambre, es a pesar de todo una forma frustrada de emancipación, que por ello debe aplastarse. Su fin no podía ser más patético:  

... y Angélica se quedó sola con sus visitantes que desde esa vez aumentaron y ocuparon sitio en los cuartos, la sala y el corredor. Angélica hablaba y hablaba, se ponía como un hueso, no había quien le hiciera de comer. Y bajo la mata de cayena sintió el dolor. Le vino la hemorragia y cayó al suelo. Gritaba, pero no había vecinos que la oyeran, porque nunca tuvo trato con ellos, como había pedido Víctor Rafael. Inmóvil, sin fuerza, se fue desangrando. Angélica era una mujer fina y debajo de las cayenas se murió. 2  

Mujer que se rebela, mujer altiva, mujer que sólo puede ser anulada y destruida. 

            Junto a estos personajes femeninos que ironizan con gran acierto los estereotipos de la vida rural y provinciana de toda América Latina (y de gran parte del mundo occidental), están también esas mujeres que se enfrentaron a su destino y voluntariamente se decidieron a contrariarlo. Cabe señalar que, retomando las ideas que Hans Mayer expresa en su obra Historia maldita de la literatura, podemos considerar dos tipos de marginación en la obra de González León: por un lado tenemos a los marginados intencionales, aquellos que con pleno conocimiento de su situación en el mundo se decidieron a seguir un camino diferente en la búsqueda de su identidad. Este tipo está felizmente representado por el propio protagonista, Andrés y por su tío José Eladio Barazarte. En apariencia, la historia del fracaso que persigue a los Barazarte se ha precipitado por la cobardía de estos personajes. José Eladio se desligó por completo del destino de luchas sangrientas que le deparaba la militancia de sus hermanos y prefirió pasar su vida gozando del momento, sin preocuparse en lo más mínimo por lo que aconteciera con el patrimonio familiar, jugando, bebiendo, estafando, conquistando mujeres. Y Andrés, por otra parte, quien a simple vista podría ser considerado como el último reducto contaminado de la familia, a quien se le considera cobarde y apocado, en realidad es el único personaje que salva a la misma de su deterioro total, pues voluntariamente retoma la lucha armada, pero sin aquel afán salvaje de poder que imbuía a sus antepasados, sino con una visión crítica del mundo: se permite cuestionar no sólo el desempeño de sus antiguos patriarcas, sino también los ideales mismos de la lucha que está llevando a cabo. Ellos han decidido alejarse de sus moldes por voluntad propia y no porque alguien más los haya exiliado. Aquí la marginación no se da porque se les excluya de la familia por su aparente cobardía, sino porque ellos mismos, aunque de manera tal vez no plenamente consciente, han variado el rumbo de su idiosincracia y en ese recorrido han alcanzado metas que los otros no obtuvieron a pesar de su esfuerzo: en José Eladio, una aparente felicidad, y en Andrés, la creación de una conciencia que va a ser la de todo un pueblo. 

 

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En cambio, el segundo grupo está conformado por los marginados existenciales, aquellos personajes que per se forman parte de las capas rechazadas por la sociedad (como los homosexuales, los negros, los judíos, los gitanos, etc). Y las mujeres, durante siglos, han formado parte de este grupo, y muchas veces, a pesar de lo que digan los reaccionarios grupos feministas, ellas mismas han sido la causa de su exclusión; tal como señalaba el controvertido pensador Otto Weininger, “el enemigo mayor, el único, de la emancipación de la mujer, es la mujer”3. Sin llegar a esos extremos misóginos, es evidente que en gran parte de los casos, las mujeres se han dejado aplastar por la férrea mano del machista que domina su sociedad y han optado por fugarse de su realidad como única salida (en este caso, Ernestina, Angélica, Adelaida, las queridas de Epifanio Barazarte, como Domitila y Duilia). Estos tipos son, en toda la extensión de la palabra, los marginados existenciales. En País portátil, además de estos personajes, encontramos otros que resaltan por su participación en las dos clases de marginación: Delia y Hortensia, y, en menor medida, la difusa figura de Georgiana, la única hija del general Epifanio Barazarte. Ellas participaron de su condición de humanos en segundo grado debido a su nacimiento y a la par, tuvieron el suficiente valor para resistirse a jugar sin reclamos ese papel. González León, sin abandonar esa constante de la literatura venezolana que buscando responder al qué somos nos muestra el cómo estamos, nos dibuja la cruel realidad de esas mujeres que se atreven a contraponerse a su destino: la soledad o la muerte. 

El caso de Georgiana es muy sintomático. Mujer de la segunda mitad del siglo XIX, intenta débilmente participar de la gloria que sólo les está reservada a sus fieros hermanos. Pide armas para luchar a su lado y le son negadas; usa la educación para iluminar los estrechos horizontes de los trabajadores y es ignorada. Su destino final es la muerte sin, aparentemente, haber logrado cambiar nada. Pero ha alcanzado una gran meta: sembrar en uno de sus sobrinos la semilla de la negación al rol, en Hortensia. 

Hortensia es un personaje singular a pesar de que en la novela se le muestre un poco retraída, como en las sombras, como un ente que recorre las líneas sin dejar huella. Se dice que para ella “no hubo sol, ni luna, ni nunca tuvo quince años. No quedaba un solo retrato en que ella estuviera sonriendo ni se conocen los juegos que hacía. Parece que nunca pudo sentarse en la ventana ni vestirse de color”.4 Es una mujer que se sale de la norma que prevalecía a principios del siglo XX en las provincias americanas: se atrevió a hacer una vida aparte, sin el peso de un marido; a trabajar en la estafeta de correos montada en su propia casa, cuando ninguna “señorita” lo hacía; a utilizar a la religión a su conveniencia y según cómo le proporcionaba cierto confort. Pero a pesar de todo, su emancipación la sumió en esa doble marginación a la que ya se ha aludido: la existencial, por ser mujer, y la intencional, por renunciar deliberadamente a su papel. Su rebeldía tiene como precio la soledad, el cargar con el epíteto de solterona. Como nos dice el sociólogo y novelista francés Pascal Lainé en su obra La femme et ses images:  

 ... la solterona pasa a ser una existencia marginal de la misma manera que toda mujer que de alguna forma entra en oposición con las reglas del matrimonio y de la maternidad (...) Una mujer cuya vida es demasiado brillante contraviene también lo implícitamente pactado con el hombre que la fuerza a someterse .5  

 

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Esta doble marginación llegará a su punto álgido con la principal figura femenina de la novela: Delia. Es el prototipo de la mujer moderna, que ha estudiado, que se preocupa por el progreso de su país, que ha entregado su virginidad antes de contraer matrimonio (lo cual, a pesar de todo, no fue un episodio que la reconfortara, sino que más bien la decepcionó; otra de las paradojas de la mujer que se atreve a rebelarse: la infelicidad y la insatisfacción). En ella tenemos otra vez a la mujer que clama por las armas y que ahora, a diferencia de la mínima lucha llevada a cabo por Georgiana, las consigue y las utiliza para buscar su identidad. Es una persona que participa activamente en la política, que sabe mil y una artimañas para hacer que el mecanismo de la conspiración marche a la perfección, que tras un primer tropiezo sabe gozar de su sexualidad sin las barreras de la moralidad. Pero este ser, sólo encuentra cabida dentro de los estrechos márgenes de la vida del comité estudiantil, que forma parte de la guerrilla urbana que germina en las calles de Caracas. Fuera de su grupo, sigue siendo la mujer que no asume el rol que le corresponde, que toma actitudes de marimacha y que por lo tanto, no merece respeto. La muerte violenta, como violentas, ya sea física o espiritualmente, han sido las vidas de todas las mujeres de País portátil, la espera como una salida al modo de vida que decidió seguir. Y de hecho, ese fin llega por no haber seguido además las reglas que la misma organización le impuso, por no permanecer el puesto que se le había asignado: violó una vez más las normas de la microsociedad en la que estaba envuelta y el castigo único fue el disparo:  

...te quedaste sola en el centro de la sala, y ellos, desde afuera, apuntaron sobre la puerta, la llenaron de plomo, entraron después y estabas tú sangrante, con balas en el pecho y la cabeza, cálida, con tus grandes ojos inertes, sin la voz, todavía con tu olor, enmandarinada, el labio mordido por desafío, los colores perdidos, Delia, muerta de resplandores y de balas...”6 

Es fundamental resaltar el hecho de que, por ser precisamente País portátil una obra literaria en toda la extensión de la palabra, donde se muestran preocupaciones por la anécdota, el lenguaje, los planos, la mirada, la ideología imperante en ella ha perdurado hasta nuestros días. Es una novela que sigue siendo actual, tanto en su contenido como en su estructura. Todavía nuestros pueblos de América siguen dominados por esa galería de prejuicios que nos hacen encontrarnos a cada paso a esos seres marginales que pugnan por encontrar su identidad: la solterona, la prostituta, el soñador, la guerrilla que no sabe hacia dónde dirigirse.

 

Seguimos siendo portátiles porque pasamos de una tutela a otra, de una ideología a otra, sin acabar de hallar ese destino que homogenize a Latinoamerica como una región de individuos completos y no de copias y minicopias. El mismo Adriano González León, en una entrevista concedida a Julio Ortega, manifestó plenamente estas circunstancias: Es cierto que hay un tiempo político como la violencia venezolana de los años sesenta y la violencia regional del siglo diecinueve.  Pero todo ello es punto de partida para un examen de conciencia, el repaso de las frustraciones familiares, las dudas, el temor, la condición feudal, la dependencia, el registro poético del mundo, la explicación de una culpa, la religiosidad y el sentido crítico.  Andrés Barazarte es actor de una empresa en la cual no cree totalmente.  Siente que algo se manipula desde arriba, que algo se manipula desde lejos.  Andrés Barazarte desconfía y se burla de las llamadas democracias populares, del estalinismo, del realismo socialista, de la petulancia de los comunistas europeos y del sectarismo, mucho antes de la perestroika y la caída del muro de Berlín. El libro no concluye con la muerte de Andrés.  Esta ni siquiera se confirma de un modo definitivo. Concluye con un enfrentamiento que puede seguir infinitamente en el plano de la acción o en el territorio mismo de la batalla humana.7

E indudablemente ha seguido, en cada mujer que lucha por encontrar un lugar en la sociedad, en cada individuo que quiere dejar de ser  marginal, en cada joven que se niega a seguir al rebaño, en cada mente que busca enraizarse en su tierra y dejar de conducirse como un muñeco, que quiere dejar de ser portátil. 

 

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Bibliografía

González León, Adriano, País portátil, Barcelona, Seix Barral, 1969 (Biblioteca Breve).

López Álvarez. Luis, Literatura e identidad en Venezuela, Barcelona, PPU, 1991 (Universitas-14).

Mayer, Hans, Historia maldita de la literatura. La mujer, el homosexual, el judío, Madrid, Taurus, 1999.

Ortega, Julio, Adriano González León y la saga del linaje, información obtenida vía internet en la revista electrónica Letralia. http://www.letralia.com 

NOTAS


1 González León, Adriano, País portátil (Barcelona: Seix Barral, 1969), p. 147. 

2 Ibid. p. 201 

3 Mayer, Hans, Historia maldita de la literatura... (Madrid: Taurus, 1999), p. 97. 

4 González León, op. cit., p. 261 

5 Citado en Hans Mayer, op. cit. p. 152  

6 González León, Adriano, op. cit. p. 260. 

7 Ortega, Julio, Adriano González León y la saga del linaje, s/p.

 

Sobre el autor:
nombre: Lenina M. Méndez
E-mail: lenina@usuarios.retecal.es
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Sobre el texto:
Texto insertado en la revista Hispanista no 11
Informciones bibliográficas:
MÉNDEZ, Lenina M. Las mujeres de Adriano González León. La loca, la solterona, la guerrillera: una vida de marginación. In: Hispanista, n. 11. [Internet] http://www.hispanista.com.br/revista/artigo99esp.htm 
 

 

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