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       Las mujeres de Adriano González León. La loca, la solterona, la guerrillera: una vida de marginación  | 
  
| Nombre del Autor: Lenina M. Méndez | ||
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       lenina@usuarios.retecal.es  | 
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       Palavras-chave: Gozález León, País portátil, novela  | 
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       Minicurrículo: Licenciada en lengua y literatura hispánicas por la Universidad Veracruzana, México. Doctorando en Literatura española e hispanoamericana y Doctorando en Lengua española, ambos por la Universidad de Salamanca, España. He publicado el libro Un acercamiento al mágico mundo de los duendes, chaneques y enanos (Ed. Cultura de Veracruz, México, 1999), así como numerosos ensayos en revistas de circulación nacional e internacional como La palabra y el hombre, Archipiélago (ambas mexicanas), Espéculo (Universidad Complutense de Madrid), Revista de Literatura (Centro de comunicación y pedagogía, Barcelona), entre otras.  | 
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       Resumo: Trinta anos depois da publicação de seu romance mais conhecido, País portátil, Adriano González León continua no alto las letras venezolanas. Amargo recontar dos conflitos políticos da Venezuela, a obra de González León é também o espelho fiel da situação que a mulher latino-americana sofreu durante séculos, vítima do despotismo machista, e um tiro certeiro para sua emancipación.  | 
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       Resumen: A más de treinta años de la publicación de su novela más conocida, País portátil, Adriano González León continúa en la cima de las letras venezolanas. Amargo recuento de los conflictos políticos de Venezuela, la obra de González León es también el espejo fiel de la situación que la mujer latinoamericana ha sufrido durante siglos, víctima del despotismo machista, y un tiro certero a su emancipación.  | 
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     País
    portátil
    se estructura mediante la interpolación de diversas voces narrativas que
    confluyen en la mente del protagonista, Andrés, quien, por medio de sus
    recuerdos, nos permite adentrarnos en los más íntimos recovecos de la
    familia Barazarte. La acción de la novela apenas transcurre en unas pocas
    horas del día y parte de la noche, cuando se nos muestra a Andrés
    recorriendo las calles de Caracas de este a oeste, tratando de llegar a
    tiempo para cumplir la misión que le ha encomendado el grupo disidente al
    que pertenece. Mientras va de un lado a otro, cargando un maletín en el que
    se metaforizan las esperanzas de todo un país, lleno de dudas, de miedo, de
    excitación, de sentimientos encontrados, los fantasmas de los Barazarte van
    llenando su mente, atacándolo con sus hazañas, con sus fracasos, con su
    rabia, con su decadencia. La “ilustre” saga de los Barazarte se remonta
    hasta el siglo XVII y tal parecería que su grandeza se funda tan sólo en
    el valor, en la violencia, y todo aquel que no forme parte de este mundo
    feudal de enriquecimiento ilícito, está condenado al olvido.   Lucha
    aparente entre el campo (Trujillo) y la ciudad (Caracas), el pasado y el
    presente, el progreso y la ruina, todo es al mismo tiempo un entorno
    agresivo que no tiene diferencias. El evidente deterioro de esta casta, de
    la cual Andrés es el último baluarte, parece estar fundado en los miembros
    que intentaron rebelarse a su destino de luchas sangrientas, en aquellos
    entes débiles ante los ojos de los demás que su propia familia ha
    marginado: los cobardes, las mujeres, los idealistas. La misma sociedad pone
    un muro impenetrable ante ellos, impidiéndoles su abrupta inmersión en el
    mundo “real”. Sin embargo, ¿no son acaso esos espíritus que se atreven
    a pensar de manera diferente lo que salva de su alienación a todo un
    destino condenado a desintegrarse?  Dentro de este grupo de seres marginales que desfilan por las páginas de País portátil, destaca, por el acertado tratamiento en su configuración psicológica, el universo femenino. Se ha acusado a González León de que arbitrariamente condenó a “sus mujeres” a la locura o la muerte, sin la menor posibilidad de redención. Pero en realidad, lo que la novela nos muestra es que, ya sea en los antiguos tiempos de la Colonia, en la agitada época decimonónica o en las luchas estudiantiles de mediados del siglo XX, las mujeres no tienen derecho a participar de forma activa en el mundo. Es la sociedad la que las ha sacado de la jugada. Ya sean prostitutas, intelectuales, guerrilleras o educadoras, su esfuerzo se ve aplastado por la reprobación de los demás. Y aquellas que simplemente vegetaron, que siguieron los cánones que se les impusieron sin el menor asomo de rechazo, están condenadas a la muerte lenta de su espíritu, hasta que éste se pudre llevándolas a la locura. En
    País portátil no existen los
    personajes tipo. Lo que existe es la parodia de esos papeles que se ha visto
    obligada a desempeñar más de una mente lúcida. Roles con que la sociedad
    ha mantenido sometida a la mujer hasta nuestros días. La primera de los
    Barazarte que se atrevió a rebelarse contra su destino, Adelaida Saavedra,
    esposa del muy mujeriego y obcecado “doctor y general Epifanio
    Barazarte”, fue condenada a la locura sin más. En una época en que las
    mujeres debían soportar sin quejas que sus maridos las vejaran en cada
    momento, alardeando de sus conquistas ante cualquiera, con lo cual
    acrecentaban su imagen de macho que “las podía de todas todas”, la
    indignación de Adelaida no tenía cabida, ni siquiera era explicable su
    actitud. La tenemos entonces allí, confinada en un molino, debatiéndose
    entre su indignación de esposa traicionada y sus deberes religiosos,
    “rezando treinta rosarios diarios” para prepararse a sí misma su
    muerte, llena de porquería, derrotada, aislada. El único camino para su
    liberación es la demencia que, al igual como sucede con el país entero, la
    lleva de un lado a otro sin hallar nunca respuestas.              Lo
    mismo ocurre con Ernestina y con la prima Angélica, cuyos caracteres son de
    hecho muy similares. Las dos fundan sus banales vidas en la imagen, en la
    idea que se forman los demás de ellas, en creer que encontrarán la
    felicidad en otros lares. Es muy evidente la señal de desarraigo en su
    mutuo afán por abandonar las tierras trujillanas en pos de un sueño que
    jamás alcanzarán. Ernestina sueña que tras su boda con Quintero viajará
    a Europa, y con ello su realización será plena: estará, al igual que las
    mujeres del cuadro que no se cansa de mirar, llena de adoración, con bellos
    vestidos, paseando por lugares de ensueño. Angélica, por su parte, vive añorando
    su vuelta a Caracas, donde todo lo considera hermoso, moderno, sin mácula,
    muy diferente a la cerrazón provinciana que la acosa en Trujillo. Ambas ven
    destruido su sueño a causa del matrimonio. En Ernestina asistimos a la
    recreación patética del tema de la novia de pueblo abandonada, que nunca
    conoció los goces del amor y que por su misma condición de “dejada”,
    jamás podrá volver a tener la oportunidad de acceder a ellos. Es una mujer
    marcada. Los estrechos horizontes de la década del veinte del siglo pasado
    de la sociedad venezolana, la confinan a un encierro perpetuo y por ende, a
    la locura como única vía de escape a su realidad sin esperanzas. La
    decadencia de los Barazarte se hace inminente en las plagas que azotan la
    casa familiar antes de la boda (el cual es un leit
    motiv a lo largo de toda la novela), y que ejemplifica las
    supersticiones rurales que en muchos sitos todavía prevalecen hasta
    nuestros días:   ...
    pero desde esa noche la cosa no podía ir bien y las garrapatas se nos
    prendieron de las paredes, se fueron hasta los aposentos, se colgaban de las
    cortinas, subían por los candelabros y hasta en las imágenes del altar.
    Nos echaron daño. 1
      
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     Angélica
    Pimentel es un personaje todavía más frágil. Altiva, fina, educada en la
    capital, desprecia en secreto la vida pueblerina de Trujillo y se la pasa soñando
    con su vuelta a Caracas, donde la espera un mundo de oropel igualmente
    falso. Es la encarnación de la mujer frívola y superficial que el mundo de
    fin du siècle ha creado y que por
    su misma banalidad encuentra un acomodo, aparente, en la sociedad. Pero será
    extraída bruscamente de su mundo de fantasías al verse obligada a respetar
    los deseos de su padre agonizante y contraer matrimonio con el machista y
    autoritario Víctor Rafael Barazarte. En un juego muy interesante, donde
    González León recrea el tópico de la mujer que debe ser sometida porque
    se cree demasiado elevada para su hombre, tema socorrido en infinidad de
    relatos, desde sus inicios con La
    fierecilla domada de Shakespeare hasta las comedias de la época de oro
    del cine mexicano, Angélica se nos presenta como ese ser que es
    completamente alienado de su realidad, al ser arrancada de cuajo de todo lo
    que conocía y amaba hasta entonces. La secuencia suena bastante familiar:
    hombre brusco, mujer fina, matrimonio obligado, viaje a la caída
    representada por una naturaleza agreste que lacera el cuerpo y el alma, vida
    de pobreza en una triste casucha, para que al finalizar la “prueba”, se
    obtenga como trofeo un sinfín de bienes materiales. Pero la burla, la
    esperpentización comienza cuando la historia se trastoca. A diferencia de
    sus homólogos, en esta secuencia Angélica no cae rendida de amor ante los
    pies de su hombre, sino que se entrega a la locura. Su débil intento de
    rebelión, si bien nos puede parecer endeble y sin mayor raigambre, es a
    pesar de todo una forma frustrada de emancipación, que por ello debe
    aplastarse. Su fin no podía ser más patético:   ...
    y Angélica se quedó sola con sus visitantes que desde esa vez aumentaron y
    ocuparon sitio en los cuartos, la sala y el corredor. Angélica hablaba y
    hablaba, se ponía como un hueso, no había quien le hiciera de comer. Y
    bajo la mata de cayena sintió el dolor. Le vino la hemorragia y cayó al
    suelo. Gritaba, pero no había vecinos que la oyeran, porque nunca tuvo
    trato con ellos, como había pedido Víctor Rafael. Inmóvil, sin fuerza, se
    fue desangrando. Angélica era una mujer fina y debajo de las cayenas se
    murió. 2   Mujer
    que se rebela, mujer altiva, mujer que sólo puede ser anulada y destruida.              Junto
    a estos personajes femeninos que ironizan con gran acierto los estereotipos
    de la vida rural y provinciana de toda América Latina (y de gran parte del
    mundo occidental), están también esas mujeres que se enfrentaron a su
    destino y voluntariamente se decidieron a contrariarlo. Cabe señalar que,
    retomando las ideas que Hans Mayer expresa en su obra Historia
    maldita de la literatura, podemos considerar dos tipos de marginación
    en la obra de González León: por un lado tenemos a los marginados
    intencionales, aquellos que con pleno conocimiento de su situación en el
    mundo se decidieron a seguir un camino diferente en la búsqueda de su
    identidad. Este tipo está felizmente representado por el propio
    protagonista, Andrés y por su tío José Eladio Barazarte. En apariencia,
    la historia del fracaso que persigue a los Barazarte se ha precipitado por
    la cobardía de estos personajes. José Eladio se desligó por completo del
    destino de luchas sangrientas que le deparaba la militancia de sus hermanos
    y prefirió pasar su vida gozando del momento, sin preocuparse en lo más mínimo
    por lo que aconteciera con el patrimonio familiar, jugando, bebiendo,
    estafando, conquistando mujeres. Y Andrés, por otra parte, quien a simple
    vista podría ser considerado como el último reducto contaminado de la
    familia, a quien se le considera cobarde y apocado, en realidad es el único
    personaje que salva a la misma de su deterioro total, pues voluntariamente
    retoma la lucha armada, pero sin aquel afán salvaje de poder que imbuía a
    sus antepasados, sino con una visión crítica del mundo: se permite
    cuestionar no sólo el desempeño de sus antiguos patriarcas, sino también
    los ideales mismos de la lucha que está llevando a cabo. Ellos han decidido
    alejarse de sus moldes por voluntad propia y no porque alguien más los haya
    exiliado. Aquí la marginación no se da porque se les excluya de la familia
    por su aparente cobardía, sino porque ellos mismos, aunque de manera tal
    vez no plenamente consciente, han variado el rumbo de su idiosincracia y en
    ese recorrido han alcanzado metas que los otros no obtuvieron a pesar de su
    esfuerzo: en José Eladio, una aparente felicidad, y en Andrés, la creación
    de una conciencia que va a ser la de todo un pueblo.  
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     En
    cambio, el segundo grupo está conformado por los marginados existenciales,
    aquellos personajes que per se
    forman parte de las capas rechazadas por la sociedad (como los homosexuales,
    los negros, los judíos, los gitanos, etc). Y las mujeres, durante siglos,
    han formado parte de este grupo, y muchas veces, a pesar de lo que digan los
    reaccionarios grupos feministas, ellas mismas han sido la causa de su
    exclusión; tal como señalaba el controvertido pensador Otto Weininger,
    “el enemigo mayor, el único, de la emancipación de la mujer, es la
    mujer”3. Sin llegar a esos extremos misóginos, es evidente que
    en gran parte de los casos, las mujeres se han dejado aplastar por la férrea
    mano del machista que domina su sociedad y han optado por fugarse de su
    realidad como única salida (en este caso, Ernestina, Angélica, Adelaida,
    las queridas de Epifanio Barazarte, como Domitila y Duilia). Estos tipos
    son, en toda la extensión de la palabra, los marginados existenciales. En País
    portátil, además de estos personajes, encontramos otros que resaltan
    por su participación en las dos clases de marginación: Delia y Hortensia,
    y, en menor medida, la difusa figura de Georgiana, la única hija del
    general Epifanio Barazarte. Ellas participaron de su condición de humanos
    en segundo grado debido a su nacimiento y a la par, tuvieron el suficiente
    valor para resistirse a jugar sin reclamos ese papel. González León, sin
    abandonar esa constante de la literatura venezolana que buscando responder
    al qué somos nos muestra el cómo estamos, nos dibuja la cruel realidad de
    esas mujeres que se atreven a contraponerse a su destino: la soledad o la
    muerte.  El
    caso de Georgiana es muy sintomático. Mujer de la segunda mitad del siglo
    XIX, intenta débilmente participar de la gloria que sólo les está
    reservada a sus fieros hermanos. Pide armas para luchar a su lado y le son
    negadas; usa la educación para iluminar los estrechos horizontes de los
    trabajadores y es ignorada. Su destino final es la muerte sin,
    aparentemente, haber logrado cambiar nada. Pero ha alcanzado una gran meta:
    sembrar en uno de sus sobrinos la semilla de la negación al rol, en
    Hortensia.  Hortensia
    es un personaje singular a pesar de que en la novela se le muestre un poco
    retraída, como en las sombras, como un ente que recorre las líneas sin
    dejar huella. Se dice que para ella “no hubo sol, ni luna, ni nunca tuvo
    quince años. No quedaba un solo retrato en que ella estuviera sonriendo ni
    se conocen los juegos que hacía. Parece que nunca pudo sentarse en la
    ventana ni vestirse de color”.4
    Es una mujer que se sale de la norma que prevalecía a principios del siglo
    XX en las provincias americanas: se atrevió a hacer una vida aparte, sin el
    peso de un marido; a trabajar en la estafeta de correos montada en su propia
    casa, cuando ninguna “señorita” lo hacía; a utilizar a la religión a
    su conveniencia y según cómo le proporcionaba cierto confort. Pero a pesar
    de todo, su emancipación la sumió en esa doble marginación a la que ya se
    ha aludido: la existencial, por ser mujer, y la intencional, por renunciar
    deliberadamente a su papel. Su rebeldía tiene como precio la soledad, el
    cargar con el epíteto de solterona. Como nos dice el sociólogo y novelista
    francés Pascal Lainé en su obra La femme et ses images:    ...
    la solterona pasa a ser una existencia marginal de la misma manera que toda
    mujer que de alguna forma entra en oposición con las reglas del matrimonio
    y de la maternidad (...) Una mujer cuya vida es demasiado brillante
    contraviene también lo implícitamente pactado con el hombre que la fuerza
    a someterse .5
      
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     Esta
    doble marginación llegará a su punto álgido con la principal figura
    femenina de la novela: Delia. Es el prototipo de la mujer moderna, que ha
    estudiado, que se preocupa por el progreso de su país, que ha entregado su
    virginidad antes de contraer matrimonio (lo cual, a pesar de todo, no fue un
    episodio que la reconfortara, sino que más bien la decepcionó; otra de las
    paradojas de la mujer que se atreve a rebelarse: la infelicidad y la
    insatisfacción). En ella tenemos otra vez a la mujer que clama por las
    armas y que ahora, a diferencia de la mínima lucha llevada a cabo por
    Georgiana, las consigue y las utiliza para buscar su identidad. Es una
    persona que participa activamente en la política, que sabe mil y una artimañas
    para hacer que el mecanismo de la conspiración marche a la perfección, que
    tras un primer tropiezo sabe gozar de su sexualidad sin las barreras de la
    moralidad. Pero este ser, sólo encuentra cabida dentro de los estrechos márgenes
    de la vida del comité estudiantil, que forma parte de la guerrilla urbana
    que germina en las calles de Caracas. Fuera de su grupo, sigue siendo la
    mujer que no asume el rol que le corresponde, que toma actitudes de marimacha
    y que por lo tanto, no merece respeto. La muerte violenta, como violentas,
    ya sea física o espiritualmente, han sido las vidas de todas las mujeres de
    País portátil, la espera como
    una salida al modo de vida que decidió seguir. Y de hecho, ese fin llega
    por no haber seguido además las reglas que la misma organización le
    impuso, por no permanecer el puesto que se le había asignado: violó una
    vez más las normas de la microsociedad en la que estaba envuelta y el
    castigo único fue el disparo:   ...te
    quedaste sola en el centro de la sala, y ellos, desde afuera, apuntaron
    sobre la puerta, la llenaron de plomo, entraron después y estabas tú
    sangrante, con balas en el pecho y la cabeza, cálida, con tus grandes ojos
    inertes, sin la voz, todavía con tu olor, enmandarinada, el labio mordido
    por desafío, los colores perdidos, Delia, muerta de resplandores y de
    balas...”6  Es
    fundamental resaltar el hecho de que, por ser precisamente País portátil una obra literaria en toda la extensión de la
    palabra, donde se muestran preocupaciones por la anécdota, el lenguaje, los
    planos, la mirada, la ideología imperante en ella ha perdurado hasta
    nuestros días. Es una novela que sigue siendo actual, tanto en su contenido
    como en su estructura. Todavía nuestros pueblos de América siguen
    dominados por esa galería de prejuicios que nos hacen encontrarnos a cada
    paso a esos seres marginales que pugnan por encontrar su identidad: la
    solterona, la prostituta, el soñador, la guerrilla que no sabe hacia dónde
    dirigirse.    Seguimos
    siendo portátiles porque pasamos de una tutela a otra, de una ideología a
    otra, sin acabar de hallar ese destino que homogenize a Latinoamerica como
    una región de individuos completos y no de copias y minicopias. El mismo
    Adriano González León, en una entrevista concedida a Julio Ortega,
    manifestó plenamente estas circunstancias: Es
    cierto que hay un tiempo político como la violencia venezolana de los años
    sesenta y la violencia regional del siglo diecinueve. 
    Pero todo ello es punto de partida para un examen de conciencia, el
    repaso de las frustraciones familiares, las dudas, el temor, la condición
    feudal, la dependencia, el registro poético del mundo, la explicación de
    una culpa, la religiosidad y el sentido crítico. 
    Andrés Barazarte es actor de una empresa en la cual no cree
    totalmente.  Siente que algo se
    manipula desde arriba, que algo se manipula desde lejos.  Andrés Barazarte desconfía y se burla de las llamadas
    democracias populares, del estalinismo, del realismo socialista, de la
    petulancia de los comunistas europeos y del sectarismo, mucho antes de la
    perestroika y la caída del muro de Berlín. El libro no concluye con la
    muerte de Andrés.  Esta ni
    siquiera se confirma de un modo definitivo. Concluye con un enfrentamiento
    que puede seguir
    infinitamente en el plano de la acción
    o en el territorio mismo de la batalla humana.7
     E indudablemente ha seguido, en cada mujer que lucha por encontrar un lugar en la sociedad, en cada individuo que quiere dejar de ser marginal, en cada joven que se niega a seguir al rebaño, en cada mente que busca enraizarse en su tierra y dejar de conducirse como un muñeco, que quiere dejar de ser portátil. 
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    Bibliografía
    González
    León, Adriano, País portátil,
    Barcelona, Seix Barral, 1969 (Biblioteca Breve). López
    Álvarez. Luis, Literatura e identidad
    en Venezuela, Barcelona, PPU, 1991 (Universitas-14). Mayer,
    Hans, Historia maldita de la
    literatura. La mujer, el homosexual, el judío, Madrid, Taurus, 1999. Ortega,
    Julio, Adriano González León y la
    saga del linaje, información obtenida vía internet en la revista
    electrónica Letralia. http://www.letralia.com  NOTAS 1
        González
        León, Adriano, País portátil
        (Barcelona: Seix Barral, 1969), p. 147.  2
        Ibid.
        p. 201  3
        Mayer,
        Hans, Historia maldita de la
        literatura... (Madrid: Taurus, 1999), p. 97.  4
        González
        León, op. cit., p. 261  5
        Citado
        en Hans Mayer, op. cit. p. 152
          
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| Sobre el autor: | 
| nombre: Lenina M. Méndez | 
| E-mail: lenina@usuarios.retecal.es | 
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| Sobre el texto: Texto insertado en la revista Hispanista no 11  | 
  
| Informciones
        bibliográficas: MÉNDEZ, Lenina M. Las mujeres de Adriano González León. La loca, la solterona, la guerrillera: una vida de marginación. In: Hispanista, n. 11. [Internet] http://www.hispanista.com.br/revista/artigo99esp.htm  | 
  
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